7 de noviembre de 2013


Esta mañana dos ojillos ansiosos me observaron durante largos minutos. Ansiosos, sí, pero agotados también, como si hubieran visto mil años pasar ante ellos. Como si hubieran presenciado cientos de batallas y en todas ellas perteneciesen al bando perdedor. Las marcas violáceas debajo de ellos eran la prueba.

Estaba tan cansada... Y era un tipo de cansancio que una noche de descanso no podría reparar. Ni una, ni mil.

Es el cansancio propio de quien ha vivido demasiado.

Y nunca se va.


* * * * *


—Esta noche vamos a ir a Elysion, Emma. ¿Quieres venir? Ya le avisamos a Michael también. —En todo este tiempo, era la primera vez que Eric y Nina me invitaban a una de sus reuniones después del trabajo... Y sospechaba que Michael tenía que ver algo con ello.

No es que los culpara: nunca les di motivo alguno para que quisieran salir conmigo. Siempre estaba demasiado ocupada con mis propios asuntos. El trabajo, los estudios —que había puesto, de manera indefinida, en pausa—, Chase, mamá, mis amigas y el posterior colapso, cuyas consecuencias estaban pintadas en mi rostro y en cada centímetro de este cuerpo que tenía que arrastrar. No, no podía culparlos. No había hecho esfuerzo alguno por integrarme, más allá de las dinámicas laborales del día a día.

—No, está bien. Ya tengo otros planes —respondí de manera evasiva. Seguía siendo buena en algo: apartando a todo el mundo, como si tuvieran la peste. Cuando la peste soy yo misma. El único plan que tenía en mente era estar sola en casa, ver una película, tomar la pastilla que me correspondía e intentar dormir. No tenía ánimos para hacer más.

—Emm, claro que vas a ir. Luego te llevo a casa, si eso es lo que te preocupa. —Michael, cómo no. Su mirada lo decía todo y confirmaba mis sospechas.

—Voy a cenar con Dominica —repliqué, deslizando una advertencia implícita en mis palabras. De nada iba a valer. Y lo sabía.

—Acabo de hablar con ella y no me dijo nada al respecto.

Decidí que no valía la pena discutir. Acepté ir, sin poner más trabas, para poder librarme de esa situación lo más pronto posible. A fin de cuentas, seguir renegando no iba a cambiar el resultado. De una u otra manera, Michael conseguiría llevarme a Elysion.

Él y sus buenas intenciones... Dicen por ahí que el camino al Infierno está pavimentado con ellas. Puede que él haga el camino más sencillo, pero el destino sigue siendo el mismo.


* * * * *


Hace años que conozco a Dylan y, aun así, siento como si fuéramos extraños. A veces todo funciona de manera sencilla, pero otras...

Otras veces, simplemente estamos destinados al fracaso.

Es extraño. En ocasiones actuamos como si conociéramos cada detalle del otro. Tenemos nuestros chistes privados, completamos las frases del otro, compartimos opiniones sobre los temás más variados. Creemos saber todo lo que podría llegar a interesarnos de la otra persona y, a fin de cuentas, sabemos poco y nada. ¿No es gracioso? Lo daba todo por sentado.

Hace días que no hablamos y reparo en ese error. Sé tanto de Dylan como él sabe de mí: solo aquello que nos permitimos mostrar. ¿Acaso eso es demasiado? ¿O demasiado poco?

Conociéndome a mí misma, lo más probable es que sea una miseria, como una de las tantas que pretendo ocultar.

Pero Dylan es otro mundo, ¿no? Llevo repitiéndomelo desde que se convirtió en mi amigo. Yo soy el problema de la ecuación. Él es la solución.

Solución a la que nunca llego.

Deberia haber hablado con él antes. Debería haber hecho muchas cosas, pero lo único que hice fue arruinarlo todo.

¿No sucede así siempre?

Lo bueno que consigo se me escapa entre mis dedos... Porque yo lo dejo ir. Me aferro a lo que me hace mal, aparto todo aquello que podría traerme la alegría que por mucho tiempo, y de manera futil, estuve persiguiendo.

¿Por qué lo hago?

¿Por qué no puedo dejar de hacerlo?

Chase, si tan solo pudiera dar con la respuesta... Todo sería muy distinto. Quizás ni siquiera me hubiera acercado a ti. O hubiera terminado contigo mucho antes de lo que lo hice, cuando el dolor no fuese tan grande. Pero no. Seguí intentando. Intentando qué, te preguntarás. En estos instantes, ni yo lo sé.

De lo único que puedo estar segura es de que podría haber tomado mejores decisiones. Y de que los podría, los hubiese y los quizás... Todos son en vano.

Sigo marcando y nadie atiende.

Sigo intentando olvidar y no puedo.

Sigo marcando.

Marco. Marco. Cuelgo.

Sigo evitando lo inevitable, aun cuando creo que lo enfrento.

Sigo siendo la misma tonta que comete los mismos errores una y otra vez.

Y sigo adelante, porque eso es lo único que queda. Así me caiga de nuevo. Así no tenga fuerzas para continuar. Es lo que aprendí a hacer, más mal que bien: seguir.



