Capítulo 33: Insistente
Jueves 4 de octubre de 2018.
―Dale, Tincho ―Hablo con el celular pegado a mi oreja― ¡Apurate!
Escucho ruido del otro lado, movimiento y cosas mezclándose. Muerdo la pera que tengo en la otra mano. Angi consiguió una verdulería barata y, antojada de peras, trajo un par.
―¿¡Y?! ―apremio.
―Qué sé yo, bro ―dice del otro lado del teléfono―. Dame un toque.
―¡No puedo, estoy trabajando! ―Muerdo otra vez la pera.
El sonido de la máquina me llega hasta la pequeña cocina. Tomás está tatuando y Angi está en la caja dándole indicaciones y explicaciones a un posible cliente.
―¿Por qué es tan importante? ―pregunta.
―Quiero saber si está ahí o no. Porque si no está ahí quiere decir que tengo que comprar otro.
―¿Tan importante es este pantalón, bro? Dejate de joder. Lo busco tranquilo y te mando un mensaje.
―Bueno, pero acordate de hacerlo. Si no está ahí, me compro uno cuando salgo del trabajo.
Me corta la llamada. Tengo dos pantalones de jean, aptos para estar en público. El resto de mi ropa es una mierda. Los días húmedos no colaboran para que la ropa recién lavada se seque y, uno de mis pantalones, está extraviado. Cabe la posibilidad de que se lo haya llevado Miriam para arreglarlo, porque recuerdo que tenía un agujero sin coser.
En estos días, va a volver la amiga de Angi para sacar las últimas fotos y publicar otro artículo en la gaceta digital. Y necesito estar presentable.
Termino la pera y tiro el carozo a la basura.
La pantalla de mi celular me avisa que tengo un mensaje sin leer. Me extraña. Tamara me dijo que se iba a ir al cine con su amiga Melisa, así que no espero que me hable en un par de horas; mientras que Tincho acaba de cortarme, si lo encontró tan rápido, le voy a deber una cerveza.
Entro al mensaje y me encuentro con otro comunicado de Patricia. Para estas alturas, ya agendé su número, aunque nunca le contesté.
«Damián, voy a estar en el centro esta tarde y me gustaría que nos viéramos para charlar»
Exhalo largamente.
«No puedo. Trabajo hasta las 21hs» escribo.
Me cuestiono a mí mismo si está bien que le conteste, pero al final, decido enviarlo.
Mi cabeza se va hacia mi habitación, debajo de la cama, como si fuera un monstruo, está la caja blanca llena de las cosas que Patricia guardó.
Guardo el teléfono en mi bolsillo y vuelvo con mis compañeros.
―Gracias ―Le tiendo el vuelto al cliente que tengo enfrente―. Cualquier cosa rara que notes, andá con un médico o, mínimo, vení acá a consultar.
―Sí, gracias ―El cliente se va.
«Por favor, hijo. Te puedo esperar a las 21 horas en donde me digas. Solamente nosotros dos. En un lugar público; no va a haber escándalos, ni gritos. Solamente quiero hablar con vos y darte la invitación a mi boda» El mensaje de Patricia está ahí, inflexible, insistente.
«No me parece» envío.
Podría mandarla a la mierda de una vez, aunque en este momento de mi vida, siento que necesito más paz.
«Por favor» escribe con rapidez, como si hubiera estado aguardando mi respuesta con el celular a la vista «No te pido que me perdones. Solamente quiero hablar con vos. Sé que recibiste la caja que le di a Tamara» Lo leo y continúo sin contestar hasta que llega su siguiente mensaje «Es una chica preciosa. Me alegro de que hayas encontrado a alguien que te quiera tanto»
Tecleo rápido la respuesta sin pararme a pensar mucho en lo que estoy escribiendo.
«No quiero que vuelvas a meterla en el medio de nuestros quilombos»
«Está bien. Es que no tenía cómo comunicarme con vos y ella te quiere tanto que no dudó en acercarte tus cosas»
Suspiro.
