Capítulo 8
GRACE
No recuerdo estar tan nerviosa por mi atuendo desde el baile de graduación de la preparatoria y en ese entonces sentía que tenía el mundo en mis manos. Ahora, en cambio, siento que si me pongo cualquier cosa de mi armario, la gente se reirá de mí y me señalará con el dedo. ¿Cuándo perdí toda esa confianza? ¿Cuándo dejé que el mundo me atemorizara y me volviera pequeña?
Mientras miro mi armario, busco una excusa para soltarle a Tony y no tener que ir al bar latino. No me siento preparada para tanta exposición, para que mis compañeros me vean como algo más que un ratón de biblioteca. Tampoco me apetece volver a ser la misma de antes, la fiestera, y sé que una única salida no me transformará, pero, vamos, la última vez que fui a un bar terminé con un desconocido entre las piernas. El desconocido que, casualmente, es la misma persona que me convenció para asistir.
Me digo que puedo lidiar con el atuendo más tarde y dedico unos minutos en aumentar mi autoestima de otra manera. Me preparo una rutina de skincare y ondeo mi cabello hasta que quedo conforme con el resultado. Ignoro el hecho de que las ondas me brindan un recuerdo lejano de mi adolescencia, de cuando participaba en todos esos absurdos concursos de belleza a los que mi madre me inscribía. Si hubiese perdido alguno, quizás, me hubiese dejado en paz. Pero no lo hice y creo que mi madre atesora cada corona y certificado con más amor que mis fotografías de la infancia.
El sonido del timbre me obliga a apartar la mirada de mi reflejo y de los recuerdos que trae consigo. No espero a nadie esta noche y, de nuevo, el temor de que Oliver se pasee por aquí se acentúa. No sabría qué hacer si apareciera, es probable que aceptara volver a ser su novia solo para sentir que tengo a quien acudir una noche de sábado.
Pero no es mi ex quien espera del otro lado de la puerta, es Tony y verlo me llena de asombro.
—¿Qué haces aquí? —suelto con completa confusión haciéndome a un lado para que pueda entrar—. El trato era que yo pasaría por ti.
—Estaba preparándome y algo me decía que ibas a fallar a tu palabra. —Se detiene en la sala y gira hacia mí—. Vine para asegurarme de que sí irás al bar esta noche.
Quizás sí es psíquico después de todo.
—No iba a fallarte —miento.
—¿Y por qué sigues sin vestirte? —Pasea su mirada por mi cuerpo, de arriba abajo sin ningún tipo de vergüenza—. A mí se me hace que no estás muy entusiasmada con la idea.
—Porque a veces las mujeres demoran en estar listas.
Arquea una ceja y comprendo que no me cree ni una palabra. No puedo culparlo porque yo tampoco me creo. Sin embargo, el hecho de que esté maquillada y peinada es un buen indicio. Estoy dando todo de mí para ir al tonto bar latino a pesar de que es lo último que quiero hacer.
—¿Qué tienes bajo la bata? —me pregunta.
—¿Es alguna clase de pregunta pervertida?
Me cruzo de brazos para protegerme, aunque no tiene ningún sentido. En primer lugar, él no me atacará y, si lo hiciera, me abatiría en dos segundos. En segundo lugar, no sé cómo decirle que no tengo nada para ponerme sin sonar como una idiota. No me importa la opinión de Tony, pero la situación está poniéndome de mal humor y no quiero ser grosera con él. Ambos sabemos que he sido una perra desde el primer día, quiero cambiar eso.
—No, no es una pregunta pervertida. Quiero ver tu atuendo.
—¿Por qué?
—Para aconsejarte.
—¿Ahora eres el amigo gay de las películas?
—Eso sonó horrible —me acusa con una sonrisa—. Y no, no lo soy, pero no puedes negar que tengo un gran estilo.
Me lleva dos segundos darle una rápida mirada y admitir para mis adentros que tiene razón. Viste unos pantalones color caqui, una camisa blanca de lino manga larga que ha arremangado hasta sus codos y que tiene cuello mao; ha completado su atuendo con mocasines marrones y algunos accesorios color dorado. Luce como un condenado modelo mientras que yo me refugio en la bata de toalla que uso desde la universidad y que está más para la basura que para el perchero.
—Debajo de la bata estoy en ropa interior —le confieso con pesar.
—Bueno, no imaginé que fueras tan sincera —confiesa, una sonrisa formándose en sus labios—. ¿Planeas ir así?
