INTRODUCCIÓN

Juicio 65. Iudicium, Olympus.

Era una sala inmensa, tan grande como un estadio. Nyx no entendía cómo sus hijos permitían que sus descendientes derrocharan tanto espacio... Eran sólo unos niños malcriados, apenas llevaban existiendo un par de siglos; en cambio ella era un Primum: ella junto con sus hermanos crearon el mundo. Pero parecía que ya a nadie le importaba quién hubiese sido su creador.

"Sus descendientes se hacían llamar a sí mismos "deorum", sus delirios de grandeza provocaron que su sobrino Urano, Deus de Caelo, fundara un lugar para ellos en el mismo cielo, al que llamó Olympus; debia asegurarse de que estaban controlados, pero no sirvió de mucho: los olímpicos descendían a la tierra para incordiar a los humanos, se sumergían en las profundidades del mar para divertirse destrozando ecosistemas, se entrometían en el destino de los seres vivos... Hasta tal punto, que su sobrina Gea, Dea Terram, decidió crear un lugar en lo más profundo de la tierra donde serían destinados todos aquellos seres que interviniesen en el equilibrio de la vida; así fue como se fundó ese lugar que a tantas generaciones ha aterrorizado; el Inferos.
Los hijos de Nyx: Ker y Thanatos, los Deos Mortem, creyeron que sería un buen hogar para ambos, quedando así patente que ningún ser vivo podría entrar en él a excepción de los deorum."

La enorme sala estaba abarrotada, casi todas las deidades conocidas estaban allí. Nyx no daba crédito: tanto revuelo por algo que era natural...

Reconocía que había ido en contra de las leyes que ella misma había impuesto, y que como parte de ellos tenía que acatar; era cierto, había desestabilizado el equilibrio de la vida, pero tampoco era para tanto, pensó.

En ese momento entraron en la sala los Summa, y se maldijo a sí misma; ingresaron y tomaron asiento. Todos los asistentes procedieron a sentarse. Nyx los miró pensativa: sabía bien que eran los títeres de su hija Némesis, y ésta hacía tan bien su trabajo que no esperaba un trato preferente por su parte.

El asistente de los Summa se alzó, y con voz grave anunció:

-Juicio 65 a un Primum.
»Acusada: Nyx, Dea Noctis.
»Motivo: convertir el día en noche durante dos meses hominum.

Nyx comenzaba a impacientarse, le sudaban las manos. El Summa se acomodó de nuevo y el compañero de su izquierda se incorporó con un grito:

-¡Que pasen los testigos!

Las grandes puertas de madera se abrieron, dando paso a los testigos. Nyx empezó a sentir dolor de cabeza. «Pero, ¿qué testigos?», pensó.

Se trataba de los semidei que vivían en la tierra junto a los hominum. Contaron con todo detalle cómo afectó el cambio del día a la noche: cómo los hominum entraron en pánico, cómo la flora se fue marchitando hasta morir...

Así pasaron cerca de cincuenta semidei, después les llegó el turno a los deorum. Nyx se echó las manos a la cabeza: estaba perdida, ¡iban a juzgarla unos niños malcriados! A ella, a la Magna Dea Noctis... Qué injusto estaba siendo su hijo Moros con ella... Siempre fue muy caprichoso, pero en estos últimos siglos lo era en demasía; tendría que hablar con él, por mucho que fuera el dueño del destino ella continuaba siendo su madre.

El juicio se alargó demasiado, y la sala se había ido vaciando paulatinamente; quedaban presentes poco más de la mitad de los asistentes cuando la Summa concedió la palabra a Nyx:

-Por favor acusada, declare lo ocurrido.

Sin vacilar, Nyx se levantó de su asiento y proclamó:

-Primum, titanes, deorum, semidei, y demás criaturas... entiendo que he causado un gran revuelo, y lo lamento profundamente; nunca tuve la intención de perjudicar a nadie, pero supongo que no medí las consecuencias de mis actos.

»Aquella noche, al ver a mi hermana Hemera llegar para suplirme la noté muy triste, algo inusual en ella como bien sabéis. Le pregunté a qué se debía su tristeza, y se echó a llorar. Ese día fue muy gris, y tras éste no hubo mejoría: los días siguientes continuaba viéndola cada mañana igual de decaída, y se me partía el corazón.