«¿De dónde sacás que me quiere? No somos nada. Dejá de joderla»
Si me quiere o no me quiere, me lo dirá ella cuando podamos hablar. Pero que Patricia, que casi no sabe quién soy, afirme semejantes cosas, hace que me suba la cólera.
«Mirá Dami, capaz que fui una mala madre, pero algo entiendo de mujeres. No cualquiera se hubiera puesto a gritarme en mi propia mesa para que hable bien de vos»
Como si escuchara lo que estoy leyendo en mi celular, las palabras rebotan en mi cabeza. Como un eco distante.
¿Qué?
―Pollo, preparate que ya va a llegar el siguiente turno ―Me dice Tomás.
Cierto, va a venir un chico que ya se convirtió en cliente habitual. Quería tatuarse el símbolo de la paz en el cuello.
―Sí ―asiento. Pero mis ojos vuelven a leer lo que Patricia me envió.
«¿Qué hizo?» Le pregunto.
«Juntémonos y te lo cuento mejor, hijo. Por favor»
Esta vieja me está chantajeando. Paso una mano por mi cara y escribo apresurado.
«Dale»
―Hola, chicos ―Entra diciendo el cliente.
Entro al bar con paso firme. Seguro. Todo lo opuesto a cómo me siento. Ni bien ingresar, me encuentro más cohibido de lo que estaba al comienzo.
Es la primera vez que vengo a este lugar y, definitivamente, no es de la clase de locales que frecuento. Hay varias familias comiendo pizza y riendo, en las mesas que están ubicadas cerca de la entrada. En la barra, distinto a los lugares que solemos visitar con Tomás, hay hombres de traje y mujeres elegantes tomando cócteles finos.
Ningún borracho a la vista vomitando en un rincón. Ninguna mujer pasándole las tetas por la cara a un desconocido para que le compre bebidas.
La música me da la bienvenida de forma cálida. Es música de fondo, amena y tranquila; nada del rock pesado al que estoy habituado en mis bares de preferencia.
Patricia es fácil de distinguir. Es la única que está sola, en una mesa para dos personas, cerca de una ventana. Vista con la luz tenue del lugar, noto lo envejecida que está.
No lleva el maquillaje que tenía en la fiesta de aquella vez, ni está vestida con uno de esos vestidos elegantes. Es una mujer normal, de cincuenta y tantos; con su pelo rubio recogido en una cola de caballo alta, sus collares y pendientes, demostrando su distinción, pero a cara lavada y con ropa simple. Un saquito rosa pastel tejido a crochet y un pantalón de jean. Tiene puestos anteojos para leer y está revisando su teléfono celular. En su mesa hay una copa de daiquiri de frutilla a medio tomar.
―Acá estoy ―digo sentándome frente a ella.
Pongo las manos sobre la mesita y golpeo los dedos al son de la música de fondo.
Ella me evalúa con la vista. Se quita los anteojos para tener una visión más clara de mí. Me recorre con la mirada toda la cara, el pelo, los aros y la ropa. Mira mis brazos y manos, los tatuajes que se distinguen en mi cuerpo, bajo la camiseta de mangas cortas que llevo puesta.
Me incomoda.
―Hola ―dice por fin.
Sus ojos están aguados y su sonrisa es débil. Va a seguir hablando cuando la interrumpe una camarera.
―Buenas noches ¿va a querer tomar algo? ―Me pregunta.
―Una cerveza ―pido por costumbre. Ella me recita las marcas que tienen y elijo la que más me convence. Me la trae enseguida y la destapa frente a mí.
―Bueno... ―digo para acelerar el proceso―. Hagamos esto rápido.
―Damián... ―Ella estira sus manos sobre la mesa para tomar la mía, que, por acto reflejo, aparto y llevo a la botellita de vidrio que tengo frente a mí. Bebo un poco de la amarga cerveza.
Patricia vuelve sus manos a su lugar al entender la negativa de mi gesto.
