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Camilo ajustaba su corbata con desesperación y apatía. Odiaba esas cosas, pero sabía que su mamá no le perdonaría no usarla en la cena navideña. Lucía, su progenitora, era muy estricta en todo lo relacionado con la Navidad y todos sus eventos. Organizaba novenas, entregas de regalos, cenas benéficas y, por supuesto, la cena de Noche Buena que cada año daba en su mansión en el campo.
El hombre se sentía abrumado a más no poder. Estaba harto de que su hermana lo emparejara con Carolina, su mejor amiga, quien estaba obsesionada con él desde que eran unos niños que jugaban a echarse agua con la manguera cuando su papá lavaba el carro.
Carolina no era fea, para nada. Sus largas y torneadas piernas podían seducir a cualquier hombre y su cara era armoniosa y agradable. Lo único desagradable en ella era su personalidad. Era materialista, interesada, envidiosa, egoista, intensa y le encantaba hablar mal de los demás. Características que Camilo llegó a odiar en algún momento, justo en el mismo instante que juró que jamás tendría nada con alguien así.
El camino a casa de su madre era corto, eso desesperaba a Camilo, pues sabía que no tenía mucho tiempo para relajarse cantando sus canciones favoritas de Metallica a todo volumen. Esa rutina le hacía calmar sus nervios o estrés cuando tenía que enfrentar cosas que no le gustaban.
Nothing else matters sonaba fuerte acompañada de sus gritos a todo pulmón el día que se dirigía a la oficina de aquel abogado que lo había citado para hacer oficial el divorcio de su amada esposa.
Nunca entendió las razones que tuvo Valentina para hacer semejante cosa, si él siempre fue amable y atento con ella, además de tratarla como lo que era: el amor de su vida. Nunca discutieron, o desconfió de ella, siempre le permitió que siguiera sus sueños, mientras él pudiera seguirla a donde ella quisiera ir.
La seguiría hasta el más allá, si de él dependiera.
Ya no tenía tiempo para seguir pensando en eso. A pesar de que Valentina había sido muy amiga de su familia, la mujer llevaba cinco años sin dar señales de habitar el mismo planeta que él. Camilo había perdido toda esperanza de que su mujer apareciera en la cena de Noche Buena a la que cada año la invitaba, pues ya llevaba cinco años ignorando su invitación.
Sí, para Camilo, Valentina siempre sería su mujer.
El garaje de la enorme mansión campestre ya estaba casi lleno. ¿Qué esperabas Camilo? Pensó, recordando que siempre se retrasaba a propósito para los eventos con sus padres, así tenía que convivir el menor tiempo posible con todas esas amistades hipócritas que solo brindaban una sonrisa a cambio de seguir siendo parte de tan respetado círculo social.
Todos los que medianamente eran "alguien" querían pertenecer a las selectas amistades de los Bellini.
Ese apellido había sido una carga desde el mismo nacimiento de Camilo. Su alma era noble y humilde; a diferencia de su hermana, él no se ufanaba de su abolengo o el dinero de su familia. En cuanto pudo empezar a tomar decisiones en su vida, trató de vivir como el resto de las personas. O por lo menos la mayoría de ellas.
Mientras su hermana estudió en las mejores universidades europeas, él asistió a la universidad pública a graduarse como psicólogo.
—¿Psicología Camilito? —preguntó con desdén su madre el día que Camilo le comunicó su decisión a sus padres.
—Hijo, podrías ir a Harvard a estudiar medicina, si quieres. Sabes que correremos con todos los gastos —afirmó su padre.
Le costó mucho trabajo hacer que sus padres aceptaran esa decisión, incluso si no la entendían.
En cambio de Valentina se enamoraron de inmediato. Fue la única mujer que Camilo le presentó a sus padres, y aunque éstos estuvieron reticentes a que su hijo se enrollara con una mujer con un apellido tan común como López, les cayó bien en seguida. Incluso llegaron a amarla durante los diez años que duró el matrimonio Bellini López. En realidad, seguían queriéndola con todo su corazón.
Por eso, año tras año, su madre se veía en la penosa obligación de convencer a Camilo de que Valentina nunca llegaría a la cena de Noche Buena.
