Capítulo 3. OSCURIDAD.
Moscú, Rusia.
Ezis se levantó del suelo en el instante en que su hermano le dio muerte a aquella niña. No entendía nada... Tan sólo unos pocos minutos antes estaba en el Olympus, disfrutando de uno de sus escasos momentos de ocio, cuando sintió un gran sufrimiento procedente de la Tierra; pensó que encontraría a Ker fuera de sí con algún mortal, pero lo que vio al llegar, la dejó perpleja.
-¿Qué ocurre, Thanatos? ¿Qué haces tú infringiendo dolor? ¿No le corresponde ese deber a Ker? -quiso saber Ezis.
-Ker está ocupado -dijo mirando a la oscuridad; su hermano continuaba luchando contra su padre.
Ezis enmudeció. No sabía qué era lo que había ocurrido, pero sin duda alguna, era grave.
Thanatos se levantó y tomó al bebé en brazos. Miró a su hermana y con un guiño le solicitó un favor:
-Ezis, necesito tiempo y Ker está cada vez más débil... Por favor, debilita a padre lo suficiente para que yo pueda dejar al bebé a buen recaudo.
-Nunca me lo perdonará, lo sabes.
-Este bebé es la mitad del alma de madre, y por alguna razón que desconozco padre no desea que nazca -dijo Thanatos.
No hizo falta mas explicación,
Ezis buscó con la mirada un lugar estratégico desde donde poder lanzar sus ondas de dolor sin ser detectada.
Un dolor muy agudo irrumpió en su cabeza; el temible Erebo, deus tenebris, se doblaba de dolor en medio de una contienda. Ker aprovechó esto para asestarle un fuerte golpe en el cráneo, que hubiese sido mortal, si no fueran inmortales. Erebo supo de inmediato que otra de sus hijas estaba prestando su ayuda a aquellos que habían osado oponerse a él; maldijo su desventaja.
Miró a su alrededor, en busca de la única diosa capaz de hacerle sentir dolor: Ezis.
Ker era formidable en la lucha cuerpo a cuerpo, hubiera sido un magnífico aliado; pero aunque la oscuridad vagaba por su alma más, que por la de ninguno de sus vástagos, él era el niño de mamá, siempre había sido así, ese era el motivo por el que se estaba enfrentando a él.
Erebo comenzaba a cansarse de todo aquello; sus hijos estaban en su contra, algo con lo que ya había contado... pero esa niña finalmente había nacido y ahora todo se le complicaba un poco más. Tendría que deshacerse de alguna de las dos mitades antes de que cumplieran la mayoría de edad, y eso era un gran inconveniente para él.
No conocía el paradero de la primera mitad del alma de su esposa, su hija Némesis, la había lanzado antes de su llegada; y ahora que su esbirro le había informado de los planes de Moros para la segunda, sus hijos se entrometían, impidiéndole llevar a cabo su propósito.
Llevaba una eternidad esperando su momento, siempre detrás de su uxoris, en un segundo plano, y relegado sólo a las noches, que ella regía. Pero ahora que ella ya no estaba, podía ser libre para expandir la oscuridad, sin horarios ni restricciones. Estaba harto de que imperara el equilibrio... Él era espléndido, todos a los que arropaba le eran fieles y por eso su mujer lo desterraba solo a la noche, para así, tenerlo bajo control y no pudiera hacerse más poderoso que su hermano Éter.
Según su hijo Moros, tenía que existir siempre un equilibrio. ¡Sandeces!, pensó. Ahora él alcanzaría el poder que se merecía, pues él no era mediocre como su hermano, él era magnífico, y todo lo que siempre había anhelado iba a hacerse realidad. Sin perder más tiempo, ni decir nada, se desvaneció.
Ker continuó peleando solo, pues su padre había desaparecido; perplejo, se detuvo. Miró alrededor en busca de sus hermanos; había notado la presencia de su hermana Ezis mientras luchaba. La vio tras él, junto al cadáver abierto de la pobre muchacha; Podía apreciar las vísceras claramente desde su posición y el enorme charco de sangre que rodeaba al cuerpo sin vida de la joven, creando una estampa muy sádica, la típica muerte que él otorgaba. Pero en esta ocasión no había sido él, sino Thanatos; sabía que esto, le pasaría factura a su hermano. Miró a Ezis y dijo:
-Vaya, gracias hermanita, soy consciente de la ayuda que me has brindado, sin ella no habría logrado salir ileso de la ira de padre. -ante estas palabras, Ezis asintió- ¿Dónde está Thanatos?
-Salió volando hace un momento, dijo algo sobre dejar al bebé en buenas manos.
Ker llamó a su hermano telepáticamente, pero éste no contestó, no podía en ese momento: se encontraba saltando de tejado en tejado con aquella criatura prematura llena de sangre en sus brazos; si no fuera porque llevaba el alma de su madre ya le habría dado paz...
Moros se había encargado de ponérselo difícil, su hermano disfrutaba mucho, complicando la existencia a los demás. Según él, el equilibrio del universo era mucho más importante que cualquier dios, pero Thanatos empezaba a pensar que sólo era un niño caprichoso venido arriba.
Reconoció ese olor desagradable, un olor amargo. Sabía qué significaba:
Esa persona estaba maldita en esta vida por algo que hubiera hecho en su vida pasada y no podría engendrar. Era un castigo muy severo, pues se le impedía ser capaz de tener hijos, y por lo tanto sentirse realizado en esta vida, lo que significaba que su alma tendría que volver a reencarnarse al morir.
