10

Solo pasaríamos tres días allí y los arreglos para el hotel ya eran una pesadilla. Eric decidió que no quería dormir conmigo (lo cual me resultaba hasta razonable) y como, sorpresivamente, Pepper tampoco quiso dormir con Martin, nuestro representante tuvo que trabajar sobre la marcha con el fin de acomodarnos a todos. Por suerte no le importaba. Su sueldo provenía más de esta clase de cosas y de controlar el tema de las adicciones que de la música, así que prefería encargarse y hacerse ver cada vez que reaparecía.

Consiguieron una habitación barata para Eric. Le insistí en que no hacía falta, que incluso podíamos reorganizarnos y él dormir con Pepper mientras yo con Martin, pero se opuso. No es que deseara que la gente lo confundiera con un heterosexual; con que no lo mataran era suficiente.

Vino a oírnos al primer show. El Fillmore Auditorioum estaba a reventar de gente. Nada que nos asustase, habiendo tocado allí innumerables veces. Pepper se mostraba un poco incómoda (es probable que por lo que fuese que hubiera ocurrido con Martin); le arrojamos un solo de bajo para que se calmara. Lucas salió del concierto con dos chicas tomadas del brazo y me preguntó cuál me gustaba más. Le dije que podía quedarse con ambas y, pese a la decepción de ellas, Lucas aceptó de inmediato.

Volví a los camerinos. Martin y Pepper aparentaban haberse reconciliado, como ocurría luego de cada presentación. Algo en la música los unía, les recordaba por qué se gustaban en primer lugar. Cuando entré a la habitación, los encontré uno encima del otro. Ella chilló y él le lanzó el sostén sobre los pechos. Yo no podía parar de reír.

—¡Idiota! —gritó Pepper, aventándome una bota go-go que apenas logré esquivar.

Aún divertido, caminé hacia la mesa alargada donde nos preparábamos, abrí un cajón y tomé la pequeña bolsa de plástico. Desde una silla cercana, percutiendo sus baquetas contra todas las superficies a su alcance, Aaron me pulverizó con la mirada.

—Creí que tener al desertor aquí te alejaría de esas cosas.

Poca atención le presté. Estaba demasiado ocupado disponiendo una línea sobre el mostrador y zampándomela.

—No lo llames así... —dije entredientes, más por el efecto de la dosis que porque me molestara. Necesitaba esa energía, en especial después de un show como aquel, vibrante de fanáticos y con tres horas de duración—. Además, como si tú no lo hubieras hecho nunca...

—¡Precisamente porque lo hice es que...!

—Ya, niñas, no peleen —se burló Martin, mientras él y Pepper se acomodaban la ropa.

—Yo no estoy peleando. —Alcé los hombros, me calcé la chaqueta de mezclilla y abandoné el camerino. La bajista me siguió.

—Finn, ten más cuidado con Aaron —me advirtió, sujetándome el brazo—. Pensé que estábamos de acuerdo en evitar esto delante de él...

—Mira, si al tipo le falta autocontrol, es él quien tiene que tomar precauciones. Yo estoy perfectamente.

—¿Ah, sí? —Levantó una ceja—. ¿Cuántas horas aguantas sobrio?

—Me mantiene despierto, ¿sí? Es difícil dar un concierto como ese y...

—El concierto ya terminó. Mañana habrá otro, sin contar la entrevista con la radio, y necesitamos descansar.

—Tal vez tú necesites descansar ahora que te reconciliaste con Martin por enésima vez, pero yo...

—Finn, eso fue increíble. —La voz de Eric resonó en la semioscuridad del pasillo. Nos volvimos hacia él como si nada hubiera pasado—. Joder, es que... ¡Es que son asombrosos! Nunca pensé que vería un espectáculo tan grande. Por Dios, la multitud estaba como loca. Fue una locura...

Le sonreí a Pepper.

—Pues parece que al público le gusta mi estrategia.

-o-o-o-

El bar céntrico al que fuimos a comer estaba igual de saturado que el auditorio (en su mayoría, cómicamente, por personas que habían ido a escucharnos), pero la reserva nos ayudó a saltarnos la fila sin inconvenientes. Se trataba de un establecimiento subterráneo pequeño con una historia enorme; muchísimas estrellas de rock dieron sus primeros pasos allí, en ese escenario humilde, rodeado por mesas abarrotadas. Aunque esta reputación le ganó muchísimo prestigio entre los amantes de la música, mantenía aquella esencia underground que tanto apreciábamos.

