Capítulo 18
GRACE
La fiesta ha sido un éxito. A pesar de la lluvia, los estudiantes han llegado sin problemas, han encontrado a sus amigos y la están pasando de maravilla. Muchos de ellos ya se han ido, los más jóvenes al menos; mientras que otros siguen dando vueltas por la pista, bailando al compás de la música y corriendo por refrescos para luego volver con rapidez a su grupo.
Es una escena bonita de ver, pero eso no significa que me gustaría estar en su lugar ahora. Ser chaperona es mucho mejor que ser parte de los estudiantes, sin importar lo que diga Tony o lo mucho que se queje. Desde nuestro lugar, somos simples espectadores, como si viéramos una larga película sin trama.
Queda poco más de una hora para que termine el baile, para que los estudiantes se vean obligados a irse a sus casas o a seguir con la fiesta en otro lado. Los profesores y voluntarios, tendremos que ayudar a ordenar para que el equipo de limpieza mañana no encuentre una catástrofe. Espero que, para ese entonces, la lluvia de un descanso porque no quiero empaparme y llegar chorreando a casa. Quiero llegar, ponerme un pijama calentito y decirle adiós al mundo hasta mañana.
—El baile ha salido bien —dice Tony, ubicándose a mi lado—. Un completo aburrimiento para mí, pero los estudiantes han pasado un buen rato y creo que eso es lo que importa, ¿no?
—Comprobaste que no es tan terrible y solo estabas exagerando.
—Yo no le sacaría tanto peso al asunto —discute—. Si no fuera porque es mi obligación, no me aparecería por aquí ni en mis sueños.
—Y yo digo que si lo harías. —Me encojo de hombros con la vista al frente. Ninguno de los dos ha volteado a ver al otro, estamos concentrados en nuestro trabajo—. Aunque no fuera tu obligación, terminarías siendo voluntario porque sentirías curiosidad o porque tus alumnos te lo pedirían.
—No sentiría curiosidad por algo tan estúpido.
—Tony, cuida tu lenguaje —le advierto como una madre—. Alguien podría escucharte.
—Grace, no seas paranoica. Con suerte me escuchas tú con tanto ajetreo.
No digo nada porque tiene razón. Me cuesta trabajo escucharlo con claridad con el ruido de la lluvia, la música fuerte y las voces estridentes de los estudiantes que se la están pasando de maravilla. Además, nadie nos está prestando atención. Somos chaperones, es como si fuéramos invisibles para todos los menores.
—¿Te has tomado un descanso? —pregunta, cambiando de tema.
—Fui al baño y comí algo.
—¿Te has tomado un descanso real? Me dijiste que teníamos media hora para salir.
—No he salido —admito.
—Yo tampoco me he tomado mi descanso. ¿Qué te parece si salimos juntos a dar una vuelta?
Esta vez sí aparto mi atención de la pista de baile y miro a Tony quién ya me está observando con atención.
—Está lloviendo —señalo lo obvio—. Prefiero permanecer seca y calentita; con mi suerte en las últimas semanas, seguro pesco una neumonía.
—Podemos pasear por los pasillos, no te mojarás allí ni pescarás una neumonía.
Me lo pienso un segundo. De verdad, solo un segundo. La respuesta llega a mí rápido, sin dudas, clara como el agua.
—Un descanso me vendría bien —accedo— y algo de comida también.
—¿Me regañarás si te digo que me robé unas hamburguesas con papas?
—Eso depende.
—¿De qué?
—¿Se las robaste a un estudiante o las tomaste del puesto de comida del que claramente podemos comer? —Sonrío.
—Ni una ni la otra.
Lo miro sin entender.
—Le pedí al muchacho del catering si podía dejarme unas aparte. Imaginé que no habías comido nada y yo tampoco lo he hecho porque me dará sueño.
—Ya casi termina el baile —le recuerdo, dándole ánimos.
—Lo sé, por eso es un buen momento para comer y darse un descanso.