* * * * *


Emm: vamos a hacer algo este fin de semana?

Chase: no lo sé

Emm: ...

Emm: ya tienes planes?

Emm: Chase, en serio... solo dime sí o no

Chase: no. Y no lo sé

Chase: te avisaré luego

Emm: como sea

Demás está decir que ese fin de semana no nos vimos. Tampoco a la semana siguiente. Ni a la otra.

Tú no estabas. Dylan sí.


Y yo no estaba para él.

* * * * *


Tengo que hablar contigo, D. Llámame cuando puedas. O quieras.


Miré la pantalla por unos segundos. Respiré profundamente, cerré los ojos y apreté el botón enviar antes de que mi cobardía ganara la pulseada.

Apenas terminaba la hora del almuerzo (¿no es triste que me haya quedado escribiendo en mi excusa de oficina? Con un sandwich a medio comer a un costado, una pila de tareas pendientes en el otro y el teléfono al alcance de la mano, pasé los últimos cincuenta y cinco minutos gastando tinta y emociones) y quería volver a casa. Encerrarme de nuevo para inventar cualquier excusa que justificara mi ausencia en la salida de esta noche. Pero Michael estaba ahí para recordarme que no tenía escapatoria.

Se supone que tengo que volver a la "normalidad", pero ir a Elysion nunca formó parte de mi rutina. No me gustan los bares y prefiero evitarlos, como norma general. Esta noche solo sería una excepción que confirma la regla. Y si no podía con ello, siempre podía utilizar la carta de "me siento mal" o "mañana es día de trabajo". Michael no podría discutir al respecto.

Creo que esto es lo más triste de todo: planeo cómo escabullirme de cualquier situación donde me vea en la obligación de interactuar con otras personas. Lo hice antes. Lo hago ahora. Y, según parece, lo seguiré haciendo.


* * * * *


—Emma, ¿tienes un minuto? —Michael entra sin avisar y cierra la puerta tras de sí. ¿Debería recordarle que él es mi jefe y que puede decidir si tengo ese minuto o no?

—¿Qué sucede?

—Sobre esta noche... Mira, sé que no puedo obligarte a ir. Pero creo que te haría bien salir. Ya sabes, para algo que no involucre a tu trabajo.

—Me gusta mi trabajo —dije con rotundidad. Aunque no sé si gustar sea la palabra correcta—. Y no me diste muchas opciones esta mañana.

—Lo sé. Quería disculparme por eso. Podría decirse que me extralimité en mis funciones.

—Podría. De todos modos, voy a ir.

—Sin presiones.

—Con presiones.

—Emma...

—¿Qué? Trabajo bien bajo presión.

—Emma, eso no te...

—Estoy bromeando, Michael. Todavía sé hacerlo, más o menos. No es que me muera por ir, pero voy a intentarlo.

—Puedo llevarte a casa si lo necesitas.

—Ya me lo dijiste antes. Y, de verdad, no tienes porqué. Puedo manejarme por mis propios medios. —¿Puedo en realidad? Es discutible.

—Tengo porqué.

—Si es porque te sientes en deuda con mamá, puedes dar por sentado que eso no cuenta.

—No es por eso. Aunque sí, me siento en deuda con ella. Y contigo.

—¿Conmigo? Por favor...

—Ya lo hemos hablado. Ustedes me acompañaron cuando yo lo necesitaba.

—Pensé que ya habíamos dejado en claro este asunto.

—¿Pensaste que lo iba a dejar pasar?

—Algo así. No quiero que sientas que me debes algo. No soy tu responsabilidad, Michael. No estás obligado a velar por mí.

—¿Crees que lo hago por eso?

—¿Por qué si no?

Mi móvil se iluminó en ese momento. Le eché un vistazo, captando el nombre del remitente. Dylan. Michael miró mi teléfono, luego me dedicó una última mirada y salió de mi oficina tan de improviso como entró.


Estoy ocupado en la semana. Te llamaré cuando pueda.


Sí, iría a Elysion. Era mejor que quedarme en casa para sacar las peores conclusiones a partir de ese mensaje.

Quizás era demasiado tarde para remendar lo que había roto.

¿Por qué siempre llego demasiado tarde?


* * * * *


Mi casa se siente más vacía que de costumbre. Silenciosa a un punto aterrador, más de lo que mi mente puede soportar. Prendí el reproductor de música y todo sigue igual. Las canciones se suceden una tras otra y es más de lo mismo. Voces lejanas y sonidos estridentes que intentan suplir ausencias, calmar necesidades y llenar espacios desiertos. Pero ya no me engañan como solían hacerlo. No me hacen sentir acompañada. No me calman. No me consuelan. No llenan este agujero negro que se abrió en mi pecho. Nada lo llena.

Y lo consume todo.

Ocupo los minutos con tareas mundanas. Repito rituales y rutinas básicas. Actúo como un ser humano cualquiera. Pero me siento... Nada. Nada.

¿Cómo es posible sentir tanto y a la vez sentirse nada?

