Capítulo 11. ARGOS.

Argos, Grecia.

Mientras tanto, en Argos una impaciente Eris esperaba vestida como una plebeya más que aquel niño y su madre aparecieran en el horizonte.

Había escogido a quince de los mejores siervos de su padre, todos con el máximo potencial intelectual de los que disponía a su cargo para que la asistieran en la tarea que le había sido encomendada por el Deus Tenebris. Una vez hubo llegado al lugar indicado por su padre había empezado a entablar conversaciones triviales con la población para ganarse su confianza y manejarlos más fácilmente.

Su padre le había informado que viajaban al alba, por lo que según sus cálculos no deberían de tardar mucho más en llegar, pero la espera la irritaba sobremanera. Llamó a uno de sus súbditos disimuladamente, éstos se habían mimetizado con los lugareños, pasando casi desapercibidos entre la gente:

-Reúne a varios hombres y dirigíos a la zona norte. No es probable que lleguen por ahí, pero no pienso arriesgarme descartando cualquier posibilidad en base a suposiciones.

-Sí, señora.

-Y dile a Tompos y Resso que hagan lo mismo: uno que se dirija hacia la entrada sur y otro hacia la entrada este. No quiero que nadie salga o entre de este pueblo sin que yo lo sepa.

-Sí señora, como ordene.

Eris en ese momento llamó a su mejor hombre, uno tan inteligente que si lo hubiera conocido antes de que entrase a formar parte del séquito de su padre lo habría reclutado para ella:

-Ven aquí, Tirso.

-Mi señora...

-¿Por qué crees que se están retrasando tanto?

-No lo sé mi señora. Son una mujer y un niño que viajan solos, cientos de cosas pueden haber sucedido durante el trayecto, desde que se rompa una rueda del carro en el que se desplazan hasta que el niño se encuentre enfermo...

-¡Exacto! ¿Debería mandar hombres a Corinto para asegurarme?

-Yo lo haría mi señora, enviaría a los más discretos en su busca.

-Busca a dos de tus hombres más eficientes, mándalos a Corinto y que me informen de inmediato.

-Por supuesto mi señora, como desees

-Y Tirso...

-¿Sí?

-Que sean discretos -dijo con una sonrisa pícara en su rostro.

Tirso le devolvió la sonrisa con un guiño y procedió a cumplir las órdenes que acababa de recibir.

Era pasado ya el mediodía, y Eris no tenía noticias de ninguno de sus hombres. Los nervios habían comenzado a aflorar por sus poros... algo estaba saliendo mal: ya deberían estar allí, o al menos haber tenido noticias de alguno de los hombres a los que habían enviado en su busca.

-¡Tirso! -gritó visiblemente alterada.

-¿Sí, señora?

-¿Alguna novedad?

-No señora, nada.

-Esto no es normal... ya deberían estar aquí o tus hombres deberían haber informado sobre su paradero; algo está saliendo mal. Avisa a mi padre, dile que venga cuanto antes y que traiga el Ojo. Vamos a comprobar si esa asquerosidad funciona de verdad o sólo se trata de una invención de esas viejas hilanderas.

Tirso asintió y se desvaneció de inmediato.

Mientras tanto, Ker observaba a su hermana entre las sombras. Todo estaba saliendo tal y como lo había planeado: Ella había solicitado la ayuda de su padre junto con el Ojo del Destino; en cuanto se asegurara de la presencia de Érebo y de ese Ojo daría la orden a las Keres de atacar.

Se comunicó telepáticamente con Thánatos para contarle los nuevos acontecimientos; si algo salía mal Thánatos, Hypnos y Morfeo acudirían en su ayuda.

En pocos minutos un malhumorado Érebo hizo su aparición:

-¿Qué es todo esto Eris? Dijiste que podía confiar en ti, que no me fallarías...

-Y no te he fallado. El único que ha fallado aquí eres tú, ¿se puede saber dónde está ese maldito crío? ¿No decías, poderosa Oscuridad, que se dirigían hacia aquí? -dijo con tono de burla.

-Aunque seas mi hija no voy a tolerar tus faltas de respeto.

