014
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DESEO, LLAMAS Y
AMANTES
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Es muy linda. Pensaba. Demasiado linda para que siguiera sola.
Laena Velaryon no tenía los mismos pensamientos que Alicent y Rhaenyra con respecto a la diosa. Ella odia que se dirigiera a ella como si fuera una de sus hijas cuando ella no quería esa muestra de cariño, al menos no así.
Tal vez no había caído a los pies de aquella diosa como habían caído sus dos amigas por el hecho de que ella siempre había tenido a su madre a su lado. No necesitaba más amor maternal cuando tenía a Rhaenys Targaryen esperándola en Driftmark.
Me gusta.
Tal vez su adoración por la pelirroja no era como el de la Reina o el de la heredera, ni siquiera como el de su hermano. Pero la adoraba por quien era, por fuerte y valiente. No la veía como una madre, la veía como una mujer audaz y atrevida.
Pero estoy casada.
Y era feliz en su matrimonio, pero aquel anhelo de querer más la mantenía en vela las noches de calor que azotaban a la capital.
—¿Eres feliz solo teniéndome a mí?—le preguntó una tarde a Daemon mientras el parecía leer un libro.
Su esposo dejó el libreto sobre la mesa de noche que estaba al lado de la cama para fruncir el ceño ante su pregunta extraña.
—¿Las damas de la corte siguen hablando sobre que tome a otra mujer?
A veces las mujeres pueden ser tus mejores aliadas, pero también los mismos demonios que pueden crear un infierno personalizado para ti. Si ella fuera una dama insegura, le hubiera dicho que la tome lo antes posible para callar los rumores. Felizmente no era su caso.
—No. Ya no. Quedó claro cuando amenazaste a Lady Casbeth—rio la morena para acercarse al Targaryen y tomar el rostro del peliblanco entre sus manos—. ¿Qué opinas de la diosa? ¿Te cae bien?
—¿Qué intentas decirme?
Si. Había días donde él no podía apartar la mirada de la pelirroja, pero todo estaba justificado en que solo le atraía su personalidad fuerte, pero al mismo tiempo sensible.
Pero él podía ser un imbécil de primera, pero jamás un tonto. Su esposa traía algo con la diosa, sus preguntas por ella solo reafirmaban el hecho de que no estaba loco cuando veía a Laena observar a la pelirroja con aquel tipo de deseo que solo emana los Targaryen.
—Solo quiero saber que piensas de ella—respondió Laena.
El mes llegó a su fin con la misma serenidad con la que comenzó junto a aquella conversación. Las páginas del calendario se desprendieron una a una, dejando constancia de un tiempo que ya es pasado. La transición de un mes había concluido y abriendo las puertas a un nuevo período de tiempo lleno de incertidumbres y posibilidades cuando Laena volvió con la misma pregunta hacia su esposo.
—¿Eres feliz solo teniéndome a mí?
—Esposa—Daemon suspiró tras dejar la espada en el rincón donde lo guardaba—. Creí que ya habíamos terminado con este tema.
—¿Es que no lo sientes?—Laena buscó la mirada del peliblanco para que la mirase de frente—¿Acaso soy la única que se siente deseosa de sentir su sedosa piel contra la mía?
—¡Shh!—la Velaryon dio un respingón cuando Daemon la agarró por los hombros—. No puedes decir aquello en voz alta, aún si nos encontramos en nuestra habitación. Las paredes oyen y ven para perjudicarnos.
Laena se movió para desprenderse de su agarre. Y con el ceño fruncido volvió a retomar el tema solo que esta vez susurrándolo.
—Entonces... ¿me vas a negar que no sientes una conexión especial con la diosa? Porque yo no puedo evitar sentirlo.
Daemon no contesto, su silencio dio la respuesta que Laena por tanto tiempo había estado esperando.
Cada encuentro, cada conversación profundizaba su aprecio mutuo y encendía una chispa en sus corazones. La ternura y el coraje de Adira hacia ellos no pasaban desapercibidas, y pronto comenzaron a darse cuenta de que sus sentimientos iban más allá del simple deseo.
Un día Laena había logrado separar a Adira de sus dos guardias y de los niños. Pudo gozar la victoria cuando estampó sus labios con los labios rosados de a diosa en el pasillo más oscuro del castillo.
