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¿EL ÚLTIMO DÍA?
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         Harwin Strong, un hombre de imponente presencia y una historia marcada por el honor y la lealtad, regresó a la capital después de cumplir con sus deberes en Harrenhal. Su figura alta y robusta se destacaba entre la multitud, mientras avanzaba con determinación por las calles empedradas de la ciudad.

         Daemon tuvo que esconder a su esposa (distraerla y alejarla) para que no se acercara al Machahuesos. Felizmente, Adira estaba tan perdida en sus pensamientos que no se daba cuenta de las intenciones de su esposo.

         Sin embargo, a medida que Harwin se acercaba al corazón de King's Landing, los rumores de su llegada se extendieron como un reguero de pólvora. La gente se detenía en sus quehaceres diarios para observar al regreso de un hombre que había demostrado su valía en el campo de batalla y como líder en tiempos de crisis cuando ocurrió el primer ataque rebelde donde falleció su padre.

         Las campanas de la ciudad sonaron en bienvenida, anunciando el regreso de Harwin Strong, y la gente comenzó a congregarse en las calles para verlo pasar. Como era reglamento al ser el Lord de Harrenhal, tenía que portar con su guardia personal que impedía que la aglomeración de las personas llegara hacia su señor.

         Pero eso no impedía que las miradas llenas de admiración y respeto se posaran en él, un testimonio de la reputación que había forjado a lo largo de los años sobre la prosperidad de Harrenhal.

         Finalmente, Harwin llegó al corazón de la ciudad, al imponente castillo que albergaba el Trono de Hierro. Su presencia allí no pasó desapercibida, y pronto se encontró en medio de un círculo de personas que se habían reunido para saludarlo.

         —Lord Strong—saludó Rhaenyra desde el Trono de Hierro.

         Miembros de la guardia real y otros nobles se acercaron para darle la bienvenida y expresar su gratitud por su servicio. Sus camaradas de armas y amigos de la ciudad también se unieron al recibimiento, estrechando su mano y compartiendo palabras de alegría y camaradería.

         —¿A qué se debe su visita en la capital?—había preguntado la Reina, él respondiendo sobre un tema de comercio que ayudaría a los siete reinos en el tema de comercialización. Luego de eso, pasó al consejo para poder hablarlo con más tranquilidad y en privacidad.

         Pero en ese momento, Harwin se encontraba buscando a la dama que había añorado desde que se fue de la capital para cumplir con su rol. Aunque también había venido a King's Landing para disculparse por la traición de su hermano hacia la corona, reafirmando que Harrenhal no compartía los mismos intereses que el difunto Larys Strong.

         Pero quiso dejar eso de lado mientras su búsqueda seguía y caminaba con paso firme por los tranquilos senderos del jardín de la reina, un oasis de belleza y serenidad en medio del bullicioso King's Landing.

         El susurro suave del viento entre las hojas y el aroma de las flores en plena floración lo envolvían, creando una sensación de calma casi de inmediato. Era un contraste bienvenido después de los campos de batalla y las responsabilidades en Harrenhal.

         A medida que avanzaba por el jardín, sus pensamientos vagaban hacia su regreso a la capital y las noticias que habían llegado a sus oídos sobre los eventos que habían tenido lugar en su ausencia. Los cambios y desafíos que el reino había enfrentado eran evidentes, y la ciudad parecía haber seguido adelante con su vida a pesar de todo.

         Entonces, su mirada se posó en una figura solitaria entre las flores, una mujer cuya presencia era tan etérea como las propias flores que contemplaba. Era la diosa, la dama que había estado buscando, la esposa de Daemon y madre de sus hijos. Sin embargo, al observarla en ese momento, notó un cambio en ella, un sutil rastro de los estragos del tiempo.

         Adira estaba allí, inmersa en sus pensamientos mientras observaba las flores con una expresión melancólica en su rostro. Harwin se acercó con cautela, respetando su espacio y su privacidad.

         A medida que se acercaba, notó las líneas suaves que habían aparecido en su rostro, testimonio silencioso de los años que habían pasado desde su última conversación que habían tenido antes de que él marchara a Harrenhal.

         —Diosa Madre—pronunció su nombre en voz baja, dejando que el viento llevara sus palabras hacia ella.