-¡Y yo no voy a tolerar que me mientas! Si no cumples con tu parte del trato, ese Ojo me pertenece.

-Eris, cálmate. Te prometí que podrías causar el caos, y lo harás. Seguramente estarán llegando mientras hablamos.

-¿Ah, sí? ¿Por qué no consultas tu “ojo mágico” para ver qué te dice?

Érebo miró con severidad a su hija: sus continuas burlas y faltas de respeto lo enardecían.

Abrió lentamente la bolsita que contenía dicho ojo y lo extrajo con sumo cuidado, sujetándolo entre sus dedos. Se disponía a preguntar por el paradero del pequeño cuando unos gritos y unos graznidos se escucharon en el exterior; se apresuraron a salir para averiguar el motivo de tal alboroto, y lo que allí encontraron los dejó estupefactos: las súbditas de Ker estaban atacando a sus esbirros...
Esas mujeres del Inferos mitad humanas y mitad águilas surcaban el cielo a gran velocidad, cayendo en picado contra sus presas, a las que herían para después llevarlas al vuelo y dejarlas caer contra el suelo. Por suerte sus esbirros no podían morir, a menos que fuera a manos de un deus.

-Padre, tenemos que salir de aquí cuanto antes… -susurró Eris atemorizada.

-Tienes razón Eris, si las keres están aquí Ker no andará lejos... -dijo mientras guardaba el Ojo en su túnica.

-¿Me buscabas, padre?

Ambos se giraron al reconocer la voz del susodicho deus.

-¿Se puede saber qué es todo esto, Ker? -interrogó Eris.

-Yo sólo salí a dar una vuelta con mis chicas, pero como sabéis tienen algo de mal genio... -dijo Ker sonriendo.

-No me vengas con jueguecitos, Ker. ¡Tus furias están atacando a mis hombres! -exclamó una encolerizada Eris.

-¡Oh! Lo siento hermanita... No sabía que ahora los súbditos de padre eran también tuyos, ¿es algún tipo de herencia? ¿Cuántos me corresponden a mí, padre?

Érebo mantenía una serena calma exterior, pues conocía bien a Ker: intentaba desestabilizarlo por simple placer; ya lo había logrado con Eris, pero con él no funcionaría.

-¡Ker, ya basta! Ordena que dejen de atacar a mis hombres y hablemos en paz.

-¿Paz? ¿Hablar? Padre, ¿te encuentras bien? Tú nunca has sido de hablar, y menos de paz.

-¿Qué es lo que quieres, Ker?

-Entrégame el Ojo del Destino.

-No sé de qué hablas...

-Padre, te ofrezco la oportunidad de redimirte por tus actos si entregas el Ojo ahora, no habrá represalias contra ti.

-¿Te crees que me importan tus absurdas represalias?

-Si no lo entregas por las buenas habrá de ser por las malas...

-¿Ah, sí? ¿Y quién me obligará a entregarlo? ¿Tú? -Rió a carcajadas un soberbio Érebo.

-Él y nosotros, padre.

Thánatos, Hypnos, Morfeo y Moros acababan de llegar. Ker les agradeció mentalmente su oportuna presencia.

-Esto parece una reunión familiar -exclamó Eris fastidiada.

-Padre, devuélveme el Ojo -se adelantó Moros.

-Eres el destino, así que supongo que sabrás lo que va a pasar aquí hoy...

-Lo único que pasará es que me entregarás el Ojo y nadie saldrá herido.

-¡Mis hombres ya están heridos! -exclamó Érebo furioso- Yo os diré lo que va a pasar…

Dicho esto, una densa niebla negra hizo aparición mientras Érebo se desvanecía ante sus ojos. Morfeo, que no perdía detalle, lo interceptó en el aire justo antes de que pudiese escapar, haciéndolo estrellarse contra el suelo de un fuerte puñetazo.

-¡Muy bien hijo! -exclamó un orgulloso Hypnos.

Ker avanzó rápidamente y asestó otro certero golpe a su padre antes de que pudiese recuperarse.

