t r e i n t a y t r e s.
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EPÍLOGO
JUNTOS DE NUEVO
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Risas y lágrimas.
El lugar donde se encontraban en ese momento los siete amigos de Narnia estaba lleno de eso.
Estaban en la auténtica, en la verdadera, Narnia, la cual era mil o dos mil veces más magnifica y hermosa que la Narnia que ellos habían conocido y amado. Estaban en el lugar al que ellos siempre habían llamado el País de Aslan.
Pero lo mejor de la auténtica Narnia era que todos sus amigos, sus seres queridos, todos aquellos de los que se habían separado siglos atrás y habían perdido, estaban allí. El júbilo y la nostalgia recorría sus cuerpos ante aquellos reencuentros, pero aún más en los cuerpos de los tres hermanos Pevensie: Peter, Edmund y Lucy; pues de entre los siete, ellos eran quienes más tiempo habían pasado en la falsa Narnia y más relaciones habían forjado.
Entonces Aslan, tras hablar con el asno Puzzle, se volvió hacia ellos y dijo:
—Aún no parecéis tan felices como deseo que seáis.
—Tenemos miedo de que nos eches, Aslan —respondió Lucy—. Nos has enviado de vueltas a nuestro mundo tantas veces...
—No existe la menor posibilidad de eso —respondió él—. ¿No lo habéis adivinado?
El corazón les dio un vuelco a todos, y una frenética esperanza creció en su interior.
—Realmente hubo un accidente de ferrocarril —dijo Aslan con suavidad—. Vuestros padres y todos vosotros, como acostumbráis a llamarlo en el País de las Sombras, estáis muertos. El trimestre ha finalizado: empiezan las vacaciones. El sueño ha terminado: ha llegado la mañana.
—¿Estamos muertos? ¿Entonces, este es el Más Allá? —preguntó Peter con una emoción en su voz que fue incapaz de ocultar.
—Así es —le confirmó el león—. ¿Esperabas reunirte con alguien aquí?
No hubo necesidad de que Peter respondiera con palabras aquella pregunta, pues sus ojos parecían gritar un enorme «sí» que provocó que Aslan sonriese.
—¿Por qué no sales fuera? —sugirió.
Y el Sumo Monarca no dudó en hacer lo que le dijo, junto con sus hermanos y todo los demás presentes. Primero, se sorprendieron una vez más de lo hermoso y mágico que era aquel lugar, y después, los más ágiles y con mayores reflejos, se agacharon por inercia justo cuando un gran dragón de escamas como esmeraldas pasó por encima de sus cabezas. A todos se les escapó una exclamación y a Peter también le dio un vuelco el corazón, ya que reconocería a aquella criatura en cualquier lugar de cualquiera de los mundos.
—¡Orie! —exclamó cuando el dragón se posó sobre la hierba con magnificencia.
El mencionado inclinó su gran cabeza a modo de reverencia.
—Ha sido un largo tiempo, gran Peter —lo saludó.
Peter iba a decirle algo más, pero nada llegó a salir de sus labios al notar un nuevo peso sobre uno de sus hombros. Giró la cabeza hacia allí y se encontró a un pequeño dragón de escamas negras como la más oscura noche que lo miraba con dicha.
—Ryra —susurró él.
La dragona restregó su pequeña cabeza contra el cuello del monarca, demostrando de esa forma cuanto había echado de menos al hombre que le había puesto su nombre.
—¡Sylha! —escuchó que gritaba Lucy y Peter se vio obligado a girar la cabeza ahora en su dirección, para después volver a girarla en la dirección en la que ella miraba.
De entre la espesura del bosque, que se encontraba a tan solo unos metros, salía una esbelta mujer de rostro jovial y largos y rizados cabellos pelirrojos, a la que rápidamente reconoció como una de las mejores amigas en Narnia de su hermana, Sylha, junto con un atractivo hombre de rostro sereno, largos y lisos cabellos rubios platinos y puntiagudas orejas, que mantenía una leve y feliz sonrisa sobre sus labios.
—¡Sorian! —gritó ahora Edmund al reconocerlo.
Entre ellos, entre la bella pareja, iba una joven que era la perfecta mezcla de los dos, enganchada al brazo de él y cogida de la mano de ella. Peter supuso que era la hija que Sorian y Sylha habían tenido tras su marcha de Narnia por primera vez. Esa hija de la que sabía gracias a las cartas de Freya. Esa hija que había recibido el mismo nombre que su hermana, Lucy, pero que era mayormente llamada Eyra, pues era la luz y esperanza de Sorian.
