II - De Presencias & Tormentos
Domingo, 19 de septiembre de 1885.
La Dansé des Merveilles, Montecarlo (Francia)
Dormitorios / Duchas
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Protege la llave ¡Es muy importante!
Sabrás cuándo debes usarla.
Te quiere, Mamá.
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Fleurie releyó la nota una y otra vez, intentando darse cuenta del motivo por el que su madre había escondido esos objetos en su maleta sin habérselo consultado primero. Apenas unos segundos después, fue Matildè la primera en romper el silencio.
—Ya ves, tanto misterio y al final sólo es una nota de tu madre. Te has lucido, Fleurie —dijo, tumbándose de nuevo en su cama. Había perdido todo el interés en el asunto, al contrario que su compañera. En su cabeza se formulaba decenas de preguntas, para las cuáles no tenía respuesta. Pero lo último que hacía Fleurie era rendirse, así que intentó conseguir un poco de ayuda por parte de su compañera de cuarto.
—No lo entiendo —titubeó—. ¿Por qué mi madre escondería una llave y ésta nota a mis espaldas? ¿Por qué no me lo dijo?
—Seguramente no querría responder a las preguntas que tendrás ahora en la cabeza —contestó Matildè, seguido de un bostezo—. O quizá fue una broma de tus hermanos.
—No tengo hermanos. Ni hermanas. Según mi madre, mi padre murió al poco de nacer yo. Hace poco murieron mis abuelos por parte materna, y por parte paterna nunca los conocí, al igual que a él. Tan sólo somos mi madre y yo. Y ahora que estamos separadas por kilómetros de distancia, tan sólo soy yo —comentó, entristecida. Anhelaba el cariño y consuelo de su madre.
Necesitaba su fuerza, pues ahora estaba completamente sola, en un mundo desconocido, sin saber cómo pelear quién sabe la cantidad de batallas que le impondrá la vida. Y de eso Matildè, que luchaba contra el sueño para no quedar como una maleducada, no tenía ni idea. Fleurie observó su rostro ¿Podría ser ella la amiga en quien confiar, en quién refugiarse, con quién compartir secretos, gustos y aventuras? Quién sabe. Nunca tuvo una verdadera amiga.
—Pues tu madre tendrá sus motivos para haberlo hecho. Mira, Fleurie, he hecho un viaje de 8 horas en tren y estoy terriblemente cansada. Necesito reponer fuerzas, mañana es el primer día de clase. Ya hablaremos al despertar, buenas noches.
—¡Espera! Esta habitación no tiene baños, ¿dónde están? ¡Necesito cambiarme! —exclamó nerviosa, antes de que su compañera cayera rendida en los brazos de Morfeo.
—Creo que es la última puerta del pasillo, o algo así —dicho esto, su respiración calmada indicó que había caído ya en un sueño profundo. Fleurie suspiró, resignada. También tenía sueño, pero no tanto como Matildè, que se atrevió a dormir sobre las sábanas con un largo vestido atado con una faja y adornado con lacitos. Ella no podría dormir sin su cómodo camisón, así que, tras encontrarlo, cogió unas zapatillas y salió sin hacer ruido de la habitación.
Debía darse prisa antes de que la luz que se colaba por las ventanas, que ya de por sí era escasa, desapareciera para dar paso a los luceros y la espesura de la noche. Tal y como dijo Matildè, los baños se encontraban al final del pasillo. Una fila de lavabos se encontraba frente a otra de retretes, ocultos tras cabinas individuales. Más al fondo, detrás de una pared, los vestuarios individuales se hallaban frente a otra larga fila de duchas rudimentarias.
A Fleurie no le hizo mucho gracia cambiar los cómodos baños de su hogar por una ducha rápida delante de un montón de desconocidas, pero ese ahora no era su problema, pues no había ni un sólo alma frecuentando los aseos. Intentó relajarse y avanzó con paso firme hasta uno de los vestuarios. Una vez dentro, dejó su vestido, sus tacones, sus calcetines y su ropa íntima en una pequeña mesilla del interior, quedándose totalmente desnuda.
Acto seguido, oteó por los alrededores en busca de alguien que pudiera estar allí sin que se hubiera dado cuenta. Al tener el camino el camino despejado, Fleurie salió desnuda hasta la ducha más cercana a ella. El agua caliente funcionaba de maravilla, empapándola por completo y relajando sus músculos. No había traído ningún producto de aseo personal, pues lo único que necesitaba era un poco de relax antes de irse a dormir.
