Día doce | Martes 19 de noviembre



Madrugada del 19 de noviembre

Hay tres cosas que Emma sabe. La primera es que Ananá es el mejor nombre que se le va a ocurrir para la masa de pelo enredado que descansa a sus pies. La segunda, que Ananá no es muy amigo de los veterinarios, pero sí de las chicas con corazones rotos que —aun así— no dejan de amar. Y la tercera, que Ananá es la excusa que necesitaba para no tener que conversar con su madre.

La evita por el mayor tiempo posible, escurriéndose por los pasillos y evadiendo su mirada inquisitiva. Sabe que si la ve a los ojos, si lo hace solo por un instante, percibirá la tristeza que brilla en ellos. Sabe que no va a poder negar lo que sucedió esta mañana, ni lo que sucedió años atrás. Sabe que tendrá que hablar.

Hablar. Ya no quiere hablar. Quiere volver a callar y a guardarse por décadas de miseria.

Pero quiere gritar.

Quiere correr.

Quiere liberarse y volver a caer al mismo agujero en el que desesperadamente se revuelca.

Emma era un desastre hace meses y lo sigue siendo ahora. Los avances se abrazan a los retrocesos y a pastillas por tomar. Las lágrimas surgen de un pozo infinito que nunca jamás se vaciará. Los pensamientos más oscuros se atreven a salir a pleno día, en cualquier lugar. Y el temor no se va. ¿Acaso algún día se irá?

—Dime tú, Ananá... ¿Cuándo podré respirar sin que duela? —le pregunta y suelta una risa nerviosa. No es capaz de mantener una conversación con otras personas, pero sí con un perro que ni la entiende ni puede responderle—. Vamos. Te daré un baño y podremos ir a dormir los dos. —Si es que el sueño volvía a ella. Pero también de él se escapaba. Las pesadillas podían volver, como lo habían hecho la noche anterior. Podría tener que lidiar con esos recuerdos, los mismos que pensaba que ya no regresarían. Aquellos que creía haber perdido cuando era pequeña. Los que más la lastimaban. Y no hacía más que añadir de ellos a su tazón de memorias.

Ananá se revuelve en sus brazos cuando lo alza, un tanto ofuscado. Solo se calma al sentir la tibieza del agua que Emma preparó especialmente para el cachorro. Se le da muy mal curar las heridas propias, pero las ajenas se le antojan más sencillas.

¿Y tu madre, Emma? Ni siquiera puedes aceptar que las tenga. No puedes con ello.

Invierte una catarata de minutos en Ananá, limpiando, desenredando, cortando mechones de pelo pegoteado y mugriento. Se enfoca en él, porque hacerlo es fácil. Mantener su atención en un animalito de cuatro patas es su remedio para no enfocarse en aquello que dejó detrás de la puerta del cuarto de baño. Porque sabe que su madre está tan despierta como ella. Y sabe, también, que la está esperando. Pero ella no puede enfrentarse a ello. Ni hoy, ni mañana, ni en los días que vendrán. ¿Cómo podría hacerlo si todavía no sabe cómo afrontar sus propias vivencias? Ya no se trata de Chase y de una relación que no debería haber iniciado, aunque ello también la lastime. Es sobre ella. Sobre ella y su familia y sus secretos y ¿por qué no habló antes? ¿Por qué dejó que pasara? ¿Por qué no luchó con más fuerza?

¿Por qué?

Ese cuerpo suyo menudo y quebradizo debería haberse rebelado. Sus chillidos desgarrados deberían haber sido desgarradores. Uñas convertidas en garras, carne suave mudada a roca, huesos endebles transformados en hierro fundido para erigir su reino.

Es su culpa.

No lo es.

No lo es. No lo es. No lo es.

Era solo una niña. Una chiquilla de cuatro años. De cinco. De seis. No medía más de un metro diez. No pesaba más de quince kilos. Y era familia. Era sangre de su sangre.

Príncipes y princesas.

No podía huir, ni pelear, ni resistir.

Pero ahora sí.

El frío de las baldosas muerde su piel y la devuelve al presente. No va a dormir. Va a humillarse hasta que el llanto vuelva a aflorar. Va a repetir el ciclo hasta que la culpabilidad la inunde y arrase con sus cimientos. Tiene las herramientas para cerrarlo pero sigue sin comprender cómo utilizarlas. Las costumbres y los patrones son más fuertes y tiran de ella, poniéndola en su sitio. La convencen de que esto es lo que merece. Por no haber hecho algo antes. Por permitir que la pisotearan. Este es su castigo, uno que se impuso desde que tuvo razón... Aunque en esto no la tenga.

