Capítulo 30. BRUDEN.
Los primeros rayos de sol despuntaban ya en el alba mientras unos encapuchados atravesaban sigilosamente toda la aldea, todavía durmiente. Dos de ellos se dirigieron al puerto, otros tres se detuvieron frente a la plaza del pueblo contemplando las posibles vías de escape.
Un ligero silbido se escuchó, y uno de estos últimos fue al encuentro de su emisor:
—Está todo listo, señor.
—Muy bien, ya sabéis lo que debéis hacer. Mantened la posición hasta recibir mi señal.
—Sí, señor.
El misterioso encapuchado regresó a su puesto mientras el otro corría hacia la cabaña del Gran Jarl de Agder...
Horas más tarde Adara contemplaba nerviosa desde la ventana el bullicio en el que la aldea se hallaba sumida y lo hermoso que todo estaba quedando. En pocas horas contraería matrimonio...
Los nervios le estaban provocando un incontrolable temblor en las piernas. Su madre avanzó en ese momento por la estancia y procedió a vestirla: Debajo del bonito hängerok que ésta había elegido para ella colocó unas medias de lana gruesa que ocultarían el par de dagas gemelas que portaría bajo las mismas, una en cada pierna; sus zapatos no eran finos ni delicados, sino gruesos y robustos como los que utilizaban los hombres para entrenar.
Astrid dejó caer el bajo del vestido y quedó satisfecha con la labor realizada cuando éste llegó al suelo, cubriendo su calzado. Le colocó meticulosamente un pequeño sax escondido entre sus pechos y la miró con lágrimas en los ojos.
—Ya estás lista, hija mía.
—Mamá, no llores… sabes que no tengo alternativa…
—Lo sé, mi pequeña. Sólo esperaba ser capaz de retrasar un poco más este aciago día. Eres demasiado joven…
Adara abrazó a su madre con toda su alma, consciente de que quizá esta sería la última vez que la vería; aunque la reminiscencia de sus conocimientos divinos le confirmaba que si todo iba bien la podría ver cuando quisiera.
—¿Dónde está padre?
—No temas hija, estará esperándote.
Salió de su alcoba y se dirigió al lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia; a cada paso que daba las nubes que ahora cubrían casi la totalidad del cielo se iban haciendo más densas, oscureciendo así el sol, proporcionando un aspecto plomizo. Adara avanzó rápidamente entre los aldeanos, mientras éstos se acercaban a ella para tocarla, creyendo que en el día de sus nupcias la völva les traería fortuna.
Se sintió abrumada al verse rodeada, al contemplar decenas de manos tratando de tocarla; su madre ya no la acompañaba, pues ésta se había quedado en el umbral de su hogar viéndola partir con los ojos bañados en lágrimas…
El sueño de Adara se estaba cumpliendo tal y como tantas veces se lo había estado mostrando su hijo Hypnos durante los últimos meses, pero con una salvedad: esta vez sabía qué tenía que hacer…
Llegó al improvisado altar, y al igual que en su sueño pudo divisar a lo lejos las velas del drakkar que esperaba por ella. Su padre había adquirido dicha nave especialmente para este momento: este era el regalo de bodas que Hans ofrecía a Asgeir ‘el blanco’.
Sus vecinos obstruían todas las salidas de aquella plaza, todo el pueblo se había congregado en ella expectante ante tal evento... Dio un segundo y rápido vistazo, localizando el rostro de su amiga gracias a su vistoso cabello escarlata, ésta le hizo una mueca que pretendía asemejar una sonrisa; Adara sonrió ampliamente al verla, le recordaría esa graciosa mueca durante resto de sus vidas. Sabía que los nervios le estaban jugando una mala pasada a Sigrid, y pese a esto Adara estaba aún más nerviosa que su amiga...
El Gran Jarl procedió con la tradición de unir a los jóvenes en matrimonio. En ese momento Adara reparó por primera vez en el rostro de su futuro marido con más detenimiento: un muchacho rubio de ojos azules, alto y fuerte, la miraba expectante y deslumbrado por su belleza.
Adara asintió cuando el Gran Jarl procedió a unir las manos de los prometidos, elaborando un lazo que simbolizaba la unión del matrimonio; en ese momento el estruendo causado por un trueno resonó en la lejanía, anunciando la inminente tormenta que se acercaba. Gracias a su recurrente sueño “premonitorio” Adara había tomado la precaución de esconder entre sus dedos una diminuta hoja de acero afilada a modo de navaja, aguardando al grito de su amiga con toda la calma de la que pudo hacer acopio...
—¡Corre, Adara! —gritó Sigrid con todas sus fuerzas.
Esa era la señal que estaba esperando… Con un ágil y rápido movimiento rasgó la tela que unía su mano a la de su inminente marido, cortándose en el proceso.
Saltó del improvisado altar corriendo en dirección a la costa, esquivando a la gente que intentaba detenerla en su huida, mientras escuchaba a su amiga proclamar ante todos:
—¡Aquel o aquella que ose tratar de detener a ‘la Protectora’ será despellejado vivo por el mismísimo dios Thor, verdadero padre de la völva! —clamó desafiante la pelirroja con su skeggöx apuntando hacia el cielo. Y entonces, como si el dios Thor quisiera corroborar dichas palabras, la tormenta se desató...