Y agradeció profundamente que no hubiera nadie más allí para molestarla. Mientras tiraba su espesa melena negra hacia atrás, pensó detenidamente en los detalles de la vida que había abandonado y la que ahora le tocaba vivir: Con ventajas y desventajas, altibajos e inestabilidad. Pero eso a ella le gustaba. Adiós a la rutina. Hola nueva vida.
Siguió un buen rato bajo el caño caliente de la ducha, permitiendo que su mente vagara sin control por sitios imaginarios, olvidándose del mundo que la rodeaba, dejándose llevar,... Todo era confort y tranquilidad, una diminuta utopía, interrumpida por un ruido incierto. Fleurie abrió súbitamente los ojos, y escuchó con suma atención lo que parecía una puerta abriéndose, muy lentamente...
—¿Hola? —preguntó, sin estar segura de haber oído bien—. ¿Ha entrado alguien?
Ninguna respuesta.
«Habrá sido mi imaginación, o el agua de la ducha. No me disgusta este lugar, pero necesitaré tiempo para acostumbrarme a él y a sus rarezas. No hay quien pueda con éstos nervios» pensó, cerrando el agua de la ducha. Al salir, se percató de que se había olvidado la toalla en la habitación. No volvería desnuda hasta allí, pero no le gustó nada la única opción posible que se le pasó por la cabeza: secarse con su vestido.
De nuevo resignada, caminó corriendo hasta su vestuario, y al abrir la puerta, una gran sorpresa se cernió sobre ella. Sus prendas, antes bien colocadas encima de la mesilla, se hallaban en el suelo tiradas de mala manera, arrugadas y algunas de ellas un poco rotas. Sus ojos apenas podían creerse lo que estaban viendo. Alguien había estado allí, y no sólo eso. Aquella muestra de violencia sólo demostraba que aquel desconocido buscaba algo.
Algo que a Fleurie le aterraba admitir.
La llave.
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Lunes, 20 de septiembre de 1885.
La Dansé des Merveilles, Montecarlo (Francia)
Aula Escolar
—¿Y cómo puedes estar segura de que buscaba la llave? De hecho, ¿cómo puedes estar segura de que buscaba algo? —cuestionó Matildè, con la mirada clavada en su compañera. Tras el suceso, Fleurie, se cambió a toda mecha, cogió sus prendas y salió pitando de allí. Desgraciadamente, no vio a nadie fuera que pudiera ser el culpable. Una vez en la habitación, intentó dormir, algo que no le resultó del todo fácil.
Cuando la luz del alba comenzó a filtrarse por el gran ventanal de la habitación, las dos chicas fueron despertándose al compás de las rítmicas campanadas del campanario que se alzaba imponente en el centro de la Academia. Tras oírlo, estuvieron seguras de que sería imposible quedarse dormido en aquel lugar. Poco después de cambiarse, la recepcionista llamó a su puerta.
Tras avisar de que ese día irían directamente al aula, les indicó su localización y marchó para advertir al resto de alumnos. Y en el camino hasta la clase, Fleurie no pudo contener sus ansias por contarle la historia a Matildè. Negaba admitirlo, pero el miedo comenzó a hacerse un pequeño hueco en su cabeza, y compartir ese pequeño secreto con alguien más sería de gran ayuda.
—Apenas conocía gente en Tours, y ya ni te cuento en Montecarlo. Al llegar aquí, sólo conocí a la recepcionista y a ti, y tal acto de violencia sería propio de un enemigo que ni siquiera me ha dado tiempo a hacer. Dudo mucho que cualquiera de las dos haya hecho eso, y lo de la llave también me pilló de improvisto. Yo diría que está clarísimo ¿No es demasiada coincidencia? —rebatió Fleurie, alterada. Al menos por ahora no había señas de que alguien quisiera hacerla daño.
—Sí, es mucha coincidencia, pero tan sólo es una llave. Si temes por ella, déjala en un sitio visible, y la próxima vez que vengan, la verán, la robarán y te dejarán en paz —dijo con la mayor normalidad del mundo.
