023

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MI NIÑO
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         Los dragones zumbaban los cielos mientras el humo se disipaba. La batalla parecía ganada. El fuego y las cenizas envolvían el lugar volviéndolo todo un caos. Un caos que para Daemon era glorioso y hermoso.

         Vio a lo lejos como Sheepstealer escupía fuego hacia sus enemigos. Era raro ver aquel dragón feo y pensar en Adira. La belleza de la diosa hacia difícil enlazar su imagen con aquel aspecto grotesco del dragón.

         El rugido de Sheepstealer hizo que la mirada de Daemon volviera hacia él y dejara de pensar en la belleza de su mujer.

          El Targaryen le preocupó el naranja que iluminaba los ojos de la gran bestia. El rugido lastimero que soltó el animal solo hizo que Daemon se preocupara aún más.

         Adira...

         No dudó en seguir a Sheepstealer hacia King's Landing. Importándole poco en ese mismo momento dejar la guerra casi ganada y la posible celebración si llegaban a derrotar a toda la Triarquia.

         Les tomó alrededor de seis horas llegar a King's Landing. Sheepstealer aterrizó en una de las torres del palacio, destruyendo parte de aquella construcción. Pero pareciera que al gran dragón poco le importaba, porque no dejaba de rugir hacia el área donde la familia de Daemon descansaba.

         Daemon vio sobre Caraxes como Sheepstealer nuevamente extendía sus alas para aterrizar en el jardín de la Reina. Quiso también aterrizar ahí, pero tener a dos grandes dragones en aquel reducido lugar no era recomendable. Así que gruñendo tuvo que descender casi a las afueras de la Fortaleza.

         Cuando desmontó a Caraxes ya había un grupo de guardias esperándolo. La mitad escoltó al dragón a la Fosa y la otra parte acompañó a Daemon hacia el interior del palacio.

         —¡Qué es lo que sucedió!—cuestionó en un grito mientras sus piernas no dejaban de caminar con rapidez.

         —Ha habido un intento de envenenamiento hacia la Diosa Madre—comunicó uno de los caballeros, haciendo que el corazón de Daemon se saltara un latido para después correr en palpitaciones.

         —Ella...—susurró agarrando la capa blanca del guardia con furia.

         —Mi príncipe, ella está bien—se apresuró a decir al caballero ante el temor que el Targaryen le arrancara la cabeza con la Darksister—. Pero fue su segundo hijo quien resultó envenenado.

         La noticia de que alguien había intentado envenenar a Adira envolvió a Daemon en un torbellino de emociones: furia, miedo y desesperación se mezclaron dentro de él. Pero la revelación de que Kian, su segundo hijo, había sido quien resultó afectado por el veneno lo sumió en una profunda angustia.

         Soltó a aquel guardia antes de empezar a correr por los pasillos para llegar al jardín de la Reina. Si lo que decían los caballeros era verdad, Adira debería de estar devastada y se echaría la culpa por ello.

         Cuando llegó al jardín, se dio cuenta de los gemelos Cargyll se encontraba a la entrada de aquel extenso huerto. Se acercó hacia ellos con rapidez para saber dónde se encontraba su mujer.

         —Sheepstealer la tiene protegida.

         El dragón estaba envuelto entre sí, protegiendo con recelo la parte de su pecho. Los ojos de la bestia brillaban de rabia y dolor. Daemon intentó acercarse, pero Sheepstealer le gruñó en advertencia.

         —Solo quiero saber cómo está ella.

         Sheepstealer extendió sus alas para revelar a una mujer de cabellos rojos llorando sobre su gigantesco y rocoso pecho. Daemon se acercó, ignoran los rugidos del dragón de su esposa. Y es que le importaba un comino ser rostizado antes que consolar a su esposa. Se aproximó y se acuclilló para tomar el rostro acongojado de Adira.

         —Daemon... él-él...

         —Shh—la arrulló entre sus brazos, acariciando los largos cabellos rojizos que caían como una cascada.

         —El maestre dice que es casi imposible que sobreviva—soltó Adira entre sollozos que se perdían entre el arco de cuello de su esposo—. Si él muere...

         —Quemaremos a todo aquel que participó en esto. No saldrán ilesos del daño que hicieron a nuestro hijo, Adira.

         Los ojos avellana de la mujer pasaron del dolor a una furia completa en cuestión de segundos que convirtió sus dulces ojos en unos llenos de sed de sangre. Su acaramelado color fue cambiado por el tono de las llamas exigiendo venganza.

         —Con fuego y sangre—recitó las palabras, obligando a que Daemon conteste de igual modo.

         —Con fuego y sangre.

         En el corazón de toda madre late un amor inquebrantable por sus hijos. Es una fuerza poderosa y desgarradora que puede hacer que una madre se convierta en una fuerza imparable cuando siente que su hijo está siendo amenazado o dañado.