—Amor, Valentinita debe haber hecho su vida con otra persona, aunque nos duela, tenemos que aceptarlo. Aún eres joven y muy apuesto, cualquier mujer se enamoraría de ti en seguida si tan solo abrieras tu corazón.
Su madre y esa capacidad para inventar diminutivos raros.
—Mamá, aprecio tu apoyo, pero yo no quiero a cualquier mujer. Valentina es mi mujer, así se encuentre fuera de mi vida. Incluso si se fuera a vivir a otro planeta, mi corazón se iría detrás de ella.
Ya Lucía se estaba dando por vencida respecto a los sentimientos de su hijo. Él se había negado a escucharla siempre. Tal como el día en el que, a pesar de sus súplicas, decidió trabajar en una fundación para niños maltratados en lugar de asociarse con el Dr. Van der Gaal, uno de los psicólogos más respetados de Colombia y que, casualmente, era amigo íntimo de la familia. Después de treinta y cinco años, empezaba a comprender que su hijo siempre seguía lo que le decía su corazón.
Al entrar a su casa, después de dar unas cuantas vueltas en su carro solo para poder desahogar cantando toda la frustración que la cena y la fecha en general le producía, encontró la casa llena de la gente que año tras año se esforzaba por presentarle mujeres, solo porque un hombre joven, apuesto, de buena familia y divorciado como él, no podía andar por la vida sin una mujer a su lado.
—¡Cami! —exclamó su hermana entusiasmada, acompañando su voz con un fuerte abrazo.
—Hola Andre, ¡Wow! ¿Qué significa ese vestidito? —preguntó Camilo con tono irónico; nunca había sido un hermano celoso o controlador. La relación entre él y Andrea siempre había sido más amistosa que fraternal.
—Pues significa que me veo divina en él...
—Es verdad, deberíamos ponerte en la cima del árbol, pareces un ángel.
—¿En serio? ¡No puede ser! Quería parecer una diabla, mejor.
Ambos soltaron fuertes carcajadas que llamaron la atención de Carolina, quien dejó lo que estaba haciendo en cuanto notó a Camilo.
—¡Camilín!—La mujer siempre lo llamaba así, cosa que él detestaba— ¡Qué bueno que viniste! Aunque hayas llegado tarde...
—Estaba ocupado Carolina ¿cómo estás? —Se arrepintió en cuanto hizo la pregunta, sabía que no se callaría en toda la noche contándole las trivialidades de su vida.
—Bien, pues un poco indignada porque...
—¡Caro! Adivina quién llegó... —Andrea interrumpió a su amiga para salvar a su hermano, quien agradeció el gesto y fue a buscar a sus padres.
Después de encontrarse con otros cuantos familiares y amigos, Camilo por fin encontró a su mamá, quien daba órdenes a los meseros del evento en la cocina.
Camilo entró despacio, tratando de no hacer ruido y haciendo un gesto a quienes lo veían para que disimularan y no delataran su llegada. Cuando Lucía terminó de dar las indicaciones y los meseros se dispusieron a seguir trabajando, Camilo la abrazó por detrás con fuerza y la levantó del suelo.
—¡Mamita! —dijo con voz fuerte. Le emocionaba mucho ver a su mamá y siempre se lo hacía saber.
—¡Mi amor! ¡Me asustaste!
—¿Así de feo estoy?
—Hijo ¡¿Cómo se te ocurre?! —exclamó Lucía apretando los cachetes de su hijo.
—Ay, ya se pusieron de melosos otra vez —interrumpió Claudio, el padre de Camilo al entrar en la cocina y presenciar la escena—. ¿Necesitan un tarro?
—¿Un tarro Clau? —preguntó su esposa.
—Sí, para toda esa miel que están derramando.
Camilo dejó escapar una risa y abrazó a su papá con fuerza. La relación con sus padres siempre había sido algo que envidiar.
Los hombres salieron hacia el jardín trasero de la enorme casa, mientras Lucía se encargaba de coordinar que todos los invitados estuvieran siendo bien atendidos. A veces era ayudada por Andrea y Carolina, pero ella no lo permitía. En esas cosas le gustaba dirigir todo sola.
Afuera, varias personas se acercaban a Camilo, quien no podía dejar de sentir que algunos lo miraban con lástima. Ya habían pasado cinco años, por lo que se esperaría que a esas alturas nadie le preguntara ya por su vida —o por su soltería, disimuladamente— y que lo trataran como a una persona más.
