8
Había un hombre en mi cama. Extendido cuan largo era sobre el colchón, igual que una lagartija asoleándose. Llevaba puestos una vieja camiseta y unos vaqueros gastados míos, que le presté luego de ofrecerle una toalla para que se secara. Ambos le iban demasiado cortos, desnudando sus tobillos y la suave línea de vello casi rubio sobre su vientre. El reloj rezaba las cuatro y media de la mañana y se le notaba en los ojos, hundidos y saltones al mismo tiempo, que resguardaba de la luz vibrante de mi habitación con un brazo. Aun así, no albergaba ninguna intención de marcharse.
Yo estaba junto a la tornamesa, revisando la colección de vinilos que no podía faltarme en ningún viaje. Ya le había presentado a buena parte de la escena musical psicodélica y ahora estaba a punto de introducirlo a Procol Harum. Coloqué el disco bajo la aguja y corrí de regreso a la cama tras echarlo a andar, aterrizando junto a Eric, a quien no le importaba cuántas veces hiciera aquello, seguiría causándole la misma gracia.
Me enorgulleció que Procol Harum fueran sus favoritos.
—Deberían tocar esa —comentó en un momento.
—¿A Whiter Shade Of Pale? —me reí.
—Sí, creo que les pegaría muchísimo.
No nos pegaría. Para nada. A mi voz le faltaba potencia, destacándose más por la capacidad de interpretación que porque en verdad tuviese talento, lo que convertía a las baladas en una misión imposible. En cuanto a mi estilo como tecladista, se caracterizaba por ser muy frenético; era allí donde soltaba toda la técnica. Pero fue tierno que Eric me considerara apto.
—Te diré algo —empecé, volteándome sobre mi costado para mirarle. Él hizo lo mismo, dejándonos cara a cara—. Puedo intentar convencerlos de que la versionemos en Woodstock...
—¿No estarán ellos en Woodstock?
—Rechazaron la invitación. La esposa de su guitarrista está por parir, así que prefiere volver a casa.
—Oh... Bueno, un hombre debe hacer lo que debe hacer, ¿no?
Se me revolvió el estómago por un segundo.
—¡Pero todos los demás estarán allí! —remarqué, queriendo animarlo y alejar la conversación de temas menos agradables—. Todos los grandes.
—Tú estarás allí.
Sonreí y rodé los ojos con falsa modestia.
—Sí, yo también... Deberías venir.
Eric retrocedió, confundido.
—¿Eh? ¿A dónde?
—A Woodstock, con nosotros.
—¿Q-qué? Finn, ¿de qué estás hablando? ¿Cómo?
—Claro, que te sumamos a la gira, recorremos todo el país y al final terminas en Woodstock. Va a ser una locura.
—¡Claro que lo es! —Se sentó de golpe—. Finn, no puedo hacer eso.
—¿Por qué no? —Me senté también.
—P-porque... —Le costó dar con una excusa—. ¡Porque me he alistado al ejército! Tengo que estar volando hacia Vietnam en...
—En un mes, exacto. Y esto no te tomará más de un mes.
—¡Pensarán que soy un desertor!
—Estás de licencia. ¿No se supone que puedes moverte como quieras mientras el Tío Sam no te necesite?
—Eh, bueno, sí, pero...
—Entonces es de lo más sencillo. Estarás de regreso para cuando te llamen y a nadie le importará.
Eric se envolvió con sus brazos, aún inseguro.
—A mi madre sí...
Harto ya de pretextos, le apoyé una mano en el hombro.
—Oye, dijiste que querías conocer más que este pueblo, ¿no? ¡Pues esta es tu oportunidad! Te estoy hablando de San Francisco, Las Vegas, Washington, Nueva York... Y Woodstock. Hendrix, Joplin, Jefferson Airplane, Santana, todos los que te han encantado... ¡te los presentaré a todos! Sabrás cómo suenan en vivo.
Seguía dudando.
—Supón que vas a Vietnam y te cae una bomba. No habrás visto más que el pueblucho donde creciste y la selva. ¿En serio quieres eso?
—N-no, pero... —Estaba quebrándose—. L-lo siento. Me encantaría, pero no puedo. —Abandonó el colchón—. Debería irme a casa. Madre se preocupará.
—Espera —lo llamé, yendo tras él y sacando la navaja de mi bolsillo.