—Claro que no.
—¿Y entonces por qué no estás vistiéndote? Llegaremos tarde.
—No se llega tarde a un bar —discuto.
—Dile eso a un camarero cuando intentas entrar luego del horario de cierre.
—Estás siendo dramático —lo acuso— y no me estoy vistiendo porque llamaste a mi puerta. ¿Acaso pretendías que te abriera y corriera a la habitación?
—No, pero podrías haberme ofrecido una cerveza o algo así.
—No bebo cerveza.
—Agua también sirve.
Suelto un suspiro y me giro para entrar a la pequeña cocina con el fin de buscar algo para ofrecerle. Me lleva un minuto o quizás menos, abrir la puerta e inclinarme para ver qué me queda en la heladera; tan solo eso le es suficiente para escapar de la sala y dejarme helada cuando lo busco.
—¿Tony? —chillo, segura de que estoy perdiendo la cabeza.
—¡En tu habitación!
—¿Qué demonios haces allí?
No me responde y me apresuro a ir hacia allá porque ¿qué demonios hace en mi dormitorio? ¿Quién le dio permiso para meterse de lleno en la intimidad de mi cuarto? Azoto la puerta del refrigerador y piso con fuerza hasta el pasillo, llevándome la sorpresa de mi vida al verlo de pie frente a mi alborotado armario.
—¡¿Qué demonios crees que haces?!
—Quiero ayudarte a buscar algo para esta noche —responde sin más, ni siquiera me mira.
—¿Y no se te ocurre pedir permiso?
—Lo siento. —Ahora sí me mira—. ¿Te molesta?
—¿Tú qué crees?
—Lo siento —repite y eleva las manos en un gesto de paz.
—Todo este asunto me está poniendo de mal humor.
—Puedo irme si quieres y fingimos que nunca estuve aquí.
Niego con la cabeza y me dejo caer con fuerza en la cama donde un montón de prendas demuestran que llevo en esto más tiempo de lo que me gustaría.
—No hablo de ti, sino de la ropa y el bar —le confieso—. No quiero ir.
—¿No quieres ir porque no te gusta o porque crees que no te gustará?
—Porque me sentiré incómoda.
Noto la duda en su rostro y también su lucha interna. No sé cuál es el lado que gana, el racional o el alocado, pero mi compañero de trabajo termina acercándose a mí y tomando asiento a mi lado. No dice nada por un momento y la situación es extraña como la mierda. En ese sueño subido de tono que tuve con él, también estaba en mi cama, pero de una manera por completo distinta.
—Nadie te juzgará, a nadie le importa tu peso o si tienes un grano en la frente.
—¿Tengo un grano en la frente? —exclamo con horror, no porque los granos sean una cosa del mal, sino porque me salen cuando estoy al borde del colapso.
—No lo tienes, era un ejemplo.
—Tú no lo entiendes —digo con cansancio—. La gente, lamentablemente, sí se fija en eso. Puedo afirmarlo con seguridad.
—Pues créeme cuando te digo que hoy nadie se fijará. La pasaremos genial, es una promesa.
Dudo porque de no hacerlo sería una idiota. Sé que está siendo amable y también sé con toda certeza que aún hoy la gente es fatal y solo mira lo físico. La manera en que las personas me trataban cambió por completo cuando comencé a engordar, las miradas eran distintas y las reacciones también. ¿Mi vida amorosa? Se fue por el caño. Y es por ello, quizás, que me conformo con Oliver quien nunca tiene tiempo, pero, al menos, no está interesado en mi peso.
—En ese caso, te dejaré elegirme un atuendo.
TONY
Grace no tiene consideración por su bienestar, conduce como si tuviera siete vidas o si conociera el secreto de la inmortalidad. El colorido casco en mi cabeza no me produce ningún tipo de consuelo porque estoy seguro que, de tener un accidente, muchos de mis huesos se romperían. Tengo miedo, de ella y del tráfico.
Pero no lo digo.
No emito palabra.
Intento no aferrarme a su cuerpo como si mi vida, literalmente, dependiera de ella.
Procuro no chillar cada vez que toma una curva muy cerrada o se cuela entre los automóviles que podrían aplastarnos sin problema.
Finjo tan bien que, cuando llegamos a destino, bajo de la motocicleta y le sonrío con diversión, aunque la verdad es que las piernas me tiemblan y no me ha parecido para nada una experiencia gratificante. La quiero presa y sin licencia.
