Capítulo 28: Batalla
Viernes 21 de septiembre de 2018.
Tamara.
Que su «Te quiero» en ese momento desató pensamientos confusos en mí, es cierto. Que me cuesta mucho no hablarle, también es cierto. Y que me estoy escondiendo como una cobarde, es más que cierto.
La caja que Patricia me dio para él, me da la excusa perfecta para retomar contacto, pero Melisa tiene razón. Tengo que hablar con él de una vez y dejarle las cosas claras.
—Tamara te sacaste sangre, dejá de morderte los labios —escucho a mi mamá.
Me doy la vuelta y la veo mirarme con cara rara. Me doy cuenta de que estuve dando vueltas por el comedor los últimos cinco minutos, mientras que espero reconocer el auto de Damián en la vereda, a través de la ventana.
—¿Por qué estás tan nerviosa? ―pregunta mamá a mis espaldas― ¿Te va a proponer matrimonio?
Se ríe de su broma y después suspira, creo escuchar un «Qué lindo, ojalá».
Rebusco en mi bolso, por octava vez, para ver si llevo todo lo que necesito: Las llaves de casa, billetera con documentos, cepillo de dientes, una muda de ropa, tres paquetes de bombitas de agua, un aerosol de espuma para fiestas, celular. Sobre la mesa está aguardando la caja blanca que me dio Patricia.
La revisé completa. Vi sus calificaciones de la escuela, fotos, recuerdos. Me sentí tan cercana a él...
Escucho una bocina afuera de la casa y salto en mi lugar, asustada. Pero no es él.
―¿Qué te pasa, Tami? ¿Te le vas a declarar? ―insiste mamá― Estás súper inquieta.
―No, no pasa nada ―insisto.
Tengo que subir al auto y decirle «Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
Sí, eso voy a hacer.
Escucho el motor de un auto acercarse y lo reconozco antes de que estacione. Tomo mi bolso y la caja blanca. Me preparo mentalmente.
Salgo de la casa cuando él está terminando de estacionar. Me abre la puerta del copiloto antes de que yo llegue, me subo al auto, cierro la puerta y haciendo uso de toda mi concentración lo miro a la cara.
«Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
Abro la boca para empezar a hablar y mis ojos se detienen en su media sonrisa.
―Hola ―Saluda él― ¿Estás lista para la guerra?
Esa pregunta de repente es muy sexy.
―Sí, traje bombitas de agua ―digo con una sonrisa.
Él levanta las cejas y amplía la sonrisa. Veo que se prepara para empezar a conducir.
«Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
―Yo también preparé algo en casa ―dice, se moja los labios con la lengua sonriendo y pone la vista al frente.
«Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
―Dami... ―empiezo, él me mira avanzando por la calle, aunque con rapidez vuelve la vista al frente, en el camino― Yo quería decirte algo.
―Sí ―asiente con la cabeza―; es mejor que hablemos, supongo ―dice moviéndose en su asiento, inquieto.
Ya vamos por la mitad del camino.
Él también quiere decirme algo. El corazón me late fuerte.
«Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
Tamborileo mis dedos sobre la cajita blanca que llevo sobre las piernas.
Lo miro. Poso mi visión en su mandíbula cuadrada, en su cuello donde resalta, entre sus tatuajes, su manzana de adán. Subo hasta sus labios, su nariz recta. Sus ojos oscuros.
Tiene unas marcadas ojeras oscuras bajo los ojos.
―¿Estás durmiendo bien? ―pregunto con la voz muy aguda.
―¿Eso me querías preguntar? ―Se ríe― Esperaba otra cosa.
Sí, otra cosa... «Damián, antes de que arranques el coche, tenemos que dejar en claro que nos juntamos únicamente para tener sexo y pasarla bien. Nada de sentimientos cursis».
―¿Qué esperabas?
―No sé... ―Se ríe― Pensé que ibas a decirme otra cosa, sonaba más serio.
―¿Pero estás durmiendo bien?
Escucho su risa, mueve sus hombros, y me corta el aliento.
―Tuve mucho trabajo acumulado ―explica―. Así que no. Estoy durmiendo bastante mal.
