Capítulo 38

TONY

Me encuentro en un trance al que no le veo salida, por mucho que la busque. Mi mente se ha apoderado de mí, de mi cuerpo, de mis emociones y de mi día en general. Desde que Grace mencionó la cita con el doctor, desde que me escuché pronunciar la palabra con «p», estoy en modo automático. Fui al gimnasio e hice todos los ejercicios sin siquiera saberlo, pasé por el supermercado y abastecí mi heladera sin darme cuenta, me duché y preparé la cena como un zombi. Esta mañana, fui a trabajar sin comprender siquiera lo que estaba haciendo y di mis clases como si alguien más hablara por mí.

Creo que estoy en shock. O eso dice Google y yo elijo creerle porque no puedo pensar en nada más que no sea el conjunto de células creciendo en el vientre de mi amiga. Porque tampoco puedo darle un nombre, porque no me atrevo a pensar en la palabra con «b» hasta no tener respuestas. Estoy aterrado y no puedo imaginarme lo que estará sintiendo Grace. Por una parte, solo quiero poder escuchar lo que su doctor tiene para decirle y, por la otra, preferiría nunca enterarme y vivir en la ignorancia.

Anoche, mientras hacía todas esas actividades que no recuerdo con detalle, mi mente armó una larga lista de preguntas.

¿Grace puede tener un embarazo sin riesgos con su enfermedad?

¿Puede abortar? ¿Quiere hacerlo?

¿Cómo se debe cuidar a una mujer embarazada? ¿Tiene que comer algo especial? ¿Debe tomar vitaminas? ¿Necesita hacer ejercicio regularmente? Porque sí, a pesar de lo que ella decida, no planeo dejarla sola en el proceso. Estaré pegada a su trasero para asegurarme de su bienestar.

Y luego está la lista de posibilidades que me asusta aún más.

¿Cómo se tiene que cuidar a un bebé?

¿Cómo debo prepararme para el nacimiento?

Por supuesto, también las preguntas que no quiero volver a pensar ni borracho, las que me dejan paralizado.

¿Cómo se lo contaré a mi padre?

¿Cómo ocultaremos a nuestros compañeros de trabajo lo que sucede? ¿Uno de los dos perderá su empleo?

¿Podré aceptar dar en adopción a una criatura?

¿Seré buen padre?

¿Seré como mi...? No, eso sí que no. Me negaba a llegar hasta allí sin antes tener las respuestas justas. No iba a adentrarme en los huecos oscuros de mi infancia y de mi alma en medio de mi ataque de pánico. No dejaría que el terror me paralizara por completo.

—¿Te sientes bien?

Despego mi mirada del exterior y observo a la persona a mi lado. A mi amiga Grace, quien lleva al conjunto de células en su interior y quien, a pesar de todo, me pregunta a mí si estoy bien. ¿No debería ser al revés?

—Por supuesto —miento.

Una sonrisa triste curva sus labios y me sorprende sentir el calor de su mano en la mía. Miro nuestras manos en el asiento mientras vamos en taxi a la consulta médica. ¿En qué momento nos subimos a un taxi?

—Yo también estoy asustada —me confiesa—. Aterrada. Hoy vomité cinco veces.

¿Dónde demonios estaba yo y por qué no lo supe antes?

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Tony, no quiero presionarte. Las náuseas son mías, los vómitos son problema mío. Déjame ocuparme de tanto en tanto de mí. Sé que no he sido una gran muestra de responsabilidad desde que nos conocimos y que te he cargado con muchas cosas, pero...

—Detente —la interrumpo—. No digas eso. No me has cargado con nada.

—Deja de mentirme. He sido la peor clase de amiga del mundo. —Ríe sin gracia—. Solo con decir que te llevé a casa de mi madre y te hice fingir que eras mi novio cualquiera podría saber que he sido un desastre.

—Yo acepté —le recuerdo.

—No estuvo bien —insiste—. Lo que quiero decir es que, si voy a hacer esto, tengo que responsabilizarme. Antes de conocerte y de que mi vida fuera un caos...