—Hijo mío, ¿cómo la estás pasando? —Su madre era la que más se preocupaba por él. Era la única que sabía que cada año Valentina era invitada a la cena pero que nunca se dignaba si quiera a responder explicando por qué no asistiría.
—Bien, mamá. Sabes que no es de mis noches favoritas, pero es mejor que quedarme solo en mi apartamento.
—Uy, pues gracias.
—No te ofendas mamá —pidió acercándose a la mujer para darle un beso en la frente—, sabes que exagero. La verdad es que la comida, la música, el esfuerzo que pones en que todo salga perfecto, y verlos a ti, a mi papá y a Andre hacen que me divierta muchísimo.
—Ay mi amor, tienes que venir más seguido a visitarnos.
Su madre siempre pedía el mismo deseo de Noche Buena, que su amado Camilo se acercara un poco más a ellos y los incluyera más en su vida. Sin embargo él prefería vivir su vida a su manera.
Básicamente esa manera consistía en trabajar, llegar a su casa a desvelarse leyendo toda la noche y al otro día, volver a trabajar. Los fines de semana se quedaba casi siempre en su apartamento a pesar de que los pocos amigos que tenía le insistían para salir a dar una vuelta.
A veces, encontraba el dvd que les dieron con el video de su boda, y lo veía una y otra vez, hasta que las lágrimas hacían presencia. Nadie sabía de este comportamiento, y aunque él sabía que se estaba convirtiendo en una manía, poco le importaba.
La música empezó a sonar más fuerte y pasó de las baladas suaves a ritmos más bailables. Los invitados se repartieron entre la enorme sala y el jardín donde se encontraba Camilo para empezar a bailar. Él sabía que Carolina tendría que estar buscándolo como loca así que quiso localizar a su hermana para que bailara con él.
Caminó por entre la gente, tratando de no tropezar con las parejas que bailaban, hasta que se encontró de frente a Carolina.
—¿Quieres bailar? —dijo la mujer con notable entusiasmo.
Camilo no supo cómo decir que no. Esa palabra siempre fue un misterio para él. Era incapaz de hacer que otros se sintieran mal, rechazados, cohibidos. Valentina le manifestó muchas veces que era una de las cosas que más amaba de él, y de las que más odiaba también.
Solía meterlos en bastantes problemas decir a todo que sí, pero lo que ella amaba era que el quisiera hacer feliz siempre a los demás. Estaba convencida de que nunca encontraría a nadie cómo él.
—Siempre me ha gustado cómo bailas —afirmó Carolina sacándolo de sus pensamientos.
—No lo hago muy a menudo —Fue lo único que Camilo atinó a decir.
—Deberías ponerlo más en práctica, cuando quieras me llamas y te ayudo con eso.
Las insinuaciones y los ofrecimientos de la mujer ya eran totalmente ignorados por él. Le parecía que había tenido su propia admiradora personal desde que cumplió los trece años.
La canción se le hizo eterna. Carolina no paraba de hablar de las mil y una trivialidades de su vida y él estaba a punto de fingir un paro cardiaco solo para que la mujer se callara.
Cuando terminaron de bailar, muchos de los invitados fueron a sentarse. Él sintió la mano de Carolina apretar más la suya para que siguieran bailando, pero se excusó diciéndole que tenía que ir al baño. Aprovechó para huir lo más rápido de ahí.
Al entrar nuevamente en la sala, por poco tropieza con uno de los meseros que repartía las bebidas. Esos hombres y mujeres sí que tenían trabajo pesado bajo las órdenes de su mamá.
Tomó una copa de champán y fue a tomar aire al jardín del frente de la casa. La sala no se encontraba muy llena, con excepción de unos cuantos invitados que hablaban de negocios con su padre, o de los bullosos amigos de su hermana que se reían demasiado fuerte.