—Busca la comida y nos vemos en la salida.
—Entendido, capitana.
Me dedica una sonrisa que correspondo sin dudar. Tomamos caminos separados, él va a buscar comida y yo voy por mi saco porque sé que me dará frío cuando salga del gimnasio. Le aviso a la directora Castillo que me tomaré mi descanso y luego me encuentro con Tony en el punto acordado.
—Tengo una idea —suelta bajito, sin necesidad de gritar ahora que estamos en los tranquilos pasillos.
—Dime.
—Podríamos ir a la biblioteca, comer allí.
—Ya te he dicho que no se debe comer en la biblioteca —lo regaño.
—Comemos ahí casi a diario.
—No, comemos en el salón de bibliotecarios.
—Que queda en la biblioteca —discute—. ¿Dónde está tu espíritu aventurero, Grace? No mataremos a ningún libro, te lo prometo.
—Ya sé que no mataremos a ningún libro.
—¿Tienes miedo por las cámaras?
—Sé dónde están los puntos ciegos —admito con diversión.
—Entonces comamos en uno de ellos.
Suelto el aire lento, pensándome su idea. No dañaremos ningún libro si comemos en la biblioteca porque no lo dejaré leer ni ojear ninguno mientras tenga comida o bebida a su alcance. Tampoco temo una reprimenda, dudo que alguien de seguridad se ponga a ver las cámaras para indagar en lo que están haciendo un profesor y una bibliotecaria durante el baile de bienvenida. La prioridad son los adolescentes a nuestro cargo.
—Okey.
—Dilo con ganas —me anima—. Apuesto que es tu primera travesura en este instituto.
—Pues sí. No soy un estudiante, estoy trabajando aquí. Las travesuras no van con el perfil profesional.
Blanquea los ojos con exageración.
—Es como escuchar hablar a mi abuelita Maura.
—Oye, no soy una abuelita —me quejo.
—Entonces ponle ánimo a tu vida, Grace. Tienes, ¿qué? ¿veintidós años?
—Veintitrés —lo corrijo.
—Bueno, veintitrés. Tienes que comportarte como alguien de tu edad. Tendrás tiempo de sobra para dar con el perfil profesional.
—Claro, porque cuando me despidan y vaya a otra entrevista donde me pregunten por qué me marché de mi viejo empleo, les diré que fue porque tengo soy lo suficientemente joven para tomar malas decisiones y me quedan muchos años para ser profesional.
—Eres una aburrida —me acusa—. Mi abuelita Maura tiene más ganas de vivir.
—¡Comamos en la biblioteca! —exclamo con falso ánimo—. ¡Solo vivimos una vez!
—Ya te pasaste. —Ríe—. Esto no es el 2010.
—No hay nada que te complazca.
—Oh, Grace. Hay muchas cosas que me complacen.
Arrugo el rostro comprendiendo el sentido oculto de sus palabras. Mi expresión solo hace que rompa en carcajadas y se sienta victorioso por sacarme de mis casillas.
—Por favor, no nos desviemos del tema. No quiero conocer tus fantasías sexuales.
—Tengo muchas, no tendría tiempo para contártelas todas —miente, o eso espero.
—Pervertido.
—¿Soy un pervertido por disfrutar mi juventud y salud sexual? —Arquea una ceja.
—No, lo eres por contarlo. —Me aclaro la garganta, lista para cambiar de tema lo antes posible—. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—No lo revelo hasta la tercera cita.
—Deja de hacerte el interesante. Eres mi amigo y tienes que decírmelo.
—¿Cuándo es el tuyo? —contraataca.
—El 9 de julio —respondo sin problemas.
—Eres canceriana.
—¿Te gusta la astrología? —suelto asombrada.
—No me gusta, me genera curiosidad.
—¿Tienes tu carta astral? —Sonrío, interesada por saberlo, pero sobre todo con ganas de molestarlo.