—¡Oh por dios!—Adira ni siquiera supo reaccionar cuando alejó a Laena con sus manos. Tocó sus labios húmedos antes de retroceder un pasó y chocar con algo duro atrás, con un cuerpo.
Daemon se encontraba a sus espaldas mirándola fijamente. Ambos la miraban fijamente. Y no sabia si aquel brillo en sus ojos violetas era por enojo o por aquel deseo que había estado ignorando desde hace unos días.
Quiso huir. Enserio que lo intentó. Pero que podía hacer ella cuando el matrimonio se pegó a ella como lapas.
Por algún motivo ni siquiera intentó pedir ayuda. No gritó cuando la mano de Daemon se deslizó por la apertura de su vestido para llegar a sus piernas. Y claro, como iba a llegar a gritar cuando prácticamente Laena se encontraba comiéndole la boca.
¿Es violación cuando lo estoy disfrutando tanto?
Dejó que todo aquel cuerpo virgen fuera tocado por los dos. Dejó que el deseo nublara su juicio y destensaran todo su cuerpo de estrés. Dejó de ser madre por unos minutos para ser la chiquilla hormonal de 24 años.
—Más...
Luego se encargaría de gritar en su cuarto por la vergüenza de sus acciones.
Tengo que sacarlas de aquí.
Fue su único pensamiento mientras miraba el hogar que Rhaenyra y ella habían construido con tanto amor y dedicación para las mujeres y niños cuando se vio envuelto en llamas. El fuego consumía todo a su paso, dejando una estela de destrucción y tragedia a su paso. Las llamas crepitaban y devoraban el edificio, mientras el humo oscurecía el cielo nocturno.
En medio del caos y el pánico, Adira se esforzaba por resguardar a todos los que estaban atrapados en el interior, siendo su prioridad sacar a Alicent y a Rhaenyra de ahí.
Gritos desgarradores llenaban el aire, mezclados con el crujir de las llamas y el desesperado llanto de los niños. Adira luchaba por mantener la calma y encontrar una salida, protegiendo a los más vulnerables de aquel horror.
—¡Arrik! ¡Errik!—llamó con desesperación a sus caballeros.
Pero cómo podrían llegarla a escuchar cuando el ruido era demasiado fuerte y sus guardias se encontraban a fuera de la residencia junto a los demás guardias que las habían escoltado hasta ese lugar.
A su mente le venía muchas cosas. Como el hecho de que hubiera sido mejor no haber salido aquel día para visitar el hogar con el propósito de huir de daemoon y Laena o el hecho de haber obligado a Rhaenyra a que viniera con ella y Alicent.
Dios, si en verdad existes, haz que Rhaenyra y Alicent vuelvan con vida.
En medio de la angustia, un grupo de hombres despiadados irrumpió en el lugar. Sus miradas llenas de malicia y crueldad dejaban claro que su intención era causar más daño y sembrar el terror. Adira, movida por un instinto protector, se posicionó valientemente frente a ellos, dispuesta a enfrentar cualquier amenaza que se interpusiera en su camino.
—¡Madre!—escuchó el grito de Alicent a sus espaldas.
No le importó lo que aquellos hombres le iban a hacer. No le importaba el hecho de que las llamas acariciaban su piel o que el grupo de hombres la superara en número y fuerza. Solo quería proteger a sus niñas y a las personas que quedaban con vida dentro del hogar.
—¡Madre!—esta vez fue la exclamación de Rhaenyra.
Justo en ese momento, cuando los hombres empezaron a avanzar hacia ellas y la esperanza parecía desvanecerse, el sonido de un rugido ensordecedor llenó el aire. Las llamas reflejaron la figura majestuosa de Sheepstealer, el dragón que había sido compañero de Adira durante todo ese tiempo. Con su imponente presencia, el dragón se lanzó hacia los atacantes, desatando su furia y protegiendo a Adira y a los demás de su cruel embestida.
Fueron las alas de Sheepstealer que apagaron gran parte de las llamas y ayudó a que los guardias se acercaran para ayudar a las mujeres y niños del hogar, siendo prioritario sacar a la heredera y la Reina del lugar.
—¡Madre!—gritó Arrik cuando intentó acercarse y recibió un rugido de advertencia por parte de Sheepstealer.
Pero Adira ni siquiera podía escuchar el llamado del gemelo cuando su corazón comenzó a palpitar desbocado, como un tambor enloquecido dentro de su pecho. Su respiración se volvió superficial, incapaz de llenar sus pulmones de aire suficiente. Una opresión creciente se apoderó de su pecho, como si un peso invisible se posara sobre ella.
