Capítulo 16: Ser Ignorada o Ignorar
Luego de unos momentos, Emilia reaccionó. La princesa dejó escapar un leve suspiro mientras tocaba sus labios, aún sintiendo el rastro de lo que acababa de ocurrir. Una mezcla de confusión, intriga, y una emoción más sutil pero no desagradable, la invadía.
No era disgusto lo que sentía, sino una curiosidad inquietante que la impulsó a buscar respuestas.
Sin perder tiempo, se dirigió hacia donde había visto a Isabella marcharse, con pasos firmes pero cautelosos, como si estuviera caminando sobre una cuerda floja.
Cuando finalmente divisó a la mercader, no estaba muy lejos. Sin embargo, en cuanto Isabella la vio, un rubor carmesí subió a sus mejillas, tiñéndolas con un color que revelaba más de lo que quizás quería mostrar.
Emilia intentó acercarse, pero Isabella, visiblemente nerviosa, salió corriendo antes de que la princesa pudiera siquiera intercambiar una palabra.
Un par de intentos más tarde, Emilia se encontró en la misma situación: cada vez que trataba de hablar con Isabella en clase, la mercader encontraba alguna excusa para evitarla, escapando con la primera justificación que se le ocurría.
La tarde transcurrió en este incómodo juego del gato y el ratón, con Emilia cada vez más frustrada. Pero, junto con la frustración, crecía en ella una determinación que no estaba dispuesta a ignorar. Para cuando el día casi había terminado, estaba cansada, un poco molesta, pero sobre todo decidida.
Escondida en una esquina del salón, esperó pacientemente. Sabía que la oportunidad vendría, y cuando el timbre sonó anunciando el fin de las clases, no perdió tiempo. Emilia esperó a que todos salieran del aula antes de cerrar la puerta con llave, bloqueando cualquier intento de huida.
Isabella, quien había sido una de las últimas en salir, se detuvo en seco cuando escuchó el clic de la cerradura. Sus mejillas, una vez más, se tornaron de un rojo intenso, mientras sus ojos se abrían con una mezcla de sorpresa y miedo.
Emilia la observó con calma, su mirada afilada y decidida. Con cada paso que daba hacia Isabella, la mercader retrocedía, hasta que finalmente se vio acorralada contra la pared.
Pero esta vez, Emilia no mostró ninguna intención de dejar que Isabella escapara. Tomó las muñecas de la mercader, levantándolas sobre su cabeza y sujetándolas contra la fría pared de piedra.
La proximidad entre ambas se volvió opresiva, cargada de una tensión que parecía electrificar el aire. Emilia, notando el sonrojo profundo de Isabella, no pudo resistirse a jugar un poco con su presa. Sonrió de manera apenas perceptible, un gesto cargado de un peligroso encanto, antes de inclinarse hacia la mercader.
"¿Qué sucede? ¿Por qué tan nerviosa?..." susurró Emilia, su voz baja y aterciopelada, rozando el oído de Isabella. "¿Sabes cómo odio que me ignoren?"
Isabella sintió un escalofrío recorrer su columna, seguido por una sensación más intensa y ambigua que le hacía temblar ligeramente. La risa suave de Emilia fue un toque final que la desarmó aún más, intensificando su sonrojo hasta que casi le quemaba las mejillas.
Intentó apartar la mirada, desesperada por escapar de la intensidad de la princesa, pero Emilia no se lo permitió. Con un gesto firme pero delicado, le tomó la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos.
"Mirame," ordenó Emilia, su tono grave y autoritario, pero con un matiz que sugería una comprensión más profunda, una conexión que desafortunadamente las palabras no podían describir.
En otra época, en otra vida, jamás habría hecho algo así. Emilia Everland, la altiva princesa de sangre azul, jamás se habría rebajado a tratar de esta manera a una simple mercader, y mucho menos a una mujer. Pero aquella era una versión distinta de sí misma, moldeada por las cicatrices de un destino trágico que estaba decidida a cambiar.
Isabella, aturdida por el poder que emanaba de Emilia, no pudo más que obedecer. Sus ojos, antes llenos de juicio y desconfianza, ahora mostraban vulnerabilidad y una confusión que la hacía más humana, más real.
Emilia mantuvo su mirada firme en la de Isabella, como si buscara algo, alguna chispa que pudiera ayudarla a revertir el futuro oscuro que conocía. El silencio entre ellas se volvió casi ensordecedor, lleno de promesas y amenazas no dichas. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Emilia aflojó su agarre, permitiendo que las manos de Isabella cayeran suavemente a sus costados.
Sin decir una palabra más, Emilia se apartó, dándole a Isabella el espacio que tanto parecía necesitar. Pero antes de que la mercader pudiera moverse, la princesa lanzó una última mirada por encima del hombro, una mirada que hablaba de secretos y desafíos aún por venir.
"Recuerda, Isabella," dijo Emilia con voz suave pero cargada de significado, "en esta vida, las cosas no serán como las esperas."
Y con eso, salió del aula, dejando a una Isabella confundida y profundamente afectada por el encuentro, sabiendo que nada volvería a ser igual después de ese día.
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