Thánatos mientras tanto no perdía de vista a Eris... Aquella a la que una vez dio cobijo y ayudó en el pasado estaba traicionando todo lo que él le había inculcado.
Eris sintió que no podía escapar de aquella situación; intentó pasar desapercibida y huir, pero Thánatos la detuvo sujetándola fuertemente del brazo.

-No te escabullirás tan fácilmente, Eris... Tus actos tienen consecuencias, y pagarás por ellos...

-Siempre has sido muy aburrido, Thánatos.

-¡Cállate! Pienso llevarte ante la justicia. No sé cómo has podido traicionar a madre de esta forma...

-Claro... ¿Cómo lo vas a saber si tú siempre fuiste su preferido?

-No digas estupideces Eris...

-¿Ah, no? ¡Perdón! El predilecto de madre siempre fue Moros. Si hasta delegó la noche al hijo pródigo... -exclamó con la mirada envenenada hacia Moros.

-Se encarga de la noche porque es el destino.

-Esa es la excusa de siempre: Hace todo lo que le viene en gana porque es el destino, nadie lo contradice porque es el destino... Pero la única verdad es que hace todo cuanto quiere porque es el favorito de madre.

-Eris, los celos te están envenenando...

-¿Ah, sí? Piénsalo bien Thánatos: ¿por qué siendo él un hijo más de Nyx al igual que nosotros tiene el poder de decidir qué destino nos aguarda a sus iguales, sus hermanos?

Thánatos dudó por un segundo y aflojó su agarre; esto es lo que Eris estaba esperando... Aprovechó la ocasión para asestar un codazo en la mandíbula a su hermano que lo hizo caer al suelo inconsciente. Entonces Hypnos, que había estado vigilando sus movimientos en todo momento, atacó a Eris como respuesta.
Se enzarzaron en una feroz lucha cuerpo a cuerpo; Eris era veloz y fuerte como una roca, sin embargo Hypnos era capaz de adelantarse a sus movimientos. Moros corrió junto a Thánatos, que seguía inconsciente; cogió a su hermano y lo sujetó pasando uno de sus brazos sobre sus hombros, teletransportándose de inmediato al Inferos; y dejando a Thánatos junto a Katiena, se apresuró a volver a la batalla.

Las keres peleaban con gran fiereza contra un reducido número de hombres leales a Érebo; Morfeo había caído herido cerca de una de las fuentes, sus heridas por alguna extraña razón no se curaban; Moros buscó a Ker, hallándolo muy magullado mientras seguía peleando con su padre. Por otra parte Hypnos había conseguido vencer a Eris, a quien tenía firmemente sujeta con los brazos en la espalda.

-Hypnos, llévala con Némesis, ella se encargará de su castigo.

-Por supuesto -Asintió él, desapareciendo al instante junto con su prisionera.

Moros descendió de los cielos justo a tiempo antes de que su padre pudiera evaporarse de nuevo; de un certero golpe en las costillas éste dejó de desvanecerse.

-Devuélveme el Ojo, padre.

-Recógelo tú mismo si puedes…

Moros se disponía a agarrarlo de la túnica cuando una gran explosión lo hizo caer al suelo; enfocó la mirada y vio a su hermano a unos pocos metros de él, inconsciente. En cuanto a Morfeo... apenas podía abrir los ojos por el aturdimiento. Aquello no era posible, ellos eran deorum, y una simple explosión no les debería afectar; pero entonces, ¿qué era lo que había sucedido?

Cuando el aturdimiento remitió y los oídos dejaron de pitar, Moros miró a su alrededor: el pueblo entero prácticamente había desaparecido; en su lugar un inmenso cráter se había formado en el terreno que debía ocupar la villa. Aquello hizo temer a Moros como nunca había temido: Sólo existía un material capaz de provocar tales daños y conseguir debilitar a un dios, y si su padre había conseguido hacerse con él no había ya nada que ellos pudieran hacer para evitar el fin del mundo...

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Este capítulo está dedicado a una gran escritora que no ha dejado de apoyarme desde que descubrió esta obra. Ella es: MaryEstuardo2112 gracias hermosa!

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