—Muchas gracias —murmuro.

—No me refiero a eso.

—Déjame dudarlo —intento bromear.

—Puedes sentirte abrumado —me aclara y lo dice con tanta ternura que no encuentro una manera de replicar—. Puedes tener miedo, estar en shock y querer correr de vuelta a casa. Lo respeto.

—Pero debería ser tu apoyo.

—Lo eres. Estás aquí, ¿no?

—Físicamente.

Palmea mi mano y, de nuevo, me asombra la calidez que siento. Tal vez su tacto era lo que necesitaba, una sensación real que me expulsara de mi mente descontrolada y me trajera de nuevo al presente. Pero no debería ser yo quien está así, no debería ser ella la que me consuele.

—Lo siento —murmuro.

—No lo sientas. Procésalo como lo necesites.

Asiento y, para sorpresa de todos, decido seguir su consejo. Vuelvo a caer en mis pensamientos, aunque esta vez soy más consciente de lo que me rodea. La uso como ancla a tierra, a la calidez de su cuerpo como salvavidas. Apoyo mi cabeza en su hombro, agotado, y esta vez observo nuestras manos unidas mientras atravesamos las concurridas calles rumbo al hospital.

Llegamos diez minutos después y puedo decir que estoy presente al momento de pagarle al conductor, de acompañar a Grace a la recepción del tercer piso de la clínica y al acomodarnos en la sala de espera. Esta vez, soy yo quien toma su mano y ella me responde con un breve apretoncito.

—Lamento mi ausencia mental —digo con sinceridad.

—No tengamos esta conversación de vuelta —me ruega—. Quiero ser responsable, pero la paciencia sigue sin ser mi mayor virtud.

Una sonrisa tira de mis labios hacia arriba y ella corresponde el gesto.

—Me siento culpable, eso es todo.

—Se necesitan dos personas, Tony —me recuerda—. No tienes que cargar con toda la culpa tú solo.

—Tú estás cargando con algo más importante —repongo—, déjame la culpa a mí.

—¿Sabes que tu teléfono ha sonado sin cesar desde que salimos del colegio? —dice, cambiando de tema.

—No.

—Deberías revisarlo —me recomienda—, puede ser importante.

Asiento y hago lo que me dice porque al parecer necesito un recordatorio constante de que estoy vivo, que soy un adulto y que tengo que hacer cosas por mi propia cuenta, siendo consciente de ello. Busco mi teléfono en el bolsillo del pantalón y un nudo gigante se forma en mi garganta al ver que tengo varios mensajes de mis amigos y de mi padre.

Abro primero el de mi mejor amigo, Noah, porque hablar con él siempre es como una bocanada de aire fresco y eso es justo lo que necesito.

Noto que tiene razón. Me ha enviado mensajes durante todo el fin de semana y yo solo he respondido uno o dos. Ayer ni siquiera abrí nuestra conversación.

Su respuesta no tarda en llegar y eso no es bueno porque Noah no es de los que están pendiente del teléfono todo el día.

No me atrevo a mentirle, pero tampoco puedo darle más información cuando ni siquiera yo tengo todas las respuestas.

El nudo crece y me siento la peor persona del mundo.

Eso no es una mentira. De verdad planeo hacerme cargo de toda la situación, solo necesito un poco de tiempo para procesarlo y tener toda la información sobre la mesa para unir los cabos sueltos.

Esta vez no contesta de inmediato y avanzo a las siguientes conversaciones para ver a quién más he preocupado a muerte con mi ausencia. Tengo mensajes de Fran y Milan, lo que no es de extrañar porque estoy seguro que Noah le ha dicho a su esposa que estaba preocupado por mí, ella ha intentado contactarme y, al no ver respuestas, ha mandado a su propia mejor amiga. También tengo un mensaje de mi padre, pero nada inusual de su parte.

Mierda, ¿cómo voy a explicarle esto a papá?