—Es una linda noche, ¿no crees? —suelta con tranquilidad, asegurando su vehículo a una farola—. Me encanta conducir cuando está así, es como si tuviera el control en mis manos.
—A mí me gusta caminar. Ya sabes, algo más tranquilo.
Me observa con burla, como si supiera que casi me orino en los pantalones por su culpa. No dice nada, sin embargo. Guarda nuestros cascos en el baúl bajo el asiento y se acomoda el vestido que elegí para ella. Grace es rara y también siento un poco de pena por ella, pero de la pena buena. No sé qué ha tenido que pasar en su vida, aunque está claro que debe ser una verdadera mierda sentirte incómodo con tu propio cuerpo y odiarlo tanto que solo puedes imaginar a gente burlándose de ti. También sé que lleva un poco de razón. ¿Acaso no me he dicho que no es mi tipo porque está excedida de peso? Soy igual de basura que el resto.
Grace es mi amiga, o eso quiero creer, y le hice una promesa. Tendrá una buena noche y se olvidará de las calorías y de los kilos de más.
La música animada del bar nos llega nada más cruzar la puerta y sonrío al sentir la buena vibra del lugar. Las luces son tenues, la decoración de madera con algunas guirnaldas coloridas y mesas repartidas por todo el lugar que claramente se levantarán para crear una pista de baile. En una de las esquinas hay un pequeño escenario donde varios instrumentos están ordenados y que me hacen saber desde ya que tendremos un show en vivo. En una de las paredes hay una gran barra y el olor de la comida me hace agua la boca.
No me es difícil identificar a nuestros compañeros de trabajo y noto la incomodad de Grace cuando ella también los encuentra. Comienza a tirar su vestido hacia abajo y a revisar su escote.
—Te ves bien —le recuerdo.
—Siento que esta fue una pésima idea.
—Mañana no dirás eso, ya verás. Solo confía en mí.
—Te conozco hace dos semanas.
—Y, sin embargo, salvé tu pierna. Soy de fiar.
Suelta una carcajada que no esperaba y que me hace sentir bien. La risa la ha ablandado y la incito a avanzar hacia la mesa de nuestros compañeros antes de que cambie de
parecer.
Reconozco todas las caras que veo, aunque solo sé algunos nombres. Saludo a todos con una sonrisa y me acomodo al final de la mesa junto a Grace. Somos los últimos en llegar.
Conclusión: sí se puede llegar tarde a un bar.
—Gracie, luces estupenda —suelta Katherine, una de las profesoras de matemáticas, acercándose a nuestro lugar—. ¿Quién diría que podías verte así?
Frunzo el ceño al escucharla, ¿eso ha sido un insulto en el medio de un cumplido?
—Tomé lo primero que vi —miente Grace.
—Qué bueno que fuera ese vestido, ¿no crees, Tony?
—Creo que Grace tiene un gran gusto en la ropa —respondo intentando sonar tranquilo—. No usa las prendas que verás repetidas en todos los locales de ropa y eso le da actitud.
—Es una forma de decirlo. —Ríe entre dientes y me aguanto para no contestarle—. Me alegra que estés aquí, Gracie. Seguro esta noche será mejor que aquella en el bar donde de pronto te escapaste.
—¿Cuándo me escapé? —dice con confusión.
—Cuando comenzó el juego de las manzanas y claramente no se gustaron con tu cita a ciegas.
Me muerdo la lengua para no decir nada, aunque la sorpresa me aborda desde todos los ángulos. ¿Katherine estuvo esa noche en el bar?
—No me escapé, tuve una hora... agradable con mi cita a ciegas.
—¿Y por qué no me has dicho nada de él entonces?
—Iré por algo de beber —intervengo con rapidez—, ¿puedo traerles algo?
—Una limonada, por favor —me pide Grace.
—Tráele un gin tonic —contesta Katherine—, le encantan.
Claro que lo sé porque la noche en la que nos conocimos ella bebió algunos y pareció disfrutar cada trago, aunque también ha dicho que prefiere no beber alcohol y así será.
No seré quien la obligue a ir contra sus convicciones ni dejaré que Katherine con sus confusos comentarios lo haga.
—Ya vuelvo —anuncio.
La profesora de matemáticas no tarda en tomar mi asiento cuando me pongo de pie y una mirada de soslayo a Grace me indica que lo último que quiere es quedarse con ella. Procuro caminar con pasos largos hasta la barra así puedo regresar rápido para salvarla.
—¿Tony?
