CAPÍTULO XIII: DÍA III - DEBUTANTE


—Entonces, tendrá que estar a mi servicio de nuevo —dice mamá, haciendo que regrese mi atención en su dirección.

Ella hace algo impensable.

Retira del bolso de Kai el otro envase de agua que tenía reservado para el retorno a casa y se lo lanza al buscador. El buscador atrapa ágilmente con sus manos el objeto. Me sorprendo.

—Distrae a las naves —suelta, mamá.

El buscador niega con su cabeza.

—Pides mucho, mujer.

Mamá se baja de la base, Kai la sigue y yo por igual. Mamá se acerca a mí y entrelaza su mano izquierda con mi derecha.

—Sigue mis pasos, Andrómeda —denoto un tono de desesperación en su voz.

Su agarre se refuerza.

—Kai, síguenos —ordena mamá.

Mamá avanza.

Sus pasos son algo acelerados.

Solo puedo voltear un poco a mi izquierda para notar que el buscador se sube a su transporte y lo enciende.

—No te distraigas, Andrómeda —regaña mamá.

Cruzamos el letrero que está por encima de nosotros que está sobre el marco de una puerta que dan alusión a la entrada del lugar y nos dan la bienvenida a una línea ancha de polvo que separa las casas en extremos, pero al final hay otras que cierran el asentamiento. No hay nadie en las calles. Hay casas como la mía una a lado de la otra. Hay unas que se ven amplias, otras pequeñas y otras son un tanto raras que no logro identificar de qué están elaboradas. La diferencia de este lugar a nuestro territorio es que algunas casas tienen un techo extra hacia su exterior apoyada en sus extremos como soportes.

Escucho el ruido de la rueda.

No volteo.

El ruido es constante.

Es como si fuera en círculos.

Quizás esa sea la distracción de la que mamá le solicitó al buscador.

—Mamá, ¿por qué las casas tienen un techo extra? —pregunto por impulso.

Instantemente, espero su regaño.

Pero no llega.

—Porque estamos en el territorio del comercio de trueques —suelta mamá, agitada, acelerando sus pasos a un más.

Miro hacia su espalda y me pregunto cómo es posible que el bebé permanezca en silencio.

—La casa frente a nosotras es tu pase, Andrómeda —indica, señalando hacia delante con su mano libre.

Solo a unos metros está la casa.

Tengo la sensación que los habitantes de este lugar nos observan a través de los orificios de sus paredes o detrás de sus ventanas. Aunque eso es lo que menos acelera mi corazón, lo que realmente lo hace es la realidad de la situación que me indica que nos acercamos.

Mamá suelta mi mano p ara ser ella quien vaya directo a la puerta de esa casa y toque. Kai llega antes que yo a lado de mamá.

—Cielo, abre —escucho decir a mamá.

La puerta se abre a medias.

Mamá guía con su mano a Kai hacia dentro.

—Ingresa —ordena, mirándome.

Intento no tropezar e ingresar, pero mamá ingresa detrás de mí a la par provocando mi inestabilidad. Caigo a suelo y escucho detrás de mí que la puerta es cerrada.

—¿Qué haces aquí? —pregunta una voz al parecer femenina.

Y no me equivoco, porque al alzar mi mirada, unos pasos delante de mí, está una mujer que se ve con los mismos signos de edad que mamá. Es una mujer adulta. Un poco gruesa. Su piel es algo pálida, su rostro redondo, su cabellera es larga y negra. Viste un vestido largo morado con mangas largas y lo suficientemente amplio que bloquea mi visión a sus pies.

—Tenemos una deuda por saldar... —manifiesta mamá detrás de mí—. Y es momento de cobrarla.

Trato de ponerme de pie, pero al mismo tiempo a mi lado siento unas manos y brazos que me brindan apoyo para lograr mi objetivo. Miro hacia mi izquierda. Ahí veo un rostro que reconozco muchas veces en el espejo cuando me reflejo. Excepto que, ese rostro tiene unos ojos claros como los de Afrodita.

—¿Estás bien? —Su voz suena delicada.

Es extraño.

—Sí.

