Capítulo 10 parte 1. OCULUS SORS.

Elysios, Olympus.

Una flagrante tarde con un hermoso atardecer se vislumbraba en el Olympus, en la que Moros por fin podía permitirse descansar de su atareado menester. Se hallaba junto a Pandora en los Elysios, ambos tendidos en el césped mientras contemplaban el ocaso. Pandora estaba de muy buen humor, no dejaba de sonreír, y esto hacía que el corazón de Moros brincara de júbilo.

Habían pasado unos años ya desde que ella le formulara aquella maldita pregunta... y aún no tenía una respuesta que ofrecerle; debido a esto Pandora se había alejado de él.

Una leve brisa meció los oscuros cabellos de la joven, entorpeciendo su visión y sacando a Moros de sus recuerdos; éste se apresuró a apartar el mechón con dulzura del rostro de la semidiosa, y ésta se sonrojó al instante. Moros sonrió coqueto ante esa reacción, pero su sonrisa se apagó pocos segundos después; un pequeño tirón en su mente cambió su humor: era una llamada telepática, y eso sólo podía significar problemas. La ignoró con la esperanza de que no fuera nada grave, pero justo ante ellos apareció un extenuado Hypnos.

El recién llegado replegó sus alas multicolor rápidamente mientras un perplejo y molesto Moros preguntaba:

-¿Qué haces aquí, Hypnos?

-He venido a avisarte.

-¿Avisarme de qué?

-El moiral es un caos, las moiras están histéricas. Será mejor que vengas…

Moros maldijo mentalmente a esas ancianas. Hacía meses que no se reunía con Pandora, y ahora que lo había conseguido no podían dejarlo en paz ni unas horas.

-Arréglalo tú, hermano. Esta es mi tarde libre.

-Moros, si pudiera arreglarlo no habría venido hasta aquí.

Entonces Pandora interrumpió:

-Moros ve, prometo que nos volveremos a ver.

Hypnos saludó con un gesto de cabeza a Pandora al percatarse de su presencia.

Moros lo pensó unos segundos y asintió.

-Está bien -dijo levantándose del césped-. Pandora, te veré en otro momento.

-Descuida Moros, así será -dijo sonrojándose de nuevo.

-Vamos Hypnos. Espero que sea algo importante.

Hypnos asintió, y ambos desplegaron sus maravillosas alas: las de Moros doradas como el oro iluminado por el sol, y las de Hypnos llenas de todas las tonalidades conocidas. Era un gran placer para la vista ver a ambos hermanos volar juntos.

Llegaron a la cueva de las longevas moiras en pocos minutos. Las hallaron discutiendo en mitad de un enorme griterío, aquello era un caos: gritaban a la vez mientras se insultaban y golpeaban unas a otras; así que Moros las hizo callar:

-¡Silencio!

Las mujeres callaron al instante avergonzadas.

-¿Qué ocurre aquí?

Las tres comenzaron a hablar a la vez intentando explicarle, y Moros perdió la paciencia:

-¡Basta! -gritó enojado-. De acuerdo Hypnos habla tú, según parece las moiras han perdido la educación y olvidado los modales.

-Y no es lo único que han perdido, Moros... tampoco encuentran el Ojo del Destino.

A Moros se le heló la sangre.

-¿Cómo es eso posible, Cloto?

-N… no… tenemos la menor idea, mi señor. Estábamos trabajando como siempre tejiendo los hilos de las nuevas vidas que nacerán este año, cuando mis hermanas se dieron cuenta que el Ojo no estaba en el trono -dijo señalando un diminuto trono de cristal vacío.

-Lo hemos buscado por todas partes, mi señor. Ha desaparecido -respondió Átropos.

-¡Eso es imposible! -exclamó Moros furioso.

-Señor, tengo quizá una posible teoría que tal vez quiera escuchar -dijo Láquesis.

-Adelante, habla.

-Esta misma mañana recibimos la visita de una de sus hermanas, la dea Eris. Fue algo extraña, puesto que no nos preguntó nada acerca del destino ni de los humanos.

-¿Y entonces qué quería?

-No lo sabemos señor... acabamos discutiendo entre nosotras y cuando nos dimos cuenta ella se había marchado. Sé que es delito acusar a un deus, pero algo me dice que ella nos distrajo para llevarse el Ojo.

Moros miró a su hermano en busca de confirmación y éste asintió. Si esto era cierto y Eris había robado el Ojo del Destino sólo podía significar una cosa: estaba aliada con Érebo.

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Thánatos entró a su alcoba muy apresurado; una hermosa Katiena lo recibió amablemente como siempre, pero supo nada más ver su semblante que algo ocurría:

-¿Todo bien, Thánatos? -preguntó preocupada.