Estaciona el auto en la puerta de su casa y lo veo bajar a abrir las rejas y el garaje. Veo desde la ventanilla a Diablo ir a recibirlo, saltarle y moverle la cola. Vuelve al coche, y lo entra al garaje.
Tras cerrar todo, entramos al salón y dejo mi bolso sobre la mesa.
Él va directamente hasta las puertas de cristal descalzándose por el camino. Enciende las luces del patio de atrás y corre las cortinas. Veo sobre el césped una lona azul extendida y una manguera conectada.
Busco rápidamente en mi bolso las bombitas de agua, y la espuma y sigo su ejemplo, quitándome las zapatillas, corro hacia él y salgo al patio.
Veo que hay dos baldes llenos de agua en un rincón y adentro hay muchas bombitas de agua ya llenas. No puedo evitar sonreír.
Él se quita la remera que tiene puesta y agarra la manguera para empezar a llenar los globos que le paso. Se sienta en el pasto y yo me siento enfrentada a él para pasarle todas las bombitas.
―Tengo una caja importante para vos ―digo―. La dejé arriba de la mesa... No sé si querés posponer el juego y... ―Me interrumpo sola― O si preferís jugar y después hablar sobre eso... O...
―Tomá ―Me sonríe pasándome un globo cargado de agua para que lo deposite con el resto― ¿Trajiste ropa? ―pregunta― ¿O querés que te preste algo? Porque nos vamos a empapar.
―Cuento con eso ―digo riendo―. Claro que traje.
Me levanto la remera para que vea que debajo tengo un bikini.
―Contame algo ―pido―. Hace mucho que no charlamos bien... ¿Qué hiciste hoy?
Hace un gesto de cansancio.
―No mucho. Me levanté temprano para preparar esto y me fui a trabajar. ¡Ah! ―Recuerda de repente― Te compré caramelos. Están arriba de la heladera.
―¿Caramelos? ―pregunto extrañada.
―Sí, los que te gustan de dulce de leche.
Me levanto dejando el paquete de bombitas en el suelo y voy a la cocina. Efectivamente, sobre la heladera, hay una bolsa enorme de caramelos de chocolate con dulce de leche. Agarro la bolsa, la abro y me como uno. Con la bolsa en la mano, camino nuevamente hasta el patio y salgo.
―Sos muy detallista ―Le digo con la boca llena―. Debés estar rodeado de mujeres.
Él lanza una risa irónica y se carcajea, de forma tal que se le escapa la bombita que estaba llenando y le moja todo el pantalón.
―Si por rodeado de mujeres te referís a vos, entonces sí ―ríe.
―Pero si sos súper observador ¿Cómo sabías que me gustan estos caramelos? Nunca te lo dije ―Me acuclillo frente a él comiendo otro caramelo.
―Te vi comiéndolos varias veces ―contesta como si nada.
―Yo no sé cuál es tu golosina favorita ―digo prestándole atención.
Él no me mira. Sigue llenando las bombitas.
―No soy mucho de las golosinas. Me gusta el helado ―dice.
―¿Pero no te comés un chocolate de vez en cuando? ―pregunto incrédula.
―Muy de vez en cuando ―sigue―. No me atrae mucho. Supongo que, de todas, mi golosina favorita es el Bon o Bon.
―Lo voy a tener en cuenta para la semana de la dulzura ―Le sonrío.
―¿Me vas a cambiar un Bon o Bon por un beso?
―O una caja de Bon o Benes por algo más que un beso ―Le sonrío con más amplitud y él acorta la distancia para besarme como me gusta.
La manguera se le zafa un poco y siento que empieza a mojarme los pies descalzos y las bocamangas del jean. Pero no interrumpo a Damián, dejo que siga besándome.
Y entonces, sin esperarlo, explota una bombita de agua en mi cabeza, y se separa de mis labios riéndose.
Me chorrea agua por la cara y hasta los hombros. Agarro la primer bombita de encima de la lona y se la lanzo, con tan mala puntería que va a estamparse contra el césped, detrás de él. Damián ríe más fuerte y corre hasta los baldes para tomar munición. Yo tengo una mano sola, porque no pienso dejar caer los caramelos. Así me agazapo sobre la lona y con la mano libre le lanzo las bombitas, al mismo tiempo que cierro los ojos y me protejo lo mejor que puedo de las que él me lanza.