         Ella se giró hacia él, sus ojos encontrándose en un instante de reconocimiento. Aunque el tiempo había dejado su marca en ambos, el pequeño vínculo que habían compartido entre pequeñas conversaciones seguía siendo un lazo que se encontraba presente.

         —Lord Harwin—respondió ella con un tono cálido, pero había una tristeza en su mirada que no había estado allí antes. Parecía como si las sombras del pasado y las cargas del presente se reflejaran en sus ojos.

         Y aquello no le gusto.

         —La veo y me doy cuenta de cuánto ha cambiado todo—admitió Harwin con sinceridad, su voz cargada de nostalgia—. El tiempo no se detiene para ninguno de nosotros, ¿verdad?

         —No lo hace—Adira asintió suavemente, su mirada perdida en el horizonte—. Los años nos cambian a todos, de maneras que nunca podríamos prever. Las cicatrices que no se ven en la piel son algunas de las más profundas.

         Harwin se acercó un poco más, permitiendo que sus palabras fluyeran con sinceridad.

         —He oído hablar de los desafíos que ha enfrentado usted y toda la capital, los momentos difíciles que ha tenido que superar. Siempre ha sido una fuerza en este reino, mi diosa, y aunque las marcas del tiempo puedan ser visibles en tu rostro, tu espíritu sigue siendo tan fuerte como siempre.

         Adira lo miró con gratitud, un destello de reconocimiento en sus ojos. Aunque el hecho de que la llamara vieja de forma pasiva se había filtrado en su boca de forma agridulce.

         —Es reconfortante escuchar esas palabras—pero se limitó a sonreír—, Harwin. En tiempos de cambio y confusión, es importante tener recordatorios de nuestra propia fortaleza.

         —Siempre ha tenido esa fortaleza en usted—Harwin sonrió con suavidad—, Adira... No importa cuántos años pasen, eso nunca cambiará.

         Ambos se quedaron en silencio mientras el viento susurraba entre las flores y el sol arrojaba una luz cálida sobre el jardín, compartiendo un momento de aquella conexión silenciosa. Sin saber que Daemon, con su figura imponente y su mirada penetrante, los observaba desde cierta distancia.

         Un sentimiento de incomodidad y celos burbujeó en el interior de Daemon, como una sensación que había estado creciendo en los rincones más oscuros de su mente desde que había atrapado al Strong mirando de forma embelesada a su mujer.

         Con paso decidido, Daemon se acercó a ellos, su presencia anunciada por el suave crujido de las hojas bajo sus botas. Adira levantó la vista al notar su llegada, y una sonrisa cálida iluminó su rostro, aunque no pasó desapercibido el destello de preocupación en sus ojos.

         —Esposo—lo saludó con amabilidad, su tono lleno de afecto—. Lord Strong y yo estábamos teniendo una conversación.

         Daemon asintió, su expresión un tanto sombría mientras dejaba que sus ojos se encontraran con los de Harwin antes de volver su atención a su Adira.

         —Entiendo, vida mía. No quisiera interrumpir una conversación tan interesante—la ironía estaba impregnada en sus palabras, y el tono pasivo-agresivo no pasó desapercibido. Adira bajó la mirada, captando el matiz en las palabras de su esposo. Harwin, por su parte, mantuvo su compostura, aunque un destello de comprensión pasó por sus ojos.

         —No era mi intención causar ningún problema—dijo Harwin con calma, dirigiéndose a Daemon. Lo último que deseaba era meter en problemas a la diosa—. Simplemente estaba compartiendo algunas reflexiones con la Madre Celestial.

         Daemon asintió, aunque su mandíbula estaba tensa, su actitud dejaba claro que su incomodidad estaba lejos de disiparse.

         —Por supuesto, Harwin—evadió el título del hombre a propósito—. No hay necesidad de preocuparse. Mi esposa y yo siempre tenemos mucho de qué hablar.

         Adira captó el tono de su esposo y sintió el peso de la tensión en el aire.

         —Bien, parece que tengo mucha suerte de tener a dos hombres tan interesantes que desean conversar conmigo—intentó suavizar la situación con un intento de humor.

         La sonrisa de Adira intentaba aligerar el ambiente, pero no lograba ocultar por completo la tensión latente. Daemon, sin embargo, solo respondió con una inclinación de cabeza y un ligero asentimiento.

