5 de noviembre de 2013

Pasé la noche dando vueltas en mi cama, hasta entrada la madrugada. Y sobrevinieron las pesadillas. Se entrelazaron en un sinfín de imágenes demasiado vívidas y yo rogué despertar.

Estaba harta de no poder dormir y harta de mis sueños.

Yacía en el suelo, en un cuarto muy pequeño. Cubierta de suciedad y restos varios, se oía mi llanto sin consuelo, desgarrador, rebotando en aquellas cuatro paredes que, de un momento a otro, empezaron a cerrarse a mi alrededor. Parecía que iban a derrumbarse sobre mí, pero solo se abalanzaban con una lentitud exasperante. Y mi desesperación aumentaba en una carrera que se abría paso a través de mis venas y mis pulmones y aullaba terriblemente. Las paredes se acercaban y manos huesudas de dedos largos se extendieron, saliendo de ellas. Arañaban mi piel, buscando mi carne, ansiando llegar a mis entrañas. Me tocaban con una insistencia macabra y asquerosa y yo no dejaba de gritar.

Al despertar, oí el eco de un último grito. Las mantas se enredaban en mis piernas y el pelo se me pegaba al cuello, empapado de un sudor pringoso y tibio que empezaba a resbalar por mi espalda. Eran las cinco de la mañana y el sol todavía no salía, por lo que la oscuridad todavía era envolvente.

Siempre le tuve miedo a la oscuridad.

Prendí el velador de mi mesita de luz y permanecí sentada en mi cama por un buen rato, sin hacer nada. Los ojos me pesaban pero no podía dormir. Ya no quería hacerlo, por más que lo necesitara. Salí de mi cuarto, todavía en mi pijama, y fui a prepararme algo para desayunar. Prendí varias lámparas más, trantando de deshacerme de la negrura que reptaba por cada rincón. Incluso prendí la tele, para que las voces llenaran los vacíos de la habitación.

Para cuando llegó Michael, ya me había deshecho y vuelto a armar demasiadas veces.

Traté de ocultar mis manos para que él no viera las marcas que habían dejado mis lastimaduras, pero esta vez no fui lo suficientemente rápida. Él las sostuvo entre las suyas, con delicadeza, como si temiera que se fueran a quebrar como la más fina porcelana.

—Las vi el viernes.

—Y no dijiste nada.

—Y no dije nada. —Admitió, sin soltarme—. No deberías estar sola, Emm.

—No lo estoy... No lo estoy.

—No veo a nadie por aquí, además de ti y de mí.

—¿Qué quieres que haga?

—Quizás deberías ir a la casa de tu madre. O ella podría venir...

—¿Es que perdiste la cabeza? —Lo interrumpí, elevando el tono de voz—. Mamá ya tiene demasiado y no necesita ser mi niñera. Ella tiene su trabajo, yo tengo el mío. Tengo las sesiones con la doctora Liessen. Tengo a mis amigos. Te tengo a ti —dije, librándome de su agarre. Su mirada estaba clavada en mí y sentía que no tenía escapatoria, lo cual acrecentaba mi incomodidad.

—Esto —señaló mis manos con un simple gesto— afirma que no basta.

Esto fue un accidente.

—¿Segura?

—Se rompió una taza. Me lastimé recogiéndola.

—Puedes intentar engañarte a ti misma, pero no a mí, Emma. No a mí.

—No quiero engañarte.

—A veces lo dudo.

* * * * *

Nuestro primer beso fue torpe y raro. Éramos como niños, en un camino de descubrimiento, tratando de saber a ciencia cierta qué estábamos haciendo y qué deberíamos hacer, dando pasos dudosos en las cornisas, caminando en puntillas. Todavía no nos acoplábamos, pero no era de extrañar. Recién nos conocíamos en persona y todo era demasiado nuevo. Éramos una pintura fresca, un cuadro apenas comenzado. Y todavía no habíamos decidido qué íbamos a pintar.

Hoy me decidí a terminar aquel cuadro.

Siempre fui un desastre en dibujo, pero nunca me importó del todo. La fascinación que siento por los materiales artísticos va más allá de mis nulas aptitudes para crear. Pero soy buena para la destrucción, demasiado.

Estuve trabajando por tres horas, sin pausa, sin reflexiones; solo yo, la espátula y los óleos corriendo por el lienzo. Era una danza desbocada en tonos grises, cuyos puntos álgidos resaltaban en negro y cobalto. La carencia de colores no mellaba el impacto: la tela era un retorcido huracán, un paisaje tormentoso puramente abstracto. En algunas zonas, titilaban restos de rojo bermellón, poderosos y significativos. Lo demás era una sumatoria de miedos, los tuyos y los míos, en un abrazo eterno y furioso.

He visto más de una vez una imagen que dice que debemos conseguir a alguien cuyos demonios combinaran con los nuestros. Los tuyos y los míos se habían enzarzado en una pelea rubicunda de la que no querían que saliéramos vivos.

Y casi consiguen su propósito.

Cruzada de brazos, y sin reparar en las manchas que tenía en varias partes, me quedé observando la obra terminada. Era espantosamente hermosa y parecía tener vida propia. Salía de su soporte, huía de la tela que lo retenía para convertirse en un recuerdo vívido. Tenía fuerza, tenía corazón... Y todo provenía del más profundo dolor y desasosiego.