—¿No te acuerdas de la nota? ¡Protege la llave, es muy importante! Ni siquiera me saludó antes de advertirme —a Fleurie le hubiera encantado seguir hablando del tema, pero la puerta del aula ya estaba frente ellas. Sólo con el barullo proveniente del interior ya se sabía que estaba abarrotada de estudiantes, y por el mismo motivo, que ningún profesor se encontraba a la vista.
Matildè, la primera en entrar, fue acompañada por Fleurie, ambas con una expresión de asombro en sus rostros. El aula se hallaba totalmente cubierta por la luz natural que las grandes ventanas permitían pasar, todas ellas a un lado del salón, iluminando por lo menos 50 mesas individuales llenas de estudiantes. La pared opuesta tenía colgados cuadros originales, al igual que la pared al fondo. Y por último, una pizarra anormalmente grande se hallaba colocada frente a los pupitres, con el escritorio del profesor a un lado.
No fue al instante cuando pudieron encontrar dos huecos disponibles, uno al lado del otro, casi al fondo del salón. Matildè y Fleurie avanzaron una tras otra, observando los rostros de sus compañeros. Había chicos y chicas por igual, de edades variables entre los 6 y los 16 años. Cada uno vestía prendas acordes a sus personalidades, convirtiendo aquel espacio en un muestrario de moda actual.
Fleurie tragó saliva al ver que era una de las únicas que llegó allí con un vestido de tan bajo nivel, pero por otra parte, eso demostraba que estaba allí no gracias a su posición económica, sino a su gran inteligencia a la hora de tocar. Los pupitres se distribuían en filas de 10, llevando la misma estructura que un anfiteatro romano. Fue esa la razón por la que las dos chicas no se quejaron de estar al fondo de la clase.
—Así podremos entretenernos en las clases más aburridas sin que nos regañen los profesores —afirmó Matildè, entusiasmada. Fleurie, en cambio, se preguntaba cómo no podía sentirse insegura en un lugar tan nuevo, del cual desconocía hasta los horarios asignados a las tareas más simples. De nuevo resoplando, Fleurie cogió asiento al lado de su compañera y apoyó los codos sobre la mesa, tratando de calmarse.
El alboroto que había en la clase le ayudaba a pasar desapercibida, pero no a tranquilizar su estado de ánimo. Minutos más tarde, entró un último alumno, seguido por la tutora del curso. Sin cara de buenos amigos, se sentó en el último hueco disponible del salón: al lado de Fleurie. Tan sólo deseó poder reprimir sus ansias de haber estado junto a cualquier otra persona menos él.
Su indumentaria era sin duda la más pobre del salón, algo por lo que desde luego ella no le iba a juzgar. Sin embargo, una cosa era no haber nacido con todo el dinero del mundo, y otra era no cumplir con los estándares de aseo mínimos. Tenía el pelo revuelto, la ropa puesta de cualquier manera y a simple vista un humor de perros, sin destacar un olor no muy agradable. Fue por eso por lo que decidió quedarse firme, erguida y sobre todo, callada.
—Mi más cordial bienvenida a La Dansé des Merveilles —comenzó a presentarse la tutora. La mujer aparentaba 50 años de edad recién cumplidos. Vestida con un elegante vestido decorado con infinidad de flores y una resultona faja gris, tenía un aspecto tan serio como amigable, una mujer que distinguía entre trabajo y afición. Su pelo corto estaba cubierto por un sombrero largo y holgado a juego con su ropa—. Os dirigiréis hacia mí como la Sra. Monsielle. Ahora, por favor, decid "presente" cuando dicte vuestro nombre.
Poco a poco, la Sra. Monsielle llamó por su nombre a cada alumno del salón, y de esta manera, pudo saber que el chico a su lado se llamaba Emmanuel Lombardo, un nombre que para ella, desgraciadamente, no pasaría desapercibido. Una vez finalizado el recuento, la tutora comenzó a explicar los conocimientos básicos sobre el lugar y a elogiar su exquisito y nuevo sistema educativo.
—Las críticas dudan de nuestro sistema, pero los resultados lo avalan. La Dansé des Merveilles es la única Academia de Francia, y por ahora la única que conozco, en cuyas paredes se refugia a estudiantes de un rango de edades tan elevado, sin tener en cuenta que somos un centro que apuesta por la enseñanza mutua entre hombres y mujeres, y no apoya para nada la enseñanza memorística que se instruye en otros centros.