Al cruzar la puerta principal vio que la banca donde a su mamá le gustaba recostarse a leer estaba desocupada, así que se sentó. Podía entender por qué Lucía pasaba ahí tanto tiempo, el lugar era increíblemente cómodo y le permitía disfrutar del aire fresco que se apreciaba debido a la ubicación privilegiada de la casa. Lentamente bebió su champán y recordó el día que vio entrar por esa puerta a Valentina con su vestido de novia. A pesar de que Camilo había viajado por todo el mundo, conocido diferentes culturas, había visto la aurora boreal en Islandia o el Caño Cristales en su país natal; ella era lo más hermoso que había visto en la vida.
Por insistencia de sus padres, la pareja había realizado la recepción en aquella casa. Los invitados fueron pocos, a pesar de que toda la alta sociedad comentaba el evento y secretamente hasta rezaba por ser invitado. Valentina solicitó especialmente a Lucía que solo invitaran a los amigos más íntimos de la familia. La ceremonia fue perfecta, pero lo que más recuerda Camilo con cariño fue ese primer baile.
"I've never seen you looking so lovely as you did tonight
I've never seen you shine so bright..."
Las primeras frases de la canción describían exactamente lo que Camilo sentía por ella en ese momento. Lady in red de Chris DeBurgh fue escogida porque, aunque en ella vestía de blanco, cuando él la conoció se enamoró a primera vista de ese brillante vestido rojo sobre su piel albar.
—Deberían esconderte —susurró Camilo mientras bailaban.
—¿Por qué? —preguntó Valentina mirándolo con un gesto entre sorprendido e indignado.
—Porque si hay otra novia entre las presentes, se morirá de envidia pues nunca podrá verse como tú.
Valentina se sonrojó, él aún tenía ese efecto en ella.
Camilo sintió un escalofrío al recordar aquella escena que se veía tan lejana ya. La sentía como de una era distinta, "La edad de la Felicidad" podría llamarle.
Andrea se sentó en la silla de su madre, a su lado de repente, sacándolo de sus recuerdos.
—Ya vamos a destapar los regalos ¿vienes?
—¿Cómo lo harán este año?
—Han organizado por persona en diferentes bolsas de tela los regalos. Hay unas repletas y otras que a penas tienen un par de ellos. Adivina cuántos tiene Carolina —dijo su hermana soltando una pequeña risita; su amiga no era de mucho afecto entre los presentes.
—Me imagino...
—¿Qué hacías acá solo?
—Recordando —Era la respuesta que su hermana tanto temía.
—Eso me preocupa Cami. No creas que no sé lo que pasa por esa cabeza tuya.
—¿Qué crees que pasa por mi cabeza? —preguntó con altanería, aunque sabía perfectamente que su hermana no se equivocaría. Cualquier persona con cuatro dedos de frente podría adivinar en lo que pensaba.
—Valentina se fue porque quiso, Cami. Esa fue su decisión. Ya ha pasado mucho tiempo y ella ni siquiera te ha llamado a desearte feliz cumpleaños, o en Navidad o Año Nuevo. ¿Cuándo vas a entender que ella ya hizo su vida en cualquier otro lugar del mundo? Tú deberías seguir su ejemplo y buscar a alguien.
—No quiero a nadie. No necesito a nadie más.
—Es que no es normal que un hombre no tenga ni siquiera sexo ¡Por Dios!
—¿Quién dijo que no he tenido sexo en cinco años?
—¡Te conozco desde que nací!
Su hermana tenía razón en parte y eso a Camilo le pareció gracioso. Si bien no llevaba cinco años sin intimar con nadie, sí llevaba cuatro. Después de su divorcio, sus amigos lo llevaron a distintos bares o fiestas, le presentaron compañeras de trabajo, primas y hasta hermanas, con la esperanza de que conociera a alguien con quien pudiera formar una relación, pero todo fue fútil.
Algunas de esas mujeres tuvieron el placer de una noche con Camilo, pero las cosas no fueron a más. El sexo era más incómodo que una charla sin importancia; le hacía recordar lo bien que él y Valentina se entendían en la cama.
No eran los más aventureros o salvajes, pero para él ella era hermosa en todos los sentidos y se sentía el hombre más afortunado de la tierra cuando la contemplaba desnuda a su lado. Nunca dejó de desearla, ni un solo segundo, cada día la encontraba más apetitosa. Varias veces ella le preguntó el por qué, pues era consciente de que se había engordado un poco al abandonar el gimnasio, y después de una infección en los riñones su piel, otrora rosada, ahora era amarilla. Valentina no era capaz de verse al espejo sin sentirse mal, a menos que llevara mucho maquillaje, pero cuando su rostro andaba desnudo era cuando Camilo más bella la encontraba y se empeñaba en hacérselo saber.
