31 de octubre de 2013
Descubrí que soy buena escribiendo listas. Clasifican cada memoria de una manera tan limpia y ordenada que me sorprende que no hubiera escrito miles ya.
Decidí escribir algunas para ti, Chase. Porque tengo que ocupar los minutos y las horas y los pensamientos tironean de mi lengua y de mis manos para dejarlos salir.
Diez cosas que debí decir
1. Debí decir que te amaba, aunque luego te viera partir. No debería haberme guardado mis sentimientos por temor a cómo pudieras reaccionar. En principio, no debí sentir ese miedo.
2. Debí decir lo que me molestaba de ti, en voz alta. Solía soportarlo todo hasta que no aguanté más. Guardé en un cajón aquello que detestaba para concentrarme en lo que adoraba. Construí una imagen falsa de ti que, poco más, idolatraba. Me aferré a esa creación hasta que se derrumbó y me dejó enterrada bajo el peso de las mentiras y de todo aquello que callaba.
3. Debí decirte la verdad, en vez de aceptarlo todo y disculparme por cada cosa que salía mal. No era mi culpa. Era nuestra, de los dos.
4. Debí decir que no te creía, porque nunca lo hice. Puede que una parte de mí se afanara en hacerlo, y esa parte lo intentó con todas sus fuerzas, pero en el fondo jamás pude confiar en tus dichos. Y nunca confié en lo que tuvimos. Creo que no estaba tan errada, ¿no?
5. Debí contarte mi historia, desde el comienzo. ¿Cómo podía pretender que me entendieras si no tenías idea de lo que me había hecho ser quien era? Sí, entre medias verdades y palabras huidizas, te dejé ver parte de ese todo que me ahogaba. Pero no te lo dije todo. En ese entonces no estaba lista. Tampoco estaba lista para tener una relación, aunque me hubiera convencido de que necesitaba a alguien a mi lado. En realidad, solo necesitaba estar en paz conmigo misma.
6. Debí decirte que tenía miedo. Miedo de estar sola y miedo de perderte. Miedo de hundirme de nuevo. Si tan solo me vieras ahora, tratando de salir a la superficie...
7. Debí decir, aquella noche, que me arrepentía. Que no deberíamos haberlo hecho. Que para eso tampoco estaba preparada. Quería hacerlo por amor, pero tú no me amabas. Y apuesto a que para ti solo significó una noche más, con otro cuerpo.
8. Debí decirte que, si rompí contigo, fue más por ti que por mí. Tu desinterés era asfixiante y no lo soportaba. No podía más con la agonía de quererte.
9. Debí decir que me lastimabas, aunque siempre sospeché que lo sabías. Pero estabas muy cómodo como para echarte atrás. Tenerme a mí te era sencillo y, de cierto modo, conveniente. No pasaba de ser tu juguete.
10. Debí decir que te odiaba. Al final, cuando pronuncié mi despedida, te odié profundamente. Me habías herido tanto, Chase...
Tanto que todavía siento las costras irregulares de todas mis heridas. Un simple roce podría arrancarlas y lograr que sangraran.
Un simple recuerdo bastaba.
* * * * *
La doctora Liessen había pedido respuestas. Me había dicho que pensara respecto a nosotros y a mi pasado. Me había dicho que rompiera cada hilo que te uniera a ti con mi anterior verdugo. Así que escribí aun más, buscando certezas. Las encontré, Chase. Me costó demasiado, pero pude ver qué fue de mí cuando vivía dependiendo de ti.
Diez cosas que amé de ti
1. Amaba tu sonrisa. Era la causante de la mía, aunque no lo creas. Parecía tan sincera en su momento, pero ahora dudo de que lo fuera. Ahora dudo de todo.
2. Amaba la manera en que podías alegrar mi día con tan solo unas pocas palabras. Me devolvías la esperanza... Y luego me la arrancaste, sin siquiera pestañar.
3. Amaba los momentos en que dejabas que me acercara a ti, cuando no ponías barreras. Fueron tan pocos que parece que los hubiera imaginado.