Bloqueo el teléfono porque está claro que no tengo energía para afrontar nada más que lo está sucediendo ahora. Me concentro en el presente, en la muchacha sentada a mi lado que intenta leer un libro, pero que no parece estar lográndolo porque sigue en la misma página hace minutos. Su nariz respingada está ligeramente rosada; sus ojos lucen cansados y brillosos; su piel un poco pálida, pero su cabello parece ser lo único que está en orden. Se lo ha trenzado y se ve absolutamente adorable.

—¿Has estado llorando? —le pregunto con preocupación.

—¿Tú no?

No contesto porque no sabría decirle, aunque tiene sentido mi duda dado todo lo que he dejado de sentir. Es otra prueba más de que necesito enfocarme, salir de mis pensamientos y enfocarme en la persona que tengo al lado que es quién me necesita.

—¿Quieres cenar hoy en casa? —le pregunto.

Sus ojos avellana se apartan del libro y separa sus labios para contestar, pero otra voz nos interrumpe y un pitido se apodera de mis oídos por unos segundos.

—Grace Stuart —la llama el médico.

Nos ponemos de pie y, aún con nuestras manos entrelazadas, caminamos al consultorio para empezar a obtener las respuestas que ambos tanto necesitamos y tememos.

GRACE

Mis ojos se movían sin parar observando a todos lados menos al rostro del doctor que me había atendido por años, desde que llegué a esta ciudad. Estudié cada rincón del consultorio, percatándome de detalles que jamás había notado antes por estar más interesada en mi salud que en una habitación desinfectada. Hoy, sin embargo, encuentro muy interesante el lugar.

—Entonces, Grace... —dice el doctor Phillips, arrastrándome de nuevo a tierra—. ¿Por qué has venido hoy?

—Pues...

Me aclaro la garganta que de pronto me pica como los mil demonios y, a la misma vez, la siento reducida a un cuarto de su tamaño original. Casi no puedo respirar.

—¿Está todo bien? —insiste y mira a Tony de reojo con algo de desconfianza—. ¿Por qué no me cuentas quién es este muchacho que te acompaña?

Noto la sorpresa de Tony, como si no se esperara que repararan en él. Su incomodidad me recuerda la promesa que me hice ayer, la de no dejarme llevar por el pánico y ser una adulta responsable. La misma mujer que era antes de conocerlo que, si bien se odiaba bastante, al menos sabía priorizar y no dejar que su vida se fuera al caño en un abrir y cerrar de ojos. La mujer que tenía la vida planeada, objetivos a futuro y que hacía horas extras a diario para poder alcanzarlos. Me recuerdo que esa mujer soy yo.

—Estoy embarazada —suelto de pronto, quizás una octava más alto que mi tono normal—. Él es el...

—¿Padre? —intenta ayudarme el doctor.

—El donante de esperma —digo con vergüenza.

—No sabía que estaba en tus planes realizarte inseminación asistida.

—No, no es así. —Niego con la cabeza, dándome cuenta de lo idiota que soy y que estoy complicando más la situación—. Tuvimos sexo.

Ahora es Tony quien se aclara la garganta y siento mis mejillas arder.

—Con protección —aclaro—, pero algo debió salir mal.

—Los preservativos no son cien por ciento seguros —dice el doctor con su voz profesional.

—Lo sé, nos dimos cuenta. —Suspiro—. Nos enteramos de mi embarazo el fin de semana, hace dos días para ser exactos. Han pasado dos meses desde... el suceso.

El doctor Phillips asiente con la cabeza, siguiendo mis palabras con atención y eso me hace sentir más avergonzada de ser posible. Me siento como una niña bajo su mirada, de alguna tonta manera experimento la sensación de haberlo defraudado a pesar de que no sabe nada de mí fuera de mi expediente médico.

—¿Me permitirías realizarte un control? —pregunta.

—Sí —respondo de inmediato—. A eso venimos. Necesitamos saber si está todo en orden para luego decidir.