Ella suelta su agarre y yo no me muevo de donde estoy hasta que mamá me diga qué hacer.

—¿Con qué quieres que pague esa duda? —dice la mujer adulta.

—Cielo, solo necesito que le des uno de los mejores vestidos de Laurel a mi hija y que permitas que su recolecta se de en tu hogar.

—Lo último que pides es imposible. —Tal parece que no le agrada la idea a la mujer adulta.

—No, porque tengo algo que ellos quieren.

—No puedo creer que pongas en riesgo la recolecta de Laurel —sentencia la mujer adulta.

—Recuerda que tu hija está viva gracias a mí —declara mamá.

—No tengo opción, ¿verdad? —se resigna la mujer adulta, bajando su mirada al suelo por unos segundos para luego mantener su atención en mi dirección.

—No. —Mamá es tajante.

—Laurel, lleva la chica a tu cuarto y dale el único vestido pulcro que te queda —ordena la mujer adulta.

—Vamos —dice la joven.

—Apresúrate, Andrómeda —ordena mamá un tanto severa.

La joven avanza hacia el frente, yo voy detrás. Ella pasa a lado de la mujer madura y va por una entrada donde —a unos cuantos pasos— hace a un lado una tela rosa que hace la función de puerta e ingresa en lo que parece es su habitación.

—Ahí está el vestido que puedes utilizar. —Señala su cama y voltea en mi dirección quedando en frente, dejándome confundida por lo similar que son sus facciones con las mías—. Estaré detrás de la cortina para que puedas cambiarte. —Sonríe.

Pasa a mí lado y me deja sola en su habitación.

Su espacio tiene muchos colores como si cada uno estallará en mis ojos cada que me enfoco en cada parte de la colorida habitación.

Escucho voces, pero no logro distinguir de quién es porque el sonido de sus tonos está por lo bajo de mi capacidad de escucha.

—Apúrate, Andrómeda. —Me regaño a mí misma al recordar que los del gobierno están cerca.

Me desvisto, empezando por la tela que cubre todo mi cuerpo. Es un alivio casi inmediato al despojarme de la prenda que me quito con algo de dificultad. Siento mi piel sudada que paso la tela por algunas áreas de mi cuerpo para limpiar esa humedad. Dejo a un lado la prenda y me enfoco en retirar cada tela que cubre mis pies, desatando las tiras que las refuerza. Ese es otro alivio que se suma al anterior.

Miro el vestido largo azul de cuello redondo, mangas cortas y un poco amplio desde la cintura para abajo en una especie de tablones. Este está extendido sobre la cama como si hubiese estado esperando y anhelando que sea yo quien lo portara. Me inclino para tomarlo. La tela es suave al tacto. No he tenido está nunca. No sé cómo se le nombra. Me lo coloco por encima de la cabeza al percatarme que no tiene un seguro para que se pueda abrir y colocar desde abajo hacia arriba. No tengo problemas en ponérmelo, porque estira y se amolda a mi cuerpo con facilidad.

—¡Andrómeda, están aquí! —escucho exclamar a mamá, haciéndome voltear y verla entrar frenética a la habitación.

Su mirada me analiza.

Aprieta mis hombros con sus manos.

—Recuerda, Andrómeda... —Exhala— No hables con nadie, responde si es necesario y habla solo con lenguaje básico a partir de este instante.

—Sí, mamá —titubeo.

Ella me abraza.

Y yo lo hago, pero noto algo extraño.

—Mamá, ¿y el bebé? —suelto en voz baja.

Ella retrocede.

—No te preocupes por eso.

Mete su mano en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón y saca mi sobre.

—Ábrelo y mira cuál es tu clave para el debut. —Me lo extiende.

Lo tomo.

Me tiembla algo las manos, pero me obligo a controlarme, porque de esta no hay otra oportunidad. Rompo el sello de la rosa y saco un papel pequeño grueso de color dorado en forma cuadrada.

— Tres, cero, cero, nueve —nombro cada uno de los números que sobresalen del mismo papel en el centro.

—Es el día en que te convertiste en debutante. —Mi mamá llega a una rápida conclusión.