-No. Ha ocurrido algo muy grave, necesito que acondiciones la mesa de reuniones...

Katiena se sorprendió. Era la primera vez desde que ella se encontraba en el Inferos que Thánatos celebraba una reunión en su alcoba; debía tratarse de algo muy importante.

Se dirigió apresurada a quitar los adornos que decoraban dicha mesa y a dejarla lo más formal posible. Depositó también algunos papiros y plumas en ella, pues no sabía cómo serían las reuniones de los deorum, pero era bien conocido que en cualquier reunión que se preciase se tendrían que anotar puntos a seguir.

Apenas había acabado de disponer las sillas alrededor de la mesa cuando vio llegar al primer deus: Moros, Deus Est Finis, entró en la estancia con sus gloriosas alas doradas aún desplegadas y semblante serio. La cara de Katiena se iluminó: recordaba que fue él quien se llevó a su bebé al mundo mortal; tal vez podría darle información acerca de su hija.
Había intentado por todos los medios persuadir a Thánatos para que le contase algo, pero no había obtenido respuesta por su parte.
El siguiente en llegar fue Ker, Deus Caede. Éste entró en la sala con paso decidido y una sonrisa arrogante en el rostro; saludó a Katiena y se sentó repantingado en una de las sillas. Aquel dios era frío y esquivo, Katiena sentía que un escalofrío recorría su espalda cada vez que lo veía.

Los últimos en llegar fueron Hypnos y su hijo Morfeo, los Deorum Somni Suo. Ambos venían discutiendo sobre algo que callaron al ver a Katiena. Thánatos se acercó a ella por la espalda posando su mano en la cintura de esta:

-Katiena, ve a tu cuarto. Si te necesitamos te haré llamar -susurró mientras depositaba un casto beso en la frente de la muchacha.

Este gesto sorprendió a todos los presentes.

Katiena, disgustada, asintió y entró en su alcoba de mal humor: había pensado que tendría la oportunidad de hablar con Moros, pero se había equivocado. Aún así decidió escuchar tras la puerta con la esperanza de que tal vez dijeran algo de su niña.

Hypnos fue el primero en hablar:

-Vaya hermano, al parecer no estás tan muerto como pensaba... Qué calladito te lo tenías... -dijo en tono burlón mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Katiena.

-Eso no te incumbe -contestó Thánatos.

-¿Qué ocurre, Moros? -preguntó Ker cambiando de tema.

-Han robado el Ojo del Destino...

-¡¿Qué?! -exclamaron ambos Deos Mortem.

-No se supone que te habías llevado a Hypnos y Morfeo contigo para que te ayudasen a descubrir al traidor? -dijo Ker señalando a ambos.

-Sí, y eso es otro tema que aún no encuentra solución. Pero esto, hermanos, es muy grave -contestó Moros.

-¿Y sospechas de alguien? -interrumpió Thánatos.

-Las moiras me contaron que nuestra hermana Discordia fue a visitarlas, y justo después de su partida el Ojo había desaparecido.

-Maldita Eris y sus constantes juegos… -refunfuñó Thánatos.

-No hermano, esto no es uno más de sus jueguecitos. Algo me dice que se ha aliado con padre -respondió Hypnos.

-Pero ella también quiere a madre, nunca le desearía mal. Es algo pendenciera pero no tiene mal corazón -argumentó Thánatos en defensa de su hermana.

-¡Ay, hermano! De verdad que me aburres... -exclamó Ker.

Moros prosiguió:

-El Ojo del Destino se utiliza para hallar a los humanos y ver sus vidas en el momento en el que se encuentran. Por esta razón creo que Eris se ha aliado con padre... Puesto que: ¿qué interés puede tener ella en hallar a los humanos?

Ambos deorum mostraron sorpresa en sus rostros al comprender dicha revelación: el Ojo del Destino era lo que Érebo llevaba años buscando después de que Némesis y Moros lograsen ocultar el paradero de las almas separadas de Nyx. Ahora con sólo con una simple pregunta formulada y el ojo en sus manos Érebo hallaría el paradero tanto de Talos como de Adara.
Debían actuar rápidamente o la humanidad peligraría.

-¿Qué plan tienes? -preguntó Ker.

-Hay que encontrar a Eris antes de que entregue el Ojo a padre -contestó Moros.

-¿Y si ya lo tiene en su poder? -preguntó por primera vez Morfeo.

-Esperemos que eso no haya ocurrido, sobrino. O nos veremos en serios problemas -respondió un preocupado Thánatos.

-Iré a hablar con Némesis -exclamó Moros...

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