017

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SE FUERTE
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         Adira había hecho que aquel hombre con el rostro de su exmarido se alejara de sus niños y de su familia. No quería topárselo con él, así que le dijo a Viserys que lo cambiara otra tarea que no tuviera que ver con la limpieza o cuidado del castillo.

         —Podeos tranquilamente matarlo.

         —Nuestro esposo tiene razón—apoyó Laena a Daemon.

         Pero ella no podía. Que aquel hombre tuviera el rostro de la persona que le hizo tanto daño, no significaba que fuera tan malo como él.

         —Aún queda humanidad en mí—había respondido.

         No podía ser una cruel persona que solo mandaba a matar a la gente porque le hacían recordar a su pasado. ¿Qué tipo de madre sería si aquello se enteraban sus hijos? No quería dar aquella imagen a sus tesoros. Tal ella no tuvo unos buenos progenitores, pero eso no iba a significar que iba a seguir la violencia en la crianza de sus hijos.

          —Niños—regañó Adira cuando Sir Arrik y Sir Errik le avisaron de la broma pesada que habían hecho en liderazgo de Aegon a su hermano menor—. No está bien hacer bromas crueles.

         —No sabíamos que le molestaría tanto—murmuró cabizbajo Lucian.

         —Aemond se siente triste por no tener un dragón, así que sean más considerados con él y vayan a pedirle una disculpa—el grupo de niños asintieron con la cabeza, siendo Helaena la única infanta con vestido—. Espera un momento Aegon, quisiera hablar contigo.

         El niño de seis años cerró fuertemente sus ojos antes de voltearse frente a la diosa.

          —Sé que estuvo mal, Madre. No lo volveré hacer—murmuró deprisa el príncipe sin levantar la mirada del suelo.

         —Oh mi niño—Adira se acercó a Aegon, arrodillándose para estar a su altura—. Está bien bromear, no te digo que no lo hagas. Lo que está mal es seguir haciéndolo cuando la otra persona deja ver que se siente incómodo, triste o molesto.

         —No lo volveré hacer.

         —Espero que así sea, mi dragón. Ahora corre a pedirle disculpas a tu hermano y dile a tu mami que deseo tomar el té con ella.

         Aegon asintió con su pequeña cabeza antes de girarse y salir de la habitación en busca de su hermano y de su madre, sabiendo en sus adentros que todavía le esperaba un regaño por parte de la Reina.

         —A veces siento que Aegon es incontrolable—se lamentó Alicent mientras ocultaba su rostro con sus manos de un modo desesperado.

         —Es solo un niño, mi pequeña luz—respondió Adira mientras agarraba las manos de la Reina—. Esta en nosotras saber corregirlo de la mejor manera.

          —Ser mamá y Reina es tan difícil—se quejó Alicent mientras formaba un pequeño puchero en sus labios.

        —Eso es a cierto—por las gigantescas puertas de la habitación de la diosa apareció una mujer de cabellos plateados—. Si no tuviera a Laenor me sentiría muerta—Rhaenyra se tiró con dramatismo al pequeño sofá que estaba al costado de su vieja amiga.

        —Al menos tu esposo es duro con tus hijos—renegó Alicent—, el mío solo los consiente por cada travesura que hacen.

        Una aterciopelada risa escapó de los labios de Adira—Hablaré con Viserys sobre eso.

        —Le agradecería mucho, Madre—el brillo de felicidad iluminó los ojos de la Hightower—. Es la única que puede enderezar a nuestro Rey.

         Una risa incontrolable escapó de la heredera—¡Eso es tan cierto!

         —¡Princesa, sus modales!

         —Ash, Alicent, no seas pesada.

         —¡Rhaenyra!

         Adira suspiró con una sonrisa en los labios. Ella era la que debía de estarse quejando, no solo tenía que estar pendiente de los niños, sino que también de los niños que eran tratados como adultos y de aquellos que traían una corona en la cabeza.