—No la tengo en papel. Un día una chica con la que salí un par de veces, me leyó mi carta astral.
—¿Y recuerdas algo?
Niega con la cabeza.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —insisto.
—El 21 de septiembre.
—¡La semana que viene! —exclamo no esperando para nada esa respuesta—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no salió el tema.
—¿Qué piensas hacer para celebrarlo?
—Mi padre vendrá a cenar y pensaba salir con Guille por unas cervezas el fin de semana, puedes unirte si lo deseas.
—¿A la cena con tu padre o al plan de fin de semana? —dudo.
—Al plan de fin de semana. No creo que quieras cenar con mi padre.
—¿Es apuesto? —Bato mis pestañas.
—Es como yo, pero treinta años más grande.
—Dicen que todos debemos tener un sugar en algún momento de nuestras vidas.
—Eres desagradable —me acusa.
Río por lo bajo y detengo mi caminar porque hemos llegado a la biblioteca. Abro con la clave numérica y sostengo la puerta para que Tony ingrese primero. La puerta no se sellará hasta que vuelva a ponerle la clave por lo que podemos entrar y salir sin problemas.
—Recuérdame cerrar cuando salgamos —le ruego.
—Lo haré.
—Sígueme, iremos a mi punto ciego favorito.
—Uh, eso suena interesante.
—¿Te das cuenta que estamos en la biblioteca del instituto y no en un banco?
—Insisto, eres una aburrida.
Sonrío a sabiendas de que no puede verme. Con seguridad, camino por el pasillo central hasta encontrar la zona de misterio, el único lugar de toda la biblioteca que no se ve en las cámaras y es lo suficientemente grande para albergar a dos personas. Se supone que tienen que instalar algunas más para que podamos tener control sobre todo el espacio en caso de que suceda algún incidente; sin embargo, la directora Castillo parece olvidar siempre el tema.
—Llegamos —anuncio, tomando asiento en el suelo alfombrado—. Podemos comer aquí.
—Es gracioso que el punto ciego esté en la zona de misterio.
—Lo sé, es como si lo hubieran hecho a propósito.
Asiente, de acuerdo conmigo.
—Espero que tengas hambre porque conseguí que nos calentaran la comida.
—Oh, eso explica el delicioso aroma. Creí que era mi mente.
Acomoda el paquete de comida entre los dos y lo abre, logrando que el delicioso aroma a hamburguesas y papas fritas inunde el lugar. Esa es una de las razones por la que no se debe comer en la biblioteca, los libros toman cualquier aroma sin dificultad y luego no es sencillo quitárselos. Pero solo será hoy y el lunes me aseguraré de que los libros no huelan a carne.
—Buon appetito —suelta Tony en un perfecto italiano que me obliga a mirarlo por más tiempo de lo necesario.
TONY
Nunca lo admitiré en voz alta, ni aunque me estén torturando y la vida de mis seres queridos esté en juego, pero el baile no ha sido tan horrible como lo imaginé. Una vez que los estudiantes comenzaron a llegar, los minutos pasaron rápido y me entretuve viendo las interacciones sociales incómodas de los adolescentes. Algunos se alegraron de verme y se acercaron a saludarme, lo cual fue una gran sorpresa para mí, apenas llevo unas semanas siendo su profesor.
La comida, sin dudas, está buenísima. Y la biblioteca, por tenebrosa que pueda parecer en la noche, con la lluvia golpeando los ventanales, me da tranquilidad. Grace no ha dicho mucho desde que comenzamos a comer, solo ha alabado mi mente maestra por haber pedido que me separaran comida.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —suelta por lo bajo, lo que me da a entender que no me gustará del todo su curiosidad.
—Dime.
—¿Tus mejores amigos no vendrán para tu cumpleaños? Sé que Noah vive en Alemania, pero tienes dos amigas en el país.
