20
Han transcurrido décadas desde el que sería nuestro concierto en el festival de Woodstock. Pese a mis buenos deseos, Dr. Strangelove... no sobrevivió aquel fiasco, aunque sigo pensando que podrían haberlo conseguido de estar auténticamente dispuestos. La realidad, según yo, es que ninguno tenía la voluntad de aferrarse a ese sueño, mucho menos obsesionarse con salvarlo.
Aaron y Pepper se casaron poco después del incidente. Supongo que la desesperación de él por rehabilitarse y la empatía de ella los acercó. Ninguno de nosotros fue invitado a la boda, pues ellos mismos admitían que fue una decisión apresurada, sin mucho espacio para la planificación. Con el peso de ser estrellas de rock fuera del cuadro, se comprometieron con su verdadera pasión: el activismo. Encadenarse a edificios, organizar mítines, liderar protestas; lo hicieron todo. Primero, se volcaron a la causa contra la guerra. En los ochenta, fueron ávidos opositores de la gestión de Reagan, en especial con respecto a la crisis del sida. Y en la actualidad, acompañan la lucha de las mujeres que denuncian el acoso sexual en la industria del entretenimiento.
No me alcanzan los dedos de las manos para contar la cantidad de veces que los encarcelaron, pero a Aaron no parecía dolerle tanto como sus primeros meses en prisión. Por fin tomaba las riendas de su narrativa y se sentía libre de pagar el precio de la justicia.
En cuanto a Martin, supe que se casó con una actriz húngara que le dio dos hijos. Si bien la idea de ese mujeriego sentando cabeza se me antojaba irrisoria, no cabía dudas de su amor por ella. Luego de que el cáncer la reclamara a mediados de los noventa, nunca se le vio con nadie más.
Lucas fue el único que continuó en la música. Al notar su frustración por el recital que no pudo ser, los dueños de la carpa donde localizamos a Aaron le propusieron unirse a ellos. ¿Quién iba a decir que esa banda que ni siquiera figuraba en los volantes del festival reescribiría la historia de todo un género? Incluso en la actualidad y como solista, mi viejo amigo sigue llenando estadios.
Justamente esto lo condujo a ser entrevistado en un programa de horario estelar y a que el presentador le soltara aquella pregunta:
—¿Queda algún sueño por cumplir?
—Sí —confirmó Lucas, la nostalgia brillándole en los ojos—. Solo los fans de años lo saben, pero a fines de los sesenta, antes de tocar con Denbrough, yo estaba en otra banda: Dr. Strangelove & The Red Telephone.
—Vaya, ¿y por qué se separaron?
—La verdad es que éramos irremediablemente idiotas.
El público rio. Yo también.
—Es más, casi nos presentamos en Woodstock, pero el muy imbécil de nuestro tecladista nos dejó plantados.
Más carcajadas.
—Así que el sueño sería...
—Dar un concierto final con ellos. A lo mejor una gira, incluso. Todos estamos en lugares muy distintos. Aaron y Pepper Murray, por ejemplo, están en esa movida de la justicia social desde hace un buen rato. Martin, el otro guitarrista, es más famoso por ser marido de la húngara de una película subida de tono que por nuestra carrera musical. Y Finn Langston... Vaya uno a saber dónde andará. Aun así, me gustaría. Sobre todo porque él y Aaron compusieron una canción increíble que nunca se grabó. Siento que se lo debemos a... a cualquiera que aún pueda recordarnos.
—Pues me lo estás vendiendo bien.
—Sí, sería increíble. Además... ¡Quiero que ese cabrón de Finn Langston me devuelva mi maldita furgo!
Apagué el televisor y brinqué del sofá con un ímpetu que mi cuerpo envejecido no aprobaba.
El teléfono sonó.
-o-o-o-
Me resulta hasta absurdo hablar de mí. ¿Qué podría haber ocurrido después de que me aparecí en casa de Vicky aquella tarde de 1969? Es tan predecible. Es decir, me interné ese mismo lunes, maldición. A pesar de que el centro de rehabilitación era tajante con las visitas, se hicieron muchas excepciones para Vicky y Theo. La creían mi esposa y nadie se atrevería a negarle algo a aquel niño (en eso se parece a mí). No estoy seguro de que terminara de entender quién era o por qué estaba allí, pero estaba claro que me amaba, y en ocasiones, eso es suficiente para salir adelante.