         Cuando un peligro acecha, el instinto maternal se dispara y se despierta una determinación feroz para proteger a su hijo a toda costa. La madre se convierte en una leona, dispuesta a enfrentarse a cualquier amenaza, sin importar el tamaño o la naturaleza de esta.

         En situaciones en las que el hijo es víctima de algún daño emocional o físico, la madre puede experimentar una combinación de ira, tristeza y miedo. La ira surge del deseo de buscar justicia y responsabilizar a quienes hayan causado el dolor a su hijo. La tristeza proviene de la empatía profunda que siente hacia su pequeño, compartiendo su dolor y angustia. Y el miedo se entrelaza con una sensación de vulnerabilidad ante la idea de que algo pueda dañar irreparablemente al ser más querido de su vida.

         —Le fallé, Daemon—susurra entre la gélida noche. Tanto marido y mujer se encontraban en la habitación donde reposaba su hijo con todo tipo de medicamentos a su alrededor—. Le fallé a Lidia...

         Las lágrimas brotaron nuevamente de sus ojos al mismo tiempo que la imagen de aquella castaña aparecía en su memoria. Lidia. La mamá de Kian. Le había prometido que iba a cuidar de su niño. Y ella había fallado. Era ella la que debía de estar en esa cama y luchar entre la vida y la muerte, y no su dulce niño, quien pasaba más metido entre libros que entrenando con la espada.

         —Está situación estaba lejos de tus limites, cariño—Daemon se dirige a ella, arrodillándose frente al sillón para que lo viera a los ojos—. Tú no fallaste.

         El peliblanco acaricia las rodillas de Adira con dulzura, para luego alargar sus manos y atrapar la de su esposa y darle un fuerte apretón.

         —Atraparemos a los desgraciados que hicieron esto, Adira. Pagaran por haber intentado dañarte y por dañar a nuestro hijo.

         No le importaba el hecho de que intentaran asesinarla dentro del palacio. Le importaba y le dolía más como los quejidos salían de la boca de Kian aun si es que se encontraba inconsciente y bajo los efectos de la leche de amapola. Porque el amor de una madre por su hijo puede ser tanto su mayor fortaleza como su mayor vulnerabilidad.

         Pero ese mismo amor desbordante estaba nublando su juicio y empujándola a actuar de manera impulsiva o imprudente, con el objetivo de buscar venganza por su hijo sin tener en cuenta las consecuencias.

         —¡Quiero a toda la servidumbre encargada de la cocina en las mazmorras!

         Y aunque esa intensidad puede ser abrumadora, es una muestra poderosa del vínculo que existe entre una madre y su hijo. La conexión entre ambos es inquebrantable, y la madre siempre estará dispuesta a sacrificarlo todo por el bienestar y la seguridad de su descendencia.

         —Por favor. Por favor—rezaba en las noches a todos los dioses por haber—. Toma todo de mí, si te apetece. Pero salva a mi niño... Por favor...

         Las lágrimas calientes seguían cayendo, especialmente cuando vio como Rhaena y Baela trepaban la gigantesca cama para descansar al lado de Kian, y como Lucian tomaba asiento en el sillón que se hallaba al lado de la cama para vigilar el sueño de su hermano con una daga en su regazo.

         Alicent fue un gran apoyo para ella. Ayudándola junto a Viserys. Y ni hablar de Aegon y los otros. Buscaban distraerla de su dolor con sus relatos o las experiencias que habían pasado mientras entrenaban.

         Hasta que encontraron al culpable.

         Y la ira volvió a engullir como un volcán a punto de erupcionar.

         Cogió las comisuras de su vestido y no dudo en correr hacia el sótano donde se encontraban las celdas. No le importó la oscuridad o el temor de caerse y lastimarse. Solo quería saber quién era. Darle un rostro al culpable. Tomar su daga y degollar el maldito cuello del responsable del estado de Kian.

        Llegó a la celda, donde las llamas de los faroles alumbraban las paredes de piedra. Había alrededor de cinco guardias y Daemon se encontraba dentro de la celda, golpeando al que parecía ser el culpable.

         —Adira—murmuró Daemon cuando se fijó que ella se encontraba allí—. No tienes que estar aquí.

         —Quiero verlo—soltó con firmeza, pidiendo con los ojos a su esposo que quitara su cuerpo a un lado para ver al responsable del envenenamiento.

         Un jadeo salió de sus labios cuando Daemon se apartó. Ahí estaba él. Con el labio y la nariz sangrando, y muy posiblemente también del ojo. Estaba casi más al lado de la muerte que de la vida.

         La ira golpeó su ser. La carcomió toda, haciéndola temblar con pura furia. Y entonces soltó el nombre del culpable con una amargura que dejó helados a todos.

         —Diego...

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¡Annyeonghaseyo!
❝안녕하세요❞
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Encontramos al culpable caballeros y señoritas. Adira no se va a quedar de brazos cruzados. Adira es latina, así que va a reaccionar como una

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Este capítulo está dedicado a AniiCastellano

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