Capítulo 9

TONY

La comida mexicana es estupenda, podría comerla sin parar todos los días y no me arrepentiría por las calorías de más. Los sabores, las texturas, el picante... Cielo santo, quiero aprender a cocinar cada plato y acompañarlo con una buena cerveza como estoy haciendo en este momento. Me siento en el paraíso culinario y no me interesa la gente que baila en la pequeña pista de baile, ni la banda que toca música animada y nos invita a unirnos. Hoy podría comer sin cesar hasta que me echen del restaurante.

—Estoy a punto de tener un orgasmo —murmuro cerrando los ojos y saboreando el guacamole.

—Elegante.

Miro a Grace por el rabillo del ojo y noto que sonríe a pesar de su tono arrogante. Ella, a comparación de mí, con suerte ha probado bocado. Se pidió una ensalada que estaba buenísima, lo sé porque la obligué a que me dejara probar un poquito, y una jarra de limonada que compartió con Gloria. Sin embargo, la mitad de su comida sigue en el plato y no ha aceptado cada uno de los bocadillos que le he ofrecido.

—En serio, tienes que probar esto, Grace.

—Estoy un poco mal del estómago —miente.

—Sí, a mí también me sucede a veces. ¿Sabes qué hago?

Niega con la cabeza como respuesta y sonríe por lo que supongo que ya sabe que diré alguna idiotez. Hemos pasado mucho tiempo juntos, maldición. Ya puede prever mis respuestas y eso es un poco aterrador, por no decir muy. No aterrador en el mal sentido, pero sí supone que hemos creado alguna clase de relación que ninguno de los dos tenía prevista. Y estoy convencido de que no me estaría sonriendo tanto si no fuera porque las luces son bajas y apenas puedo verla a pesar de estar a mi lado. La oscuridad le confiere un poco de privacidad, supongo.

—Como y luego voy al baño. Repito el proceso hasta que mi estómago tiene que acostumbrarse a la nueva realidad y hacerse fuerte.

—Eres un mentiroso —me acusa—, comes mejor que muchas personas que conozco y créeme que he conocido a unos cuantos obsesionados con las calorías.

—Y por eso es que me permito darme algunos gustos. Toma como ejemplo estos tacos, ¿segura que no quieres probarlos?

—Segura.

—¿Segura como que puedes apostar tu vida?

—No apostaría mi vida por algo así, sería tonto e irresponsable.

—Lo siento, me olvidaba que tienes hijos en casa que esperan a que su mamá vuelva —la molesto.

—Oh, cállate.

­—Dale una probadita a esto.

—Te diré esto porque quiero evitar que lo repitas en el instituto: eso sonó pervertido.

Una carcajada se forma en mis labios y escapa con fuerza porque tiene razón, sonó pervertido. Aunque claro, con ella no tengo que preocuparme porque hay límites bien establecidos y no cruzaré ese. ¿Hablar pervertido sin querer? No hay problema. ¿Ser pervertido? Ni en un millón de años.

—Te doy la razón, lo siento. Pero prueba el taco y verás que tu vida mejorará.

—¿Y si tengo que correr al baño?

—Le pediré a la banda que suba el volumen así nadie escucha tus pedos. Descuida, yo te cubro.

Me da un leve empujón en el hombro que parece brindarle satisfacción. Sé que muy dentro suyo aún me odia y no la culpo; tal vez nuestra relación profesional y amistosa se basa en el odio.

—Le daré una probadita —acepta.

—Seguimos hablando del taco, ¿verdad?

—Por supuesto que sí. —Entrecierra los ojos en mi dirección—. Espero que cumplas con tu parte del trato y los hagas subir la música.

—Es una promesa.

Acerco el plato a ella y la animo a tomar el taco que me queda con una sonrisa. Sí, la comida está genial y como un amante de la gastronomía latinoamericana y de la cocina en general quiero que todos prueben los sabores estupendos que llegan a mí; sin embargo, también le prometí que tendría una buena noche y dudo mucho que morirse de hambre pueda considerarse como algo bueno.

La observo en silencio acercar la comida a sus labios y darle un mordisco. Tal y como imaginé, sus ojos se cierran y su expresión cambia demostrando que tenía razón en dos cosas: una, el taco está genial; y dos, está muriéndose de hambre.

—Está estupendo.

—Puedes quedártelo.

—Claro que no, es tuyo.

—Ya he comido suficiente —respondo quitándole importancia y acariciando mi vientre como si fuera a explotar—. Además, si me da hambre en un rato, seguro que Guille puede darme algo para comer.

—Todavía me sorprende que lo conozcas. Llevas unos días aquí y ya te encuentras rostros familiares por la calle —suelta sin poder creérselo, antes de darle un nuevo mordisco.

Escondo una sonrisa de satisfacción detrás de mi botella de cerveza.

