Prólogo
Estoy en huelga. Durante siglos he sido escrito para ti, sin miedo al compromiso. Y después de todo eso, tú no podrías reconocerme en tu memoria. Tarda más tu respiración que yo en aceptar que ha sido suficiente. Claro, tú crees que debería empezar hablando de cómo conocí al autor. Quizá invitarte, lector, a pasearte entre este verso y el otro. Pero en ellos se hablan de verdades etílicas, para ti todo es tóxico. Y si te hablara de cuál flor se le parece amar, no me creerías. No sé si te queda esperanza suficiente para confiar en lo que sucede en las revoluciones de último minuto.
Mi deber dicta que sea bueno, que haga todo esto sin que te des cuenta. Pero ahora soy peor: me niego a darte ese privilegio. Sobre todo, no te digo cómo nos encontramos porque a buena fortuna que ya lo he olvidado. Así que me dedicaré a confundirte. No te dejaré pasar de aquí. Nos vamos a la tumba, porque tú no lo mereces. Sé lo que haces siempre que vienes. No te digo nada. Ya no me da el alma para verte llegar e irte sin decir "Mira qué bello el prólogo", "¡anda, que buenas referencias!", ni siquiera "mira cuánto le tomó ser escrito". Visto, ignorado, como si fuese invisible.
Mejor vete. Déjame guardar las palabras para quien nunca sometió sus ausencias...
Usted sabe bien que el tiempo es una ilusión y que Platón dice que faltan vidas para conocer algo. Y yo soy peor que pienso que siempre nos hemos conocido. Seré breve. Y tómelo como promesa para romper, porque diré cuánto siento al leer lo que escribe. Es bien sabido por todos que por muy pocas palabras que se usen cuando se habla de sentimientos nada es breve. Peor aún es que yo no le entiendo. Terrible, que la poesía no se ha hecho para entender. Qué locura abominable, esto de los versos que podrían bien iluminar la radio del colmadón empapadas sus mejillas en lágrimas. Y hasta menciona girasoles, que bien espero a veces sean guayabas. Habla del perdón en sala de espera; se supone gratis, pero ya pagado, o como préstamo nos resta el amor, hasta que la muerte nos venga a cobrar. Y le leo, afortunadamente en ausencia de voces, para escuchar su alma, que me hace sonreír, como si llegara la luz al barrio, encendiendo los ventiladores, espantando el calor. Así nos queda claro, verso a verso, mientras se apagan las velas, que nacen voces que merecen ser escuchadas: de este lado del paraíso.
Prólogo escrito por Héctor Santana.
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