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JUSTICIA
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Maratón 1/2

         Después del violento enfrentamiento en los jardines de la Reina, los caballeros de la Guardia Real tomaron medidas rápidas para asegurarse de que Gwayne Hightower fuera llevado bajo custodia. Con determinación y eficiencia, rodearon al hombre aturdido y lo escoltaron hacia las profundidades de las mazmorras de la Fortaleza Roja.

         Gwayne, aún aturdido por el golpe que había recibido de Daemon, fue conducido por los corredores oscuros y húmedos, su expresión era una mezcla de dolor físico y humillación. Sus manos fueron esposadas y su camino estuvo marcado por las miradas sombrías de los guardias que lo acompañaban, cada uno consciente de la gravedad de la situación. Hablando entre ellos en voz alta insultos hacia su persona.

         La sombra de los pasillos se cerraba sobre ellos mientras descendían a lo profundo de la fortaleza, hasta llegar a las celdas donde Gwayne sería encerrado. Las antorchas parpadeantes arrojaban destellos siniestros sobre las paredes de piedra, creando una atmósfera lúgubre y opresiva.

         Y entonces vio a los hombres que estaban encerrados tras las rejas por cada celda que pasaban. Fue ahí donde se dio cuenta de que estaba acabado, pues los hombres se acercaban a las rejas pidiendo ayuda. Y no eran hombres cualesquiera. Eran sus hombres, los leales a él.

         Sir Larys Strong, Criston Cole, Lord Jasper Wylde... y muchos más hombres.

         Estaba jodido.

         Finalmente, llegaron a una celda de piedra fría y húmeda, con barrotes oxidados que separaban al prisionero del resto del mundo. Gwayne fue empujado hacia adentro, el sonido metálico de las esposas resonando en el aire mientras sus manos quedaban libres. Los guardias se retiraron, dejando a Gwayne solo en la oscuridad de su confinamiento.

         Mientras la puerta se cerraba con un chirrido ominoso, Gwayne se encontró sumido en pensamientos tumultuosos. Había pasado de coquetear con Adira en los jardines a ser llevado a las mazmorras en cuestión de minutos. Las implicaciones de sus acciones y secretos parecían cerrarse sobre él en la penumbra de su celda.

         ¿En qué había fallado? Había ocultado muy bien sus huellas para llegar hasta ahí. ¿Quién fue la lengua suelta que se le ocurrió arruinar sus planes?

         Mientras tanto, en lo profundo de la fortaleza, el reino de los secretos y las conspiraciones parecía latir con una intensidad ominosa nuevamente, engaño tras engaño, golpe tras golpe, la corona parecía volverse más fuerte. Gwayne Hightower había sido llevado a un lugar donde debería enfrentar las consecuencias de sus actos, y el destino de su futuro estaba en juego mientras esperaba en la oscuridad de su celda, rodeado de sombras y con el eco de sus elecciones resonando en su mente.

         Alicent se había encargado de ponerlo ahí. La hermana que tanto había humillado lo había encerrado como un perro a punto de ser enviado al matadero. Una mujer había acabado con todo su imperio en tal solo unas semanas.

         El dolor y la angustia se reflejaban en los ojos de Adira mientras se encontraba en una sala privada de la Fortaleza Roja, rodeada por las paredes que parecían contener el peso de sus emociones. Adira sabía que debía enfrentar la verdad, por más desgarradora que fuera, sobre la muerte de Laena, su primera y única esposa.

         —Alicent, necesito saber la verdad, por dolorosa que sea—murmuró Adira, su voz temblando ligeramente mientras buscaba fortaleza en medio de su vulnerabilidad.

         Alicent asintió con comprensión, sus ojos reflejando empatía por el tormento de la diosa.

        —Entiendo, Madre—habló con suavidad, como si aquel gesto fuera a restar el dolor que palpitaba en el corazón de la pelirroja—. Laena merece que se conozcan los detalles de su partida.

         Respirando hondo, Alicent comenzó a relatar los descubrimientos que había hecho en su investigación sobre Gwayne, el hermano que tanto había odiado a pesar de que era menor que ella. Detalló cómo había rastreado la insidiosa trayectoria de un veneno mortal que había estado minando la salud de Laena desde Oldtown hasta King's Landing.

         —Gwayne estaba involucrado en un complot para envenenar a Laena, Madre—continuó Alicent con voz suave, aunque cargada de firmeza—. Uno de los sirvientes en Oldtown preparaba un tónico que contenía un veneno letal, y este veneno era transportado a King's Landing, donde otro sirviente lo administraba a Laena de manera gradual.

         —¿Cómo se lo administraba?

         —Mediante las comidas.

         —Cuando ella estaba embarazada...

         —También lo hacían. Ponían el veneno.