—Entiendo. ¿Puedes esperarme un minuto aquí?

Su pregunta me resulta extraña, pero respondo afirmativamente con un movimiento de cabeza. No entiendo qué es tan importante como para que se vaya y por un momento temo que me haya visto inestable y que esté buscando ayuda para tranquilizarme. ¿Es legal dormir a una mujer embarazada?

—Respira —me pide Tony.

Mis ojos lo buscan y noto la preocupación en su mirada. No es hasta entonces que me doy cuenta que estoy conteniendo el aire y hago exactamente lo que me ha pedido: respiro. Inhalo y exhalo sin cesar, intentando calmarme y recordarme que todo estará bien. No se puede complicar más de lo que está ahora, ¿verdad?

—Así que soy el donante de esperma, ¿eh?

Me tapo el rostro con las manos y lo escucho reír bajito a mi lado. Al menos ya no parece estar a punto de arrojarse de un automóvil en movimiento. Prefiero al Tony que se burla de mí antes que al Tony perdido en su mente.

—No sabía cómo explicarlo —me excuso.

—Descuida, lo has hecho de maravilla.

Le doy un leve empujón y de nuevo ríe burlándose de mí.

—Sé que suena tonto, pero me siento avergonzada —le confieso—. Es un señor mayor, es raro decirle que tuve sexo fuera del matrimonio.

—Es médico —me recuerda—, dudo que un embarazo no planeado sea lo peor que ha escuchado.

—Y, sin embargo, se ha ido apenas se lo mencioné. ¿Me estará juzgando con sus colegas?

—Todo es posible. —Se encoje de hombros—. A mí me miró como si te tuviera secuestrada.

Ahora soy yo la que ríe, pero mi carcajada muere de inmediato cuando la puerta vuelve a abrirse y el doctor Phillips regresa, esta vez acompañado de una mujer. Lo primero que se me ocurre es que de verdad va a inyectarme un tranquilizante y me aferro a mi bolso, lista para correr por mi vida. Lo siento mucho por Tony, pero yo no iré a un manicomio. Sin embargo, las ideas de persecución se agotan pronto cuando veo que la mujer arrastra una máquina al consultorio y finalmente comprendo de qué va todo.

—Espero que no te moleste —comienza el doctor—. He llamado a la doctora Pancrazi para que nos dé una mano, si estás de acuerdo.

—¿Qué es eso? —pregunto mirando la máquina a pesar de ya saber la respuesta.

—Un ecógrafo —contesta la doctora—. El doctor Phillips creyó que era la mejor manera de contestar tus preguntas.

Estudio la máquina con detalle y poco a poco las piezas del rompecabezas encajan. No es un ecógrafo normal, es un ecógrafo transvaginal y me niego a hacerlo con Tony aquí.

—Tony, vete —le ordeno.

—¿Qué? —dice confundido.

—Que te vayas.

—Pero me pediste que te acompañara.

­—Y ahora quiero que te vayas —discuto.

Mi amigo mira sin entender a los doctores y noto cierta diversión en los profesionales que nos acompañan.

—No entiendo —confiesa.

—No quiero que estés aquí cuando me meten eso por la vagina. —Señalo la máquina—. Vete, por favor.

El entendimiento cruza sus facciones y juro que es la primera vez que lo veo sonrojarse desde que lo conocí.

—No me importa.

—A mí sí.

—Grace —insiste—, no hagamos esto frente a los doctores.

—Vete —le ruego.

—No lo haré, te dije que te acompañaría.

Suelto un suspiro que me hace temblar el cuerpo y por un momento me planteo la posibilidad de hacer un berrinche hasta conseguir que se vaya del consultorio. Deben ser las hormonas porque en un día normal nunca jamás pensaría hacer algo así. Estoy sumamente avergonzada: por contarle al doctor de mi embarazo, por saber que Tony será testigo de la escena y porque mi inestabilidad está siendo presenciada por, no uno, sino dos doctores.

—Está bien —accedo.