Incluso la encontró perfecta el día que la vio sudorosa y gritona al dar a luz a su hijo, o bañada en lágrimas y deprimida el día que el niño falleció en la UCI Neonatal. Sin el apoyo de Camilo en esos días tan difíciles, Valentina sentía que no podía continuar.
Habían vivido tantos momentos especiales que Camilo estaba convencido de que eran una pareja muy fuerte, por eso la solicitud de divorcio lo tomó totalmente desprevenido y fue lo más doloroso que tuvo que pasar; lo peor de todo es que tuvo que enfrentarlo solo. Eso era lo que sus padres, y sobretodo su hermana, no entendían.
—Puede que me conozcas, pero no asumas que sabes lo que estoy pensando —El tono un poco molesto de Camilo hizo que su hermana cambiara de tema.
—¿Probaste los canapés de langostinos? Mi mamá se luce cada año con la selección del menú.
—Sí, están deliciosos.
Andrea se aburrió con las respuestas casi monosílabas de su hermano, así que se levantó y se dirigió a la puerta para entrar en la casa.
—Pues yo voy a destapar mis regalos, tengo mucha curiosidad.
—Espérame, voy contigo —dijo Camilo resignado.
Ambos entraron a la casa y se encontraron con una escena que a Andrea le generó felicidad y a Camilo le dio tristeza. La mayoría de los presentes ya se encontraban buscando debajo del enorme árbol navideño la bolsa de tela con su nombre. Había rostros emocionados y otros un tanto decepcionados por la poca cantidad de regalos que encontraban, pero aún así agradecidos pues eran buenos regalos. El matrimonio Bellini se encargó de que nadie se fuera con las manos vacías. La cantidad de dinero gastada era exhorbitante.
Camilo veía a los demás sonreír y sabía que por muchos regalos que él recibiera, no habría uno que le devolviera su felicidad. Extrañaba los días de su infancia en los que esperaba con ansias las doce de la noche para destapar los regalos que el Niño Dios dejaba bajo su árbol y que lo hacían el niño más feliz de la tierra.
Bajó los pequeños escalones que llevaban al salón principal, los que su hermana había recorrido emocionada momentos atrás. Se paró frente al árbol y primero contempló los bellos adornos escogidos por su mamá que sin duda eran una muestra del excelente gusto de la mujer. Todos los presentes buscaban la bolsa con su nombre, le entregaban a otros las bolsas que encontraban y que no les pertenecían; el ruido era impresionante a pesar de que le habían bajado el volumen a la música y la melodía navideña era suave y relajante.
—Hijo, aquí está tu bolsa ¡mira qué llena está! —Lucía le alcanzó una enorme y pesada bolsa roja con su nombre.
Camilo la recibió sonriente, y aunque sabía que la mayoría de esos regalos los recibía por lástima, no le importó. Algo de emoción y felicidad empezó a aparecer en su corazón y destapó regalo por regalo.
Mucha ropa, relojes, libros, bonos y hasta una tarjeta con mucha carga para cine fue lo que encontró en aquella bolsa. La mayoría de los regalos le gustaron. Muy pocos dieron en el blanco pero le gustó que la gente se preocupara por él. Los que sabía que disfrutaría más eran los libros. Afortunadamente nadie le había regalado de romance; era un género con el que se había peleado desde lo de Valentina.
Poco a poco los demás invitados empezaron a alejarse del árbol, llevándose sus bolsas a mostrar los regalos a sus amigos o yendo a sus carros para guardarlas ahí. Cuando ya no hubo mucha gente a su lado, Camilo vio un pequeño paquete dorado olvidado en el suelo y sintió curiosidad. Lo tomó en sus manos y leyó la pequeña tarjeta:
"Para Camilo Bellini, con todo mi amor"
A diferencia de los demás regalos, éste no traía remitente.
—Mamá, ¿este regalo es tuyo? —preguntó a Lucía acercándose a ella.
—No hijito, mira que es para ti.
—Sí pero ¿tú me lo diste?
