c u a t r o.

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Querido Peter:

Hoy hacen doscientos noventa días desde que tus hermanos y tú desaparecisteis.

¡Tengo que contarte una maravillosa noticia! 

Los terceros hijos del señor y la señora Castor han nacido hoy en esta hermosa noche de solsticio de invierno y lo escribo en plural porque han sido dos preciosos gemelos los que han nacido. ¡No te imaginas lo adorables que son! Son tan pequeños, regordetes y peluditos. La señora Castor no podía dejar de abrazarlos y acunarlos debido a ello, y al señor Castor se le caía la baba a cada dos por tres, así que sus otros dos hijos parecían sentirse un poco celosos, pero a la vez también parecían encantados con sus nuevos hermanitos. Son una familia feliz, no me cabe duda de ello.

Pero, ¿sabes qué me ha recordado esto? Nuestros planes de futuro. No dejabas de decir que una vez nos casásemos, teníamos que formar una familia, teníamos que tener un hijo, y yo estaba feliz por ello, incluso si a veces pensaba que era prematuro. Porque quería ser la madre de tus hijos y que tú fueras el padre de mis hijos. Es tan cruelmente irónico ahora, pues ni siquiera llegamos a intercambiar votos en el altar, ni siquiera me convertí en tu reina, a pesar de lo mucho que tú lo ansiabas y lo mucho que yo lo deseaba.

Honestamente, no hay día en que no haya imaginado como serían nuestros hijos. Los he imaginado miles de veces desde que dijiste que querías formar una familia conmigo. Ya fuesen niños o niñas, me los imaginaba con los cabellos de un dorado tan hermoso que dejaría en mal lugar al sol, con unos orbes de un azul tan claro que casi parecería que tenían dos diamantes como ojos, de lo cerca que estarían de ser blancos y lo brillantes que serían, y con un montón de pecas cubriéndolos y formando hermosas constelaciones en sus bellos y pálidos rostros. Serían una perfecta combinación de ti y de mí. 

Y ya que estoy, creo que debo confesarte algo... ¿Recuerdas que siempre que discutías con tus hermanos, sobre todo con el rey Edmund, sobre que sería mejor, decías que querías una niña y yo te apoyaba? Pues mentí, Peter. Mentí como cruel bellaca. No quería una niña. Quería un niño, como tu hermano lo quería también y él lo sabía; ambos estábamos confabulando en tu contra, lo siento, pero no me arrepiento de nada. ¿Sabes por qué quería un niño? Por el mismo motivo que querías tú una niña, porque igual que tú querías tener a una pequeña Freya revoloteando a tu alrededor, yo quería a un pequeño Peter agarrándose a mis faldas. Quería a una pequeña copia de ti para darle el resto de mi amor y mimarlo tanto como te mimaba a ti.

Sin embargo, ahora me importaría muy poco que fuese niño o niña con tal de poder dar a luz a tu hijo y formar esa familia juntos...

¡Oh, Peter! Habríamos sido tan felices. Pero tan felices. ¿Por qué el destino nos hizo esto? Nosotros sólo queríamos estar juntos, así que, ¿por qué? ¿Hicimos algo mal? Me gustaría poder preguntárselo al mismísimo Aslan, pues estoy segura de que él podría darme una respuesta.

Y mejor dejo de escribir, pues las lágrimas ya se están aglomerando y no quiero que la tinta se corra cuando empiecen a salir.

Así que me despido aquí, Peter, mi rey.

Con amor,

Freya.

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