Adara comprobó cómo todos a su alrededor le abrían paso temerosos mientras la lluvia comenzaba a caer, y aceleró el ritmo de su carrera. Asgeir ‘el blanco’ quedó estupefacto mientras veía incrédulo a su futura esposa salir corriendo del altar y huir de él ante la presencia de todo el reino…
Los hombres de Kolbein no se demoraron en lanzarse al ataque, pero Hans lo tenía todo previsto: se transformó en oso, y tras recoger a Sigrid en su lomo, luchó ferozmente, evitando que pudieran alcanzar a su pequeña.
Ambos reinos no tardaron en fundirse en una encarnizada pelea entre ellos.
Mientras, Adara continuaba rauda su camino sin mirar atrás; sólo esperaba que su amiga Sigrid saliera ilesa de aquella caótica situación.
Llegó al drakkar fondeado en el puerto, junto a los hombres de su padre; y sin apenas poder saludarlos una flecha pasó silbando cerca de su oído.
—¡Al suelo! —exclamó uno de los hombres protegiendo a Adara con su fornido cuerpo.
Otra flecha, esta vez más certera que la anterior, impactó en él, que no había podido reaccionar a tiempo, haciéndolo desplomarse en la cubierta. Rápidamente los demás ayudaron a la joven a subir a bordo.
—¡Nos atacan! ¡¡Ya están aquí!! —gritó exaltado otro de los hombres de la tripulación.
—¡Remad estúpidos, o nos asarán como lechones! —les reprendió el berserker más veterano de los allí presentes.
—¡No, esperad! —gritó Adara— No podemos partir aún… ¡debemos esperar a mi padre!
—¡No hay tiempo, muchacha! —contestó el líder de la embarcación.
—¡Pero no podemos dejarle ahí!
—Tu padre es un gran guerrero, Adara. Si alguien puede salir vivo de aquí ese sin duda es: Hans Baardsson ‘el fuerte’.
Otra flecha se incrustó próxima a las piernas de Adara, rozando una de ellas y rasgando su hermoso vestido blanco…
—¡Abajo, völva! —gritó un hombre algo más joven.
—El gran Thor me aplastará las piernas si se entera de que su hija murió por una flecha perdida en mi drakkar —dijo angustiado el líder de la nave.
Apenas unos segundos después apareció en el desembarcadero un gran oso pardo, rugiendo y atacando a todo el que se interponía en su camino. Adara se levantó de la cubierta rápidamente y contempló orgullosa la escena que estaba teniendo lugar en la playa: A lomos de su padre cabalgaba una valiente e ilesa muchacha de cabellos de fuego que atacaba con su espada y su arco a todos los que se ponían a su alcance, formando así una pareja mortífera. Era como contemplar la escena de una de tantas de las historias sobre las valkirias que Sigrid y ella habían escuchado de niñas.
—¡Deteneos! ¡Mirad allí, es la princesa! —dijo Adara llena de júbilo.
Un enorme rugido resonó en toda la bahía mientras Sigrid descendía del lomo del animal. Y con lágrimas en los ojos le dio un beso en la testa y se adentró en el agua hacia el drakkar...
—¡¡Sigrid!! —gritó Adara.
—¡Nada, princesa! —decían los hombres que estaban junto a la chica de cabellos plateados.
—¡Es la mujer roja que monta osos! —exclamó uno de ellos, otorgando así un título más y una leyenda propia a su apodo: Sigrid Haakonsson ‘la doncella roja’.
Los demás gritaban eufóricos y jaleaban alentando a la joven.
Adara observó desde la distancia a su padre transformado en oso y las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro sin control…
Había llegado el momento de la inminente separación, y aunque sabía que sus padres no podían morir un gran peso oprimía su pecho. Se despidió de él con un beso lanzado al aire, y Hans se irguió sobre sus cuartos traseros, rugiendo como despedida.
Adara vio cómo su padre regresaba tranquilamente al poblado. En cuanto desapareció de su vista buscó a su amiga en el agua:
—¡Vamos Sigrid, date prisa! Tanto montar en oso te ha hecho más lenta...
—No... tanto... com-mo... par-a no... alcanzarte, Protectora del… Reino —dijo justo cuando Adara le tendió su mano para subir a bordo.
Ésta tomó impulso y Adara tiró de ella.
»Amiga… tienes mucho que expli...
Sigrid perdió el habla y la fuerza mientras Adara aún tiraba de ella; uno de los hombres las lanzó al suelo del drakkar violentamente mientras los demás gritaban:
—¡Nos atacan!
—¡¡Remaaad!!
—¡Tenemos que salir de aquí ya! ¡Remad!
Adara, algo aturdida por la brusca caída, buscó a su amiga con la mirada, hallándola al otro lado de la embarcación con una larga y ensangrentada flecha atravesando su espalda...