De esta manera, Fleurie supo que el piso inferior estaba reservado a estudiantes mayores de edad, y que durante el curso no tendrían por qué leer ni un sólo libro teórico. Tan sólo dispondrían de un cuaderno para tomar apuntes y de su memoria para retener los conocimientos que en algún futuro les catapultarían al estrellato. Sin embargo, esto no entusiasmó del todo a Fleurie.
—Sin libros, todo dependerá de nosotros y de nuestra atención en clase. Sin apuntes, no hay buenas notas, y sin buenas notas, ya te puedes ir despidiendo de La Dansé —explicó Fleurie a su compañera, que no entendía qué había de malo en no tener que cargar con uno o varios libros pesados durante todo un curso escolar.
—Siempre mirando el lado negativo ¿Acaso no será más práctico e útil de esta manera? —ese era un argumento que Fleurie no podía rebatir, así que sólo se dignó a asentir con la cabeza mientras su tutora comenzaba a explicar los horarios.
—El comedor estará abierto de 6:30 a 7:45 para el desayuno, de 12:00 a 14:00 para el almuerzo y de 19:00 a 20:30 para la cena. Quién no llegue a su hora ya puede despedirse de comer. En cuanto al aseo, está habilitada una zona en el lago artificial de la Academia para bañarse y lavar vuestras prendas, además de las duchas que tendréis a vuestra disposición a cualquier hora del día. Las clases tendrán lugar de 8:00 a 11:00 y de 14:15 a 17:15, de lunes a viernes. La asistencia es obligatoria. El sábado y el domingo seréis libres de ir a pasar el día a Montecarlo, pero las puertas de la Academia cierran a las 22:00. A partir de esa hora ya nadie podrá entrar o salir de ella —explicó la Sra. Monsielle con tranquilidad.
Al acabar, sacó una caja mediana escondida bajo su escritorio y de ella repartió a cada estudiante un grueso cuaderno, el cual podrían usar cuándo quisieran para tomar apuntes en el aula. Mientras, explicó las clases que tendrían asignadas y los profesores que impartirían cada una de ellas, así como la localización de cada salón. La gran mayoría de los estudiantes estrenaron su cuaderno apuntando tal información.
—¿Y para qué quiere una pianista saber realizar complejos cálculos matemáticos? —se quejó Matildè a Fleurie. La joven admitió que la asignatura no se le daba nada bien, pero ya que era obligatorio asistir, Fleurie prometió ayudarla. No pasaron apenas unos minutos hasta que la Sra. Monsielle anunció que tendrían el resto del día libre, aunque mañana comenzaran con el horario normal.
—Sois libres de explorar la Academia por vuestra cuenta, pero recordad que mañana haremos un pequeño tour instructivo para que conozcáis la historia que encierran estas paredes —se despidió.
Fleurie agradeció que la reunión hubiera acabado. Nada más salir, comenzó a quejarse de su compañero, Emmanuel Lombardo. Dijo a Matildè que durante la clase sentía su mirada clavada en ella, y aunque al principio lo tomó como una petición de "amistad", esa idea se desvaneció completamente al ver su expresión de desprecio y burla. Además, apostaría porque era el típico chico al que nada le importaban sus notas académicas.
—...no sé cómo le han admitido en la Academia. Ni siquiera me ha dirigido la palabra y ya me da asco —concluyó.
—Reconoce que tú también eres muy impulsiva y das todo por supuesto. Quizá ha tenido un mal día y por eso te ha dado una mala impresión.
—¿Un mal día? —preguntó, sarcástica—. ¿Acaso ha tenido tiempo para que un percance acabara tan pronto con su buen humor?
—Recuerda lo poco que tardaron en meterte el miedo en el cuerpo ayer por la noche —comentó Matildè, divertida—. Quizá incluso fue él quien tiró tu ropa.
—¡Cállate! —gritó Fleurie, asustada. Sin embargo, esto sólo provocó que Matildè se riera de su inocencia.
—Piensa que mañana no hay clase, sino un tour. No tendrás que estar a su lado seis horas.
Y con estas palabras, Matildè abandonó el pasillo, alegando que le apetecía despejarse gracias a los olores y las fragancias del jardín exterior. Fleurie, en cambio, prefirió quedarse en la habitación, añorando Tours con nostalgia y pensando sobre qué sería de su vida. Algo dentro de ella le gritaba que mañana sería un día muy especial...
...de una manera que jamás hubiera imaginado.
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