Bajó de un salto y examinó el interior de la construcción, por una de las ventanas, vio a un hombre bastante pálido y enfermo estaba sentado junto al fuego. Sintió la necesidad de darle paz. Con una de sus manos invocó a las moiras para que le rebelasen el color del hilo de vida, de ese hombre; ante él emergió la imagen de un fino hilo escarlata que lo ataba a Ker. Con una sacudida de su mano la imagen se evaporó. Aquel hombre debía haber hecho algo realmente perverso, para merecer una muerte concedida por Ker.
Descendió al siguiente piso y observó nuevamente. Allí estaba la dueña de ese hedor a esterilidad: era una mujer muy bella, de un rubio pálido y de una piel más pálida aún; poseía un cuerpo menudo y sinuoso. Consultó de nuevo el hilo de vida: este por suerte, era de color negro, que lo ataba a él; se encargaría de su muerte llegado el momento, hecho que le agradó, ya estaba casi decidido a hacerle entrega del bebé, cuando alguien irrumpió, de malas maneras en la vivienda.
Era un hombre grande y orondo, estaba ebrio, muy ebrio; sin mediar palabra le propinó un bofetón en el rostro a la muchacha. Thanatos invocó inmediatamente el hilo de vida de aquel hombre, pero no lo halló; volvió a agitar su mano e invocar a las moiras: ante él apareció una pequeña niebla negra, que desapareció segundos después. Esto sólo podía significar una cosa: ¡era un subordinado de su padre!
El hilo de la vida era la forma en la que los Deos Mortem, sabían quién merecía una muerte violenta o una dulce; las moiras eran las encargadas de asignarles el color correspondiente a cada uno: rojo para Ker, negro para Thanatos. Pero este hombre no tenía hilo de vida.
Thanatos maldijo y se impulsó hacia arriba desplegando sus imponentes alas. Tenía que ocultarse antes de que lo descubriesen. Su padre era muy inteligente, sabía que Thanatos entregaría el bebé, a alguien que fuese estéril, de manera que había destinado a sus seguidores a la custodia de dichas personas. Thanatos volvió a maldecir mentalmente a su hermano Moros.
Fue entonces, cuando Ker volvió a contactar con él:
-¿Dónde estás, hermano? ¿Qué ocurre?
-Padre conoce nuestro plan y ha dispuesto a sus adeptos en la vigilancia de todos los infecundos, no puedo dejar al bebé en un lugar seguro.
-¿Tienes aún al bebé?
-Sí.
-De acuerdo, tráelo a mi alcoba, voy a realizar algunas visitas.
-¡¿Te has vuelto loco, Ker?! ¡Está vivo, no puede entrar en el Inferos, y sabes perfectamente que no puedo darle paz!
-Concédeme algo de tiempo hermano, conseguiré un permiso de Hades para que autorice una estancia temporal.
-Hades no aceptará.
-Confía en mí Thanatos, he ideado un trato que no podrá rechazar...
-Thanatos, ¿dónde te encuentras? -interrumpió Ezis.
-En la catedral de San Basilio.
-Bien. Espérame ahí, voy a tu encuentro.
Ezis no aparecía y Thanatos notaba cómo el infante se estaba debilitando muy rápidamente, pero no podía darle paz, aún no. Deseó con toda su alma que Ezis llegase cuanto antes; Como si la diosa del sufrimiento pudiera ayudarle a cuidar de un bebé prematuro...-se dijo a sí mismo con amargura.
Suspiró resignado y se acomodó en uno de los bancos de la catedral. Hacía frío, y había mucha humedad entre aquellos muros; él no podía sentirlo, pero el bebé que llevaba en brazos sí. Se lo acercó al pecho para proporcionarle algo de calor, su hermana llegó segundos después.
-Ezis, estoy aquí. -le dijo cuando su hermana apareció de espaldas a él.
-Thanatos, dime que no es cierto. Dime que padre no está tratando que madre no regrese...
-Lo siento Ezis, pero así es... Hasta que no lo he visto con mis propios ojos, no podía creerlo.
-Pero, ¿por qué?
-No lo sé, la oscuridad nunca entendió a razones; de eso se encargaba madre.
-Y ahora, ¿qué haremos con la pequeña?
-Moros me dio instrucciones de dejarla con alguien que no pudiera concebir, pero con la intervención de padre ya no se qué hacer.
En ese momento Thanatos sintió un pequeño tirón en su mente, reconoció al instante de quién provenía y se dispuso a escuchar lo que su hermano tenía que decirle.
-Adelante Ker, te escucho.
-Hermanito, lo he conseguido. Trae el bebé a mi alcoba. -le comunicó Ker.
-De acuerdo, vamos para allá.
Desplegó sus magníficas alas negras y miró a Ezis:
-Nos vamos al Inframundo, sígueme.
Ezis también extendió sus alas: éstas eran rojas como la sangre, y mucho más pequeñas que las de su hermano, pero asimismo, mucho más veloces.
-Sígueme tú, hermanito. -le replicó altiva, con una sonrisa socarrona dibujada en sus labios.
Ambos hermanos se pusieron en marcha.
Se dirigían al Inferos lo más rápido posible, Thanatos trató de dar cobijo a la frágil criatura con su propio cuerpo; estaba decidido a usar todos los medios a su alcance para proteger el alma de su madre...
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