—No mi amor, ¿yo por qué escribiría tu apellido?
Su madre tenía razón. La tarjeta parecía un poco informal para que el regalo viniera de alguien de su familia. Una terrible corazonada hizo presencia en él, temiendo que el regalo viniera de Carolina.
No quiso ir a preguntarle pero igual la buscó con su mirada. Cuando la vio se dio cuenta que era imposible que el regalo viniera de su parte; la mujer estaba muy entretenida coqueteando con algún hombre que Camilo no reconoció.
Decidió abrirlo, pues de todas formas tenía su nombre. Tal vez el remitente apareciera solo, después de que viera su contenido. Con cuidado abrió la pequeña caja y se sorprendió con lo que vio.
Su corazón empezó a latir desesperado al ver las argollas de su matrimonio. Valentina estaba ahí. Tenía que ser ella, pues él le había enviado por correo las argollas después de que le llegara aquel documento donde se oficializaba su divorcio.
Levantó la vista y buscó entre las pocas personas que aún se encontraban en el salón. La mayoría de los invitados se habían ido hacia el comedor pues querían probar el bufet de la cena navideña.
—Hola amor.
La voz tan familiar y anhelada le hizo erizar la piel, pero lo llenó de una paz que hace mucho no sentía. Volteó para encontrar a su mujer mirándolo con los ojos llorosos de la emoción.
—¿Qué haces aquí? —Solo atinó a decir.
—Tú me invitaste, ¿no? —contestó la mujer sonriendo; sabía que la intensión de Camilo no había sido reclamarle.
—Claro, pero nunca pensé que vendrías.
—Lo sé, pero aquí estoy. Créeme que cada año quería hacerlo, pero no podía y eso era lo más doloroso. Sufrí mucho en las fechas especiales, te recordaba y era como si un cuchillo atravesara mi corazón.
Camilo se lanzó a abrazarla y fue correspondido. Por unos segundos, desaparecieron todos los invitados, la música, los murmullos y todo a su alrededor. Solo podían escuchar el latido de sus propios corazones.
—¡Valentinita, has venido! —Los interrumpió Lucía con notable emoción.
—Señora Bellini, encantada de volverla a ver.
—Dime Lucía, por favor. ¿Ya probaste el bufet?
La mujer tomo del brazo a su ex nuera y se la llevó para el salón del comedor, a pesar de que Camilo estaba a punto de protestar.
—¡Cami! ¿Qué hace Valentina aquí? —preguntó Andrea acercándose a él después de contemplar la escena.
—Yo la invité. La invitaba todos los años.
—¿Qué? ¿La invitabas acá?
—Sí ¿por qué?
—Pues es extraño que invites a tu ex a tus eventos familiares.
—Valentina también era amiga de ustedes —aseguró molesto, no solo por las preguntas y observaciones de su hermana, sino porque su mamá se había llevado a la mujer que amaba y a la que tantas cosas tenía que preguntarle.
—Sí Cami, no te molestes, me alegra verla aquí. Está hermosa.
Su hermana siempre hacía eso cuando notaba que Camilo se molestaba por sus comentarios. Para ella no era divertido hacerlo enojar, además de que en esa ocasión entendía que su hermano tenía que estar feliz y no quería dañarle el momento.
Andrea le tomó la mano y juntos fueron también hacia el salón contiguo, donde la mayoría de los invitados estaban recibiendo el plato navideño que servía el bufet. Ambos localizaron a Lucía y a Valentina y se acercaron a ellas.
Andrea saludó efusivamente a Valentina y elogió su nuevo look, con el cabello corto y un poco más claro, también la veía más esbelta. Valentina también admiró sinceramente a su ex cuñada, aunque en ella no pudo encontrar realmente mucho cambio; Andrea siempre había sido muy glamurosa y cuidadosa con su estilo.
—Mamá, ¿sabías que el tío Alberto está ebrio? —preguntó Andrea a su madre.
—¡¿En serio?! —Lucía se indignó— Ese hombre no tiene control ¡es el colmo!
La mujer dejó su plato en una de las mesas y salió del salón, seguida por su hija. Camilo y Valentina se quedaron mirándose fijamente sin decir nada. Tenían tanto que decir, que las palabras se agolpaban en sus gargantas sin saber el orden en el que debían salir.