Una primera lágrima cayó por la mejilla de Peter y la pareja, junto con su hija, le dedicaron una sonrisa reconfortante.
Una segunda lágrima cayó cuando una cuarta persona, mucho más baja que las otras tres, emergió de entre los árboles. Un pequeño hombre de rostro travieso y castaños cabellos que caían hasta sus hombros hizo acto de presencia con una gran sonrisa.
—Bilal —susurró Peter.
El enano pareció escucharlo y lo saludó con la cabeza, antes de girarla para mirar hacia las profundidades del bosque. Entonces, el monarca vislumbró a una quinta persona y fuertes latidos comenzaron a resonar en su pecho.
La quinta persona era una bella y grácil mujer. Su cabello blanco, como la más pura nieve, estaba peinado con diversas trenzas, pero no se hallaba del todo recogido, algunas preciosas hondas caían por su espalda. Sus adorables y puntiagudas orejas, adornadas con diversos pendientes, sobresalían ligeramente del cabello. Sus ojos, de un azul tan claro que llegaban aparecer blancos con determinada luz, lucían más brillantes que nunca. Su vestimenta, un largo y sencillo vestido blanco-azulado con accesorios en plata, destacaba aún más su definida y atractiva figura. Sus pies estaban descalzos y se movían con gracia sobre la hierba fresca. Sus movimientos, en general, eran gráciles y elegantes. Y Peter no pudo evitar recordar el día en que se conocieron, pues ella se veía igual de bella e hipnotizadora que en aquel entonces.
A las dos lágrimas que ya habían caído se le sumaron muchísimas más, incapaz de contenerlas. Sin embargo, la mujer a la que observaba parecía ser capaz de luchar un poco mejor contra las lágrimas, aunque alguna que otra ya se había deslizado por sus pálidas mejillas.
—Freya... —susurró él en un hilo de voz y sintió como si llevase muchísimo tiempo sin pronunciar su nombre en voz alta, pues la nostalgia lo invadió.
Una pequeña sonrisa asomó en los labios de ella al escucharle pronunciar su nombre. Hacia tanto que no lo escuchaba de sus labios, hacia tanto que no escuchaba su voz...
—La cacería se prolongó mucho, ¿no? —dijo con calma, a pesar de que internamente era un remolino de emociones.
Edmund y Lucy quienes contemplaban la escena en completo silencio, como todos los demás, soltaron una pequeña risa ante la referencia mientras lloraban.
Peter no fue capaz de responder.
Entonces, Edmund recibió una mirada de Bilal, que entendió rápidamente, y con sigilo se posicionó detrás de su hermano. La pequeña dragona que se encontraba sobre el hombre del mayor se cambió al del menor y acto seguido, Edmund le dio un empujón a Peter, a la misma vez que Bilal se lo daba a Freya. Eso fue todo lo que la pareja necesitó para echar a correr hacia al otro, como si la vida les dependiera de ello.
Freya básicamente saltó sobre él y Peter la sostuvo en volandas, dando una vuelta sobre sí mismo con ella, como tantas veces antes había hecho. Se abrazaron con una fuerza, una necesidad, una añoranza, un dolor, un deseo y sobre todo un amor como nunca antes lo habían hecho. Ambos se embriagaron y se perdieron en el aroma y el calor del otro, y sintieron como sus corazones parecían decir que estaban en casa, que habían vuelto a su hogar.
Para ese momento, todos los dragones de Freya (Orie, Darmie, Erigor, Ryra, Mertir y Naim) ya se encontraban allí, algunos sobre el suelo y otros sobrevolando la zona, y cuando vieron como la pareja se abrazaba, Orie emitió un rugido que todos imitaron y los que estaban volando soltaron pequeñas llamaradas, festejando de esa forma que la Jinete de Dragón a la que tanto amaban se hubiese reencontrado con el Sumo Monarca al que tanto respetaban.
—Peter...
Susurró la elfa de Adaris en numerosas ocasiones, las mismas que el hijo de Adán se disculpó con ella. Se disculpaba pues podía notar en la voz ajena el dolor, la tristeza y la añoranza que había sentido durante todo aquel larguísimo tiempo separados.
Se mantuvieron así, abrazados y juntos, por varios minutos. Sin embargo, cuando el abrazo se detuvo, todavía se mantuvieron cerca, pues temían que si se separaban volverían a perderse. Peter colocó sus manos en las mejillas ajenas para limpiar las lágrimas que caían y Freya colocó las suyas sobre los antebrazos de él para sostenerse, pues sus piernas temblaban.