Hace tiempo que no tenía un ataque. Hace tiempo que no había sentido el vivido miedo que pueden causar un grupo de hombres.
De repente, todo a su alrededor se volvió amenazante y abrumador. Los sonidos cotidianos se amplificaron, transformándose en una cacofonía ensordecedora. Las llamas parecían demasiado brillantes, cegándome con su intensidad. El mundo se contrajo, estrechándose en su campo de visión.
Un sollozo.
Una oleada de miedo irracional se apoderó de ella, nublando su pensamiento y sembrando la duda en su mente. Sus manos temblaron incontrolablemente, mientras un sudor frío recorría su frente.
Otro sollozo y Sheepstealer volvió a rugir, rodeándola con su ala para protegerla de los demás.
Adira trató de controlar su respiración en un intento desesperado, inhalando profundamente y exhalando lentamente, pero el aire parecía escaparse de sus pulmones sin cumplir su propósito. Una sensación de asfixia se apoderó de ella, como si estuviera sumergiéndome en un océano sin salida.
Otro siseo del dragón se escuchó cuando Rhaenyra se acercó.
El cuerpo de la diosa parecía estar al borde del colapso, las piernas temblaban como jalea y la sensación de debilidad se propagaba por cada fibra de su ser. El miedo se entrelazaba con la vergüenza y la confusión, generando un ciclo vicioso de pensamientos negativos que alimentaban su ansiedad.
—¡Madre!
Sheepstealer no pudo soportar. Sus ojos brillantes siendo la revelación de que podía sentir todas aquellas emociones como suyas propias. Con cuidado, cogió a la diosa con sus garras antes de emprender vuelo y perderse en la oscura noche. Ignorando los gritos de terror de aquello humanos que tanto añoraba la pelirroja.
—Dónde está—preguntó Laena ni bien Alicent y Rhaenyra entraron a la habitación del Rey y no vio por ningún lado a la diosa.
Alicent y Rhaenyra ni siquiera pudieron hablar por las lágrimas corriendo por sus rostros y el shock del momento. Viserys apartó a Laena para que él pudiera enrollar el cuerpo de ambas mujeres con suavidad y calmarlas.
—La Madre Celestial ha sido secuestrada por su dragón—informó Senerei, la guardia personal de Rhaenyra—. Sus guardias, Sir Arrik y Sir Errik, están siguiendo al dragón a caballo.
—Daemon—llamó Laena en un murmuro ahogado. El Targaryen solo tuvo que mirar a su esposa para saber lo que tenía que hacer. Pidió a un guarda que alistara a Caraxes para ser montado enseguida.
—Fueron un grupo de hombres, esposo—narró Alicent al Rey con voz temblorosa cuando Daemon salió de la habitación—. Estoy segura de que ellos iniciaron el fuego.
—Sheepstaler mató a gran parte de la mayoría—murmuró Rhaenyra con la mirada perdida.
—Esto ha sido un atentado contra la corona—dijo Laena cuando vio de reojo a su hermano inspeccionar a la heredera—. Debe de imponer un castigo por esto, su majestad.
Laena, con la mente aguda y rápida, propuso que Daemon, con su valentía y liderazgo, tomara nuevamente el cargo de las Capas Doradas para asegurar la protección de las mujeres y los niños en momentos de peligro. Sabían que su experiencia y destreza serían fundamentales para salvaguardar la seguridad de todos aquellos que habían sufrido tanto en aquel fatídico incendio.
—Daemon volverá a tomar ese cargo—decretó Viserys.
Fue alrededor de una hora después donde Adira y Daemon ingresaban al castillo. Fue Alicent la primera en correr a sus brazos en busca de saber de que la diosa se encontraba bien.
—Estoy bien—susurró—. Estoy bien—y fue para todos.
Adira, aquella noche, se dio cuenta de sus niñas No tenían los conocimientos ni las habilidades necesarias para defenderse adecuadamente. Con determinación, se dirigió a los gemelos Cargyll y les pidió en secreto que entrenaran a las chicas en el arte de la autodefensa, asegurándose de que estuvieran preparadas para enfrentar cualquier peligro que pudiera acechar en el futuro.
