Capítulo 29: Tensa
Sábado 22 de septiembre de 2018.
Damián.
Estoy terminando de preparar el almuerzo, concentrado en la cocina. Tamara se quedó acostada en la cama, nos despertamos hace un rato. Se durmió desnuda, apretada contra mi cuerpo, y nos despertamos hace como una hora. Nos quedamos reposando, abrazados, casi en silencio. Anoche no hablamos de nada. Ella volvió como si no hubiera pasado nada.
¿Y si en serio estuvo ocupada?
Su comportamiento es el mismo de siempre.
La caja que dejó sobre mi mesa anoche es lo que más llama mi atención. La revisé hace un rato mientras la Pioja dormía; está repleta de cosas de mi infancia. No tengo idea de dónde sacó todo eso.
Hay fotos, diplomas, muñequitos, dibujos y muchas pavadas más.
Ya estoy vestido con un jogging y una remera de mangas cortas. En la sartén tengo dos filetes y en la cacerola se están haciendo unas papas.
Apago la hornalla de los filetes y me sobresalto al sentir un agarre en torno a mi cintura. Pego un pequeño salto y mi corazón se acelera.
Sonrío.
―No te escuché llegar ―digo.
No volteo a verla. Veo sus bracitos flacuchos abrazándome por la cintura.
Llevo mi mano izquierda a una de sus manos y la aprieto en el lugar para que no se aparte, apoya todo su cuerpo en mi espalda y hunde su cabeza entre mis omoplatos.
Con mi mano derecha, apago el fuego de la cacerola y aplasto las papas para hacer un puré.
―¿Qué estás cocinando? ―pregunta― Huele rico.
―Tenía filetes de pescado... ―digo― ¿Te gusta?
―Sí ―susurra contra mi espalda y su aliento me calienta la columna.
Comemos mientras que hablamos de temas casuales, ella alaba mi comida como si hubiera preparado un manjar.
Anoche, después de que ella se durmiera, me levanté para recoger todo lo que quedó en el patio. Junté todos sus caramelos y se los dejé en la bolsa sobre la mesa; por lo que, al terminar el almuerzo, ella se lleva un caramelo a la boca e insiste en lavar los platos.
Mientras que ella lava, abro la puerta para permitirle a Diablo entrar y pongo música desde una radio online en mi celular.
Voy al patio trasero a juntar las pocas cosas que quedaron esparcidas, guardo la lona (que es de una pileta), en su caja, enrollo la manguera; junto los pedazos de globos explotados que hay por todos lados, y entro a la casa otra vez.
Veo que Tamara sigue lavando las últimas cosas mientras que baila de forma graciosa al ritmo de la canción que está sonando.
Sonrío.
Queriendo preguntarle sobre la caja abro la boca, pero ella se adelanta y habla primero.
Te quiero preguntar algo ―dice muy seria.
―Lo que quieras ―le susurro mirándola. Avanzo hacia ella que está dejando el último plato, ya limpio, en el escurridor. Busco una señal de su duda antes de que la pronuncie.
No me habla de inmediato. Está pensando.
El corazón me va rápido, algo me dice que quiere preguntar algo serio.
Tomo con mis manos la suya que fue a parar a mi pecho, la aprieto allí, sobre mi corazón y no dejo de mirarla a los ojos.
―¿No pensás perdonar nunca a Patricia? ―pregunta.
Me descoloca su pregunta y mi cerebro lo une enseguida con la caja blanca que sigue sobre la mesa.
―¿De dónde sacaste esa caja, Tamara? ―Retiro mi mano de la suya.
―Me la dio ella ―dice cabizbaja―. La tuvo guardada todo este tiempo. Parecía triste... No quiero ser ingenua, Dami; sé que te hizo mucho daño... Pero cuando se alejó de sus otros hijos y se sacó esa máscara cínica que tiene siempre puesta ―dice sin mirarme, con palabras atropelladas―, pareció sincera.
―¿Qué te dijo? ―pregunto. Mi voz sale queda, ronca.
―No importa... Creo que debería decírtelo ella ―dice―; quiere que vayas a su casamiento.
Tamara se acerca a mí, con un largo paso; la esquivo y vuelvo sobre mis pasos hacia el living. Me tiro en el sofá y hundo la cara entre mis manos. Siento que Tami vuelve a acercarse a mí, se sienta a mi lado.
―Tengo muchas cosas para pensar sobre eso, Pioja ―suspiro―; ¿era eso lo que me querías decir ayer? ¿O hay algo más?
Titubea durante largos segundos y finalmente contesta:
―Era eso, Principito ―Me pasa una mano por el pelo, compasiva―. Solamente eso.
―¿Cuándo la viste? ―pregunto.
―La última vez fue cuando te dije que iba a ir a cenar con ella y con Meli.
Sigue acariciándome el pelo.
―No me tengas lástima ―le pido. Ella aleja su gesto.
―No es lástima ―Su voz es sincera―. No quiero verte mal ―explica.