         Adira apretó los puños, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con escapar. Cada palabra que la castaña pronunciaba era como un cuchillo que se clavaba en su corazón, pero sabía que necesitaba enfrentar la realidad de lo que había ocurrido. Lo necesitaba.

         —¿Cómo... cómo pudo Gwayne hacer algo tan atroz?—susurró Adira, su voz quebrada por la incredulidad y el dolor.

         Alicent bajó la mirada por un momento, su expresión llena de pesar. Odiaba ver a la mujer que la terminó de criar de aquella manera.

         —No lo sé, Madre. Las motivaciones de Gwayne siempre ha sido oscuras y retorcidas, no importaba la edad que tuviera. Pero lo que importa ahora es que debemos asegurarnos de que se haga justicia.

         Adira asintió con un gesto sombrío, sus emociones eran como un torbellino mientras procesaba la revelación. Laena, una mujer a la cual había amado con todo su corazón, que nunca le había faltado el respeto, había sido víctima de un acto tan cruel. Le habían arrebatado tanto a Laena. Envejecer con Daemon y Adira, ver crecer a sus hijos, ser llamada mamá por las gemelas, ver la coronación de Rhaenyra. Le habían arrebatado todo.

         Y entonces el rostro de la diosa dejó de ser suave y sus facciones se endurecieron. La ira se mezclaba con el dolor, y la determinación comenzaba a brillar en los ojos de Adira.

         —Debemos asegurarnos de que Gwayne rinda cuentas por sus acciones—afirmó Adira con firmeza—. Mi esposa merece justicia, y no descansaré hasta que se haga justicia en su nombre.

         Alicent asintió hecha un manojo de nervios.

         —Me siento en la responsabilidad de pedir disculpas por-

         —No, Alicent—le cortó Adira, poniendo sus salvajes ojos sobre ella—. No pidas disculpas por ellos. Tú no eres como ellos.

         La castaña bajó la mirada mientras tragaba con dificultad.

         —Hoy día en la corte pediré que revoquen mi apellido—alzó la mirada para encontrar los rojizos ojos de la diosa sobre ella que la miraban con curiosidad—. Me gustaría pedir su... su apellido.

         Una sonrisa se desplegó en el rostro de la pelirroja. Un calorcito se le instaló en el pecho mientras su mirada se relajaba. Adira siempre había considerado a Alicent como su niña.

         —Claro que si—no lo dudó. Así también acallaría las habladurías de las personas sobre la desconfianza que había en Alicent desde que su padre fue culpado de traición—. El apellido Hightower no era para ti.

         —¿En serio?—las lágrimas se le acumularon a la castaña.

         —Eres y siempre serás Alicent Solari.

          Se lo pedirían a Rhaenyra. Pero antes de eso debía de hablar con Rhaenys, que no la había visto desde que recibió la noticia. Realmente no imaginaba el dolor que estaría sufriendo la mujer tras enterarse que su hija no se fue de este mundo por causas naturales.

         El gran salón del trono de la Fortaleza Roja estaba lleno de un murmullo inquieto mientras la noticia se difundía rápidamente de que Gwayne Hightower sería llevado a juicio por sus crímenes. La tensión en el aire era palpable mientras nobles, cortesanos y ciudadanos se congregaban para presenciar el evento que podría alterar el curso del reino.

         En el centro de la sala, un estrado había sido erigido para servir como el lugar de juicio. Sentados en él se encontraban la Reina Rhaenyra Targaryen y a su costado el Rey Laenor y otros miembros prominentes de la corte, listos para escuchar las acusaciones y las pruebas presentadas.

         Gwayne fue conducido al salón, escoltado por guardias con expresiones imperturbables. Su rostro reflejaba una mezcla de nerviosismo y desafío mientras sus ojos recorrían la multitud que lo observaba. Se detuvo ante el estrado, su cabeza en alto pero su postura indicando que se daba cuenta de la gravedad de la situación.

         Alicent avanzó con determinación hacia el estrado, sosteniendo en sus manos un pergamino que contenía las pruebas que había reunido durante su investigación. La sala cayó en un silencio expectante mientras los presentes esperaban escuchar las acusaciones.

         Mientras tanto, la familia Velaryon como Targaryen se encontraba en primera fila para ver el juicio junto al grupo de testigos que verían que la ley se cumplió.

         Alicent alzó la voz, dirigiéndose a la asamblea con claridad y autoridad.

         —Hoy, ante esta corte, presento pruebas contundentes que demuestran la culpabilidad de Gwayne Hightower en el envenenamiento y asesinato de Laena Velaryon, la primera esposa de la Diosa Madre y el príncipe Daemon Targaryen.