El agua ya está casi fría cuando saca a Ananá de la bañera. Lo envuelve en una mullida toalla y lo seca con cuidado, siguiendo las indicaciones y recomendaciones del veterinario. La calle había hecho mella en su perro: los parches de pelaje faltante y las costillas remarcadas dan cuenta de ello. ¿Cuánto tiempo habría estado por su cuenta? ¿Cuánto tiempo había esperado a que alguien lo notara?

¿Cuánto había esperado Emma para que alguien la notara a ella?

¿Cuánto había esperado Dominica?

Deja a Ananá en un rincón mientras se encarga de limpiar la bañera. Para cuando sale, ya es la una de la mañana. Y su madre está junto a la puerta.

—¿Qué hacías allí?

—Ananá... Necesitaba un baño. Tiene sarna. —El aludido no responde a su nombre todavía. Ya está medio dormido, vencido por el cansancio acumulado. Es un misterio cómo eso no ocurría con Emma. Después de noches de descanso mediocre, ínfimo o inexistente, estarse en pie era un nuevo logro—. Lo llevé a consulta hoy. Ayer. No quería que pasara otra noche más en esas condiciones, así que usé los polvos que le recetaron para tratarlo. Y ya tengo otra cita para que empiecen a colocarle las vacunas que le faltan. —Rebusca más detalles que pueda contarle, pero no los encuentra. Necesita irse de allí. Tendría que estar en su cama, escondida bajo sus frazadas, rogando que el mundo desapareciera junto con sus pesares y los de aquellos a quienes quería. Que desapareciera todo, empezando por ella.

Dominica no le dice nada. Ella tampoco está lista para esta confrontación. No se suponía que su hija se enterara. No se suponía que ella también cargara con sus penas. Ese era su deber como madre: cargar con el dolor de ambas para liberar a Emma. Era un sacrificio que debía ser hecho. Era lo que creía correcto, por más que no lo fuera.

—Ve a dormir, Emm. —Besa su frente antes de dejarla. Se retira envuelta en sombras y se encierra en su habitación. Emma no lo concibe posible.

Pero se va a su cuarto.

Cierra la puerta.

Acomoda a Ananá en la cama improvisada que le armó y ella se acuesta en la suya.

Y observa las estrellas. Les ruega en silencio que protejan a su madre. Pero no son más que un trozo de plástico, y no hay nada ni nadie que pueda hacer caso a sus ruegos.


* * * * *


Esta vez es Chase quien observa a Juliette dormir. Por algún motivo, despertó a las cinco de la mañana, con las imágenes del anteúltimo encuentro con Emma frescas en su mente. Incluso pudo saborear su propia sangre en sus labios y percibir el dejo de la sensación de uñas clavándose en sus brazos. ¿Qué lo motivó en ese entonces a besarla? Era consciente de que no debía, no solo porque habían terminado, sino porque Emma no quería saber nada de él. Y, aún así, entró a su casa y lo hizo. ¿Para demostrar qué? ¿Con qué fin? No iba a recuperarla. No quería recuperarla, exactamente. Una parte de él, aquella que menos comprende, sí lo quería. Pero no por los motivos adecuados.

Ya se lo había repetido muchas veces, durante días solitarios y noches con compañías variadas. Él no la amaba. No lo había hecho cuando estaban juntos y no lo haría ahora. Era una relación que simplemente no estaba destinada a ser, y no por culpa de ella. A pesar de ello, es ese lado suyo el que se niega a dejarla ir. Se niega a que lo olvide, a que siga con su vida por un camino distinto al propio. Se niega a no tenerla. Se niega a que necesite a alguien más que no sea él.

Sus deseos son bajos, indebidos y mezquinos: de eso no le queda duda. Quiere lo que no puede tener y tiene aquello que ya no le interesa. Sale con Clare porque ella lo deja permanecer a su alrededor. Sale con Juliette porque estar con ella no supone un desafío ni un tormento. No hay preguntas incómodas ni pedidos que no puede cumplir. Lo que ella le ofrece es tan limitado como lo que él puede ofrecerle.