         Pero a pesar de todo el estrés que podía causarle los problemas de la familia Targaryen, se encontraba feliz. Tenía una familia con ella.

         Una familia por la cual estaría dispuesta a darlo todo.

       Adira y Laena se encontraban en el jardín de la Reina, disfrutando de un cálido día de verano. El sol brillaba en lo alto, iluminando sus rostros y bañando el paisaje con su luz dorada. Laena, con una sonrisa radiante, llevaba con gracia su vientre abultado, evidencia del milagro que crecía dentro de ella.

        Adira observaba a Laena con admiración y ternura, sintiendo una conexión profunda con su esposa y su futuro hijo —aunque claramente ella sabía que venían dos nenas en camino—. Sabía que las vidas que llevaba Laena en su interior era un regalo invaluable, y estaba decidida a estar a su lado en cada paso del camino.

         Sentadas en un banco de piedra, rodeadas de flores y árboles en plena floración, compartían risas y confidencias. Adira acariciaba suavemente el vientre de Laena, sintiendo la vida latente debajo de sus manos. Hablaban de sueños y esperanzas para el futuro, compartiendo anhelos y temores con sinceridad.

          —¿Cómo piensas llamarlas?

          —¿Llamarlas?—las caricias en el estómago de su esposa se detuvieron al notar lo lengua suelta que era.

           —Oh, es que anoche soñé que teníamos gemelas.

          —¿Crees que sea posible, amor?—el anhelo en la voz de Laena hizo que Adira sonriera.

          —Claro que es posible. He escuchado que en tu familia hay gemelos en cada generación.

          —¿Y serán niñas?—preguntó con efusividad—No quiero que Daemon gane la apuesta y salgan dos varones. Aunque de igual modo los amaría un montón.

         —Eran dos niñas en mi sueño—rio la pelirroja al saber que Laena era tan competitiva como Daemon.

          Mientras el viento susurraba entre los árboles y las aves cantaban en lo alto, Adira se inclinó hacia Laena y depositó un beso suave en sus labios. Era un gesto de cariño y complicidad, una forma de decirle que nunca la abandonaría y que siempre estaría allí para ella.

        —Entonces, ¿Cómo las llamaras?

        —Mmmm...—la cabeza de la Velaryon cayó en el hombro derecho de la diosa para descansar—. Rhaena por mi madre y Baela por el papá de Daemon. Y ambas terminan en "a" porque es así como comienza tu nombre.

         —Son unos nombres preciosos, cariño—acarició los mechones ondeados de su esposa—. Tan preciosos como tú.

         Laena sonrió con gratitud y apreciación antes de unir su frente con la de su esposa.

         —Mi bella Adira, gracias por haber estado a mi lado, en las alegrías y en los momentos difíciles. No podría imaginar pasar por esto sin ti—respondió con voz emotiva.

         Estaban formando una familia hermosa, una solida y unida. Ninguno de ellos esperaba que la tragedia azotara a su matrimonio de tal manera.

          —¡Quiero a Adira y a Daemon aquí!

         Por las puertas en la cálida y acogedora habitación aparecieron ambos, cargados de ansiedad y miedo.

          Laena se encontraba preparada para dar a luz a sus gemelas. Adira y Daemon permanecían a su lado, llenos de emoción y anticipación por la llegada de las pequeñas.

          —Lo estás haciendo bien, cariño.

         Las comadronas, expertas en su oficio, se preparaban para asistir en el nacimiento, asegurándose de que todo estuviera en orden para recibir a las gemelas. Laena, con una mezcla de nerviosismo y determinación en su rostro, se apoyaba en Adira y Daemon, quienes la sostenían con ternura y fortaleza.

         El ambiente estaba lleno de una mezcla de ansiedad y esperanza. Laena se aferraba a las manos de Adira y Daemon mientras las contracciones se volvían más intensas. Ambos le ofrecían palabras de aliento y caricias reconfortantes, recordándole constantemente su amor y apoyo inquebrantables.