4. Amaba cada instante que pasábamos juntos, aunque en las últimas épocas me dolía incluso más que el amor que sentía. Era tan desgarrador, Chase. Pero pensé que valías la pena, que si lo intentaba con más ahínco las cosas podrían funcionar. Pensé que podríamos salir adelante. Me equivoqué. Yo no necesitaba más paciencia, como creía entonces. Necesitaba enfrentarme a los hechos y ellos no te dejaban bien parado.
5. Amaba tus gestos desinteresados, aquellos que en su momento me convencieron de salir adelante, por más que fueran esporádicos.
6. Amaba que me siguieras en mis locuras. Que cantáramos a los gritos en tu auto, que corriéramos como dos niños por la calle, que exploráramos librerías de la mano, buscando nuevos tesoros. Adoraba que no te avergonzaras de nada y que pudiésemos comportarnos como chiquillos descubriendo cómo era la vida.
7. Amaba la forma en la que, a veces, me mirabas. Como si yo lo fuera todo, como si el mundo fuera nuestro y de nadie más. Hacías que me sonrojara como nunca antes.
8. Amaba tus abrazos y tus besos y no hace falta decir el porqué.
9. Amaba aquellas charlas sin sentido que teníamos y cómo, de un instante al otro, podíamos recuperar la seriedad. Siempre escuchabas (o leías) lo que tenía para decir.
10. Te amaba a ti, Chase, así como eras. Y soporté todo, todo, porque te quería a ti. O eso creí. Ya lo he escrito antes: terminé por adorar a una parte, la que me convenía a mí. La que no me lastimaba, la que parecía quererme, aunque fuera mínimamente.
Y tengo que ser honesta: tardé una hora en escribir diez míseras cosas. Tuve que pensar y rebuscar en mi mente aquello que anoté. ¿Qué rayos estaba haciendo contigo?
¿Qué rayos estaba haciendo conmigo?
Si es tan poco lo que puedo poner en esa lista, ¿por qué todavía no te olvido? ¿No debería ser sencillo? Sobre todo cuando pienso en cada cosa que detesté de ti. En cada instante en el que sufrí y cada vez que tuve que contener mis lágrimas. No quería que me vieras llorar. No quería que vieras lo que habías causado.
Ahora lo quiero. Y te quiero a ti, hundido, como yo lo estuve. Porque hay una parte rencorosa y vengativa que te detesta, detesta lo que hiciste conmigo, detesta en lo que te convertiste. Y me detesta a mí, a mí, que dejé que todo esto pasara.
Diez cosas que odié de ti
1. Odiaba tus silencios prolongados. Era dada a darte tu espacio, pero podías desaparecer por días y días, sin acordarte de que yo existía. ¿Era acaso tan irrelevante en tu vida?
2. Odiaba que nunca me contaras nada. Con suerte podrías llegar a admitir que no estabas bien, pero jamás hablabas sobre ello. No ofrecías razones ni motivos. No me hablabas, como si quisieras rehuir de todo aquello.
3. Odié cómo me presionaste para tener relaciones. En su momento no me di cuenta, pero ahora puedo notarlo con una claridad que me abruma. Insistías al respecto a través de bromas y juegos, y cuando estábamos juntos tratabas de convencerme con besos y caricias que iban más allá del límite que debí mantener. Al final, no resistí. Después vino el arrepentimiento. No debería haber cedido como lo hice, pero ya es tarde para pensar en lo que podría o no haber hecho.
4. Odiaba que no me dejaras entrar a tu mundo y que no quisieras conocer el mío. Nunca supe nada de tus amigos, más allá de alguna conversación casual (por internet) que no superaba los dos o tres comentarios. Ellos no tenían idea de quién era, tus padres tampoco. Con suerte sabían que estabas saliendo con alguien. Tampoco quisiste conocer a mis amistades, mucho menos a mi madre. Según veo, siempre quisiste mantener las distancias, y puede que fuera porque no querías que lo nuestro fuese serio. Fue un año perdido, de cierta forma, aunque aprendí mucho en este amargo después.
5. Odiaba que te burlaras de mis sentimientos, porque lo hacías. Te parecía ridículo que canciones y escritos me afectaran tanto. Te resultaba casi patético que derramara en decenas de palabras lo que se encerraba en mi mente y en mi corazón. Por algo callaba.