Me tiro sobre ella, recostando la cabeza en su regazo como hice en otros momentos.
Ella retoma su acción; vuelve a acariciarme el pelo mientras la música de la radio da el ambiente perfecto. Cierro los ojos. Tengo la mente en blanco.
Supongo que debería estar pensando en todo. Se suponía que Tamara iba a venir para hablar de nuestro vínculo y, encima, me iba a traer un regalo. Y resulta que ni una cosa ni la otra; lejos de las opciones que sopesé, la Pioja vino a hablar de mi familia biológica y a traerme cosas que ellos le dieron.
Hace años que no los veo, que no tengo contacto con esa vida de mierda que dejé atrás y, de repente, la usan a ella para acercarse a mí.
No sé cómo reaccionar, así que prefiero no reaccionar.
Y quedarme así...
―Vas a estar bien, Dami ―dice.
Abro los ojos y la miro a la cara, desde abajo.
―Sí ―asiento.
Ya estuve bien todo este tiempo.
―Ya que estás acá ―cambio de tema y me incorporo― ¿Puedo sacarle unas fotos a tu tatuaje? Estamos recolectando varias fotos de trabajos.
Ella hace un gesto afirmativo con la cabeza, sonriendo. Se para frente a mí y se levanta la remera para que su tatuaje quede a la vista. Con mi celular, le tomo unas fotos solo al ciervito de tinta que tiene en el vientre.
―Listo ―Le sonrío.
―A ver ―Ella arrebata el celular de mis manos y amplío más la sonrisa.
Se sienta a mi lado, con un gesto feliz en el rostro, y mira las fotos que le saqué recién. Comprueba que hayan salido bien, con su gesto iluminado por algo más que la pantalla del teléfono.
―¡Uy! ―Cambia su gesto por uno de miedo y, con el sobresalto, casi suelta el teléfono. Sin embargo, vuelve a sostenerlo con fuerza― Pasé a una foto... ―Nerviosa, me pasa el celular y miro lo que ella está viendo― que no tenía que ver.
Es la foto que me saqué hace un tiempo. La selfie en toalla que iba a enviarle.
―No pasa nada ―La calmo.
Encojo los hombros, quitando, con rapidez, la fotografía del teléfono. Como si un reflector se hubiera prendido sobre mí, exponiendo mis defectos, vulnerándome, la mirada de Tamara está clavada en mi cuerpo. Mi cara arde.
―¿A quién se la mandaste? ―escucho preguntar.
La miro desconcertado. Su rostro parece el de un robot. No tiene gestos reconocibles y su mirada está clavada en mí aunque perdida. Como, si en realidad, no estuviera viendo nada.
―¿Qué?
―Estás muy provocativo como para que sea una foto para vos ―insiste―, se la mandaste a alguien...
¿Está celosa?
La vergüenza se escapa y es reemplazada por una sonrisa incontenible.
Me inclino hacia ella y le doy un beso en la boca que se corta debido a una risa que me posee. Vuelvo a besarla y me obligo a hacerlo todas las veces que pueda hasta que la risa se agota. Ella tiene los puños apretados, enojada.
―No se la mandé a nadie ―Le susurro con una risita―. Te la iba a mandar a vos, pero me dio vergüenza, me arrepentí ―admito.
Ella abre la boca levemente y alza las cejas. Le sonrío ampliamente.
―¿Era para mí?
―Sí ―asiento―; pero empezamos a distanciarnos y no tuve oportunidad.
Es cierto a medias.
Noto que se tensa en su lugar. Todavía está muy recta, con los puños apretados y la mandíbula dura.
―Te digo la verdad, eh ―No sé si me está prestando atención. Tiene un gesto duro―. Era para vos. Te la paso si querés.
―No, no hace falta ―Se sacude la cabeza como si estuviera quitándose de encima ideas intrusivas. Sigue seria.
Como no sé qué hacer para distender después de este momento tan raro, vuelvo a acercarme para besarla. Ella lo permite, sus brazos enroscándose en mi cuello, son una invitación para seguir. Le desabrocho el pantalón y lo tiro hacia abajo, para retirárselo, mientras sigo besándola.
Le beso la boca, la cara, el cuello. Y bajo; le beso el vientre, el ombligo. Bajo. Termino de retirarle los pantalones y la ropa interior de mariposas, y sigo recorriéndola con besos. Y siento el cambio de su respiración cuando, el piercing de mi lengua, hace contacto con su sexo.
Ella me pasa otro mate. Está cebando mientras yo termino de acomodar mi agenda de la semana. Son los mates más dulces que probé en mi vida. Horribles, empalagosos. Yo tomo el mate amargo, pero para hacerle la segunda, los estoy tomando igual.
Sorbo y se lo devuelvo.
―Bueno, Pioja ¿Qué te parece si ahora cuando termino, voy a comprar unas facturas y merendamos mirando una peli?
―Me encanta la idea, pero no puedo ―Su negativa me toma por sorpresa―. Tengo que estar a las cinco en punto en la heladería del centro.