»En Gloria Eva decidí acercarme fuera de mi turno para saber qué le ocurría. Nada más llegar el cielo se oscureció, y fui consciente que no podría quedarme mucho más (con un eclipse sería suficiente), pero ella se desmoronó, y yo... no pude marcharme.

»En la Terra se formó una fuerte tormenta; todo el mundo estaba en plena oscuridad, con miles de tornados y maremotos. Me quedé con ella hasta que se tranquilizó y las tormentas cesaron, pero ya era demasiado tarde... Como saben, el tiempo no pasa del mismo modo para nosotros que para los hominum, y cuando me di cuenta habían pasado dos meses; volví de inmediato a mis obligaciones, pero ya no pude enmendarlo...

El silencio invadió la sala. Nyx miró a todos, pero sólo vio a unos niños malcriados. Entendía que su hermana Hemera no podía acudir en su ayuda, pues estaba cumpliendo con sus obligaciones, ¿pero y los demás? Ni siquiera había visto a su amado Erebo.

Comenzaba a impacientarse por el silencio que mantenía la sala. Su hija Némesis, la Dea Iltionis Iustitia, llegó volando con sus grandes alas de terciopelo negro y se posó en medio de la sala. Sus largas y esbeltas piernas relucían como el oro en aquel suelo arenoso; se enderezó resuelta y miró a su alrededor: sin duda sería uno de los juicios más importantes de su vida. Sus ojos azules se entristecieron, nunca imaginó que su mejor juicio fuese contra su propia madre... La buscó con la mirada y se concentró en ella:

-Madre, entendemos tus motivos. Comprendo especialmente que esa fuera tu forma de actuar, pero como sabrás has obrado mal; tenías más decisiones que tomar y elegiste la equivocada. Sabemos bien quién eres, una de los Magna Creatores Universi, y te estamos agradecidos por ello, pero no podemos tolerar estos acontecimientos... -«Lo siento, mamá», le susurró, y prosiguió en voz alta-: Los Summa hemos decidido cuál será el castigo. Proceded a leer la sentencia- ordenó.

Nyx sintió la pena que invadía a su hija ante aquella situación. Sabía lo justa que era y lo fuerte que le gustaba que los demás la vieran. Tomó aire mientras uno de los Summa se levantaba y desenvolvía lentamente el papiro:

-Procedemos a leer sentencia:

El Ser Primum Nyx, Dea Noctis, es condenada por los Summa y la Magna Dea Némesis a la divisionem animae.

Se escucharon varios gritos ahogados entre los presentes, pero Nyx ni se inmutó; sabía bien que aquella era la sentencia más favorable que su hija había podido otorgarle, y lo asumía. Aunque no a todos les pareció justa.

Su hijo Ker, Deus Caede, aterrizó súbitamente justo delante de los Summa con sus largas alas color borgoña desplegadas y postura amenazante, estremeciendo a media sala. Ker siempre era así de violento y enérgico...

Nyx lo miró con ternura: su hijo sería capaz de acabar con el mundo por defenderla. Apartando a su hermana de un empujón, Ker gritó:

-¡No es justo! Me niego a darle una de mis muertes a mi propia madre. ¿Es que acaso habéis perdido la cabeza?

Lo que antes eran susurros ahora eran conversaciones a viva voz; el caos se extendió rápidamente en la sala, y Ker sonrió. Quería ganar tiempo, y lo estaba logrando.

El Summa dio varios golpes en la mesa para llamar la atención.

-Estarás contento -le susurró Némesis.

-Al menos yo no atento contra mi propia madre -le espetó Ker.

Némesis montó en cólera: ella no estaba ahí por placer, odiaba el papel que debía desempeñar. Nyx percibió la mirada envenenada de su hija y supo que aquella situación acabaría mal...

Justo en ese instante dos deidades más se unieron al juicio. Ambos avanzaban caminando con paso firme entre el gentío, mientras los presentes enmudecían a su paso:

Hypnos, Deus Somni, sonrió a su madre y seguidamente se puso serio. Thanatos, Dulcis Mortis, tan frío como siempre, ni la miró.

Nyx observó a sus hijos con orgullo: a pesar de que Thanatos no la hubiese mirado, sabía que su vástago aunque frío era misericordioso, por eso le otorgó el poder de la muerte dulce.

-Yo me encargaré de la muerte de nuestra madre, Ker. Si ha de morir tendrá la más dulce de las muertes -dijo Thanatos.