         Las palabras de Alicent resonaron en la sala, captando la atención de todos los presentes. Luego, comenzó a presentar las pruebas una por una: documentos que demostraban la cadena de eventos que había llevado al envenenamiento de Laena, testimonios de testigos que habían presenciado las acciones de Gwayne y evidencia física que vinculaba al acusado con el crimen.

         Los rostros en la sala reflejaban una mezcla de sorpresa, horror e indignación a medida que las pruebas se presentaban de manera incuestionable. Las miradas se posaron en Gwayne, quien parecía cada vez más incómodo bajo el peso de las acusaciones y las pruebas en su contra.

         Daemon escuchaba en silencio, su expresión una máscara de intensidad mientras absorbía cada detalle de las pruebas presentadas. Adira se mantenía cerca de él, su rostro reflejando una mezcla de dolor y determinación mientras asimilaba la verdad sobre la muerte de Laena.

         Después de que todas las pruebas fueron presentadas, Alicent concluyó su declaración.

         —Laena Velaryon merece justicia, y Gwayne Hightower debe rendir cuentas por sus acciones. Pido que este juicio se lleve a cabo de manera justa y que se haga justicia en nombre de la víctima.

         El juicio había comenzado, y la sala estaba llena de una expectación intensa mientras la verdad sobre los crímenes de Gwayne Hightower salía a la luz. Los destinos de todos los involucrados estaban en juego, y el reino esperaba ansiosamente el veredicto que determinaría el curso de la justicia.

         Mientras tanto Adira y Daemon afirmaron con la cabeza con un leve movimiento hacia la parea al lado suyo. Lo habían hablado en privado antes de que se llevara el juicio, y habían llegado al acuerdo de que ellos no serían el dragón que se tragaría al Hightower.

         Rhaenys y Corlys dieron un paso al frente para tomar la palabra. Su presencia imponía una mezcla de autoridad y solemnidad, dado que estaban allí para enfrentar una tragedia personal de proporciones inimaginables: el asesinato de su hija, Laena. Los ojos de los presentes se centraron en la pareja real, reconociendo la profundidad del dolor que debían estar sintiendo.

         Rhaenys avanzó con la elegancia y dignidad que la caracterizaban, su mirada fija en el hombre verde. Sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza, ira y determinación mientras enfrentaba al hombre que había causado la muerte de su amada y única hija.

         Corlys estaba a su lado, su expresión igualmente grave. Como Señor de los Mares y cabeza de la Casa Velaryon, su postura transmitía una autoridad que resonaba en la sala. Había perdido a su hija, y su presencia allí era un testimonio del profundo dolor que sentían.

         Los presentes se acomodaron, reconociendo la importancia del momento. Rhaenys tomó la palabra con voz firme, pero cargada de emoción.

         —Estamos aquí ante esta corte para enfrentar un acto de traición y crueldad inimaginable. Gwayne Hightower, has arrebatado la vida de nuestra querida hija Laena, una joven cuyo futuro fue truncado por tu egoísmo y maldad.

         La voz de Rhaenys tembló ligeramente mientras hablaba, pero su determinación era inquebrantable. Corlys asintió con aprobación, sus ojos fijos en Gwayne con una mezcla de tristeza y rencor.

         El hombre verde, por su parte, permanecía en silencio, enfrentando las miradas acusatorias de aquellos a quienes había herido. Su expresión había perdido gran parte de su arrogancia anterior, reemplazada por un rastro de remordimiento y temor.

         Rhaenys continuó, su voz resonando en la sala mientras hablaba del legado y la memoria de Laena.

         —Nuestra hija merecía una vida llena de amor y felicidad, una vida que le arrebataste de manera vil. No descansaremos hasta que se haga justicia en su nombre.

         La sala estaba sumida en un respetuoso silencio mientras Rhaenys y Corlys dejaban en claro su posición. Su demanda de justicia era clara y no dejaba espacio para la negociación.

         —Con las pruebas ya mostradas—tomó la palabra Corlys—, pedimos que el asesino sea transferido a Driftmark donde será condenado adecuadamente.

         Gwayne forcejeó en su lugar, sabiendo lo que significaba aquello. Lo mantendrían con vida, jugarían con él hasta que se hartaran y decidieran matarlo.

         —Doy permiso a que el asesino sea trasladado a sus tierras, Lord Velaryon—lo permitió Rhaenyra.

         Noches después la familia real viajó para jugar con el juguete de los Velaryon. Laenor gustoso de tomar al muñeco como saco de peleas.

         —Un final feliz—había dicho el Rey Regente cuando dejó el cuerpoinconsciente del hombre verde en el patio de entrenamientos.

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¡Annyeonghaseyo!
❝안녕하세요❞
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En fin... cómo amo los finales felices

Mañana subiré el próximo capítulo

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Este capítulo está dedicado a effystiny

Gracias por comentar y votar en mi historia, hermosa 💖

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