Capítulo 5 parte 1. KATIENA.


Dedicado a VivianaRomnRojas

Aqueronte, Animae Fluvium. Inferos.

Ker llegó molesto: El río de las almas era enorme, ¿cómo iba a encontrar a la muchacha antes de que lo hiciera Caronte? Con Hades pudo lograr un trato, pero sabía que no merecía la pena intentarlo con el barquero. Si no fuera porque Thanatos se lo había casi implorado nunca hubiera aceptado aquel cometido, pero no podía negarle nada a su hermano cuando ponía esa mirada de criatura desvalida. Debido a eso ahora tenía que secuestrar a un espíritu que ni siquiera había ingresado aún en el Inferos.

Se llevó una mano a la frente e inhaló y exhaló intensamente para darse ánimo. Buscó con la mirada a la joven, pero en su lugar sólo halló espectros compungidos y desorientados. Avanzó unos pasos y rápidamente las almas comenzaron a rodearle suplicándole clemencia: le asían de sus ropajes y se aferraban a él; Ker se agobió, y de un gran salto desplegó sus alas rojas, quedando así suspendido en el aire lo suficientemente distante como para que no pudieran alcanzarle.

Voló inspeccionando el lugar, pero no halló a la muchacha. Divisó a Caronte en su barca; con una rauda mirada supo que el barquero tampoco se había topado con ella aún.

Desesperado, fue en busca del único ser que podría ayudarle: su mejor amigo, Cerberus, el can tricéfalo.

Descendió próximo a su guarida y recogió sus alas; se preparó y silbó una melodía muy bien aprendida. Acto seguido el suelo comenzó a temblar. Pronto un gran hocico que precedía a una enorme cabeza asomó por la entrada de la gruta; la alegría se reflejó en los ojos de Ker: adoraba a aquel extraordinario ser.

Éste inmediatamente salió a saludarle. Cerberus era un magnífico ejemplar: tenía tres cabezas, cada cual más bella que la anterior, pero terriblemente desagradables cuando éste enfurecia; medía cerca de dos metros de altura, poseía un cuerpo fuerte y robusto, con unas anchas patas que le conferían un aspecto amenazante; definitivamente era una criatura única, que lo amaba con locura.

Nada más oír la particular melodía había comenzado a recorrer la cueva a gran velocidad, haciendo que el suelo se resintiera a cada paso; y cuando al fin lo localizó, saltó sobre Ker, mientras sus tres cabezas lo lamían sin descanso. Cerberus sabía que a su gran amigo Ker le encantaban esas muestras de cariño: aunque se empeñara en aparentar ser un deus despiadado y sin compasión, también poseía una parte sentimental que era la que adoraba todos aquellos detalles. Cerberus era el único al que le permitía acceder a esa parte tan reservada de su carácter, Ker era demasiado desconfiado como para mostrar esa faceta a alguien más. Abrazó y acarició a su buen amigo canino; pero tenía una tarea que cumplir, de manera que cambió su semblante, miró las tres cabezas de su amigo, y exclamó:

-Cerberus, necesito tu ayuda, debo encontrar un alma lo antes posible.

Una de sus cabezas asintió.

-Se llama Katiena, falleció recientemente con quince años, y se le practicó una cesárea antes de morir. Necesito encontrarla, amigo mío.

Sus cabezas asintieron, y ambos se pusieron en marcha. La gran bestia empezó a olfatear todo a su paso, fue guiando a Ker entre las almas perdidas, hasta que encontró el rastro; aulló y se quedó paralizado con la mirada fija en un lugar, Ker miró en la dirección que señalaban sus tres cabezas, y allí encontró a la muchacha. Le dio un beso cariñoso en una de sus testas agradeciéndole su ayuda, y se dirigió hacia Katiena.

La muchacha estaba bastante desorientada, no sabía hacia dónde dirigirse. Siempre pensó que al morir sus seres queridos irían en su busca, pero nadie conocido apareció. Sintió un escalofrío, y vio cómo el resto de almas perdidas se alejaban de ella; entró en pánico, pues su mayor temor en esos momentos era que la dejaran sola en aquel lúgubre lugar.

Una melodiosa voz resonó a su espalda, haciéndola estremecer:

-Katiena, por favor, acompáñame.

La muchacha no reconoció al dueño de dicha voz, pero se dio la vuelta. ¡Se encontraba frente a un deus! Uno alto, fuerte y oscuro.

-Katiena, ¿me escuchas?

-¿Quién eres?

-Mi nombre es Ker. Debes venir conmigo...

La muchacha recordó en ese instante las historias que le contaba su abuela de niña: Ker era el dios más despiadado y cruel que existía; según su abuela, era el encargado de otorgar las muertes más sangrientas.