Revisé mi celular de nuevo, sin sorprenderme al ver que no había llamada ni mensaje alguno. De todos modos, fruncí el ceño ante la pantalla y ante esta lapicera con la que escribo. Al demonio con este diario.

Al demonio conmigo.


* * * * *


Madrugada del 8 de noviembre de 2013


¿Por qué el medicamento no funciona más rápido? ¿Por qué no puede hacer efecto en un abrir y cerrar de ojos?

¿Por qué?

Michael pasó a buscarme poco después de que dejara de escribir. Insiste en llevarme y traerme a todos lados y yo no logro entender cómo es capaz de soportarme. Trato de ser medianamente amable, trato de comportarme como socialmente es debido (¿cómo es eso, exactamente? No creo tener una idea muy clara) pero siempre termina por salir esa veta mía que detesto. Esa de la que no me puedo deshacer... ¡Ni siquiera con la terapia y las pastillas!

Chase, Chase, Chase... Tú sí pudiste deshacerte de esa parte, ¿no?

En honor a la ocasión, me puse un vestido que mamá me regaló en mi último cumpleaños. Un vestido que todavía no había estrenado y que por meses estuvo olvidado en mi placard. Un vestido demasiado alegre y colorido para alguien que perdía un año de vida al tratar de componer una sonrisa. No sé qué esperaba conseguir con eso. ¿Verme por fuera de la manera en que desearía sentirme por dentro? No lo sé, no lo sé, no lo sé.

Dios... Debería estar durmiendo.

Necesito una dosis de sueños.

Pero tengo que escribir. Tengo que sacarme esto de encima.

Tengo. Tengo. Tengo. Tengo.

Son todas obligaciones y deseos que no puedo cumplir.

Llegamos a eso de las diez a Elysion. Plena happy hour, gente amontonándose frente a la barra, el estrépito de una docena de conversaciones como un eco infinito. Era un pequeño infierno. Me concentré en respirar, en poner un pie delante del otro. Traté de no entrar en pánico, pero sentía cómo cientos de huevecillos eclosionaban por debajo de mi piel e insectos se abrían paso a través de ella. Michael me guio sin mucha dificultad, sus dedos firmemente entrelazados con los míos. Es como si él sintiera las vibraciones de esos insectos y me sostuviera para que no saliera volando con ellos.

Quería salir volando de allí.

Debería haber salido de allí.

Saludé a Nina. Saludé a Eric. Sostuve un vaso que me ofrecieron, aunque no sabía qué tenía ni tenía interés en saber. No escuché una palabra de lo que dijeron. Pero sí escuchaba esas vibraciones, ese eco que me volvía loca. Estaba fuera de lugar. Estaba fuera de mis cabales. Y la gente parecía seguir saliendo de debajo de las baldosas, de los rincones más oscuros, del techo que nos aplastaba, de habitaciones a las que no tenía acceso, de mis propias pesadillas. Sonreían y luego se reían, se reían y se reían otra vez porque ¿qué otra cosa puedes hacer?

Entonces te vi.

A ti.

A quien traté de olvidar.

A quien ignoré por meses.

A quien me rompió el corazón.

Te vi a ti, Chase.

Y te vi con ella.

Lo supe entonces... Tenía razón.

Siempre tuve la razón.


* * * * *


Creo que dormí por unos quince minutos. Lloré por otros treinta. Son las cuatro de la mañana y estoy muriéndome por las razones equivocadas.

No lo entiendo.

Te vi y todo el avance que pudiera llegar a haber hecho saltó hacia el abismo conmigo. Y nadie se dio cuenta. Solo yo, ahí parada, a miles de kilómetros de distancia sin haber dado siquiera un paso.

Y, por un segundo, confié que eso sería suficiente. Que no me verías y que cada uno seguiría con su vida sin tener que cruzar nuestros caminos de nuevo.

Tonta de mí, teniendo esperanzas de que la balanza se inclinara a mi favor.

Entre un mar de gente me viste... Y no me quisiste dejar ir.


* * * * *


4:52.

Su nombre es Juliette.

Salen desde hace dos meses.

Son novios desde hace uno.

Y es lo último que necesitaba saber.

Le sonreí. Le dije que era un gusto conocerla. Les deseé lo mejor.

Mentí tanto y tan bien que hasta Michael casi me creyó.

Casi.

Volví a casa llorando.

No por ti, Chase. Por mí. Porque todavía estaba en el suelo y no me podía levantar. Y, mientras tanto, tú seguías con tu vida. Como si nada hubiera pasado.

Y nada pasó, porque el dolor vuelve a ser el mismo. Por muchos engaños que fabrique, eso no va a cambiar.

5:07.

5:38.

Me duele todo. Todo.

La clase de dolor que no se puede apagar.

La clase de dolor que se siente hasta los huesos.

Quince pastillas.

Catorce, trece, doce.

Once pastillas.

Diez, nueve, ocho.

Siete pastillas que se ríen de mí desde la palma de mi mano.

Y me rio yo también.

Me rio porque ¿qué otra cosa puedes hacer?

¿Qué otra cosa puedes hacer, Chase?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top