—Sería lindo si vinieran —admito y no diré que no lo he pensado sin cesar—, solo que no creo que lo hagan porque están ocupadas. Fran está trabajando para abrir una posada, hablando con contratistas, diseñadores y mil personas más. Milan acaba de iniciar la escuela de medicina, creo que no es necesario que diga nada más en su caso.
—Supongo que Guille y yo deberemos trabajar juntos para que sea una buena noche para ti.
Sonrío, contento por haberle confesado mi fecha de cumpleaños. Por lo general, siempre he festejado mi nacimiento a lo grande. Desde que mi madre se fue, mi padre se aseguró que la fecha fuera ligera para mí y la mejor manera que se le ocurrió fue organizándome grandes fiestas. En el instituto y en la universidad, seguí la tradición. Sin embargo, siempre supe que cuando terminara mis estudios, todo cambiaría. Es una mierda.
—¿Tú tienes alguna tradición especial para tu cumpleaños?
—Intentar escaparme de mi madre. —Sonríe con travesura—. Este año lo logré, pero solo porque mi madre se fue a un crucero con unas amigas. Ella no iba a ir porque no quería perderse mi cumpleaños, al final terminé convenciéndola. Así que pasé mi cumpleaños comprando libros, tomando café, haciendo compras online. Fue estupendo.
—¿Y Oliver?
—Estaba de viaje. Fue mejor de esa manera.
—Suena como un buen plan —admito—. Podría copiarte.
—Podría traerte un pastel —se ofrece de inmediato.
—No, está bien. No quiero que el resto de los profesores lo sepan, sería incómodo.
—Lo sabrán de todas maneras. Recursos humanos te enviará un correo, poniendo a todo el personal en copia, deseándote feliz cumpleaños —me informa—. También te harán llegar una o varias gift card.
—Me gusta la idea de la gift card —confieso.
—Suelen ser bastante buenas. A mí me hicieron llegar una de 50 dólares para Primark y una de 10 dólares para Starbucks —me hace saber con una sonrisa amplia en el rostro.
Su entusiasmo me hace reír y estoy por preguntarle más al respecto cuando un poderoso rayo atraviesa el cielo dejando todo en silencio por un instante. La lluvia comienza a caer con más fuerza entonces y en cuestión de segundos, la penumbra absoluta nos invade.
—¡Mierda! —exclama Grace a mi lado.
No puedo verla, la oscuridad es profunda y mis ojos no se acostumbran aún. La escucho moverse y sin saber qué hacer, busco mi teléfono para encender la linterna.
—¿Qué sucede? —le pregunto al iluminar nuestro pequeño rincón.
Grace ya se encuentra en el pasillo y no sé cómo ha hecho para moverse tan rápido con nada de luz a nuestro alrededor.
—Se ha cortado la electricidad y...
—Me di cuenta que se cortó la electricidad —la interrumpo.
Me dedica una mirada de muerte y decido guardar silencio porque de pronto le tengo un poco de miedo. Debe ser por la profunda tormenta y la negrura que se ha apoderado de la biblioteca. ¿Hace frío o son ideas mías?
—Cuando se corta la luz, la puerta de la biblioteca se sella —aclara—. Nos quedamos encerrados.
—Estás bromeando.
—Desearía hacerlo.
—¿No tienen un generador?
—Sí, pero no para la biblioteca.
—¿Son estúpido? —exclamo poniéndome de pie—. ¿Cómo van a instalar un sistema tan poco eficiente?
—Es por seguridad —aclara—. En caso de... ya sabes... tiroteo o algo así, se tiene que cortar la electricidad para que se sellen los espacios seguros. La biblioteca es uno de ellos. Si fuera de día, alguien de seguridad vendría a abrirnos...
—Pero es de noche y no deberíamos estar aquí —termino por ella.
—Exacto.
—Podríamos mandarle un mensaje a alguien —propongo.
—Sí, supongo. ¿Tienes tu móvil?
—Sí, ¿tú, no?
—Lo dejé en mi bolso.
Contengo la necesidad de blanquear los ojos. Primero este terrible sistema de seguridad y luego Grace olvidándose su teléfono.
