KISSING ⊰⊹ฺ

( メHeadcanon ) ; ¿Besa bien?

El estribor podía romperse en el micro segundo espeluznante cuando sus miradas se cruzaban y la escapatoria no se divisaba en el horizonte. Era un maltrecho donde se ponía en tela de juicio el autodominio del que carecen. Kakuchō lucía bastante confiado de sí mismo, poco común en su figura marcada, poco visto. Lo normal es que analiza bastante las cosas y dependiendo del nivel de interés que tenga, las puede dejar fluir o las piensa más allá de lo saludablemente establecido.

Aunque si la manzana de la discordia tiene forma de corazon junto con el dibujo de belfos afinados bajo una tonada que solo resuena en su mente, ya debía de preocuparse. Porque la música se detuvo hace un buen rato y es raro escuchar sonidos fantasmales. De aquellos que surgen tonalidades pigmentadas por sus labios, la camiseta holgada color vinotinto, tan ancha, que más de un momento deseó recogerle la tela escurrida del hombro para taparle la tira de su posible sostén. Dios mío. Tenía que renunciar verle los ojos. Se va a descarrilar en un sitio peligroso.

Aunque bien sabe que un paseo por esos lares no le vendría mal. La cosa es si ella quiere, si le acepta la conducta imprevista. Si sabe bien a lo que se está refiriendo cuando lo empuja con sus orbes calculadores y lo ve así. Dejándolo boquiabierto.

Anteriormente reinaba era la armonía. Sería bastante entrada la noche, posiblemente las once. Arropados por una neblina irregular de Yokohama en el lugar seguro del parque. Compartiendo las anécdotas de las últimas semanas, hasta que se mezcló la idea de probar los audífonos nuevos de la fémina junto con su Mp4, escuchar unas baladas viejas. Para entonces, guardar los diálogos por maquiavélicos segundos, pegar la espalda contra el cedro milenial y dejar que transcurra el rato placentero.

No discurren peatones a esas horas del día. Nada que le fuera a interrumpir la locación frecuente que desde más del año estuvieron de acuerdo en tomar, como una pausa tácita de la semana, en los meses. Una promesa silenciosa.

Pasa a tragar saliva, anonadado frente a frente con su perdición. De ser así, sonríe con enorme peso para terminar de juzgarlo, amedrentando más la desdicha que lo acapara.

Entonces sí sabe lo que significa. Que lo mire así, jugándose el resto de las cartas y hacerle ojitos juguetones, como una especie de invitación. A menos que eso es lo que quiere que él crea. O que tal vez, él se esté haciendo ideas fuera de lugar, con un contexto que solito se procreó.

Apartó la vista al otro lado. Cansado de estar así, enfocado en sus labios. Sabiendo que no sería correspondido si da el primer paso, no, lo peor sería si fuera correspondido por lástima o el impulso divertido. La broma semanal, el hormigueo fugaz que dejará de ser excesivo y bonito al día siguiente. Tiene en cuenta que habrán mejores cosas que hacer por ahí, en otra parte, con los muchachos del grupo.

—Kaku, ¿estás bien?

Una gélida pero suave mano se posa sobre su hombro, descargando los voltios necesarios en hacerle picadillo el semblante, derretirse y quedar con los atomos de su bendito cuerpo convertidos en lava.

Ensimismado, escoge espabilarse por completo en el suelo de grama para atraer al cuerpo contrario con el suyo. Una táctica febril que le salió natural.

De forma inconsciente ya se encontraba sonriendo como bobo.

—Me gustas más así –le dijo–.

Y claramente no mentía. Se leía en sus ojos. Cuando ‘Hittō’ Kakuchō sonreía, ya sea mostrando los caninos afilados o la curvatura ensoñada, una estrella prendía fuego. Además de que últimamente se guardaba sus sonrisas en lo profundo de su duelo, cosa que llevaba más del año y medio desde que su mejor amigo había muerto.

—¿Gracias? –flechado fuertemente en el esternón, responde con duda, aunque realmente no supo qué decir. Soltó lo primero con base a sus modales y el candor ferviente y rojo que adornaba parte de sus orejas–.

Suficiente para enganchar mucho más la sonrisa aventurera que lo caracteriza.

El estruendo de tan lindo momento le vacila por las entrañas, presenciando el arduo trabajo que intentaba presumir ante su amigo. Todas y cada una de las acciones que hacía Kakuchō podían objetar en dejarle el corazón blando como gelatina, más que todo, en ocurrencias de instantes como ese. Ya quisiera caer en la trampa por completo. ¿Sería atendida la invitación? ¿Podría arriesgarse? Sabe perfectamente que el muchacho aprovecha cuando sus iris tiemblan en duda, para carcomer su alma con delicadeza.

Con esa voz medio grave, a la vez que ronca y dócil.

—Puedo... –sin aviso, le subió el cuello redondo de la sudadera. Ajustándose en la corta distancia que permanecía todavía–. Mejor así. Podrías atrapar un resfriado.

Y como siempre, volvió a caer. El borgoña otoñal le empaña las mejillas. Mira a los ojos de Kaku e intenta diferenciar cuál es el más llamativo, sin darle sospecha observando sus labios. Sería una clara pista de lo que desea.