Las felicitaciones no se hicieron esperar. En el instante en que advirtieron nuestra presencia, cientos de concurrentes nos acorralaron, rogando por autógrafos y quizás algo más. Los atendimos como pudimos, mientras Eric se removía incómodo a mi lado. Un muchacho que debía dedicarse a la fotografía nos disparó con su cámara, por poco cegándonos, y le di un codazo a mi invitado para que disimulara. Si olían que estaba nervioso, no tardarían en atar cabos.

Lucas apareció poco después, llamándonos y deslizándose entre la muchedumbre, que se abría a su paso como si fuese Moisés. Aaron le cedió su lugar en el asiento con forma de U que ocupábamos, alegando estar muerto de sueño. En realidad, quería desentenderse de las celebraciones antes de que se descontrolaran.

—¿Tan rápido las despachaste? —me burlé, haciendo referencia a sus amigas de horas atrás.

—¿Qué puedo decir? —Me siguió el juego—. Algunas no aguantan nada...

Martin soltó un «¡ja!» y Pepper lo atravesó con las pupilas.

—Ey, mira, mira, hablando de —susurró Lucas, plantándome sutiles golpecitos con el codo.

Más allá de donde los parroquianos nos permitían ver, se alzaba una figura alta y esbelta. Lo primero que reconocí fue el cabello, lacio, largo hasta la cintura, apenas castaño bajo la luz del ambiente. La nariz orgullosa, los ojos diminutos en un rostro demasiado redondo para ser perfecto y demasiado perfecto para no ser redondo. Una contradicción irresistible entre su falda y blusa cuasi mormonas y el brillo grosero de sus colgantes, los aretes grandes, la infinidad de anillos.

—Vaya... —Eric me tocó el hombro—. ¿Nos gusta esto?

—Sí —replicamos al unísono los tres hombres de la mesa («Digo, ¡no!», se corrigió Martin enseguida).

—¿Quién es?

—Sloane Baker —aclaró Pepper. El nombre daba la impresión de quemar los labios—. Nueva en la ciudad. No llevará más de seis meses aquí y todo el mundo habla de ella. Contrario a lo que estos cerdos podrían hacerte pensar, es una cantante de puta madre.

—Oye, Eric —sonrió Lucas—, si te va podemos arreglar algo. Que noto cómo la miras, ¿eh? —La miraba como cualquier gay miraría a Judy Garland o a Cher—. Y tampoco nos vendría mal sumarla al grupo...

—¡Pfft! Qué más quisieras —ironizó Martin—. Está con ese sujeto, el guitarrista con cara de que no sabe dónde está. Si alguien se va a jactar de «descubrirla», será él.

El guitarrista en cuestión entró a escena. Un típico joven de California, con brazos fuertes y bronceados que se cerraban alrededor de ella. Le metió la lengua en la boca sin ceremonia alguna.

—La verdad es que puede quedársela —decidió Eric, dándole otro mordisco a su rebanada de pizza—. Pero sí es bastante guapa...

Me examinó de reojo, buscando algo que afirmara o refutara su observación, anhelando que me mostrase en desacuerdo. Adorable. Por desgracia para él, no tuve tiempo de reaccionar antes de que la mismísima Sloane Baker se detuviera frente a nosotros. El novio no estaba por ninguna parte.

—¿Son Dr. Strangelove...? —inquirió. Nunca nadie nos había mencionado con tanta naturalidad. Daba la impresión de que no la impresionábamos y eso nos hizo desearla más. Hablaba con tanta delicadeza que invitaba a acercarse para entender lo que decía; la musicalidad intrínseca de su voz podía llegar a distraer del contenido.

—Los mismos. —Le guiñé el ojo—. ¿Y tú eres la próxima superestrella que ha empezado tocando aquí?

No se rio. Al menos no una risa convencional, de la clase que uno suelta cuando algo le hace gracia. El sonido que emitió (si es que emitió algún sonido) era más bien tímido y amable.

—Por favor, solo soy una aficionada. —Se pasó una mano por la melena—. Me hubiera encantado verlos hoy, pero este escenario requería de mis servicios y...

—Bueno, aún tienes una oportunidad. ¿Vendrás mañana?

—Lo pensaré detenidamente.

Y con un gesto de saludo, se desvaneció.

—Eh, Eric, ¿te vas a comer eso? —consultó Lucas, señalando su plato.

Eric torció la boca.

—Estoy empachado.

-o-o-o-

La noche de nuestro segundo y último concierto en San Francisco, se excusó con un dolor de estómago y no volvió a salir de la habitación hasta que llegó la hora de emprender viaje. Tal y como había insinuado, Sloane fue a vernos. La traje a mi suite, inhalamos un par de rayas juntos y le regalé una canción que jamás utilizaríamos, a falta de una cantante femenina.

Al cabo de unos años, Sloane se consagró como la voz de nuestra generación. No me arrepiento de no haberme acostado con ella.

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