—¿Tienes el número de la directora Castillo?
—Solo el de su oficina y no creo que sea útil ahora mismo —suelto con pesar—. Podríamos enviarle un correo electrónico, quizás lo lee en su teléfono personal.
—Es una opción y nos dará tiempo de pensar en una excusa para estar aquí.
—También puedo enviarle un mensaje a Gloria o llamarla.
—Envíale un mensaje, podría asustarse si la llamas a esta hora.
—¿Y si no lo lee? —insisto—. Podría estar durmiendo.
—Esperaremos a que vuelva la electricidad por su propia cuenta —determina.
Elijo no discutir. A mi parecer, es mejor llamarla y ya, aunque entiendo el temor de Grace. Nos podríamos meter en problemas por estar aquí y sí, podemos usar la excusa de que estábamos buscando a un par de estudiantes, solo que no tendría sentido porque no pueden entrar sin la clave.
Es mejor esperar.
Vuelvo a acomodarme en el suelo, junto a los restos de nuestra cena.
—No tiene sentido quedarse de pie, Grace —murmuro—. Tenemos que esperar.
—Lo sé.
—Siéntate.
—No se me ocurre ninguna buena excusa —me confiesa con pesar, volviendo sobre sus pasos.
—Podemos decir que me olvidé algo aquí y me acompañaste a buscarlo.
—¿Algo como qué?
—No lo sé, mi portátil.
—No la tienes aquí —señala con obviedad.
—Lo sé, diremos que no la encontramos y que es probable que la haya dejado en otro lado. —Bufo—. Me hará ver como un estúpido, aunque es mejor que la verdad.
Suelta el suspiro más largo de la historia cuando se acomoda a mi lado y mira al techo con pesar. De verdad no le gusta la situación. A mí tampoco me agrada, pero ella luce miserable.
—Grace —la llamo.
—¿Qué?
—¿Quieres un trago?
Sus ojos viajan a mí con rapidez, seguramente preguntándose de qué demonios hablo. En respuesta, saco una petaca plateada de mi saco y se la enseño.
—¿Has traído alcohol a un baile escolar? —chilla, por completo fuera de sí—. ¿Cuál es tu problema?
—No, se lo confisque a unos alumnos de último año.
—Oh.
—Ahora es cuando te disculpas —digo con superioridad.
—Lo siento —suelta sin dudar—. Estoy nerviosa. No me gusta para nada esta situación.
—¿Quieres un trago? —repito, moviendo la petaca para que se escuche el sonido del líquido en su interior—. No sé qué es, pero tiene olor a algo fuerte. Comprendo que no te gusta beber, pensé que quizás...
No me deja terminar de hablar. Toma la petaca de mi mano, la abre y sin dudarlo le da un largo trago.
—Es whisky —me hace saber.
Le da otro sorbo y luego me lo ofrece. Cierra sus ojos con fuerza, imagino que ha comenzado a arderle la garganta por los tragos tan largos que le ha dado.
—Con calma. No se verá bien que nos vengan a buscar y estemos ebrios —le recuerdo.
—No nos pondremos ebrios. No hay tanto alcohol en esa cosita.
Tiene razón; sin embargo, yo también la tengo. Me hago una nota mental para cuidar la petaca, mantenerla lejos de su alcance por periodos prolongados y solo dejarla beber cuando esté por perder los nervios.
No quiero que se meta en problemas por mi culpa.
¡Hola, gente muy bella! ¿Cómo están? ¿Qué tal su semana?
Esta mañana me desperté con muchas ganas de escribir y con las ideas claras, algo que no sentía hace bastante. Me gustó cómo fluyó el capítulo, espero que a ustedes también les haya gustado.
Respecto al próximo capítulo, creo que les gustará mucho, ¿cuáles son sus teorías?
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por la paciencia y la buena onda.
Les deseo un día hermoso y nos leemos pronto.
MUAK!
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