—Si sirve de algo, lo conocí hoy. De haber venido ayer, no sabría quién es.

—En el momento perfecto. Nos ha hecho descuento.

—¿Nos? Solo me lo ha hecho a mí.

—¡Dijiste que mi comida también tenía descuento! —chilla indignada.

—Lo tiene porque yo pagué tu cuenta.

—¿Por qué hiciste eso?

—Un «de nada» es suficiente.

—Te daré lo que he gastado —insiste dejando el último trozo de taco en el plato y buscando su bolso.

—Nada de eso, tú me has traído hasta aquí.

—Y tú me has llevado comida toda la semana.

—Porque me ayudaste. Estamos a mano, Grace.

La indecisión atraviesa su cuerpo y me es sencillo ver que se está debatiendo si seguir peleando o aceptar mis condiciones. Finalmente, acepta, regresa su bolso al respaldo de la silla y, para mi sorpresa, toma el taco para darle un último mordisco.

—Entonces Guille es tu vecino —resume para regresar a la conversación anterior— y lo conociste hoy.

—Así es. Mañana tomaré unas cervezas con él para conocernos.

—¿Tendrán una cita? —bromea acercándose una mano al pecho como falso gesto de ternura—. Eso es muy lindo de tu parte, asegúrate de llevarlo a algún lugar lindo y comprarle flores.

—No eres para nada graciosa.

Su respuesta muere antes de salir de sus labios pues Katherine se acerca a nosotros completamente extasiada desde la pista de baile y nos sonríe. Sus ojos no se detienen más de unos segundos en mí y observa a Grace con toda esa intensidad rara que he notado últimamente. Se nota que Guille ha tenido que regresar a trabajar porque hasta hace unos minutos, la profesora de matemáticas no podía estar menos interesada en nosotros.

—Ven a bailar, Gracie

—Quizás luego —contesta mi compañera.

—No, ahora. La música está genial.

—Estoy teniendo una conversación.

—¿Con Tony? —me señala y dibuja algo similar a una mueca.

No sé qué parte de la historia me perdí, pero hace una hora le caía bien. ¿Por qué de pronto la mueca?

—Sí, con Tony.

—Vamos, Gracie, ven a bailar.

—Kate, yo...

—Te divertirás —insiste y estira su mano para agarrarla—. Además, nunca está de más gastar algunas calorías, ¿no?

—Iremos en un rato —intervengo—. Estamos conversando.

—¿Ustedes dos andan en algo?

Su mirada se pasea entre nosotros y debe notar el pánico que nos da esa idea porque ríe ante sus propias palabras para luego negar con la cabeza.

—Como si tú fueras a estar con alguien como Grace.

—¿Por qué no vuelves a la pista de baile? Te alcanzaremos luego —la aliento.

—Te estaré esperando, Gracie.

Clavo mis ojos en ella hasta que se pierde entre los otros profesores para estar preparado en caso de que regrese por un segundo round. Katherine es... ¿cómo puedo decirlo sin sonar mal? Una perra.

Giro hacia mi compañera cuando ya no hay peligro y noto que se ha quedado muda, con la mirada en su ensalada a medio comer y en el plato vacío donde antes hubo un taco.

—Katherine es rara —digo para romper el hielo.

—A veces no sé si me odia o le agrado.

—Hay personas a las que es mejor no agradarles.

—Puede que tengas razón.

—La tengo. Siempre la tengo —exagero—. Como con el taco.

—Si eso te permite dormir por las noches, Tony, entonces sigue pensándolo.

Una vez más, vuelvo mi mirada a la pista y noto a todas las personas que están bailando al ritmo de la música que toca la banda. Hay algunas parejas que saben lo que hacen y siguen el ritmo a la perfección, pero la mayoría está en grupo y no logra dar un paso al son.

—No le mentí a Katherine —murmuro—. Iremos a bailar.

—Quizás tú irás a bailar, yo me quedaré aquí.

—¿Y eso por qué?

—Porque me duele el estómago.

Arqueo una ceja en su dirección.

—¿Ahora me dirás que te bajó el periodo y temes mancharte?

—No, claro que no.

—No me mientas, Grace. No te duele nada.

—Oh, cierto. Olvidaba que eras doctor.

—Y psíquico. Por lo que sé que no te duele nada y solo estás pasándola mal aquí sentada porque no quieres salir de tu zona de confort.

—O quizás porque me trae recuerdos.

—¿Recuerdos de qué?

Por un momento creo que va a contestar, que me dirá qué es lo que la obliga a pasar un mal rato solo por gusto. Sé que no se siente cómoda consigo misma, ya me lo dijo y me ha quedado grabado a fuego. Algo me dice, sin embargo, que no se trata solo de eso. Hay más.