Némesis lo miró agradecida. Lo pensó durante unos segundos y asintió, dando su visto bueno.

Hypnos, que hasta ese momento había permanecido en un segundo plano, se aclaró la voz:

-Hermana, ahora que hemos llegado a un acuerdo en lo fundamental, ¿qué te parece si acordamos también ciertos puntos superficiales?

-Habla, Hypnos -exigió Némesis.

-El castigo divisionem animae es bastante sencillo... -dio un paso adelante, y con voz suave se dirigió a toda la sala-: Se divide el alma de la deidad en dos cuerpos hominum que se lanzan al mundo hasta encontrarse a sí mismos; una vez reunidas las dos partes, ambos tienen que reconocerse y aceptar quiénes son. Cuando esas condiciones se cumplen se da por finalizado el castigo, y el deus en cuestión vuelve a su hogar y a sus obligaciones... eso lo sabemos todos -Y mirando directamente a su hermana, prosiguió-: Pero puesto que la causa de este problema no ha sido intencionada, me veo en la obligación de pedir que la sentencia sea revisada, Némesis.

-La sentencia es justa, hermano.

-Tienes razón querida, la sentencia es justa. Pero tal vez teniendo en cuenta los hechos y que la acusada no tiene antecedentes, creo que se le debería conceder al menos la oportunidad a su alma de recordar quién es.

La sala volvió a enmudecer; aquello significaba un gran privilegio, pues muchos deorum después de reencontrar su mitad no habían sido capaces de reconocerse, y habían muerto sin llegar a lograrlo, y por lo tanto también se habían vuelto a reencarnar, y la búsqueda volvía a empezar.

Némesis, altiva, dio media vuelta para consultar con los Summa. Varios minutos después ya tenía clara la sentencia:

-Los Summa hemos meditado la propuesta sugerida por Hypnos, y creemos justo que la acusada conserve sus recuerdos... Pero sólo una parte de su alma será la que recuerde, y tendrá que convencer a su otra mitad que son parte de la misma alma. Su castigo finalizará cuando consiga que su otra mitad la acepte.

En la sala se escucharon murmullos, susurros y medias voces tras decir esto. Némesis se acercó a su madre y la abrazó.

-Lo lamento, madre -volvió a susurrarle.

Pero Nyx no le contestó, sólo la miró con ternura. No hizo falta más, Némesis entendió que su madre no le guardaba rencor, incluso supo que estaba orgullosa de ella. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas; aquella mujer no la odiaba.

Sus hermanos se despidieron de ella rápidamente, mientras los presentes abandonaban la sala despacio. Cuando por fin sólo quedaron madre e hija, Némesis rompió a llorar:

-Lo siento tanto, madre... Cómo me gustaría no ser quien soy en este momento...

-Tranquila cariño, estaré bien. Además, gracias a ti y a tus hermanos lo recordaré todo.

-Sólo una parte de ti lo hará; no podía darte más privilegios. Espero que me perdones, como hija he fallado estrepitosamente...

-Eres mi hija, y yo misma decidí el día de tu nacimiento que este sería el mejor cometido para ti. Eres el ser más justo que he podido crear, y estoy muy orgullosa de ti; de manera que no sufras cariño, estaré bien. Además, ya estaba harta de hacer siempre lo mismo, un cambio me sentará bien.

-De acuerdo mamá, empecemos con los formalismos... -Sacó varios documentos y preguntó-: ¿A quién designarás para que desempeñe tu labor en tu ausencia?

La mente de Nyx se quedó en blanco; todo había sucedido tan rápido que ni siquiera lo había pensado. No supo qué contestarle a su hija; lo más común hubiera sido delegar todos sus poderes en su virum, Erebo, pero ella lo conocía bien: Erebo, el Deus Tenebris, era peligroso, por eso se quedó con él, para poder controlarle. Una voz incorpórea interrumpió sus pensamientos:

-Yo me encargaré de todo.

Ambas reconocieron su voz, pero aun así él no se mostró. Moros, Deus Est Finis, era muy caprichoso, tal vez demasiado; desde hacía varios siglos se le había antojado no mostrarse en público, así que aunque estaba presente en la sala nadie podía verle, ni siquiera ellas.

Nyx miró a su hija por un momento y ambas asintieron a la vez. Sin decir más quedó establecido: ¿Quién mejor que el destino, para hacer llegar cada noche?

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