         —Por supuesto, cariño—dijo en tono distante—. Estoy seguro de que Harwin tiene muchas historias fascinantes para compartir contigo.

         Harwin asintió, leyendo entre líneas la actitud de Daemon. Quiso sonreír, pero no lo hizo por respeto a la dama que se encontraba a su lado. El Strong sabía que la diosa que habitaba su mundo merecía algo mucho mejor que el príncipe canalla.

         —Por supuesto, mi señora. Siempre es un placer conversar contigo.

         El momento continuó, impregnado de una atmósfera incómoda. Las palabras no dichas flotaban en el aire, y Adira se sintió atrapada en el medio de esa tensión. Era evidente que los celos y la inseguridad habían teñido el encuentro.

         —Si me disculpan—finalmente, Daemon rompió el silencio—, tengo asuntos que atender. Cariño, si necesitas hablar, sabes dónde encontrarme.

         Con esas palabras, Daemon se alejó con paso firme, dejando atrás a Adira y Harwin. El jardín parecía haber perdido su encanto, y Adira quedó sumida en sus pensamientos mientras observaba la figura de su esposo alejándose.

         Harwin se mantuvo en silencio por un momento antes de dirigir su mirada a Adira.

         —Espero que todo esté bien, mi señora.

         —Lord Harwin—Adira suspiró, sintiendo el peso de la situación—, todo es tan complicado. Los años han traído cambios que ni siquiera podríamos haber imaginado.

         Mientras el sol se ponía en el horizonte, el jardín parecía estar lleno de emociones encontradas y palabras no dichas. La relación entre Adira, Daemon y Harwin se había vuelto más complicada de lo que jamás habrían anticipado, y el camino hacia la comprensión y la resolución parecía más esquivo que nunca.

         Adira sintió cómo un dolor punzante se instalaba en su cabeza, como si mil agujas se clavaran en su mente. Parpadeó con sorpresa, llevando una mano a su sien en un intento de aliviar la incomodidad. Pronto, el dolor se intensificó y se volvió casi insoportable. Sabía que no podía ignorarlo.

         —Daemon—susurró, dirigiendo su mirada hacia su esposo que estaba a su lado en ese momento—. Algo no está bien. Siento un dolor de cabeza muy fuerte...

         Daemon la miró con preocupación, notando el rastro de incomodidad en su rostro. Sin importarle que hace unos segundos se encontraba ignorándola por culpa de sus celos. Sin perder tiempo, asintió con determinación y se puso en movimiento.

         —Voy a llamar a los maestres de inmediato—declaró, su voz llena de inquietud. Se acercó a la puerta y pidió a un criado que fuera en busca de los maestres de la Fortaleza.

         Pocos minutos después, los maestres llegaron apresurados, llevando consigo sus pergaminos y frascos de remedios. Se acercaron a Adira con profesionalismo, transmitiendo preocupación en sus ojos mientras la examinaban detenidamente.

          —¿Cómo se siente, Madre Celestial?—preguntó uno de los maestres, inclinándose hacia ella para evaluar su estado.

         Adira se esforzó por hablar, pero el dolor en su cabeza estaba haciendo que sus palabras fueran un susurro entrecortado.

         —Es un dolor... agudo. No puedo soportarlo.

         Los maestres intercambiaron miradas y comenzaron a hacerle preguntas sobre sus síntomas y su estado general de salud. Mientras Adira respondía con dificultad, uno de los maestres preparó un remedio medicinal, mezclando hierbas y líquidos en un pequeño frasco.

         —Este remedio debería ayudar a aliviar el dolor, Madre Celestial—dijo el maestre mientras le ofrecía el frasco—. Esperamos que le brinde algún alivio.

         La pelirroja tomó el frasco temblorosamente, confiando en la experiencia de los maestres. Bebió el contenido en pequeños sorbos, sintiendo un sabor amargo y extraño en su boca. Poco a poco, el dolor comenzó a ceder, permitiéndole relajar sus músculos tensos.

         —Gracias—murmuró, su voz más tranquila ahora que el dolor se atenuaba—. Es un alivio.

         Los maestres asintieron con cortesía, observando su reacción al remedio.