          —¡Carajo!

         Con cada contracción, Laena se sumergía en una oleada de dolor y esfuerzo. Adira la animaba, susurrándole palabras de aliento al oído, mientras Daemon acariciaba suavemente su frente, ofreciéndole consuelo. Juntos, enfrentaban el desafío del parto, unidos en un vínculo de amor y compañerismo.

         —Ya está por salir. Debe de pujar una vez más, Lady Laena.

          El aire se llenó con el sonido del llanto de un bebé, seguido de otro llanto dulce y agudo. Las gemelas habían llegado al mundo, trayendo consigo una alegría inmensurable. Laena, agotada pero llena de felicidad, miró a Adira y Daemon con los ojos llenos de lágrimas de alegría.

          —Son dos niñas—susurró débilmente Laena hacia Adira—, como en tu sueño.

          Adira, con una sonrisa radiante, miró a las recién nacidas con asombro y cariño. Se inclinó y acarició suavemente las mejillas de las pequeñas, sintiendo la suavidad de su piel y la fragilidad de su ser. Las gemelas, Rhaena y Baela, parecían pequeñas joyas preciosas en brazos de su madre.

         —Nuestra familia ha crecido, esposas mías.

         Daemon, con una mezcla de orgullo y admiración en sus ojos, se acercó a Laena y besó su frente con ternura. Luego, miró a sus hijas con amor incondicional, maravillado por su llegada al mundo.

         —Mataré a todo aquel que ose ponerles una mirada encima si quiera.

        Adira y Daemon compartieron una mirada llena de gratitud y felicidad. Juntos, formaban un equipo dedicado y amoroso para criar y proteger a sus hijas. Sabían que serían testigos de cada paso de su crecimiento, brindándoles amor y apoyo incondicional en cada momento de sus vidas.

         En ese preciso instante, el amor y la felicidad llenaron la habitación. Laena, Adira, Daemon y las gemelas estaban unidos en un abrazo de celebración y gratitud. Pero quien iba a pensar que ya se acercaba un final.

         Laena comenzó a experimentar una debilidad inesperada. A pesar de los cuidados intensivos y los esfuerzos de los maestres por estabilizar su estado de salud, su cuerpo se debilitaba cada vez más.

         —Laena no se está recuperando como debería—murmuró Adira sin poder evitar comerse las uñas de sus manos.

         —Ella estará bien, vida mía—trataba de consolar Daemon a su esposa, quitándole la mano de la boca y besando con delicadeza sus uñas—. Ella estará bien—pero era una mentira que los dos buscaban creer.

        Y para colmo, las gemelas Targaryen habían nacido demasiados débiles. Había noches donde tanto Adira como Daemon se la pasaban despiertos por el estado crítico de las bebés.

          —Tengo miedo, Daemon—sollozó Adira mientras su mirada estaba fija en sus bebés siendo tratadas por los maestres del palacio.

        —Todo estará bien. Todo estará bien—susurraba Daemon mientras abrazaba con fuerza a la diosa.

         Rhaenys y Corlys llegaron a King's Landing dos semanas después con un grupo grande de maestres para tratar a sus hija y nietas.

          —El estado de Lady Laena está muy grave.

         Las esperanzas cada vez se reducían más.

          —Prométeme que estarás fuerte para ellos.

         —Laena, no pidas eso—de los ojos avellanos de la diosa descendían gruesas lagrimas mientras miraba el frágil y pálido cuerpo de su esposa.

         —Tienes que serlo—la debilidad en su voz era algo que lastimaba demasiado a Adira—. Tienes que cuidar de Daemon, seguro que nuestro tonto esposo se culpará por esto.

         —Laena...

         Las semanas pasaron lentamente, y a medida que Laena luchaba por mantenerse con vida, Adira y Daemon la acompañaban en cada momento. Su presencia era un bálsamo reconfortante para Laena, quien encontraba consuelo en el amor que compartían.