—Está deliciosa la comida —Valentina decidió empezar la conversación con algo trivial.
—Tienes razón, pero pues ya conoces a mi mamá, no deja nada al azar. Estoy seguro que el contrato más costoso de toda la fiesta fue el de la comida.
—Sí, solo Lucía puede esmerarse tanto en este tipo de reuniones. ¿Recuerdas nuestra boda? La cena fue lo más delicioso que he comido en la vida.
—¿Cómo olvidaría ese día? —Camilo esbozó una amplia sonrisa.
—Cami, es un día que ninguno de los dos podría olvidar.
—¿Por qué nos divorciamos? —Camilo no pudo esperar más. Quería saber todo el quid del asunto de una vez por todas.
—¿Podemos ir a hablar a un lugar más privado? Prometo que te explicaré todo.
Camilo pensó rápidamente en los lugares donde sería más difícil que alguien los interrumpiera. Recordó el pequeño jardín con cascada que estaba frente al sauna de la casa y tomó a Valentina de la mano; sabía que nadie se aparecería por ese sitio tan privado y podrían hablar a sus anchas. Lo necesitaban.
Juntos atravesaron el salón del comedor, luego el de la sala, saludando de vez en cuando a algunos conocidos que se iban encontrando en el camino; todos estaban sorprendidos pero felices de ver a Valentina en la fiesta.
Luego de ser detenidos por el padre de Camilo durante unos cuantos minutos, siguieron su camino hacia el pequeño jardín escondido donde sabían que podrían hablar con calma. Bajaron las escaleras del sótano que llevaban a la zona húmeda de la casa, junto a la piscina.
Al pasar por el lugar, se sorprendieron de ver a Carolina besando apasionadamente a un hombre que ninguno de los dos reconoció, en evidente estado de ebriedad. Tan pronto la mujer los vio, se separó disimuladamente del hombre y sin mirarlos a la cara, salió hacia el jardín trasero nuevamente.
Entraron a las zonas húmedas y como lo esperaban, estaba sólo. Camilo le acercó una silla a Valentina y la invitó a sentarse en la mesa donde a Lucía le gustaba beber con su esposo antes de entrar al sauna o el jacuzzi.
Él también se sentó, quedando de frente a Valentina, donde podía admirar su bella cara y ver la sinceridad o la falsedad en sus ojos.
—Bueno Valen, cuéntame por qué dejaste de amarme.
—Yo nunca dejé de amarte, Cami —dijo la mujer con un nudo en la garganta.
—Entonces...
—Déjame explicarte, pero primero quiero que por favor me perdones. Sé que fui una estúpida, cometí un error muy grande, pero te aseguro que todo lo hice por ti.
—No entiendo... —Camilo no se molestó con ella, como pensó que lo haría cuando la tuviera en frente, esas noches cuando imaginaba la conversación que estaba teniendo justo en ese momento.
—Yo sé que no entendiste. Y créeme que traté de hacer todo el proceso lo menos doloroso para ti —Después de tomar aire y contener las lágrimas que se le agolpaban en los ojos, prosiguió—. Te dejé porque te amaba.
Valentina vio la incredulidad en el rostro de su amado y entendió que tenía que ser más clara. Era mejor decir las razones primero y dejar las explicaciones y disculpas para después.
—Hace cinco años y medio me detectaron cáncer de seno, en una etapa algo avanzada. El médico no fue optimista. El día que te lo iba a contar, llegaste tú primero a contarme lo del niño aquel que asistía a tu fundación y se suicidó. Eso me hizo darme cuenta de que en tu vida ya había demasiado sufrimiento como para agregarte mis problemas. Decidí que lucharía por mi vida, pero que lo haría sola, porque tú no merecías vivir junto a una mujer que iría constantemente a quimioterapia, que tal vez tendría que perder sus senos y su cabello, y lo más seguro era que incluso perdiera la vida. Si eso llegaba a pasar, pensé que cuando llegara mi hora a lo mejor tú ya habías encontrado a otra persona que ocupara mi lugar, y mi partida no te daría tan duro —La mujer dejó escapar una risa que aunque parecía fuera de lugar, no lo era—. Ahora que lo cuento y lo escucho, entiendo que es una estupidez.