—¿Guille? —suelto con sorpresa al ver a una de las personas tras la barra.
Mi vecino me sonríe y extiende su mano en mi dirección para saludarme. Su sonrisa transmite felicidad y viste una camisa manga corta color blanco con varios botones libres.
—No sabía que trabajas aquí.
—No sabía que vendrías —contesta con diversión mientras comienza a preparar las bebidas—. Cualquier cosa que necesites esta noche, pídemela a mí. Tendrás la experiencia VIP.
—¿Cualquier cosa?
Asiente con seguridad.
—En este momento quiero una limonada y una cerveza, pero quizás más tarde necesite tu ayuda.
—Dime cómo.
—¿Ves las dos mujeres en el extremo de la mesa?
—Las veo, ¿quieres un trío?
Suelto una carcajada y niego con la cabeza.
—¿Puedes mantener a la más bajita lejos?
—Claro que puedo, ¿me dirás por qué?
—Para ayudar a Grace, la otra muchacha. Le prometí que la pasaría bien esta noche y
Katherine parece tener todas las intenciones de molestarla.
—Cuenta conmigo, pero necesito una respuesta.
—Dime.
Deja la limonada y la cerveza frente a mí, luego mira hacia la mesa.
—¿Quién es Grace y por qué quieres que tenga una buena noche?
—Es mi compañera de trabajo y estamos intentando ser amigos luego de un inicio accidentado.
—Tendrás que contarme de ese inicio.
—Cuando no esté el resto de mis compañeros —le prometo.
—Mañana con las cervezas prometidas.
Asiento en respuesta. Suena bien para mí.
—Les llevaré algo de comer a tu amiga y a ti. También haré lo posible para mantener a Katherine lejos.
—Gracias —digo con sinceridad.
—Hombre... —Ríe—. Me encantan los chismes, tendrás mi apoyo para cualquier cosa que conlleve una buena historia.
Regreso a la mesa con una sonrisa de diversión y satisfacción en los labios. La profesora de matemáticas no tarda en correrse de mi asiento y vuelve a su lugar con la promesa de regresar pronto. Espero que se pierda en el corto camino.
—Tu limonada.
—Gracias.
—¿Me agradeces por la limonada o por salvarte? —murmuro.
—Por ambas.
—El barman es mi vecino —le cuento para distraerla—. Nos prometió buena comida y mucha diversión.
—¿Nos?
—Eres mi amiga, Grace, y mis beneficios son los tuyos.
—¿Cómo es que conoces a alguien y ya tienes beneficios si recién te mudas?
—Se llama ser agradable, deberías probarlo —la molesto.
—Se nota que conmigo no empleas esa táctica.
Me encojo de hombros siguiendo esta discusión en broma.
—Eso es porque ya te tengo a mis pies.
Resopla, ocultando una sonrisa.
—Creo que yo te tengo a mis pies. Después de todo, casi súplicas por tu vida en la motocicleta.
—Claro que no.
—Puedes fingir todo lo que quieras, pero noté lo tenso que venías en el camino.
—Quizás deberías prestar atención al camino y no tanto a mí. Así seguro llegaremos con vida a destino.
Ahora sí sonríe.
—No te imaginaba del tipo cobarde.
—Ni yo a ti como suicida. Estamos a mano.
Nuestra conversación se ve interrumpida cuando Gloria y David llegan hasta nosotros y la mesa se reacomoda para que el área de literatura esté junta. Grace parece sacarse un gran peso de encima con ellos alrededor y pronto olvida lo insegura que se sentía con el vestido.
Guille nos trae unos pequeños bocadillos de cortesía para todos y la comida comienza a rondar por la mesa cuando hacemos el pedido. El ambiente se relaja y me la paso bien con conversaciones amenas y algunas pocas laborales.
Para cuando la comida se ha acabado y Guille ha coqueteado tanto con Katherine que la profesora está roja, la banda encuentra su camino hacia el escenario. Y Grace es una gárgola de piedra una vez más, tensa y desdichada.
Pero le hice una promesa y me aseguraré de cumplirla.
¡Hola, hola, gente bella! ¿Cómo están? ¿Qué tal les está tratando la vida?
Después de una espera no tan larga como otros, pero sin dudas no tan corta, tenemos capítulo. Grace y Tony están en el bar latino, ¿qué creen que pasará?
¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Tienen alguna parte favorita?
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por la paciencia.
Y bienvenidos los nuevos lectores.
Nos leemos pronto (esta vez, de verdad).
MUAK!
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