En los días que siguieron, los gemelos asumieron la responsabilidad de entrenar a las jóvenes en el combate y la defensa personal. En las sombras, lejos de las miradas curiosas, se llevaban a cabo las sesiones de entrenamiento, donde las chicas aprendían a canalizar su fuerza interior y a protegerse a sí mismas con determinación y valentía.
Eso es, ganen confianza en sí mismas y descubran su propio poder.
Adira se sentía segura cuando tenía a Kian y a Lucian en brazos. Sabía que tanto Daemon como Laena no se le lanzarían al ver que tenía a sus dos hijos en su regazo.
—Lady Laena ha dicho que puedo llamarla "mamá"—soltó el pequeño Lucian.
—Pero qué cosas dices. Su única mamá soy yo.
—Pero ella también a dicho que el príncipe Daemon puede ser nuestro papá. Y mi hermano y yo queremos tener un papá como los demás niños del palacio.
Cómo podía explicarle toda esa situación a un niño de tres años.
—Pa...
Y Kian tampoco ayudaba.
Pero quitado su extraño amorío, Adira comenzó a notar ciertos gestos y miradas que no podía ignorar. Sus instintos le susurraban que algo no estaba bien, y sus sospechas finalmente tomaron forma cuando presenció un encuentro íntimo entre Rhaenyra y Senerei —gracias a dios sus hijos no estaban presentes con ella—.
Esta mocosa me va a oír.
Se encontraron en un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas, donde podrían hablar con sinceridad y sin interrupciones.
—Habla. Ya me enteré, así que suéltalo todo.
Las palabras se entrelazaron en un torbellino de emociones mientras Adira confrontaba a Rhaenyra. La mirada de la diosa permanecía firme, exigiendo la verdad.
—Habla.
Rhaenyra, sintiendo el peso de la confrontación, bajó la mirada, incapaz de enfrentar la decepción que había causado a Adira. Finalmente, en un susurro cargado de remordimiento, admitió el amorío con Senerei —su caballero mujer— y confesó que también Laenor tenía un amante.
Si caigo yo, caemos los dos.
—Señor dame paciencia, porque si me das fuerza los mato.
Cabe decir que Rhaenyra no fue la única castigada aquel día. Cuando Laenor venia feliz de su entrenamiento, también le cayó su coscorrón.
—Solo les pedí dos años sin amantes. ¿Y que hicieron? ¡Se buscaron amantes para cada uno!—exclamó la diosa teniendo frente a ella a los dos muchachos con la mirada baja—¡Es el colmo con ustedes!
—Pero duramos un año...—susurró Laenor.
—¡Qué dijiste!
—Nada.
Adira resopló con las manos en la cadera. Había puesto una mujer para que Rhaenyra no cayera en la tentación de tomar a Harwin como su amante. ¿Y que hizo ella? No desaprovechó el momento para conquistar a la chica que se suponía que la tenía que cuidar.
Pensó que podía confiar en Laenor, porque parecía más sensato que Rhaenyra. Pero mira como le salió todo el asunto.
—Madre, no se enoje con nosotros—rogó Rhaenyra.
Adira suspiró del cansancio.
—Solo... Solo sigan haciendo sus cosas sin que nadie de la corte se entere.
Salió de los aposentos de la heredera y de su esposo, ignorando los llamados de los propietarios de la habitación.
Rhaenyra y Laenor la tendrían difícil para pedir su perdón.
—¿Y si le decimos que estamos preparados para ser padres?
—¿Tú crees que nos perdonará con eso? —cuestionó Rhaenyra hacia Laenor.
—Lo hemos intentado todo y nada ha funcionado.
—Bueno. No perdemos nada intentándolo.
Spoirler: Adira les cerró la puerta en la cara, porque traer un niño almundo no era cosa de juego.
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¡Annyeonghaseyo!
❝안녕하세요❞
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Laena en este capítulo: No soy tímida ni a palo
¡Ya se vino el poliamor! ¡No me saquen de aquí!
Lo que tuvo Adira en este capítulo fue un ataque de pánico. No se si se habrán dado cuenta, pero lo es la primera vez que ella experimenta esto. Es aterrador. Sientes como si fueras a morirte. Solo quiero recalcar, que el pasado de Adira es triste
Bueno... próximo capítulo: se vienen dos embarazos en el castillo
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Este capítulo está dedicado a mistynarel
Gracias por comentar y votar en mi historia, hermosa 💖
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