Tan lejos de Emma, quien lo daba todo. ¿Por qué lo había elegido a él para desperdiciar su amor y su esperanza? A él, que le mentía a la cara o no hacía más que callar. A él, que todavía guarda una foto de ella en su celular. Aquella que le sacó sin que ella se diera cuenta, en una de sus últimas citas. Esa en donde Emma sale un tanto desenfocada, riendo como si lo bueno nunca fuera a acabarse. Esa en donde su cabello es un mar indomable que enmarca el rostro que no supo apreciar. Es la que le recuerda que dio todo por sentado y que asumió que ella no se atrevería a abandonarlo.

Eso es. No soporta que ella sea quien haya dicho adiós. No admite la derrota. No tolera que, de nuevo, lo hayan dejado... Y no por alguien más. Lo intercambiaron a él por una tajada de soledad. Lo hizo Emma, pero primero lo hizo Camille.

Oh, Camille.

—¿Chase? ¿Estás bien? —Juliette bosteza, sus ojos entrecerrados tratando de interpretar lo que sucedía. A esa hora, los pensamientos coherentes no abundan.

—Sí. Sí, no te preocupes. —Sus dedos toquetean la pantalla de su celular. Poco después, tanto la foto como los pensamientos sobre Emma ya no están más.


* * * * *



La deja en visto ya que ignora qué podría decirle. Expuso su corazón y ella decidió rechazarlo. ¿Qué palabras quedaban luego de semejante derrota? Dylan solo quiere sanar. Ella tuvo su tiempo. Es él quien necesita el suyo, apartado de ella. Por su bien. Y por el de Emma que, a pesar de todo, no merece esta versión de él. Ella se esforzó en ocultar su oscuridad tras sonrisas y silencios. Él ocultaría la suya desapareciendo, porque no hay sonrisa que sea capaz de tapar la desdicha y la amargura que lo saturan y no hay silencio que puedan manejar.


* * * * *


Ecos. Frases. Una risa o dos. Charlas que no escucha, murmullos que atiborran su mente, personas que olvidará. El restaurante que Michael eligió está lleno de gente que celebra, gente que se reúne para mantener conversaciones de los más variados tópicos, gente que busca un trago para pasar la noche o una cena que no encontrarán en sus hogares vacíos.

Emma no quería ir. Consideró poner a Ananá como razón para faltar y quedarse sola en casa, pero incluso a ella le pareció inapropiado. Además, ¿acaso así se sentiría mejor? ¿Usaría ese tiempo para algo provechoso? Ya no escribía, porque cada letra que su puño trazaba se entrelazaba con ella y su sufrir. Ya no dormía, porque cerrar los ojos era una amenaza. Tenía mucha más lógica que saliera y tratara de pasar un buen momento. Sí, lógica la tenía toda, pero distaba de la irrazonabilidad de sus sentimientos. Está ahí pero sin estar. Su cuerpo ocupa una silla, su boca se abre para responder y para probar bocados de esto y aquello, sus labios hasta se animan a curvarse en pequeñas sonrisas. Todo en automático.

De vuelta a fingir.

De vuelta a aguardar a que las cosas cambien.

Vueltas y vueltas y vueltas, siempre termina en el mismo punto.

Se deja llevar por sus pies y por los gestos preprogramados que su mente almacenó con el correr de los años. Parece normal. Parece alguien que no será. Parece una Emma tranquila, segura, sin problemas. Corrobora que es muy buena aparentando, pero terrible al ser.

Y Michael es excelente para descubrir sus apariencias. Deshoja sus engaños, uno por uno, hasta que en sus manos y ante sus ojos queda la Emma que pocos son capaces de ver y reconocer. Igual de bonita, infinitamente rota. Nota la telaraña que se extiende por toda ella, pequeñas fracturas y mellas corroyendo cada centímetro de vida y cada hueco de desidia. Es casi sobrecogedor.

Es sobrecogedor, sin más.

—¿Puedo tener un minuto contigo? —Dominica camina a pocos pasos de distancia, no la suficiente como para no oír lo que digan, pero sí para darles algo de espacio. Acababan de salir del local y Emma sentía que un ligero peso se había levantado de sus hombros... Ahora, uno mucho mayor se posa en ellos. De todos modos, asiente y espera que lo que tenga que decir no acabe de enterrarla viva—. ¿Qué es lo que está sucediendo?