         En una tarde sombría, rodeada de sus seres queridos, Laena cerró sus ojos y se desvaneció en la paz eterna. La tristeza inundó el corazón de Adira y Daemon, cada uno mostrando su dolor de manera diferente.

          Juntos, lloraron su partida y honraron su memoria. Recordaron los momentos felices que habían compartido y aferrándose a la promesa de cuidar y amar a las pequeñas Rhaena y Baela en su ausencia.

        El hogar que habían construido con tanto amor se llenó de una sensación de vacío. La pérdida de Laena dejó una huella profunda en sus vidas.

          —¿Por qué ella, Viserys?—lloraba la diosa a las faldas del Rey, quien la miraba con pena—. Aún no era su tiempo. ¡Así no era como pasaban las cosas!

        ¡Así no era como iba la serie!

         Después de la trágica pérdida de Laena, Adira se encontraba sumida en una profunda tristeza. La ausencia de su amada la consumía, dejándola con un vacío en el corazón que parecía insuperable. Buscando consuelo y un escape momentáneo de su dolor, decidió acudir a una figura que siempre había sido una fuente de compañía y fuerza: Sheepsleater, su majestuoso dragón.

           Con un semblante abatido pero determinado, Adira se adentró en las tierras donde solía encontrarse con Sheepsleater. El viento susurraba melancólicamente a su alrededor, llevando consigo el eco de sus suspiros y pensamientos entrelazados. Al llegar al lugar, vio al imponente dragón reposando cerca de un arroyo, su escamosa figura bañada por los rayos dorados del sol.

          Sin temor, pero con reverencia, Adira se acercó a Sheepsleater, sintiendo su cálido aliento y la magnitud de su presencia. En silencio, compartieron una conexión única, una comprensión más allá de las palabras. Sheepsleater, con sus ojos penetrantes y brillantes, parecía entender el dolor que embargaba el corazón de Adira.

        Con un gesto suave, Adira acarició el costado del dragón, dejando que su tacto suave y tranquilizador la envolviera. Era como si Sheepsleater le transmitiera la fuerza y la serenidad que tanto necesitaba en ese momento. Allí, en la presencia del majestuoso dragón, encontró un respiro momentáneo de su dolor.

         Mientras observaba la grandeza de Sheepsleater, Adira sintió cómo el peso de su tristeza se aligeraba ligeramente. Aunque la pérdida de Laena seguía siendo abrumadora, encontró un momento de paz y consuelo en la compañía de Sheepsleater. El dragón, con su presencia poderosa y benevolente, le recordó que aún había fuerza y belleza en el mundo, incluso en medio del dolor.

         —Ella...—un sollozó ahogó su oración.

         En ese instante, Adira se permitió llorar, dejando que sus lágrimas se mezclaran con las aguas del arroyo cercano. Sheepsleater permaneció a su lado, brindándole silencioso apoyo y entendimiento. Juntos, compartieron ese momento de duelo y sanación, recordándole a Adira que siempre tendría a Sheepsleater como un amigo fiel en los momentos más oscuros.

         A medida que el sol se ponía en el horizonte, Adira se despidió de Sheepsleater, agradecida por el consuelo y la fortaleza que había encontrado en su compañía. Sabía que aún tenía un largo camino por delante para sanar, pero también entendía que Sheepsleater estaría allí, en espíritu y en su corazón, siempre dispuesto a brindarle consuelo en los momentos de mayor necesidad. Con un último vistazo hacia el majestuoso dragón, Adira se alejó, llevando consigo la certeza de que el amor y la esperanza prevalecerían, incluso en los momentos más oscuros de su vida.

           La vida siempre va a seguir

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¡Annyeonghaseyo!
❝안녕하세요❞
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Lo siento. Lo siento. Lo siento...

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Este capítulo está dedicado a Dainaaaz

Gracias por comentar y votar en mi historia, linda ♡

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