—Pondremos una separación —me tranquiliza el doctor—. La doctora Pancrazi realizará el procedimiento y nos llamará para poder ver el ultrasonido. ¿Te parece bien?

Asiento con nerviosismo, sintiéndome una tonta. ¿Por qué me cuesta tanto ser una persona adulta y responsable? ¿Así serán mis próximos meses si decido seguir adelante con el embarazo?

Ambos doctores se ponen a trabajar de inmediato. Mientras ella prepara la máquina junto a la camilla, él separa los espacios con un biombo blanco que no recuerdo haber visto jamás, pero que es obvio que ha estado allí siempre.

—Puedes venir, Grace —me llama la doctora Pancrazi.

Le doy una rápida mirada a Tony y él me dedica una pequeña sonrisa de ánimos. A esto hemos venido, a fin de cuentas, ¿no? Quiero mis respuestas y si para conseguirlas tengo que perder la poca dignidad que me queda, que así sea.

Me pongo de pie y camino hacia la división. La doctora está sentada frente a la máquina y me dedica una mirada amable a la misma vez que me extiende una bata para que me cambie. Me desvisto con rapidez y me pongo el atuendo sin pensar mucho porque ya no hay marcha atrás. Me acuesto en la camilla tras dejar mi ropa bien doblada a los pies del mobiliario.

—Esto te molestará un poco —me hace saber mientras embarra el aparato con gel—, se sentirá un poco frío e incomodará.

—No se preocupe.

Cierro los ojos con fuerza y me concentro en relajar el resto de mi cuerpo para que no sea tan incómodo. Respiro profundo cuando ella me lo indica y hago una mueca al sentir el frío del aparato entrando en mí. ¿Cómo he podido terminar así? ¿En qué momento descuidé tanto mi vida para...?

Mis pensamientos se detienen de golpe al sentir un sonido proveniente de la máquina, un bom bom recurrente y que no se detiene. Latidos. Dirijo mi atención de inmediato a la pantalla y veo oscuridad acompañada de un triángulo un poco más claro.

—Tony —lo llamo elevando un poco la voz.

Escucho una silla correrse y poco después, su cabeza aparece tras la separación. El doctor no demora en hacer acto de presencia a su lado.

—Eso que escuchan —dice la doctora con una sonrisa—, son los latidos del bebé. Y esto —añade señalando la pantalla—, este pequeño punto casi indistinguible, es el bebé en cuestión.

No sé en qué momento, pero de pronto, Tony está a mi lado sosteniendo mi mano y nos quedamos en silencio mirando la pantalla y escuchando los sonidos. Mis ojos se llenan de humedad, en parte porque no me animo a pestañar y, mayormente, por todo lo que esto significa.

—Es un feto sano —nos hace saber—. No se observa ningún tipo de complicación o defecto en los tejidos por el momento. Aun así, si decide seguir adelante, deberías volver al cumplir las 12 semanas para realizar otro ultrasonido.

Si bien entiendo sus palabras, no les presto la atención debida. No puedo alejar mi mirada de la pantalla ni dejar de escuchar los latidos que acompañan los míos.

Un bebé.

Santo cielo.

¡Hola, hola, gente! ¿Cómo están? ¿Qué tal su semana?

Ha llegado mi día libre del trabajo y eso significa capítulo. A partir de ahora y por el mes de agosto las actualizaciones serían los sábados, pero no les prometo nada porque empezaré un curso y no quiero dar mi palabra para luego romperla.

Volvamos a lo importante, a la historia.

¿Qué opinan del capítulo? ¿De la reacción de ambos?

Para ustedes, ¿cuál de las tres opciones tomará Grace? ¿Cuál elegirían en su lugar?

Por cierto, hice lo de los mensajes como hablamos el capítulo pasado. ¿Les gustan así?

Muchas, muchas gracias por su apoyo y cariño. Gracias por comentar, votar y compartir.

Les deseo un bellísimo día y nos leemos pronto.

MUAK!

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