—¿Sabes qué? Vamos a bailar.

No puedo evitar mirarla con sorpresa porque no esperaba que aceptara tan rápido.

—No me mires así —me regaña.

—Lo siento.

—Creo que bailar podría ayudar con mi... mmm... dolor de estómago.

—Creo lo mismo —miento.

Antes de que cambie de parecer, me pongo de pie y espero a que haga lo mismo. Porque soy precavido y creo tener un mínimo conocimiento en ella, le dejo pasar primera para asegurarme de que no se regrese a su silla una vez que me haya perdido entre la gente.

—La pasaremos bien —le aseguro cuando me busca.

No contesta, solo sigue avanzando con pasos tímidos y una postura tensa. Se comporta como si estuviera dando el primer paso a un campo de batalla y tal vez para ella es lo mismo.

GRACE

No me siento cómoda. Ni siquiera sé por qué he aceptado hacerlo. Corrección: sí sé y odio a mi yo del pasado. No a la adolescente, sino a la de hace un minuto que le dijo sí a Tony Rossi. Ahora, en la pista de baile junto a mis compañeros de trabajo, solo puedo pensar en correr.

Están todos aquí. Gloria, David, Kate, Tony y cada uno de los profesores de las otras áreas con los que no suelo comunicarme mucho, pero a los cuales les tengo respeto y, a la misma vez, un poco de pánico. ¿Por qué pánico? No lo sé. Tal vez porque me ven como el bicho raro y eso es mucho decir considerando que todos ellos son igual de ñoños que yo, si no es que más.

No encajo aquí. Ya no.

—Gracie, no estés tan tensa. Podemos buscarte alguien con quien bailar.

O alguien que me mate.

—No me apetece bailar con nadie, Kate.

—El barman es agradable, seguro que le gustaría bailar contigo.

—¿Guille? —suelto confundida.

—¡No! El otro, el que no ha dejado de mirarte.

—No creo que me haya estado mirando, solo...

—Vamos a proponerle que te saque a bailar, anda —me interrumpe.

Su mano se estira en mi dirección y no puedo evitar apartarme e intentar hacerme chiquita. No, no y no. ¿Por qué siempre quiere ponerme en situaciones incómodas y por qué no acepta un maldito no como respuesta? Estoy comenzando a molestarme con ella y con toda la situación en general.

—Grace bailará conmigo —interrumpe Tony y no sé si le estoy agradecida o lo odio.

—¿Y eso por qué?

—Porque sí —contesta sin más—. ¿Verdad, Grace?

Sus ojos cafés buscan los míos y me dedica una sonrisa de ánimos. No quiero su sonrisa de ánimos ni su pena. No quiero tampoco a Kate sobre mí y sus insistencias para que haga algo que no quiero. Así fue como acabé esa noche participando en el tonto juego de la manzana y con Tony en un cubículo no tan privado.

—Pues...

Trago saliva porque de verdad detesto la situación. Sin embargo, una rápida miradita a Kate y a su impaciencia me dicen que no quiero estar un segundo más a su lado. Si tengo que bailar con Tony para evitar que eso suceda, pues que así sea. Lo prefiero a él que a sus ideas y a mi incapacidad para decirle que no.

—Sí, bailaré contigo.

Extiende su mano en mi dirección y no me queda más remedio que aceptar. No me apetece bailar con ningún extraño y la insistencia de Kate no tiene ni pies ni cabezas. Ninguno de nuestros colegas está bailando con un desconocido, solo se divierten entre ellos y se ríen. Y allí de nuevo mi duda: ¿lo hace porque le agrado o solo quiere verme contra las sogas en un momento incómodo? ¿Me anima en plan amiga o le gusta burlarse de mí?

—Bailaremos una canción y me iré de aquí —le susurro más alto de lo normal dado el volumen de la música, pero manteniendo la privacidad.

—¿Solo una? —se queja—. ¿Cómo comprobarás mis habilidades danzarinas con una sola canción?

—Tendrás que lucirte.

—¿Eso es un reto?

—No, claro que...

No me deja terminar la oración ya que me gira sobre mi propio eje y me posiciona frente a él. Su mano libre va a parar a mi cintura y la otra sigue sosteniendo la mía a la altura de nuestros pechos. Estamos cerca, más cerca de lo usual, aunque no tanto como la noche en la que nos conocimos y que finjo no recordar.

—Soy un gran bailarín.

—Sí, claro —respondo con sorna—. Y yo no fui a clases de bachata por dos años seguidos para hacer feliz a mi madre.

—Entonces demos un espectáculo, Grace Stuart.

—No sé si te perdiste este detalle, pero no me gusta dar espectáculos.

Se encoge de hombros.

—Todos tenemos que ser el centro de atención al menos una vez en la vida. Supéralo.