Sus ojos se agigantaron al verla.
—¡Mierda, pensé que la había perdido! —Me la arrancó de la mano.
Volví a sonreírle.
—Ya ves que no. Solo la olvidaste cuando te escapaste de mí la otra noche.
—P-perdón por eso... —vaciló—. No era mi intención. Es que...
—No pasa nada, tonto. Mañana cogemos ruta de nuevo y... Tampoco quería irme sin devolvértela.
Mis palabras lo desinflaron. Tenía tantas ganas de que me marchara como yo de apartarme de él.
—¿A qué hora se van?
—A eso del mediodía.
—Vaya. Debería dejarte dormir...
—O no...
—Finn.
—Ya, me porto bien. —Le guiñé el ojo antes de recordarle—: tienes hasta entonces para decidir si nos acompañas o no.
—Es que eso ya está decidido.
—Pues tienes hasta entonces para arrepentirte.
Un silencio se prolongó entre nosotros mientras lo escoltaba a la puerta de la habitación. Lo miré desaparecer por el pasillo penumbroso como si algo dentro de mí aún no se hubiera convencido de que jamás volvería a verlo, una posibilidad que se hacía cada vez más difícil y más fácil de creer.
-o-o-o-
El sol de mediodía rebotaba contra el parachoques del autobús con tal violencia que agradecí llevar puestas gafas oscuras. Aparcado en el estacionamiento del hotel, junto a la furgo de Lucas (que otra vez prefería conducirla antes que viajar con nosotros), recibía nuestro cargamento bajo mi supervisión indiferente. Aaron insistía en ayudar a los roadies a mover su batería, en parte por su conciencia de clase y en parte porque no soportaba la idea de que el instrumento saliera herido. No me burlaba porque, por lo general, yo era igual de celoso con mis teclados. Todos los días, excepto ese.
—Finn, ¿vas a subir o qué? —berreó Pepper, indignada, desde la puerta abierta del autobús. Apenas me percataba de que el resto del grupo ya había abordado.
Dirigí una mirada fugaz a la calle, su asfalto reseco ardiendo bajo la fuerza de un verano que nublaba la vista. No sabía qué esperaba ni quería averiguarlo. El cronograma era exigente y cualquier retraso, por pequeño que fuera, estaba prohibido. Sacudí la cabeza y troté dentro del vehículo, acomodándome junto a Pepper en los últimos asientos (debía haberse peleado con Martin de nuevo).
El motor comenzó a vibrar, impulsándolo hacia la avenida, levantando polvo a nuestro alrededor. Me concentré en su sonido, cerrando los ojos, traduciéndolo en fanáticos gritando mi nombre. Hasta que caí en cuenta de que aquel ruido lejano no era mi imaginación. Alguien me llamaba.
—¡Finn, espera, carajo!
Súbitamente espabilado, abrí la ventanilla y me asomé. Eric nos perseguía con desesperación, agitando una bolsa de papel mediana en el aire. Pepper y yo nos contemplamos atónitos. Estuve a punto de aplastarla cuando me deslicé por encima de ella y corrí hacia la parte delantera del ómnibus, gritándole al chofer que lo detuviera.
Sentí miedo de habérmelo inventado; de que la sobriedad me hubiese jugado una mala pasada en complot con las ganas que tenía de que el soldado se nos uniera. Para mi alivio, cuando la máquina frenó de golpe y la puerta se abrió resoplando, Eric estaba frente a mí una vez más, casi tan sin aliento como yo.
—Olvidé devolverte esto —jadeó, extendiéndome la bolsa de papel.
La examiné y sonreí al reconocer las prendas que le había prestado.
—Tu camisa y tus pantalones quedaron en la recepción del hotel —le expliqué cálidamente—. Pensé que se te ocurriría ir a buscarlos y dejar los míos allí. Es lo que cualquiera haría, ¿no crees?
Eric bajó la cabeza, suplicando como un perro. Supongo que estaba siendo muy cruel. Por la forma en que mis compañeros nos espiaban, ellos debían opinar lo mismo. Amplié mi sonrisa para contrarrestar el efecto, notando la maleta que sostenía entre los pies.
—¿Hay algo más que necesites?
Tragó saliva.
—Ir a Woodstock contigo.
-o-o-o-
https://youtu.be/z0vCwGUZe1I
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