Capítulo 8 parte 1. IN FATALE DIE.
Era un día soleado, Leandra se levantó temprano: no pudo dormir en toda la noche tras la visita de la Magna Dea Némesis. Se estaba volviendo paranoica, había repasado mentalmente durante la noche a todos sus conocidos y amigos buscando a alguien que tuviera motivos para querer atentar contra su pequeño, y sólo había conseguido un terrible dolor de cabeza. No le contó nada a su marido sobre lo acontecido;
Aquel día había llegado a casa del trabajo a altas horas de la noche. Aristo era carpintero, dueño de un pequeño taller en el pueblo que había heredado de su padre; ellos vivían a las afueras de la villa, en la casa de Leandra que también fue heredada de sus padres. Eran una familia humilde mas disponían de lo necesario para vivir bien aunque sin grandes lujos.
Aquella misma semana un eminente político le había encomendado la confección de todo tipo de muebles para el bebé que venía en camino, y Aristo se había visto obligado a realizar horas extra para acabarlo todo en el plazo impuesto. Era un gran hombre según su esposo, una personalidad notable y acaudalada; "Si este encargo le satisface me recomendará a sus socios, y eso significa trabajo".
Leandra recordó sus palabras como si las estuviera pronunciando en ese momento; no, lo mejor sería no decirle nada a su marido por el momento.
Se recogió el cabello en una trenza de raíz y bajó a preparar el desayuno. Abrió la puerta de la cocina en un grito: justo delante de ella se encontraba el pequeño Talos, estático en la mesa, mirando hacia la pared.
Un escalofrío recorrió a Leandra de pies a cabeza:
-¿Qué haces levantado, Talos?
El niño entonces reaccionó, saliendo de un extraño trance, y miró a su madre.
-¡Mami! -exclamó, levantando sus pequeñas manos para que lo cogiera en brazos...
Leandra lo cogió y volvió a preguntar:
-¿Por qué no estás en tu habitación, eh bribón?
-Había niebla. -contestó el niño.
Leandra se asomó aún cargando a Talos por la pequeña ventana de la cocina: era un día claro y soleado.
-Talos, no hay niebla... hoy brilla el sol, mira -señaló hacia el exterior.
-Ahí no mami, en casa. Niebla negla, y se fue po ahí -dijo el pequeño, señalando la pared que hacía un momento miraba fijamente.
A Leandra le invadió el pánico, pero no dejó que su hijo notara su miedo.
-Talos, cuéntame todo acerca de esa niebla -dijo sentando al niño en una silla y colocándose enfrente.
-Tenía flio, y fui a cerrlar la ventana... vi niebla negla, hizo bruurrff, y salió del cualto, y yo perseguí niebla y se fue la pared.
Volvió a señalar la pared y Leandra empalideció; las piernas le temblaban, estaba aterrada. Tal vez sólo se trataba de la imaginación de un niño de cuatro años, pero era demasiada casualidad que esto ocurriera justo cuando la gran Némesis, había venido a advertirles...
Tras unos minutos logró sobreponerse y preparar el desayuno a su hijo. Talos estaba más callado que de costumbre, hasta su perro Kríos permanecía inmóvil aun ella sirviendo la comida; cuando normalmente, saltaba y ladraba de un lado a otro esperando que le dieran algo de comer.
Leandra sentía en lo más profundo de su ser que algo malo estaba apunto de suceder.
Su marido bajó en ese momento, se desperezó y saludó a Talos con un beso en la frente, acarició a Críos en la oreja y vio a su mujer de espaldas a él; la agarró de la cintura haciéndola brincar.
-Buenos días mi amor...
-Buenos días Aristo. Toma, te he guardado el desayuno.
-Te veo preocupada mujer, ¿qué ocurre?
-Nada cariño, sólo que he dormido mal esta noche.
-Perdóname si he roncando -le susurró Aristo con un guiño, y ella sonrió.
-No has roncando, pero aun así me costó dormir.
Talos, atento a lo que sus padres decían, se echó a reír y empezó a imitar a un cerdo a modo de ronquidos:
-Mila Klíos, así ronca papá: grgfrr grrgr grrgr...
Leandra y Aristo estallaron en carcajadas al ver a su hijo imitando a un puerco. Éste se levantó de la mesa corriendo alrededor de ellos mientras fingía ser un cerdo y el perro lo seguía ladrando a su vez. Leandra se tranquilizó por un instante; así era su familia... humilde, pero llena de vida gracias a ese niño de pelo negro y ojos grises que robaba el corazón a todos.
Horas más tarde Leandra salió con Talos al mercado; después dejarían la comida a su padre en el taller. Tuvo que pelear con su hijo porque quería llevar al perro con ellos, y ella no estaba dispuesta a correr detrás del animal también, bastante tenía ya con Talos...
-¡Mami mala!
-¡Talos, te he dicho que no corras y que no te alejes de mí!
El pequeño sacó la lengua a su madre, cuando ésta le agarró del brazo.
-Como vuelva a ver esa lengua te la voy a cortar... ¡y pórtate bien o si no tu padre te pondrá el culo morado!
Talos se tranquilizó por unos instantes que duraron poco; le volvían loco las manzanas, en especial las rojas; tiró del brazo de su madre para que se apurarse hacia el puesto del frutero.
-Mila mami, son lojas, ¡yo quero!
-Ya voy Talos, no corras hijo- Contestó Leandra llegando al puesto de frutero más famoso del pueblo.
-Buenos días señora Nedidis, ¿cómo está hoy?
-Muy bien Patricio. Póngame un kilo de manzanas.