—Lo siento, Freya —comenzó a decir Peter—. Lo siento tanto por haberte dejado, por haber roto la promesa que te hice, por hacerte daño... Por todo, lo siento, Freya.
—No tienes nada de qué disculparte —repuso Freya—. Fui yo quien lo eligió; quien eligió amarte y esperarte hasta el mismísimo final y no me arrepiento ni me arrepentiré nunca de ello —aseguró con firmeza—. ¿Tú... te arrepientes?
—No, jamás —se apresuró a responder él.
Freya sonrió. Sonrió mostrando sus blancos y perfectos dientes. Sonrió de la forma que Peter amaba tanto. Sonrió de la forma que siempre conseguía que él también sonriese. Y esa vez no iba a ser la excepción, esa vez también consiguió que sonriese.
Segundos después, Peter junto sus frentes para sentirla todavía más cerca y mirándola con inmenso amor a sus preciosos ojos, dijo:
—Gracias por esperarme.
—Gracias por haber regresado a mí —respondió Freya.
Nuevamente sonrieron y sus labios se juntaron. Se juntaron en un beso que ambos deseaban más que nada en ese momento. Se juntaron en un beso que transmitió cuanto se habían necesitado y añorado. Se juntaron en un beso que demostró todo su amor. Se juntaron en un beso que provocó que todos los sentimientos que tenían por el otro se hicieran más fuertes. Se juntaron en un beso que los volvió a hacer uno. Volvieron a ser una sola alma. Volvieron a ser el sol y la luna. Volvieron a ser un rompecabezas completo. Volvieron a ser diamantes.
Una vez acabado el beso, Peter se separó y Freya estuvo a punto de protestar, pero cuando vio como hincaba una rodilla en el suelo y buscaba algo entre sus ropajes quedó muda. Lo vio sacar una cadena de plata donde colgaba un anillo que reconoció en seguida y un par de traviesas lágrimas se le escaparon. Peter sacó el anillo de la cadena y alzó el rostro para mirar los ojos de la mujer a la que tantísimo amaba, de la mujer de su vida.
—Esto te pertenece —indicó.
Sin decir palabra, Freya extendió su mano y dejó que el anillo se deslizase por su dedo índice una vez más; ambos sonrieron al notar y ver lo bien que seguía encajando.
Peter se levantó después, aun sosteniendo su mano y cogiendo la otra en el proceso, para luego tirar suavemente de ellas y acercar a Freya a su cuerpo.
—Te prometo que esta vez no haré que nuestro casamiento se demore y también te prometo que nunca más volveré a irme de tu lado.
—Más te vale —le advirtió –casi amenazó– ella con tono serio, pero su sonrisa indicaba que bromeaba—. Pero incluso si me volvieses a dejar, volvería a esperarte.
Peter negó con la cabeza mientras contenía una sonrisa. Ella era tan absolutamente maravillosa, tan perfecta, que a veces no creía merecérsela. Se sentía el hombre más afortunado del mundo por tenerla, por ser él al que ella amase. Freya también se sentía la mujer más afortunada del mundo por tenerlo, por ser amada por él. Estaba claro –para ellos y todos los presentes– que habían nacido para estar con el otro, que habían nacido para estar juntos.
—Te quiero, Freya, mi reina.
Ella sonrió.
—Te quiero, Peter, mi rey.
Ahora, él sonrió.
Y una vez más, se besaron.
Después de tanto tiempo separados, volvían a estar juntos. Después de tanto sufrimiento, volvía la felicidad. Después de las lágrimas, volvían las sonrisas. Después de tanto, eran recompensados. Después de tantos «te extraño», volvían los «te quiero». Después del «nunca», volvía el «siempre». Después de que su historia se hubiese paralizado, volvía a ponerse en marcha. Su paciencia y espera no habían sido en vano. Ya no habría más despedidas y dolor, ahora solo habría muchas aventuras y amor. Su historia, a partir de ese instante, solo sería felicidad y como ellos siempre habían deseado, nunca tendría fin.
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FIN.
Apuesto a que ahora sois todos muy felices porque Freya y Peter tuvieron su merecido reencuentro después de tanto tiempo separados y de tanto dolor. En serio, se lo merecían muchísimo. ;;
Tenía decidido desde el minuto uno, desde que publique la parte cero, que esto iba a suceder, que ellos se reencontrarían. Pero, por supuesto, no podía decirlo porque sino la historia habría perdido la chispa y las cartas no os hubieran llegado tanto.
Espero que os haya gustado el final. <3
Daré los agradecimientos y esas cosas en la siguiente parte.
Marie Weasley.
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