Después de eso, me sentí más calmada. Pero con solo mirar aquel cuadro, la calma se esfumaba.

* * * * *

Mamá trajo la cena. No llamó antes de venir, suponiendo que rechazaría su compañía. No estaba equivocada: si ella hubiera avisado, hubiese buscado excusas para que no viniera. No la quería cerca. No soportaba su mirada, ni su pena, ni lo que escondía. Ambas éramos buenas en ello, en ocultar cosas, y yo era especialmente buena descubriendo dichas cosas. Podía leerla con facilidad, algo que ella todavía no lograba conseguir conmigo. No siempre, al menos.

Cuando entró, no tardó en ver el cuadro que había pintado. Parecía casi horrorizada.

—Lo sé, es espantoso. No hace falta que digas que desperdicié mis óleos.

—No iba a decir aquello. Me parece...

—¿Qué? ¿Qué te parece?

—No encuentro la palabra justa. No puedo utilizar el término bonito, porque sería errado. Es... tan fuerte y arrebatador. Arrebatador, eso es.

—¿Eso es bueno?

—Todo artista busca causar algo en quien contempla su obra... Y es imposible que esa pintura deje a quien la mire en su estado original.

—Yo no soy artista alguna.

—¿Quién lo dice?

—Yo.

—¿No escribes? ¿No pintas?

—Lo hago solo para mí, es un pasatiempo. Y ni siquiera pinto con frecuencia.

—Eso no tiene nada que ver. Siempre lograste transmitir lo que querías. ¿Recuerdas cuando tenías siete y escribiste tu primer poema?

—Hice llorar a mi maestra.

—Porque desde el principio atrapas a las personas en los mundos que creas.

Excepto en el mío, en el real.

En este nadie se queda, mamá.

Cuando era chica, apenas me relacionaba con otros niños. Solo me quedaba en un rincón, viendo lo que los demás hacían. A veces, intentaba formar parte del grupo. Pero eso jamás duraba. Se cansaban rápido de mí y yo me cansaba rápido de ellos. Por lo menos eso era recíproco.

Con el correr de los años, la franja que me distanciaba de los demás no se estrechó. Siguió creciendo, devorando espacio hasta dejarme enclaustrada en la pequeña realidad que había construido para mí a base de música y libros. Tratar de alcanzar la suya, de llegar a la otra punta en donde los demás se encontraban, era un trabajo por demás infructuoso.

En determinado momento, simplemente dejé de intentar.

Los pocos que se habían atrevido a acercarse habían decidido que yo no valía la pena. Quienes se quedaban solo lo hicieron durante un tiempo. Todos, eventualmente, se alejaron. Todos se fueron.

Y dolía, dolía muchísimo, pero una termina por acostumbrarse. Me acostumbré a perderlo todo, hasta que te perdí a ti.

Pero lo sabía, Chase. No creas que no.

Siempre supe que te vería partir.

—Michael te convenció de que vinieras, ¿verdad? —pregunté, dejando de lado el tema anterior. No quería hablar de mi pintura, ni de otras composiciones. No quería hablar, a pesar de que tuviera tanto que decir.

—No, no fue él. ¿Por qué siempre tiene que estar en el medio?

—No lo sé. Pregúntale a él.

—¿Acaso discutieron o algo? Porque ya no sé qué pensar. Ya no lo sé, Emm.

—Somos dos, mamá.

Yo tampoco tenía idea alguna.

* * * * *

When the devil's waiting

Down by the river calling out

I wanna be the one to light up the dark in you

And when the flood is over and all the love is pouring out

I wanna be the one to light up the dark in you

Light up the dark in you

Light up the dark in you

Oh, light up the dark in you

There's so little I'm afraid of when it comes to an end

But I can't leave you on your own...

Light Up the Dark – Gabrielle Aplin

Me pregunto si algún día podré deshacerme de la oscuridad que hay en mí, o siquiera alguien tratará de hacer tal cosa.

Lo pienso y eso sí puedo verlo. Ya hay quienes intentan atraparme y liberarme de la negrura que se apropió de mí.

Pero no puedo salir.

No puedo escapar.

A pesar de los tironeos y las luchas, sigo aquí. Y la oscuridad no se va.

* * * * *

Dominica insistió en quedarse, pero la convencí de que no servía de nada. Ella tenía que encargarse de demasiadas cosas como para tener que incluirme en esa lista. Yo no era una niña y debía encontrar la manera de arreglármelas por mi cuenta. No podía esperar que otros me hicieran sentir mejor, que otros solucionaran mis problemas, que otros enfrentaran esta crisis por mí. Además, ver a mamá era descorazonador. Estar juntas parecía peor remedio que la enfermedad: ambas estábamos mal. Y yo tenía la culpa de que ella se encontrara en ese estado. Mencionar la idea que había tenido la doctora Liessen era una locura. Lo último que mamá necesitaba era escucharme derramando mi miseria entre cuatro paredes a prueba de horrores. Eso la rompería, la dejaría en un punto sin retorno.

Pensaría que fue ella quien falló, cuando en realidad fui yo.

* * * * *

Pensamiento negativo del día: derrumbo todo lo que toco, todo lo que una vez construí.

Razón: mi vida está en ruinas.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top