- Las lojas. -dijo Talos señalando dichas manzanas.
-Muy bien, las más sabrosas y dulces para el pequeño Nedidis...
De repente un grito desgarrador estremeció a Leandra. Todos voltearon la mirada hacia el lugar del que procedia aquel grito. Pronto la gran muchedumbre del mercado echó a correr.
-¿Qué pasa mami? -preguntó Talos intrigado.
Leandra se puso de puntillas para ver qué era lo que causaba tanto revuelo. Súbitamente un brillo la cegó e inmediatamente pudo observar unas grandes astas asomar a lo lejos entre la multitud.
Aquello parecia ser un toro, pero era imposible que se trátase de tal animal, pues tendría que medir al menos dos metros de altura, para que ella lo viera desde tanta distancia...
No se detuvo más tiempo pensando, cogió en brazos a su hijo y comenzó a correr hacia el lugar más seguro que conocia: el taller Nedidis, allí estarían a salvo... tenía el portón más resistente de toda la ciudad, recordó.
Talos no entendía nada... miró por encima del hombro de su madre mientras ésta corría y vio cómo una gran bestia negra y peluda con grandes cuernos y fuertes pezuñas, gruñía y pateaba el suelo. Un gran mugido se escuchó y Talos hundió su pequeño y asustado rostro en el hombro de su madre. ¡Esa bestia era terrorífica!
Leandra llegó al taller casi sin aliento. Su marido le abrió las puertas apresurado; había escuchado los gritos y había decidido cerrar el portón, pero para su mala suerte, su mujer y su hijo estaban allí, en ese momento recordó aquello que una vez le enseñó su padre siendo él, aún un niño: había una forma de salir del pueblo sin ser visto, se trataba de un tunel subterráneo que llegaba desde el taller hasta el bosque; su padre lo había encontrado en su juventud y Aristo habia jugado mucho en aquel tunel en su niñez. Aquello salvaría la vida de su familia.
Aseguró la puerta varias veces y cerró todas las ventanas. Llevó a su mujer e hijo a la trastienda, donde se encontraba el acceso a dicho túnel; rápidamente apartó el baúl que lo cubría y miró a su mujer:
-Leandra, este pasadizo os llevará a Talos y a ti a las afueras de la ciudad. Si las cosas se complican con ese monstruo no dudéis en salir por aquí, es seguro y nadie sabe de su existencia.
-¿Pero y tú, cariño?
-Yo os alcanzaré en cuanto me sea posible.
Mientras tanto, en el exterior la situación era caótica.
La gente gritaba, los puestos y mercancías estaban desparramados por el suelo junto a los cuerpos inmóviles de muchos de los transeúntes, unos muertos y otros heridos.
El minotauro estaba fuera de sí, la sangre de los caídos formaba enormes charcos a sus pies y su embriagador aroma lo cegaba por completo: aquel líquido carmesí era su debilidad, moría de ganas de restregarse contra él, pero tenía un olor en particular que localizar: un niño.
Le habían ordenado encontrar a un pequeño llamado Talos y sólo había algo que lo enloquecía más que la sangre:
la sangre de un infante.
Se concentró y aspiró profundamente, tratando de discernir entre todos aquellos olores, el que correspondía a su presa, pero no obtuvo resultados. Comenzó a impacientarse, esta vez no podía fallar en su cometido, pues el rey ya se cuestionaba prescindir de sus servicios.
Volvió a aspirar nuevamente y un leve rastro dulce llegó hasta él.
Pateó el suelo de nuevo sintiéndose eufórico y echó a correr siguiendo aquel dulce aroma, llevándose por delante gente y puestos hasta estrellarse contra el gran porton de los Nedidis.
Un gran golpe lo hizo vibrar: un animal encolerizado con los ojos inyectados en sangre embestía el gran porton con fuerza mientras emitía terroríficos gruñidos. Talos palideció junto a su madre.
-¡Mamá, ya viene! -decía el pequeño.
Leandra abrió rápidamente la trampilla que conducía al pasadizo del que le había hablado su esposo y se deslizó por él; levantó las manos para coger a su hijo y su marido la miró.
-¡Date prisa, marchaos ya!
-Aristo, ven con nosotros, por favor...
-Iré, tranquila. Pero empezad a correr, os alcanzaré.
-¡Ven ahora! Por favor Aristo... No quiero perderte... -suplicó Leandra.
-Tranquila amor, voy a ir con vosotros, pero cargando a Talos no podras correr tanto como yo, por eso es preciso que salgáis antes. Yo cogeré algunas armas y provisiones, y me reuniré con vosotros más adelante.
Leandra asintió, no demasiado convencida...
Entonces Aristo acercó sus labios a los de ella y los rozó con pasión, sabiendo que probablemente sería la última vez que podría besarla; ella entreabrió sus labios dándole paso; sus lenguas se entrelazaron en una danza de amor y tristeza nunca antes sentida.
Aristo se forzó a separarse de su mujer cuando una de sus lágrimas resbaló por su mejilla; sabia que él no viviría lo suficiente como para ver crecer a su hijo; se acercó a Talos, besando dulcemente la tierna mejilla del niño. Leandra había roto a llorar con aquel beso, pues sabía perfectamente que su marido nunca lograría alcanzarles: su intención era entretener a la bestia para que ellos pudieran escapar.
Con el corazón roto, levanto a su hijo cogiéndolo en sus brazos, miró atras un minuto y suspiró, su virum le sonrió; habia llegado el momento de escapar, Leandra se limpió las lágrimas rapidamente, volvió la vista al frente y echó a correr...
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