—Ya he sido el centro de atención muchas veces en mi vida.

—Entonces una más no te hará daño.

La banda termina la canción que estaban tocando y una nueva toma su lugar. Es suave, divertida, sensual a su manera y la conozco. De verdad fui a clases de bachata y no era muy buena, pero al menos sé marcar el ritmo y los pasos básicos. Y, para mi mala fortuna, Tony también lo sabe.

Su mano se mantiene firme en mi cintura y es él quien da el primer paso. Su cadera se mueve al ritmo de la música y si no fuera porque estamos muy cerca, me detendría a mirarlo. No lo hago, en cambio, suelto un largo suspiro y recuerdo a mi profesora María soltando instrucciones y diciéndome que el baile es una extensión de nuestros cuerpos, que para hacerlo bien hay que dejarnos llevar. Así que eso es lo que hago, me dejo llevar.

A mi cuerpo le toma no más de tres compases recordar las lecciones y pronto Tony y yo estamos moviéndonos como uno solo. Sus pasos guían los míos, su mano sostiene la mía y me hace girar cuando es necesario mientras que la otra se cierne sobre mi cintura y me suelta en los momentos adecuados para permitirme fluir. Nuestras caderas se mueven a la par, rozándose cada tanto y subiendo un poco la temperatura de mi cuerpo.

Está cerca, tan cerca que puedo sentir el olor a la cerveza en su aliento y la temperatura del aire que escapa de sus labios contra mi oreja. Su piel también es cálida, su perfume es estupendo y a pesar de que estoy concentrada en el baile, también puedo notar que sigue siendo igual de apuesto que hace diez minutos. Comprendo, aquí entre sus manos y bailando como solía hacerlo hace muchos años, por qué me dejé perder la cordura con él esa noche en el bar y terminé con su cabeza entre mis piernas.

Tiene encanto.

Sabe cómo usar su encanto.

Y yo estoy un poco embobada.

Sé que solo es el baile, la situación y la temperatura del lugar. En la biblioteca no me siento así. En los pasillos del instituto es solo otro profesor. Pero hoy ha sido un amigo y, a fin de cuentas, me agrada pasar tiempo con él.

La canción finaliza y Tony me hace girar sobre mis pies una vez más, para luego atajarme contra su pecho. Su cuerpo pegado al mío, sus manos a mi alrededor y una sonrisa en sus labios que se contagia a los míos en un parpadeo.

—Entonces sí tomaste clases —dice con sorpresa.

—Y tú sí sabes bailar.

—Tengo muchos talentos, Grace.

—Te odio por eso.

Suelta una carcajada que hace vibrar su pecho y lo sé porque aún estamos pegados y puedo sentirlo por todas partes. Puedo olerlo, escucharlo y dejar que mi cerebro incursione por esos senderos que tiene prohibidos.

—Tienes que bailar más de una canción.

—Estaría incumpliendo mi palabra.

—O estarías pasándola bien. Vamos, no me mientras. Es obvio que lo disfrutaste.

Lo hice.

—Sigue bailando y a la mierda el mundo, Grace. Solo hay una opinión que importa.

—¿Cuál es? —digo manteniendo la sonrisa y la sensación de libertad que me ha producido el baile.

—La tuya. Y a veces la mía, como ahora que te digo que sigas haciendo lo que te haga feliz.

—Supongo que puedo bailar un poco más.

—Claro que puedes.

Vuelve a dar el primer paso y, como recién, lo sigo. Me olvido de Kate, del resto de los profesores, de lo mucho que extrañaba sentirme en sintonía con mi cuerpo y solo me dejo llevar. Disfruto el momento, me río y bailo como lo hacía hace años cuando nada me importaba.

Las canciones van sucediéndose y yo sigo en la pista de baile. David me invita a bailar en un momento, acepto con gusto y paso un buen momento con él ya que es similar a bailar con un tío buena onda. Guille en algún momento también se suma, se presenta como el nuevo amigo de Tony, me muestra lo que su sangre latina le ha enseñado y terminamos de alguna manera armando un trencito con el resto de los clientes.

Me divierto como nunca antes y le agradezco mentalmente a Tony por hacerme salir de mi zona de confort de la manera correcta. Sin presionar, sin tironearme, solo con las palabras justas.

¡Hola, hola, bellezas! ¿Cómo están hoy?

Estaba ansiosa por compartirles este capítulo porque TONY Y GRACE BAILAN JUNTOS. Lo siento, me emocioné. Tal vez para algunos este sea un paso chiquito, para otros (me incluyo) puede que piensen que es un gran paso para ellos. ¿Sus opiniones?

Comenta aquí si tuviste una parte favorita y dime cuál fue.

Muchas, muchas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por seguir fieles a esta historia y por la paciencia.

Les deseo una bellísima semana.

MUAK!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top