Pero puesto que ella ya no se encontraba con vida, no tenía mucho sentido que la estuviera buscando.

-No temas, -la tranquilizó Ker- me envía mi hermano Thanatos, él fue quien te dio muerte. ¿Puedes ahora venir conmigo, por favor?

Le ofreció su mano cortésmente, pero Katiena vaciló. Recuerdos recientes acudieron súbitamente a su memoria: Recordó su muerte, y con ella un inmenso dolor, y a continuación alguien le dijo que descansara; y tras aquel suceso apareció en ese tenebroso lugar. Algo le decía que no debía fiarse de aquel deus, y decidió hacer caso a su instinto. Miró a Ker una última vez, pero no tomó su mano; por el contrario, procedió a dar media vuelta. Ker se impacientó al ver dicha actitud.

-He tratado de decírtelo por las buenas, pero visto que no surte ningún efecto, va a tener que ser por las malas...

Con unos rápidos movimientos que Katiena no fue capaz de percibir, Ker la agarró firmemente de la cintura, levantándola en el aire y acomodándola en uno de sus fuertes hombros; se elevó desplegando sus alas, poniendo rumbo hacia sus aposentos. Sabía que Thanatos se molestaría cuando se enterase de los métodos que había empleado, pero esa chiquilla estaba poniendo a prueba su paciencia.

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Ezis entró sin avisar en los aposentos donde hacía unas horas había dejado a ambos hermanos. Irrumpió en la estancia haciendo el mayor ruido posible, sorprendiéndose al encontrar a Thanatos solo acunando al bebé.

-Moros vendrá en unos minutos -exclamó Ezis.

Thanatos se limitó a sonreír y acunar a la pequeña. No hacía falta ser una moira para saber que aquello no pintaba bien: Moros se enfadaría fuera lo que fuera que Thanatos quisiera hacer; y cuando Moros se enfadaba, la humanidad siempre sufría; hasta los deorum padecían sus enojos, y eso provocaba que ella tuviera que hacer horas extras durante siglos; por esa razón no les dijo nada a sus hermanos cuando salió silenciosa para avisar a Moros: quería tenerlo de buen humor. Pero Thanatos... Thanatos estaba poniéndolo todo en riesgo. Lo observó con ese bebé tan débil entre sus brazos y se compadeció de él, no del bebé, si no de Thanatos: el deus mortem, tan compasivo como bondadoso...

Ezis sabía que alguien con tal bondad en su alma sufría demasiado destruyendo; puesto que el sueño de Thanatos siempre había sido crear vidas justas y bondadosas que cambiarán el mundo que él conocía. En cambio, tenía que conformarse con arrebatarle la vida de la mejor manera posible a las pocas personas bondadosas que existían. Sufría mucho, y más que sufriría: pues aunque era consciente de que el bebé que sostenía en sus brazos sólo era el recipiente que contenía la mitad del alma de su madre, ya se había encariñado con ella.

Ezis se dio cuenta inmediatamente de esto cuando su hermano acarició el delicado rostro de la pequeña con uno de sus dedos.
Moros ingresó en ese instante por la ventana, sorprendiendo a sus hermanos. No saludó, ni tampoco se andó con rodeos:

-¿Qué ocurre, Thanatos?

-Bienvenido, hermano.Tú mejor que nadie deberías saber lo ocurrido; padre conoce tus planes para con madre. Moros, dime que todo esto no se trata de otro de tus caprichos, ¡porque si es así, sabrás que no soy un deus al que le guste que le manipulen!

- ¡Thanatos! ¿pero qué estás diciendo? ¡No, por supuesto que no!

-¿Y cómo es posible que no lo sepas?

-Desconozco la respuesta Thanatos, alguien está conspirando desde mi propio entorno, y averiguaré de quién se trata; mientras tanto me mantendré alerta y lejos del oráculo.

-Haces bien, hermano -susurró Ezis.

-Dime Moros, ¿qué haremos con el bebé? -añadió Thanatos.

Moros desvió su mirada hacia el menor envuelto en mantas que sostenía su hermano, y supo que ya se había encariñado con aquella criatura. Era justamente eso lo que había estado intentando evitar desde el principio, pero ahora ya era tarde; lo peor sería que tendría que hacer sufrir a Thanatos nuevamente. Ezis le observaba, entendía bien esa mirada, ella también se había percatado de ello. De repente unos gritos de mujer alertaron a los deorum.

-¿Qué es eso? -preguntó Moros.

Pero antes de que pudiera obtener respuesta alguna, un irritado Ker hacía su aparición en la estancia con el espíritu de una joven al hombro, la cual no dejaba de gritar...