—Por favor, no. Dejemos eso. Es tu cumpleaños, Michael.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que ninguno tiene que pasar por esto, ¿está bien?

—No, claramente no lo está. ¿Por qué crees que te pregunto?

—¿Porque necesitas hacer un control de daños cada que estoy cerca? —Casi escupe las palabras, la ira redirigida al objetivo menos indicado. Está enojada con ella misma, no con él, pero no puede evitar arrastrarlo en su caída. Justo como hizo Chase con ella.

—Yo te quiero, Emma. Y me preocupo por ti, igual que tu madre lo hace. Igual que tus amigos. —Él solo suena frustrado. No la regaña por salir a la defensiva. No lo hizo antes, tampoco sucederá en un futuro cercano.

—Sí, lo sé. Como sé que todos ustedes mienten. Todos estamos mintiendo. Mira a mamá. Mírala. Dime que me equivoco.

—Emma...

—Ella también necesita ayuda. Y yo no puedo dársela. No puedo hacer nada más que ver cómo su farsa se hunde junto a la mía.

—¿Su farsa? —Ladea el rostro, confundido. La certeza se registra en sus ojos cuando, por fin, comprende de qué habla Emma.

—Los escuché. Lo sé todo. —Su voz se convierte en un susurro sibilante. Es imposible que Dominica la oiga, pero igual le dedica una mirada del todo incriminadora—. Entonces, ¿ella qué? ¿Ustedes qué? Algún día van a cansarse de ponerme a mí primero. Para empezar, ni siquiera deberían hacerlo.

—No deberíamos discutir sobre esto aquí.

—Eres tú el que quería hacerlo.

—No, definitivamente no. No era esto lo que tenía en mente.

—Tampoco yo. Pero ¿no es así como funciona la vida? Como a ella le da la gana y no como a nosotros se nos antoja. ¿No es irónico? Es nuestro mayor regalo y, a su vez, nuestro más grande suplicio. —Emma traza la costura del bolsillo de sus pantalones distraídamente. Ya quiere dar esto por terminado y lo deja en evidencia—. Sé que te preocupas y que ella también lo hace. Sé que están intentando hacer lo mejor por mí. Pero no pueden vivir pendientes de lo que suceda conmigo. No debería ser así, Michael. Yo los quiero, los quiero mucho, pero no puedo seguir viendo cómo se desviven por mí.

—Solo estamos allí para ti, Emm. No es un sacrificio hacerte compañía. —Michael duda por un segundo, extendiendo su mano y volviendo a apartarla. Es un sacrificio no tocarla.

—Lo es para ella. Quizás debería volver a mi apartamento y tratar de retomar las cosas en donde las dejé. Regresar mis clases, ir de nuevo al trabajo... Necesito hacer algo, Michael. No puedo seguir en casa. —Aunque una parte de ella tira en aquella dirección. Su cobardía y su pavor tironean de sus huesos y buscan enterrarlos en una tumba temprana.

—Mañana tienes una cita con Alessandra, ¿verdad?

—Sí, como cada semana,

—Deberías hablar con ella al respecto. —Emma asiente en respuesta. Carraspea y, luego de pensárselo por años, camina hacia donde se halla Dominica—. Y Emm... Deberías ir con tu madre.

—Tú lo dijiste. Debería.


* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *


Contra todo pronóstico... ¡De tu ex, con amor ganó un Watty! Ya pasó poco más de un mes y sigo sin poder creérmelo. Gracias por tanto, sobre todo por su paciencia infinita y sus comentarios tan bonitos. Espero sigan acompañando a Emma, a Chase, a Dylan, a Dominica y a Michael hasta el final. Todos ellos tienen mucho que contar todavía.

Y ya puedo ir adelantándoles que las historias cortas de Dylan y de Michael ya tienen título. Y la historia de Chase ya está en proceso :D Así que para los que quieran saber más de él (que sí, van a tener más apariciones suyas por acá), solo queda esperar. DTECA ya está en su recta final para darle la posta a él.

Sin más que decir (excepto GRACIAS, otra vez), me despido. Ya saben, sus votos y comentarios son siempre valiosos para mí y, además, le dan una chance a DTECA de que llegue a más gente.  

 Que tengan una linda semana ♥

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