―Damián ―repite, esta vez, su voz es un poco más firme―; no voy a obligarte ni a intentar convencerte de que estés en mi boda. Sé que mis métodos, hasta ahora, no fueron acertados; quiero que tengas la libertad de elegir... Pero también quiero que me escuches.
―No creo que haya mucho que escuchar ―digo―; me acosaste para que fuera a tu fiesta de compromiso y estás haciendo lo mismo para que vaya a tu casamiento. Esta vez, no llamaste a mi familia, ni a mis vecinos, ni a mi trabajo; usaste a la Pioja... ¿A quién más vas a meter en nuestro problema?
―Sé que estuve mal ―Vuelve a aceptar―, en mi defensa, no quería meter a Tamara en esto...
―¿Y entonces qué pasó?
―Guillermo quiere conocerte ―suspira―, le hablé mucho de vos. Cuando empezamos a conocernos, nuestros hijos, eran todo el tema de conversación. Y yo quise compartir con él anécdotas de tu infancia.
―Pero era cuestión de tiempo para que él supiera que no estoy en tu vida ¿No era mejor decirle que morí en el accidente? ―escupo.
Sus ojos vuelven a aguarse.
―Jamás podría decir una cosa así ―Aprieta los labios―. Yo te amo, Damián.
―Qué forma de amar ―Río con sorna.
―Yo sé que te fallé, hijo. Honestamente, pensé que ibas a volver a casa ―solloza―. Nunca creí que estabas pasando todo lo que pasaste, supuse que era una travesura de chico rebelde, que estabas con alguno de tus amigos y que ibas a volver en algún momento... Le conté a Guillermo que nos distanciamos después del accidente; pero es cierto que no me animé a contarle todo.
»No le conté que no te busqué de inmediato. Ni le conté que te fuiste a la calle. Sí le conté que te fuiste a vivir con un amiguito de la escuela, y también le conté que no tenemos una buena relación. Le conté que te fallé... ―Se contiene de llorar y mira alrededor para comprobar que nadie nos escucha―. Pero también le conté lo que yo sufrí ―Se toma el pecho―. Yo no sabía... No me entra en la cabeza cómo preferiste vivir en la calle, en lugar de volver a casa, Damián. Yo creía que te habías escapado de mí y sentí que perdí un hijo.
―¡Yo no decidí vivir en la calle, Patricia! ―suelto― Así se dieron las cosas. Me perdí, no tenía recursos para volver; ni plata, ni forma de comunicarme con nadie, en un lugar que no conocía. Me junté con un grupo de punks que malabareaban en los semáforos y el resto es historia...
Patricia sorbe por la nariz y bebe el resto del daiquiri de un trago antes de retomar la charla.
―Le conté a Guillermo muchas cosas sobre vos, y le dije que vos no querías volver a verme y que así estábamos mejor; que si vos necesitabas esta distancia yo la respetaba ―sigue―. Pero él influyó mucho en que nos reencontráramos, eso es cierto; me incentivó a volver a buscarte y a que terminemos de curar esta herida.
―Pff ―bufo.
Herida. Que estupidez.
―Es verdad que fue por su insistencia que yo volví a buscarte; pero genuinamente quiero que estés presente en mi vida.
―¿Qué tiene que ver Tamara con toda la pelotudez que me estás soltando? ―cuestiono.
―... Le hablé a Guillermo de todo eso y resultó que la mejor amiga de su hija, y fiel compañera, es tu... conocida ―sigue―. Y en una cena, a la cual te invité, le sugerí que se alejara de vos.
―¡¿Qué te metés en mi vida?! ―espeto. Un manotazo que doy a la mesa provoca un ruido sonoro que me sorprende incluso a mí.
Ella mira a su alrededor sintiéndose observada.
―¡¿No te parece bastante todo lo que pasamos como para también interferir en mis relaciones con otras personas?! ―grito.