Tiene información de sobra en comprobar que es un chico tan noble como caballero pero con ese toque atrevido y fuerte de un luchador, a la vez, que el roce de sus dedos cada que caminan le acompaña por doquier. Dedos ágiles en atraparla antes de que caiga. Dígitos hábiles. Intelectual tacto cuando le choca una enfermedad y le acarició la mejilla aquella vez que la fiebre no perdonó su organismo. 

Se sonroja mucho peor, gracias al adorable recuerdo.

El vapor fue soltado por ambos lados de su cabeza cuando justo lo volvió a hacer, acariciarle la mejilla. Sofocarle el pensamiento, terminar por rendirse. Ser helado derretido contra el pavimento.

Para él era irresistible no compartir caricias como esa. La que comenzó con los duetos de acompañamiento entre sus falanges, un abrazo, cruce de brazos o pasarse los brazos por los hombros, fue ella. Especificando que a veces, los amigos tienen tratos así. Pero estaba convencido desde un buen tiempo que el titular dorado de aquella palabra no le convencía. Prefería verla con otros ojos, porque se sentiría traicionado consigo mismo en su corazón. Figuraba que tarde que temprano lo podría captar, ya sea que él se aleje o que tenga respuesta, una de dos. ¿Podría seguir así? ¿Estaba bien? Meditar es dudar. Escoge quedarse otro rato así, acomodando su mano mejor en su cuello. Acortando leve la distancia y ver qué sucedía.

El ruido nervioso se le escapó por la sopresa. Primero plantó los labios, luego pasea la mano a su cuello, con tanto temblor interno que fácilmente sería el primero en desmayarse.

Se separó arrepentido de inmediato. Se había roto el mando. Se mordió el labio inferior con pánico. ¿Cuánto le costaría remediarlo? Ya no quedaba más que una dualidad extrema poco factible. Todo porque lo miraba así, porque le sonreía así, porque sus labios rosas le tientan ferozmente y porque sus tiernas mejillas se pintaban con vergüenza.

¿Debía disculparse? Era un hecho de que no se lo esperaba. ¿Verdaderamente se arrepentía? No encontraba señales de retroceso.

—Lo siento.

—No, está bien –lo atrapa enseguida por el cuello. Al pobre le brillaban tanto los ojos que la lucidez formó parte de ellos, las cejas se le suben confusas y ruegan por una explicación–. Me tomaste con la guardia baja.

De repente ya no sentía tanto frío, aunque la espesa niebla era un manto discreto que disimulaba lo que acontecía.

Aguardó otros cinco segundos en analizar sus ojos preciosos, enfocar la precisión y besarse otra vez. Al principio, intentó que el espacio todavía mantuviera valía entre ellos, pero cuando sus labios danzaron con profundidad, le rueda la cintura con una mano mientras que con al otra, le sostenía un lado del rostro. Asimiló que podía ser la entrada para otra cosa, porque sus finos brazos rodearon su cuello descubierto, primero pidió permiso, luego, el besó subió de tono hasta que les faltó algo de aire. Bien podría escribir su nombre, ya que la lengua contraria también lo haría. Más que embelesado por su sabor, el pequeño mordisco que le ofrecía justo en el labio inferior, escuchar el murmullo descuidado que lidiaba por no soltar.

El minúsculo detalle fue que los audífonos se enredaron entre ellos cuando pasó a estar encima y le miró desde abajo. Se separa, respirando ofuscado. Mantiene la calma por el lugar en el que están. Se las arregla en desenredar el hilo de los audífonos. Mutuamente se miran, una risilla escapó de ambos y terminan abrazados lado a lado juntando las frentes.

Después de un rato ameno. Comentó que deberían de irse a casa antes de que la guardia nocturna los atrapara en una esquina del parque, malinterpretando lo que hacían.

El embrollo —si es que pudiera llamarle así— acentúa la nueva invitación cuando caminaban. Rumbo a acompañarle hasta donde pudiera, pero la detiene por querer robarle otro beso, caminar otro poco y hurtar el consecutivo. Volviendo materia dispersa lo que quedaba, sostenerle por la espalda baja con ambos brazos, agacharse constante, enfurecido por dentro, porque tanto tiempo que habían pasado juntos y sentir que pudo haberlo hecho antes, que podría apostar de lleno a comerle los labios cuanto quisiera pero sin haberlo logrado por miedo.

—Me llenas de babas –agrega risueña en un susurro complice con la sonrisita que le vuela mariposas, de sus labios a los ajenos–.

—¿No era la idea? –bromea nervioso–.

Los belfos le tiemblan. Se estremece por la conducta de Kakuchō, dejando el atisbo de inseguridad, como si no lo estuviera haciendo bien cuando era mucho más que eso. Cuando el estómago crepita llamas por doquier, el vientre le produce cosquillas y sus dedos llegan a quedar entumecidos al entrelazarse por su nuca. Tanto así, que al culminar supuestamente el trayecto en la calle final, le detiene por el borde de la chaqueta.

Preguntando si podría besarle más, despacio, de pie. Que se despidiera bien.

Obedeció sin rechistar, engatusa de extremo a extremo los contornos del rostro que creía era suyo pero no del todo. Pasando a absorber la bocanada de aire con su boca, fundir chocolate caliente, el dulce forcejeo que implementa con apretar sus cadera y sonreír entre sus labios. Morder, consolarse del sonido y volverlo a hacer. Despacio, suave.

«Bésame. Bésame más»

ª no sé si quedó bien
Pero, en mi mente funciona

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