II: Real
Los gritos resonaban por toda la casa, y en la habitación de Lilian, el eco los hacía parecer incluso más hostiles.
Trató de concentrarse en terminar sus deberes, pero nadie podía hacerlo de esa manera. Su padre había llegado ebrio de nuevo, causando un alboroto como siempre. Esa vez había sido porque su madre, sin contar con que él se dignaría a aparecerse por su casa luego de una semana de estar ausente, no hizo más cena que para ella, Lilian y su pequeño hermano, Adrian.
Sin embargo, cerca de una hora después el ogro había llegado y desde entonces estaba gritando y derribando cuanta cosa se le atravesaba, como si él pusiera un quinto para comprar lo poco que tenía.
Suspirando, guardó sus cuadernos en su bolso y algunas plumas para poder continuar después. Casi al salir, su mirada se dirigió a su mesita de noche y antes de pensarlo mejor tomó la curiosa libreta que había encontrado el día anterior y la guardó entre sus libros, pensando en que hasta no averiguar qué clase de cosa era sería mejor que la llevara a todas partes siempre que no hubiese peligro de que alguien la viera.
Salió de su habitación dispuesta a dirigirse a su trabajo de medio tiempo como ayudante en la joyería de una mujer mayor muy amable llamada Mandy, a la que su madre le limpiaba la casa de vez en cuando.
Al llegar a la sala, encontró a su madre con las lágrimas mojando su pálido y demacrado rostro y el borracho inútil echado en uno de los sillones. Afortunadamente, el pequeño Adrian se había ido a jugar a casa de una de sus vecinas y ella no lo dejaría salir hasta que su padre se largara o se durmiera.
Lilian cruzó la habitación sin dirigirle la palabra a nadie, pero el hombre la vio y comenzó a gritarle ahora a ella, quién lo ignoró olímpicamente.
- ¡Te estoy hablando, mocosa inútil!- vociferó su padre, acercándose a grandes zancadas para tomarla del brazo y jalonearla. Al fondo, su madre ahogó un jadeó- ¡Hazme caso cuando me dirijo a ti!
-Déjame en paz- siseó la muchacha, sacándose del agarre para que él la volviera a sacudir- ¡Suéltame, joder!
- ¡Te pregunté a donde ibas y tienes que responderme!
- ¡Y un carajo, no tengo que responderte nada!- vociferó ahora ella, con la cólera a flor de piel-. Déjanos en paz de una jodida vez, solo vienes cuando el dinero que te robas se te acaba en alcohol y putas. ¿Por qué mejor no te pierdes para siempre? Nos harías un gran favor si dejaras de perturbar la poca paz que tenemos.
Lo siguiente que pasó ella lo había esperado, pero no con tanta resistencia.
Vio miles de estrellitas antes de que el dolor se extendiera por todo su rostro y cabeza y cayera al suelo. El patán que desgraciadamente era su padre había estampado su puño en una de las mejillas de Lilian con tanta fuerza que no podía levantarse.
Su madre soltó un alarido de horror cuando eso pasó y corrió a arrodillarse a su lado, tratando de sostenerla.
- ¿Qué has hecho, Adrian?- exclamó la mujer, con terror en la voz- ¡Golpeaste a tu hija!
- ¡Esa maldita zorra me faltó al respeto!- gritó de vuelta el hombre, sonando incluso ofendido- ¡Es una zorra igual que tú, para eso la has criado!
Y dicho esto, su madre soltó otro grito pero ahora de dolor.
Como pudo, Lilian se levantó y al enfocar un poco la vista observó que ese imbécil, como siempre, estaba golpeando a su madre.
Furiosa y adolorida, regresó a su habitación entrando en está dando un portazo. Se sacó el bolso colgado a uno de sus hombros por encima de su cabeza y lo vacío en el piso, que prontamente se vio cubierto de papeles, bolígrafos, libros y libretas. Tomó la que era de su interés, un bolígrafo y se sentó en su cama.
Abrió la libreta en una página al azar, y antes de pensarlo mejor, anotó con furia el primer nombre, incluso cuando no creía en los "efectos" de esta.
Adrian Vega.
Hizo una cuenta regresiva en su mente desde 40 hasta el 1, mientras los gritos de esa bestia y el llanto de su madre llenaban el silencio de manera tétrica. Cuando llegó al diez, comenzó a pensar en que todo era absurdo, pero hizo el conteo en susurros para sí misma.
-Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco...- los gritos aun eran audibles y deseó, con toda su alma, que funcionara-. Cuatro. Tres. Dos... Uno.
Y justamente cuando su esperanza comenzaba a hacerse añicos, pareció suceder. Los gritos pararon por un momento antes de cambiar. La madre de Lilian comenzó a gritar el nombre de su marido con desesperación.
- ¿A-Adrian, qué te pasa? ¡Adrián!- vociferó, y al no tener respuesta, gritó otro nombre- ¡Lily! ¡Lily, algo le pasa a tu padre!
Eso la hizo reaccionar y con rapidez, Lilian metió la libreta en su cajonera antes de salir corriendo a la sala.
Cuando llegó, encontró al hombre tirado en el suelo y a su madre arrodillada al lado de él. Su mirada oscura se quedó clavada en el cuerpo inerte de su padre para comprobar que respirase y que se había desmayado víctima de otra congestión alcohólica, pero esa vez no fue así. No se movía y no respiraba, como si estuviera...
-Muerto...- susurró en voz baja. Sin embargo, su madre la escuchó y la miró horrorizada. Lilian repitió lo que había murmurado antes, pero con voz incrédula-. Está muerto.
Su madre, histérica, comenzó a gritar como loca mientras agitaba el cuerpo, y Lilian se dejó caer de rodillas, con el rostro desencajado por la incredulidad.
La libreta funcionaba.
La libreta era capaz de asesinar a alguien con solo escribir el nombre de la persona y conocer su rostro.
La Death Note era real.
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