—Puede ser —dudo.

—Vamos... —Me agarra de la mano derecha y se ubica a mi lado—. Te están esperando.

—Mamá, no tengo sandalias adecuadas —menciono, mirando hacia mis pies se sobresalen un poco.

—Tendremos que tomar algo más de esta habitación —comenta mamá.

Y yo alzo mi mirada.

Mamá echa un vistazo a la habitación cuando sus ojos se clavan a su derecha en el suelo.

—Ponte esas —señala, soltando mi mano y yendo hacia su objetivo.

Yo giro a ver.

En una esquina hay unas sandalias sencillas de dos tiras que se ven limpias. Coge el par de sandalias y vine enseguida hacia mí para agacharse y ayudarme a ubicarlas sin perder tiempo.

—Lúcete, hija —dice mamá al levantarse.

Es la primera vez que me dice "hija" directamente a mí y no me llama por mi nombre.

Sonrío.

—Vamos. —Retoma su agarre de mi mano y posición a mi lado.

Ella me guía hacia mi futuro.

—Mamá, cuida de Kai —susurro las últimas palabras hacia mamá.

Cada paso es un latido fuerte que se me escapa y me hace sentir que mi corazón quiere abandonar mi cuerpo. La chica ya no está en la entrada de su habitación. Ni siquiera noté cuándo dejó de estar ahí. En lo que creo que es la sala de la casa está la mujer adulta parada hacia un lado, en el mismo lugar en el que nos recibió, como si se me abriera el camino para ir hacia la puerta. La diferencia está en que ahora está limpiándose con un trapito blanco unas lágrimas que ruedan por su mejilla. Me mira por un segundo luego agacha su vista hacia suelo.

Kai está a su lado.

Me mira y suelta una sonrisa corta que, una vez que desaparece, deja en su rostro un rastro de decaído. Deseo decirle que no estará solo. Deseo decirle que mamá cuidará de él. Deseo decirle que si veo a su hermana le diré que él está bien a pesar del pésimo primer encuentro que tuvimos las dos. Deseo... pero ya no puedo hablar.

Le brindo una sonrisa en lugar de palabras.

Él sonríe está vez ampliamente.

Asiento y miro hacia el frente.

Mamá me suelta y abre la puerta. Ingresan dos personas con capas largas con capucha de color plateada, mantienen su cabeza cabizbaja lo cual no permite apreciar sus rostros. Una de ellas sostiene entre sus manos una tela café. A esas personas las reconozco como las nanas y a la tela que una sostiene la asocio con la capa de la debutante.

—Clave —exige la nana que tiene las manos libres. Su voz se me es difícil reconocer. Es como la de los protectores, pero más hacia algo femenina.

Extiendo el papel en su dirección.

Lo toma y sostiene por segundos.

—Tres, cero, cero, nueve —reafirmo lo que se sobresale en el papel.

—Extiende tu brazo izquierdo —ordena la nana, alzando su mirada.

Su rostro es pálido y sus ojos oscuros como labios rojos sobresalen con tal intensidad.

Extiendo mi brazo. Ello lo agarra desde mi muñeca y voltea, dejando mis palmas hacia arriba. Coloca el papel en el borde de mi muñeca y presiona con su dedo pulgar el cual al instante separa junto con el papel para dejar un rastro de ardor.

Miro fijamente qué me hizo.

En mi muñeca sobresale algo como una luz blanca que forman cada uno de los números de mi clave.

—Listo. —Suelta su agarre—. Procede a colocarle la capa.

La otra nana se acerca sin alzar su mirada. Despliega la tela y me coloca de lo que confirmo es la capa. Me la asegura cerca del cuello.

—Estás bajo nuestro cuidado ahora, debutante —dice la nana.

Ambas se colocan a mis costados y me guían hacia el exterior. La puerta es cerrada detrás de mí. Ahora mi futuro está en frente.

Un protector nos espera a unos pasos. No soy la única en salir. Hay otras chicas que salen de sus casas con sus nanas, pero sí la única con un protector cerca. Los otros protectores esperan en las naves el acercamiento de las nanas con las debutantes.



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