―Estuve mal ―admite tratando de calmarme―. Quiero que entiendas que para mí, volver a verte y que las cosas no salieran como esperaba, también es muy fuerte... ―Tomá aire antes de seguir―. Te invité a esa fiesta y todo fue caótico. Me dio bronca, porque si esa chica no hubiera estado con Melisa, no te me habrías escapado y capaz, que habríamos tenido una conversación más acorde.
―No le eches la culpa a la Pioji como si fuera responsable de algo ―advierto―. Si ella no hubiera estado ahí, esa noche, para mí, hubiera sido mucho peor de lo que fue.
―Yo tengo una visión distinta ―Continúa―. Desde mi punto de vista, yo iba a charlar con vos, iba a presentarte a mi futuro marido y después de un par de charlas te iba a invitar a la siguiente reunión... Pero esta chica me frustró los planes. Y... Enojada ―Sacude la cabeza con nerviosismo―, la vez pasada le dije que no le convenía estar cerca tuyo.
―¿Qué le dijiste? ―pregunto con voz queda.
―No te tenés que preocupar por eso ―dice sonriéndome―. Estuve mal, como tantas otras veces, me dejé llevar por la ira. Pero todo lo que le dije, le entró por una oreja y le salió por la otra. Se levantó de la silla, me gritó que no hablara de esa manera de vos ―Amplía su sonrisa, con sus ojos todavía acuosos―. Que sos un dulce, un tierno, un caramelito... Si esa chica no se derritió de amor en ese momento estuvo a punto.
―¿Qué decís? ―No puede ser.
Patricia se ríe, mirándome con ternura.
―Te lo aseguro ―Asiente―. Cuando me di cuenta de que te quiere en serio, pude abrirme con ella... Le mostré las cosas que tenía guardadas, y quería que vos las tuvieras pero no sabía cómo hacértelas llegar, así que le pedí que te las entregara ella.
―Bueno... Me dio esas cosas ―digo― ¿Y ahora qué?
―Y ahora nada... ―contesta―. Esas cosas son tuyas. Quería que sepas que las conservé porque, para mí, siempre fue importante tener recuerdos tuyos. Y sé que esta es mucha información y que, los dos, contribuimos a que esta relación se fuera por el desagüe.
Tuerzo la boca en una mueca de disgusto.
―Y los dos podemos poner de nuestra parte para remediar las cosas ―continúa―. Así que me gustaría que estés en mi casamiento. Pero si no querés estar, voy a entenderlo.
Busca en su bolso y saca unos sobres blancos. Los extiende sobre la mesa, arrastrándolos hasta mí.
―Te invito oficialmente. Y, por supuesto, que podés ir con Tamara ―Se levanta tomando su bolso. Agarra de la mesa su celular y sus lentes, deja unos billetes para pagar su trago y se inclina para dejarme un beso en la cabeza―. También están invitados tus amigos. Quiero que estés cómodo si decidís ir.
Tras decir eso se aleja. Siempre fue de tener la última palabra, pero en este caso, aunque se hubiera quedado, yo no habría sabido qué decir.
Miro el sobre que tengo frente a mí. El que está arriba de todo dice mi nombre en una delicada caligrafía dorada. Lo abro y saco de adentro una tarjeta blanca con detalles dorados. Toda la información sobre la ceremonia y la fiesta se encuentra en esa postal.
«Guillermo y Patricia» doy vuelta la tarjeta en mis manos, un par de veces, antes de leer el resto «Te invitamos a compartir la alegría de nuestra boda. Solo tenés que decir que sí. "Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte."»
Tras ese trabalenguas está la información de la ceremonia. Vuelvo a guardar la tarjeta en el sobre y miro los otros. Dicen «Tomás» y «Ángeles» respectivamente. Hay un último sobre que reza «Tamara».
N/A: Mil disculpas por haberme desaparecido estas dos últimas semanas, estuve súper ocupada. También sé que actualizar a esta hora va a provocar que muchos no se den cuenta, pero no me queda otra opción.
Espero que sigan disfrutando de los capítulos. Va a haber otro capítulo publicado en breve. --->
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