—¡¡Sigrid!! —La llamó desesperada…— ¡Sigrid por favor, respóndeme! ¡¡Sig!!
Se arrastró todo lo que pudo entre las maderas mojadas, la violenta oscilación del barco provocada por los continuos movimientos de su tripulación y el mar embravecido dificultaba su avance; unos remaban, otros disparaban flechas incendiarias al drakkar del reino de Rogaland que los perseguía con inquietante velocidad.
—¡¡A las velas!!
—¡¡Disparad a las velas!! —ordenaba el guerrero más veterano.
Cuando al fin logró alcanzar la mano de Sigrid el corazón se le detuvo... ¡Estaba tan fría como el mármol…!
«No por favor…», sollozó angustiada, «Ella no...»
—Sig, ¿me oyes? —preguntó de nuevo albergando aún esperanza— ¡¡Sigrid!! ¡Por Odín, habla o dame alguna señal de que aún no has partido hacia el Valhalla!
Pero el silencio de Sigrid se introdujo en el pecho de Adara como una gran y pesada roca. Sigrid no se movió ni tampoco pronunció palabra alguna… Se encontraba inerte, recostada frente a ella con la mirada perdida…
»¡¡Maldita sea Sig!! —Rompió en llanto la joven de cabellos plateados desesperada, tirando de la mano de su amiga para acercarla a ella— ¿Qué hay de tus sueños de convertirte en una gran skjaldmö? ¿Acaso piensas renunciar a ellos por una simple herida como si fueras una cobarde? ¡Eres una vikinga, no puedes dejarte vencer tan fácilmente! ¡Eres la hija del Gran Jarl Haakon, la dama roja que monta osos! ¡¡Por Odín, no puedes morir de esta manera!!
—¡¡Bien hecho muchachos!! —Se oyó decir.
—¡Les hemos derribado! —anunció uno de los guerreros.
—¡Las velas han prendido al igual que paja seca! —exclamó otro eufórico.
—¡Que se atrevan esos geirtandeses a meterse con nosotros!
—¡¡Deberían recordar que la hija de Thor nos protege!!
En ese instante el patrón de la embarcación recordó a la joven… La buscó con la mirada, hallándola abrazando desconsoladamente a la hija del jarl, que lucía una fea herida de flecha en su espalda.
—¡Callaos y poneos a arreglar este estropicio! —ordenó— Frey, encárgate de que el velamen esté listo; en media hora tenemos que alcanzar mar abierto en perfectas condiciones, ¡pon a estos holgazanes a trabajar de inmediato!
—¡Ya lo habéis escuchado, a trabajar!
El capitán aprovechó ese momento para aproximarse a la triste escena:
«¡No puedes dejarme sola!», escuchó decir a la joven, «¡Ahora no, Sigrid…!», susurraba en su oído.
—Vuelve conmigo por favor... Abre los ojos de una vez… —Lloró Adara abrazando el frío cuerpo de Sigrid una vez más.
El capitán puso su mano sobre el hombro de Adara compungido por el dolor del que estaba siendo testigo, intentando reconfortarla, mientras su vestido blanco se iba tiñendo de rojo por la sangre perdida de su amiga.
Adara no fue consciente de ese leve tacto… A decir verdad Adara no era consciente de absolutamente nada más en ese momento que no fuera del rostro de su amiga, el cual contemplaba sin cesar esperando un pequeño gesto que le indicara que aún seguía con vida.
Rota por el dolor y apretando aún más su abrazo, suplicó en su oído:
—Sigrid… Por favor, no me dejes… —dijo con voz entrecortada por el llanto— Por favor… ahora no te puedes ir, ¿me oyes, princesita consentida...? Yo… yo no podré hacer esto sin ti…
Las lágrimas resbalaban por la cara de Adara empapando también el ceniciento rostro de Sigrid.
Adara contempló una última vez el pálido rostro de su amiga y su corazón se quebró en mil pedazos. Un alarido de puro dolor surgió en ese instante de su garganta, deteniendo la lluvia y haciendo estremecer a todos los presentes.
Los hombres de aquel drakkar buscaron rápidamente sus amuletos, algunos incluso dirigieron sus plegarias al dios Thor. La escena que presenciaban era realmente sobrecogedora... Se encontraban en alta mar junto a una völva trastornada por el dolor, que portaba un vestido tan blanco como su plateado cabello, tanto que podría decirse que era la propia luna hecha mujer…
Su inmaculado vestido se hallaba manchado con la sangre de la princesa del reino de Agder, ’la dama roja’, quien había luchado valerosamente ante todos sus enemigos a lomos de un gran oso pardo…
Claramente esas dos mujeres no eran humanas, sino valkirias enviadas por Odín para defender y proteger el Gran Reino de Agder.
Pero aun así nadie se detuvo, las velas se desplegaron y el gran drakkar ‘Frihet’ continuó navegando ajeno a todo lo que ocurría en su interior, surcando los mares aprovechando los vientos a favor, guiado por los Magnos Deorum que desde el Olympus contemplaban aquella gran tragedia...
Continuará...
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