         —Descanse, Madre Celestial. Si el dolor persiste o empeora, no dude en llamarnos de nuevo.

         Adira asintió, sintiendo cómo la fatiga se apoderaba de ella. Daemon permaneció a su lado, una mano reconfortante en su hombro. A medida que cerraba los ojos y se permitía descansar, se dio cuenta de cuánto valoraba la presencia y el apoyo de su esposo en momentos como ese.

         Daemon no la dejaría caer sola, por eso canceló su rutina en la capital para contrarrestar el crimen. Se quedaría todo el día con su esposa para velar por su salud.

         —No tienes que hacerlo, cariño—le había dicho la pelirroja al Targaryen, pero el besó sus labios y murmuró que era necesario.

         Es por eso que Adira caminaba junto a Daemon en un intento de distraerse de las preocupaciones que la aquejaban. Las voces, el estrés, la ansiedad, el dolor; todo eso quería dejarlo atrás.

         El sol brillaba sobre el jardín, las flores danzaban con la brisa y por un momento, la normalidad parecía regresar a su vida. Sin embargo, el alivio fue efímero, ya que en cuestión de segundos, un dolor abrumador apretó su cabeza con una fuerza implacable.

         —¿Vida mía?—la voz de Daemon se sentía lejana.

         ¿Qué sucede? ¡Duele!

         Sus pasos se volvieron inestables mientras llevaba una mano temblorosa a su sien, tratando de frenar el dolor que la atacaba. Pero esta vez, no era un dolor pasajero, sino una agonía que parecía rasgar su mente. Un grito de angustia escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo, rasgando el aire tranquilo del jardín.

         Daemon sin dudarlo la sostuvo firmemente, tratando de ofrecerle apoyo mientras el dolor la dominaba por completo. Adira se aferró a él, sintiendo cómo el mundo daba vueltas a su alrededor, como si estuviera atrapada en una pesadilla que no podía escapar.

         —¡Traigan a los maestres!—a las justas podía oírle.

         El dolor se intensificó con una ferocidad implacable, convirtiéndose en una marea avasalladora que la arrastraba. Sus piernas cedieron bajo el peso de la agonía, y se desplomó en los brazos de Daemon, su cuerpo temblando con la intensidad de la experiencia. La oscuridad se cerró a su alrededor, y su conciencia se desvaneció, dejándola en un abismo de incertidumbre y dolor.

         —¡Adira!—gritó Daemon para que abriera los ojos, pero ella no lo hizo—¡Adira! ¡Traigan a los malditos maestres! ¡YA!—gritó por ayuda, llamando a los maestres para que acudieran en su auxilio.

         La tranquilidad del jardín se rompió por completo, llenándose con la urgencia de la situación.

         —No te puedo perder a ti también—había pronunciado en un hilo de voz—. No a ti.

         Pronto, los maestres llegaron apresurados, arrodillándose junto a la diosa para examinarla con atención. Sus manos hábiles tomaron su pulso, verificaron su respiración y comenzaron a administrar tratamientos para estabilizar su condición. La preocupación en los ojos de Daemon era palpable, su mente llena de ansiedad mientras observaba a los maestres trabajar.

         —¿Y?—cuestionó el príncipe cuando un maestres se acercó a él.

         —Parece ser un simple desmayo, pero el dolor que presentó antes no era normal. No sabemos cuando vaya a despertar la diosa.

         —¿De qué mierda está hablando?— preguntando de forma amenazante, cogiendo al hombre de su camiseta para alzarlo un poco.

         —¡Los dioses murmuraban en sus oídos, mi príncipe!—exclamó el hombre de inmediato—¡Tal vez esto sea obra de los dioses!

         Daemon negó, antes de botar al hombre fuera de su alcance.

         —¡Traigan a mi esposa de regreso!—gritó hacia el grupo de maestres—¡Es una orden!

         Ningún dios le iba a quitar a otra esposa más.

┎─────«❀»─────┒
¡Annyeonghaseyo!
❝안녕하세요❞
┖─────«❀»─────┚

Se nos fue Adira... 😔✊️

Este es el penúltimo capítulo muchach@s

Así que voy agradeciendo desde aquí a todos ustedes por darse el tiempito de leer las cosas alocadas que escribo ♡

Gracias, en serio ✨️

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● Kriss-sama

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