Si había algo que molestaba a Daisy, era saber que la mayoría del tiempo lo desperdició adorando y amando a una persona que acabó por completo su estabilidad emocional. El amor parecía un calvario en ese punto, en el que se perdió a sí mismo intentando abrirse paso en las visiones muertas que llevaban su nombre, ahora las caricias, sus besos y su sonrisa eran ajenas a su persona.
　　　　
　　　　La joven agente tenía más allá que un corazón roto, pues sentía que sus sentimientos fueron usados en algún acto de caridad que terminó en una completa estafa. Una historia en la que puso su fe, en la que su "otro yo" terminó muerto y ella huyó sin saber a dónde ir ni cómo sobrevivir. Lo único que quedaban eran las memorias de esa relación fatalista en casa.
　　　　　　　　
　　　　Lo que tenía claro es que, no volvería a vivir otra vez y tenía que curar las heridas que estaban abiertas a causa de todo el daño mutuo. ¿En qué punto estaba en su vida? Era la única pregunta que rondaba en su cabeza una y otra vez, porque ya no conocía el camino de regreso a aquel chico que alguna vez sonrió con honestidad y sinceridad a todos.
　　　　
　　　　Era como si ahora le faltara la mitad de su alma, como si en su cascarón hubiese quedado solo esa parte melancólica. Daisy todavía tenía veintinueve años, toda una vida por delante, por lo que le costaba aceptar que aquel rompimiento terminara siendo el punto y fin de su libro cuando solo era el final de una página que se acababa de escribir.
　　　　
　　　　Era cierto, quería arrancar esas páginas y no saber nada más de ese dolor que estaba tan latente, como si cada vez que la abriera, éstas solo le escupiese sus letras en la cara; estaba cansada de eso. Sus memorias muertas siempre asecharían su corazón. Allí vivirían y las escondería en lo más recóndito del mismo.