Camilo recibió todo como un balde lleno de agua helada. No entendía cómo su mujer había podido tener semejante idea.
—Valentina López... ¿Qué te hizo creer que estar junto a ti en un proceso tan difícil sería algo malo en mi vida? ¡No entiendo cómo pudiste pasar por todo eso sola! —Su voz fue elevándose un poco.
—¡Lo sé, es estúpido! ¡Perdóname por favor!
—¿Perdonarte? ¿Sabes por todo el sufrimiento que me hiciste pasar? —Las lágrimas empezaron a correr por su rostro.
—¡Sí, lo sé! ¡Claro que lo sé! Yo también sufrí demasiado. Pero amor, entiéndeme; no quería lastimarte, pensé que sería un lastre en tu camino... —El llanto empezó a interrumpir el sonido de su voz— ¡Lo hice por amor!
Valentina dejó caer su cabeza sobre sus brazos, cruzados encima de la mesa, derrotada por el sentimiento de culpa que le embargaba el pecho.
—¿Y cómo estás, amor? —preguntó Camilo después de un rato acariciando la cabeza de su mujer, hablándole con dulzura, ya un poco más calmado.
—Me siento muy mal, nunca debí hacer lo que hice...
—No cielo, no pregunto eso. Quiero saber cómo sigue tu salud.
—Pues los doctores dicen que ya la enfermedad está controlada. Al menos por ahora tengo un buen pronóstico de vida. ¿Sabes qué fue lo primero que pensé cuando me dieron la buena noticia? Que deberías estar a mi lado...
—Y por supuesto que debí estarlo. Pero lo importante es que ya estamos juntos otra vez; juntos en Navidad...
Camilo tomó el rostro de su amada y le limpió las lágrimas. Luego sus labios buscaron los de ella, al principio con ternura, luego con desesperación, dándole a probar aquel anhelo que contenía en su pecho, para descubrir que ella sentía exactamente lo mismo.
Cuando se separaron, Camilo sacó las argollas de su bolsillo y las volvió a colocar en los dedos de los cuales nunca debieron separarse. Primero el de Valentina y luego el de él.
—Tú siempre serás la única mujer para mí; siempre serás mi esposa.
Valentina se arrojó sobre él y se fundieron en un abrazo mucho más significativo que el que se dieron al verse esa misma noche.
—Ver que me invitabas a venir cada año me llenaba de ilusión, me obligaba a luchar con más ahínco por mi vida... —aseguró Valentina.
—Saber que te di fuerza incluso sin saberlo, me reconforta. No sabes cuántas noches dormí abrazando tu almohada, extrañándote. Tú y yo nacimos para estar juntos, vivir sin ti fue la peor de las torturas.
—Si me perdonas, nunca volveré a torturarte.
Camilo la volvió a besar y luego se dedicaron a contarse más de su vida durante esos cinco años en que sus vidas estuvieron separadas físicamente pero sus corazones siguieron unidos.
Pasaron toda la noche recordando aquello por lo que se amaban tan intensamente, y enamorándose un poco más. Valentina comprendió que la decisión que tomó en pro de su amado fue egoísta aunque noble, y Camilo comprendió a Valentina, después de todo, puede que él hubiese hecho lo mismo.
Cuando ya sintieron frío de más y no quisieron que alguien se preocupara por ellos, volvieron a la fiesta tomados de su mano, tal como caminaban cuando eran esposos; en sus corazones nunca habían dejado de serlo.
Al llegar a la sala, ya muchos invitados se habían marchado. Solo quedaban sus familiares y amigos más cercanos, quienes se sorprendieron al verlos entrar como marido y mujer pero se alegraron.
Camilo acercó contra su cuerpo a Valentina y le dio un apasionado beso en los labios que fue correspondido. La alegría de los presentes fue tanta que se escucharon algunos aplausos. Otros prefirieron exhalar suspiros de ternura. Pero en lo que todos coincidieron era que esa era la pareja más fuerte que habían conocido.
—Feliz navidad, amor.
—Feliz navidad.
Esa noche, algunos recibieron libros, otros perfumes, joyas, ropa, los niños recibieron juguetes, algunos quedaron satisfechos y otros no tanto, pero el mejor regalo de todos fue sin duda el que Camilo encontró debajo del árbol.
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