Parte única
Sutiles cambios a mi alrededor me hicieron alerta, perspicaz ante cualquier mínima inconveniencia desde antes de que siquiera haya yo empezado a tomar conciencia del Ser. Los pasteles se fueron transformando en rebanadas, y las rebanadas en migajas, migajas que empezaron a escasear de un momento a otro.
Ojos rodeados de oscuridad cuentan mil de mis historias silenciosas, arrugas que todavía no deberían siquiera arrimarse sobre mi piel mostrando la realidad que nadie quiere ver. Cosas que nadie debería siquiera soñar, experimentar, pero la necesidad lo ha hecho asomar a mi alma. A la de varios de mis cercanos, pero claro, no todos tienen tales percepciones del mundo.
Mi cuerpo, demacrado. Mi mente diverge entre tinieblas que quieren aclarar en mil bromas, en niebla espesa que la gente dispersa con una flaqueante luz, la que en cualquier momento se extinguirá y allí lo podrán “ver” tal y como ellos mismos aclaman.
La realidad, ilusoria; ¿cómo puede ser que algunos comen y ríen hasta explotar, ignorando el esfuerzo que algunos debemos hacer para apenas encontrar microscópicas migajas? Asumen que los alimentos frescos son ley en cada mesa, cuando la hambruna reina en el mundo a nuestro alrededor. Cuando no hay norma respetada por nadie, ni ellos mismos, a quienes tanto admiran en ceguera eterna.
Admiran mi fuerza. Todos dicen que soy fuerte, infranqueable, sorprendentemente audaz para mi edad… a costa de mi propia paz. De mi salud, mi mente y cuerpo flaquean sin parar pero nadie dice nada al respecto, se hacen los ciegos por comodidad.
Porque si no te rompes en la forma que ellos desean ver, no vales la pena en sus ojos.
Me gustaría poder ser débil. Poder llorar y descansar sin temor al mañana, comiendo hasta explotar todo el tiempo al punto de asumir que eso es lo común y no lo anormal en nuestras tierras. Pero claro, les extraña que mi fuerza sea tan marcada tan temprano en mi ser, que se lo toman a chiste como si yo fuese comediante.
Soy un chiste para ellos, de mil maneras distintas de las que no se quiere hablar, de las que te hacen desaparecer en tiempos de antigüedad presente. Desearía poder debilitarme para descansar, aunque eso es imposible. Debo ser fuerte, o ni siquiera seré capaz de agarrar las migajas que sobran de sus festines diarios, si acaso son tan gentiles de dejar comida atrás. Cosa que nunca ocurre ni ocurrirá, pues alguien que no se rompe no es merecedor siquiera de olfatear comida a kilómetros de distancia en sus retorcidas vistas de león.
No la ven.
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