En un mundo oscuro y gris, donde todo era frío, árido y sin vida, ser un Dios no era muy divertido.

O eso pensaba Krave, un Dios de la Muerte mejor conocido como Shinigami.

Krave pasaba su eterna vida observando en aquel agujero que conectaba el mundo humano con el suyo, esperando el momento propicio para reclamar la vida de una de tantas personas que llamaban hogar a la tierra. A veces resultaba entretenido echar un vistazo a las cotidianas vidas de los humanos, sin embargo, ver y no ser partícipe era sumamente desmotivador.

Sabía que tenía que buscar una manera de bajar al mundo e integrarse, y conocía una, pero el riesgo no valía la pena... hasta que un glorioso día, cierto suceso lo hizo posible.

Una de las libretas donde anotaba el destino mortal de los humanos apareció en su camino sin aparente dueño. Krave encontró una Death Note extra.

Había planeado robar una al rey de los Shinigamis para dejarla en el mundo humano como hizo uno de sus homólogos, pero con ese hallazgo no fue necesario, además de que también se ahorró el riesgo de ser descubierto y asesinado.

Con la emoción de un chiquillo humano, recogió la Death Note encontrada en donde estaba el portal que conectaba el mundo Shinigami y el humano. Contó hasta tres, río y dejó caer la libreta.

Luego, pacientemente, se dedicó a esperar que alguien la recogiera.

Ciertamente se desilusionó cuando unos chiquillos la encontraron, pero antes de que la tocaran, apareció una joven mujer de aspecto común y los ahuyentó. Ella iba a recoger la libreta pero dudó un segundo.

Krave, expectante, dejó su rojiza mirada fija en el espejo a la espera de que la humana se decidiera... y fiel a su especie, la curiosidad le ganó.

Ella recogió la Death Note y se la llevó consigo dándole, sin saber, un pase directo al mundo humano y a la diversión sin fin.

El Shinigami estaba seguro de que su estancia en la tierra sería sumamente... fructífera.