En días como hoy, siento un nudo en la garganta, un molesto cosquilleo en el estómago, las ganas de que te quedes superan el miedo a perderte, prefiero condenarme a mi misma, con la cruel pena del amor en silencio, prefiero que permanezcas aquí, junto a mi, sosteniendo mi mano, reconfortando mi ser con la empercudida esperanza de un futuro juntos. Escribo esto, estos sinsentidos que nunca leeras, porque al menos así, tengo la tranquilidad de que nuestras almas se rozan en la trágica penuria de un amor ahogado, ahogado en un mar de olvido, sentenciado a muerte por los más oscuros demonios que en mi habitan, sí, soy yo, la chica del vestido carmín, la que lloró todo el camino a casa después de tu partida, dime, porque te crees con el derecho de hacerme esto, mirarme, hablarme como si fuera tu mundo y luego tratarme como a alguien ordinario.

Quizás soy yo y mi estúpido optimismo, quizás eres tú y esos deseos enfermizos de dar amor para luego quitarlo.

«¿Y si me pierdo?» Pregunté yo aquella tarde de julio, aún recuerdo tu dulce olor impregnado en mis fosas nasales y lo bien que te quedaban aquellos Converse negros «Yo te encontraré» Afirmaste, lo peor de todo fue que me ilusione, me ilusione con palabras vacías que solo decías pretendiendo ganarte mi corazón, pero a veces, la mente se engaña, nuestros ojos ven lo que no existe, nuestros oídos oyen más de lo que deben y nuestra boca conjetura aquello que nunca sentimos. Hoy, permanezco aquí, en el lugar donde todo comenzó, ¿Lo recuerdas? Nuestra primera conversación, nuestra primera sonrisa, hoy me mantengo firme porque sé que si cedo a tu risa, me volveré brisa y arreciaré contra tus labios tormentosos, labios pecadores.

Eres un experto en pedir perdón
Y en dejar todo borroso
Nunca te impresione por sobresalir en tus pruebas
Todas las chicas que tú has conducido
Tienen los ojos cansados y sin vida
Porque tú los quemaste
Pero agarre tus cerillas antes de que el fuego me atrapara
Así que no mires ahora
Estoy brillando como fuegos artificiales
Sobre tu triste y vacía ciudad.
Me pintaste un cielo azul, para luego convertirlo en lluvia, pero me tocó a mi perder, recoger mi corazón hecho pedazos e intentar seguir adelante, con la aún viva esperanza de que aunque sea serás capaz de notarme por dos segundos.

«¿Por qué no hablas?» Inquiriste en la cafetería ¿La recuerdas? Esa que frecuentabamos cada domingo, Oh mi querido John, ¿Acaso no te das cuenta de que las palabras sobran cuando la mirada habla? Yo sí te miro, te miro y no me canso porque sé que algún día tú lo harás y veras aun viva en mis ojos la candente llama de mi amor por ti.

Prométeme, dime que me amas aunque sean mentiras, dime que tu futuro es conmigo, engáñame, porque al menos así, sentiré que soy parte de tu vida tanto como tu de la mía. ¿Y ahora qué? Qué pretendes con tu inminente marcha, hoy que todo está perdido, solo dame el placer de grabar a fuego lento tu rostro en mi mente, dame el placer de que mis ojos te acaricien una última vez, dejame. Ya nada será lo mismo contigo lejos John, pero sé, yo sé que volverás y orgullosa, me sabré dueña de tu amor.