Con tristeza confieso que me corté el pelo y me afeité. Sería ridículo aspirar a un empleo normal en esa época con aquellas pintas. También cambié mi closet, que por meses se redujo al uniforme del supermercado donde trabajaba como cajero. Alquilar el apartamento cruzando el pasillo del de Vicky consumía muchos recursos para un tipo que nunca hizo nada aparte de rockear. Sin embargo, el escuchar los pasos de Theo corriendo de una casa a la otra durante toda su infancia y adolescencia era impagable.
Llegué a amarlo y él llegó a amarme a mí. A día de hoy vive en otro estado y aun así nos las arreglamos para ser inseparables. Una mañana desperté con su cuerpecito de seis años durmiendo a mi lado, babeando sobre mi almohada, y me di cuenta de que ya no podría vivir sin él.
Cuando cumplió quince, encontró un vinilo de nuestro primer álbum en una tienda de música. Si bien los genes no trasmitieron esa obsesión, apreció aquel trozo de nuestra historia y atravesó una breve fase de aprender a tocar el piano, antes de acordarse de que no le gustaba.
Fue él quien me insistió para que aceptara la invitación de Lucas. Para que reuniéramos a Dr. Strangelove...
¿Y cómo iba a decirle que no?
-o-o-o-
—Deberíamos tocar Milstead Blues...
—Pero si jamás la hemos ensayado.
—Hace décadas que no ensayamos nada. Es cuestión de practicarla y...
—¡Ni siquiera está terminada!
—¡Pues termínenla!
—¡No es tan fácil!
—¡Es más fácil que devolverme mi puta furgoneta, aparentemente!
—Ya, señoritas, no se peleen...
—¿Qué? ¿Te da miedo que el soldadito valiente la escuche?
—¡No hables de él!
—¿O es que acaso no desearías que la escuchara?
—C-claro que no...
—Unas últimas palabras como despedida. Esta gira es sobre las despedidas que no tuvimos, ¿sabes?
Suspiré.
—De acuerdo.
-o-o-o-
La fiebre del estrellato no cedía ante nada. Llenamos ese estadio sin que la gente conociera a nadie más que a Lucas y todos salieron de allí enamorados de nosotros.
Fue sobrecogedor reencontrarnos. Nos miramos antes de subir al escenario, como habíamos hecho en Woodstock. Los años no fueron amables con ninguno de los cinco. Pepper ya no usaba minifalda, yo tenía el pelo corto, Martin ya no era un galán. Y, con todo, el bagaje desapareció en el momento que Aaron marcó el inicio del primer número. Volvíamos a tener veintisiete y dábamos las gracias cada día de no haber ingresado a ese club.
Milstead Blues causó sensación. Toneladas de artículos se escribieron sobre el tema jamás lanzado de una banda que el mundo olvidó por completo. La generación Z aún hace chistes de que en un universo paralelo es un hit y nadie se acuerda de los Beatles. Hasta las swifties me llamaron poeta.
No me faltaba ningún aplauso, excepto el suyo. El del soldado de la canción.
-o-o-o-
Esa noche, entré a mi apartamento, un poco menos austero que el que renté frente al de Vicky en el setenta. Me senté ante la computadora, abrí mi única red social y me encontré con cientos de notificaciones. Etiquetas en videos del concierto, adolescentes diciendo «hear me out» y añadiendo esa horrible fotografía mía comiendo una hamburguesa grasienta a los diecinueve, periodistas del rubro refiriéndose al éxito que se quedó en las páginas de una libreta.
Sonreí, cansado y realizado a la vez. Me daba cuenta de que esto podría haber sido mi vida si hubiese tocado en Woodstock y me alegré de no haberlo hecho. Nada me hacía sentir como ese primer abrazo de Theo cuando me despedí de él después de su cumpleaños; o el más reciente, el que me regaló antes del show.
Noches enteras encerrado en el supermercado, rezando porque no me asaltaran. Tardes atrapado en el tráfico, yendo a buscar a mi hijo a la escuela. Los gritos de Vicky al otro lado del pasillo cuando traía malas notas. Y ni un solo día pensé en drogarme de nuevo.
Estaba listo para cerrar la laptop y acostarme. Ahí fue cuando entró otra notificación que me puso los vellos de punta.
«Eric Knightley te ha enviado una solicitud de amistad.»
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