La lanzó al suelo y con un gruñido exclamó:

-Aquí la tienes Thanatos, ahora hazla callar.

Moros miró a ambos, este asunto se le estaba yendo de las manos...

La muchacha enmudeció al instante, nunca se había imaginado que vería a tantos deorum juntos. Un leve llanto de bebé la hizo reaccionar: reconoció ese llanto al momento. La mirada de la muchacha se dirigió hacia una de las esquinas de la habitación, donde uno de ellos, sostenía un bulto envuelto en mantas que no dejaban de moverse; era su bebé, estaba segura de ello. Se levantó rápidamente con miedo a que la detuvieran y se acercó a aquel deus suplicando con la mirada que le cediera a su niña. Thanatos no se opuso, con una dulce sonrisa le tendió al bebé; Katiena pudo ver su carita: estaba muy pálida y llena de sangre -su propia sangre, recordó-. Tocó su mejilla, y el llanto cesó.

Era muy pequeña... demasiado para sobrevivir; eso lo sabía hasta ella, pero aún así la acunó entre sus brazos. El silencio se había apoderado de los presentes en el mismo momento en que la pequeña criatura, había entrado en contacto con su joven y difunta madre. Thanatos, orgulloso, dijo al fin:

-Moros, te ofrezco un trato.

-¿Un trato? No puedes hacer tratos con el destino.

-Moros, el bebé se quedará un día aquí. Necesito que permitas a su madre alimentarlo lo suficiente como para alcanzar un peso razonable y que pueda sobrevivir en el mundo humano. A cambio contarás con nuestra ayuda para descubrir, detener y condenar al traidor que tienes entre tus filas.

Moros lo miró fijamente.

-¿Insinúas que no soy capaz de detenerlo?

-No, insinuo que no debes confiar en nadie hasta dar con él. En cambio nosotros no tenemos este problema, y puesto que ahora tienes que encargarte de las obligaciones de madre también, no levantaría sospechas que delegases algunas de tus responsabilidades en nosotros.

-Para eso tengo a las moiras.

-¿Y ya te han dicho tus veneradas moiras, quién es el espía que le hace llegar toda la información a padre? -Le espetó Ker.

-No -respondió Moros visiblemente molesto.

-Tal vez sean ellas mismas... -susurró Ker.

-¡Eso es imposible! -contestó Moros alzando la voz, dándose cuenta de que sus hermanos tenían razón: él no era imparcial, en cambio ellos sí.

Reflexionó durante varios minutos, analizó todas las posibilidades mentalmente, y halló razonable el trato que su hermano le ofrecía; así pues, asintió. Señaló hacia la muchacha con su dedo índice y ésta recuperó su cuerpo mortal; sus heridas comenzaron a sanar, aumentó de peso, sus pequeños pechos se colmaron de leche, y su rostro adquirió de nuevo color. Moros habló:

-Katiena, el destino te ordena que alimentes a tu hija durante el tiempo que esté aquí; una vez haya abandonado este lugar tú quedarás a cargo de Thanatos, y acatarás todas sus órdenes.

Ella asintió, e inmediatamente comenzó a amamantar a la pequeña.

Moros miró a Thanatos:

-Hermano, acepto tu propuesta, pero con ciertas diferencias: no serás tú a quien encomiende mi hogar, ninguno de vosotros lo será; tenéis demasiadas obligaciones que atender y muchas más que tendréis con madre como ser mortal. Le pediré colaboración a Hypnos, su cualidad para ver en los sueños será clave para descubrir al traidor.

Todos asintieron, por la buena elección de Moros. Éste se despidió y salió volando nuevamente por la ventana. Ezis también hizo lo propio, e incluso Ker salió de sus propios aposentos, dejando solos a Thanatos y a la joven.

Después de amamantar a la pequeña y dejarla plácidamente dormida, Katiena miró a ese dios al que no había dejado de observar en todo momento: no se atrevía a decir nada, pues según le había dicho el destino minutos antes, ahora él sería su protector; llevaba un buen rato sin articular palabra y ella se sentía cada vez más incómoda; no entendía por qué le permitían alimentar a su bebé, ni por qué había dejado de ser un espectro, aunque en ese momento tampoco le importaba demasiado: esto era lo mejor que le había pasado y estaba agradecida por ello; aun así, le asustaba bastante pensar en su futuro.

Se sentó junto a su hija, invadiéndola un cansancio implacable: habían sido unas horas demasiado intensas.
Cerró los ojos en lo que apenas fueron unos segundos intentando descansar, cuando una masculina voz la despertó:

-¡Nos vamos!

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