―Ah, tenés planes...
―Así es. Soy una chica muy ocupada ―Me sonríe juguetona y le devuelvo la sonrisa.
Se levanta de su lugar, se acerca a besarme, se da la vuelta y empieza a recolectar todas sus cosas. El aerosol de espuma que quedó a medio usar sobre la barra, sus zapatillas a un lado del sofá, su bolso que está sobre la mesa... Revisa que todo esté en su lugar.
―Te llevo en el auto, Pioja ―ofrezco―. Así te podés quedar un ratito más.
Ella asiente con la cabeza, con una sonrisa de gratitud.
―Nos vemos ―Me dice sentada en el asiento a mi lado, con la mano en la manija del auto―. Gracias por alcanzarme.
Ella me da un beso en el cachete y está abriendo la puerta cuando me acuerdo de algo.
―Ah, pará, Tami... ―Ella voltea a verme con la puerta del auto a medio abrir― Mi... mamá... Miriam ―aclaro―, va a organizarme una fiesta sorpresa por mi cumpleaños...
Tamara se queda en silencio y parece más impactada de lo que me esperaba.
―Si es sorpresa ¿Por qué sabés? ―pregunta.
―Es una larga historia ―Río― ¿Querés venir? Va a ser en la casa de Miriam y seguramente van a estar ellos y algún amigo nada más.
Vuelve a tomarse un momento de silencio para ordenar sus ideas antes de hablar.
―Honestamente, te diría que no ―dice―; porque no sé si me sentiría muy cómoda con tanta gente que no conozco... Pero ya le prometí a Miriam que voy a ir.
Esa afirmación me toma por sorpresa.
―¿Qué? ―pregunto impactado.
―El otro día, cuando la vi en tu casa ―explica―; me hizo prometerle que iba a ir y... Soy yo la que tiene que llevarte "engañado" a la fiesta ―Me sonríe con culpa.
Paso una mano por mi rostro. Frustrado.
―Disculpame por eso ―digo―. No quiero que te sientas presionada a ir. Si no querés ir, no vayas; voy yo solo e invento una excusa.
―No te preocupes ―Despeina mi pelo como si yo fuera un nene―; voy a ir. Ya me comprometí.
La miro brevemente y vuelvo a ver ese semblante tenso que le noté antes, en casa. Miro al frente, por el parabrisas. Veo entre la gente sentada en las mesas de afuera de la heladería si reconozco a su amiga, pero no veo a ninguna chica. Hay un grupo de tres señoras mayores, un muchacho solitario que juega con su celular, y una familia de cuatro.
―Gracias por la batalla de agua de anoche, la pasé bien ―dice despidiéndose y aferra la correa de su bolso para salir del auto.
La tomo por las mejillas con ambas manos y la beso de forma tierna en los labios. Me separo apenas pero, atraído como por un magnetismo, vuelvo a besarla. Y otra vez, y otra, y otra. Una parte de mí sabe que tengo que permitirle que se marche, tiene que encontrarse con Melina; pero otra parte arde en mi pecho con el deseo de besarla de por vida. No quiero soltarla.
Siento su mano fría sobre la mía, me aparta levemente el agarre de su rostro. Me separo despacio, alargando el último beso lo más que puedo. Y, con el rostro aún cerca del suyo, veo cómo se pasa la lengua por los labios mirando directamente los míos.
Le sonrío y quiero volver a besarla pero ella me corre la cara y termino besándole el punto donde se unen su cuello y su mandíbula.
―Ya me tengo que ir, Príncipe ―me dice.
―Sí ―susurro contra su piel.
La veo salir del auto, cerrar la puerta y cruzar la calle hacia la heladería. La miro caminar, el meneo de sus caderas, el jean ajustado en torno a sus piernas, su remera suelta sobre su espaldita chiquita, su pelo alborotado.
Pienso esperar a que su amiga aparezca, no quiero dejarla sola ahí, pero me sorprendo al ver que no busca a Melisa. Va directo hacia el muchacho rubio que está sentado solo, con su celular. Ahí me percato de que es el mismo muchacho de la vez pasada.
El pibe joven, de buen porte, vestido con ropas de marca. Levanta la vista cuando la ve avanzar hacia él y se saludan con un abrazo.
Siento como si alguien me hubiera agarrado el estómago con la mano y lo estuviera estrujando y escucho en mi cabeza la voz de Tomás diciéndome «¿Qué onda? ¿Te mueve el piso o te levanta la japi no más?»
N/A: Nos estamos acercando vertiginosamente al final de la historia y no lo puedo creer. Todavía nos faltan once capítulos, pero siento que está pasando todo muy rápido.
Por un lado me da miedo. Y por otro lado no puedo dejar de agradecerles el apoyo. Y espero poder conseguir los derechos de otra de mis obras pronto, así también la comparto con ustedes.
¡Muchas gracias por todo el amor que le dan a Tami y a Dami! Y espero que sigan leyendo como evoluciona su historia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top