6. Odiaba que todo te diese igual y que siempre dejaras todo a mi cargo. Mil veces lo dije: una pareja la conforman dos personas. No podía depender todo de mí. Simplemente no se podía, Chase.
7. Odiaba que me hicieras sentir que no valía nada. Que no era importante en lo absoluto, que era reemplazable, que no había nada de especial en mí. Es como si hubieras estado conmigo por lástima o por el mero hecho de añadir una chica más a tu lista de conquistas.
8. Odiaba que me mintieras. Fraguabas pequeños engaños que yo descubría con facilidad. Lograr que lo admitieras era el verdadero reto. Según tú, yo solo era una exagerada y tratabas de escudarte diciendo que lo mío era pura paranoia. Es gracioso, ¿no? Yo tenía la razón.
9. Odiaba que no admitieras que aún la querías. Yo lo sabía y tú también, solo que no lo dirías. Como si así pudieses protegernos a ambas. ¿De qué? No lo sé. Ella ya te había olvidado y había dejado en claro que no le interesabas. Que solo te había usado por tres largos años. Y yo... Yo te quería. Y rogaba por que algún día tú también la olvidaras. Al final, terminaste haciendo lo mismo que ella. Te agradecería por esos casi dos años que me ahorraste, pero en realidad fui yo la que impidió que lo nuestro continuara. Supongo que me tengo que agradecer a mí misma por hacerme ese favor.
10. Odié y odio que no hayas sido capaz de decir adiós. Hasta ahora te acordaste de mí y de que, aparentemente, tenía algún tipo de valor para ti. Y en vez de aceptar que ya no había más que hacer, dices que te niegas a que lo nuestro haya terminado. ¿Es alguna clase de chiste pesado que yo no comprendo?
Porque lo intenté. Intenté comprenderte pero nunca pude. Avancé sobre hielo quebradizo y la fina capa se rompió y me dejó caer al abrazo helado de tu indiferencia. Recién cuando estaba casi muerta recordaste que necesitaba salir. Que necesitaba oxígeno para sobrevivir.
Fue muy tarde para ofrecerme tu mano, Chase. Ya había escapado de ese estanque congelado por mi cuenta y otros me estaban ayudando a entrar en calor. A recuperar la respiración y a comprender cómo vivir en la superficie.
No necesito que vuelvas. No necesito tus llamadas esporádicas, ni ver tu número en mi pantalla luego de que ya lo haya borrado. De verdad, ya puedes detenerte. Ya debes detenerte y dar esto por terminado. No hay segundas chances, Chase. No te voy a dar otra oportunidad. ¿Para qué? Seguro acabas por hundirme de nuevo y, esta vez, para siempre.
* * * * *
Mi cuarto es un desastre, igual que la mayoría de las habitaciones de esta casa. La ropa sucia se amontona en cada rincón, al igual que la vajilla y las sobras de comida chatarra. Hay vasos olvidados con restos de agua y otras bebidas por todos lados, marcando los lugares en donde me desmoroné por un rato. Hay polvo sobre los muebles y mugre en los pisos... Y yo lo observo todo y llego a la conclusión de que no me importa. De que tal inmundicia va bien conmigo.
Pero me obligo a hacer algo porque pienso que si mamá —o cualquiera— lo viera, tendría un ataque. Así que dejé este cuaderno por unos minutos y traté de organizar mis cosas. Y digo traté porque no conseguí hacerlo. Llegué hasta la cocina con algunos trastos y terminé por romper uno. Allí me quedé, mirando la taza partida en varios fragmentos, justo a mis pies. Podía ver gotitas secas de sueños hechos trizas en la porcelana rota y manchada. Me senté junto a ella y jugué con aquellos trozos en un mutismo interrumpido por las notas siniestras del material ya arruinado.
Eso pasó a la tarde, cuando el sol iluminaba la ventana. Ya es de noche y no sé cómo llegué a mi cuarto. Solo me encontré en mi cama, con pequeños cortes en mis manos y una cascada de llanto renovado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top