En un instante estoy con la remera pegada al cuerpo, completamente mojada. Me quito los anteojos, porque no veo nada del agua que chorrean. Los dejo en la puerta de la casa y vuelvo a voltear para seguir la guerra, y él me está esperando con mi aerosol de espuma en las manos. Me rocía con él completamente y quedo cubierta de blanco y chorreando agua.
Camino hasta la lona otra vez para tomar más bombitas y la lona mojada y llena de espuma me hace resbalar. Me caigo de culo y desde ahí le lanzo las bombitas que van a parar a sus piernas.
Él se ríe de mí.
―¡Esto está resbaloso! ―Me defiendo.
―Esa es la idea ―Sigue riendo.
Se acerca para seguir embistiéndome con las bombas de agua y se sube a la lona conmigo.
Sin soltar los caramelos, tomo una bomba grande, y se la estampo en la cara.
Eso lo hace resbalar hacia atrás y se cae de espaldas sobre la lona riéndose.
Sonrío triunfante y me acerco a él para cantar victoria. Desde el suelo, me agarra del tobillo y me hace caer de culo de vuelta.
―¡Ey! Eso no vale ―chillo.
Voy a gatas hacia él y le quito la espuma de las manos. Me siento a horcajadas sobre él para inmovilizarlo y empiezo a rociarlo en todo el torso y parte de la cara, cuidando que no le entre en los ojos.
Él se ríe y escupe cuando se traga un poco de espuma.
Me carcajeo en su cara, reír me causa espasmos. Dejo de rociarlo y se me cae el bote al suelo.
Sin parar de reírme por su expresión, mientras él se quita la espuma de la boca, la risa me hace dar saltitos sobre él y eso provoca que de repente me encuentre sentada sobre algo más duro.
―¡Esto es un asco! ―tose.
―No voy a comprobarlo ―Me río.
―Sí, lo vas a comprobar ―Se ríe malicioso.
Alejo el aerosol de espuma antes de que pueda agarrarlo, pero él no lo busca. Se incorpora un poco y me besa en la boca.
Y, realmente, saboreo el asqueroso gusto de la espuma que le entró a él en la boca. El beso se extiende y la bolsa de caramelos se me cae de las manos.
Ruedan a nuestro alrededor, esparciéndose, pero ya no me importa cuidarlos. Sus manos me agarran por las caderas y me aprietan contra él. Mis brazos le rodean el cuello.
Su beso se hace eterno. Pero es una eternidad que no pesa.
No deja de besarme durante varios minutos, apenas se separa para respirar y vuelve a mí. Y lo aguardo con ansias de más. Sus manos acarician mi cadera, mi cintura, por sobre la ropa mojada y llena de espuma que empieza a limpiarse con el agua. Bajo mis manos y, apurada, quiero desabrocharle el pantalón.
Mis dedos acarician su ombligo, el vello que le baja hasta el pubis y que me parece tan sexy. Palpan el elástico de sus calzoncillos mojados, que sobresalen un poco de su jean, y llegan al botón.
Con prisa, le desabotono el pantalón. Le abro la bragueta. Él me aprieta más fuerte y me obliga a frotarme contra él.
―¿Querés ir a la cama? ―Me pregunta en un susurro, contra la oreja.
Me recorre un escalofrío por toda la columna.
―No ―digo―, hagámoslo acá.
Me da un beso en el cuello. Sé que le encanta besarme el cuello y a mí me vuelve loca que lo haga.
Lo siento reír contra mi cuello y vuelve a besarme.
De a poco, y con mucha dificultad, empezamos a quitarnos la ropa. Él solo tiene sus pantalones y calzoncillos así que se hace simple. Pero mi remera pegada a mi cuerpo es una odisea. Al final, vuelvo a estar sentada sobre él, pero ahora desnuda, y lo veo mirarme. Mirarme mucho.
Mirarme como si yo fuera un ángel, o un ser místico.
Y me besa.
Entreespuma y caramelos.
N/A: Ahora sí, me retiro por hoy y nos vemos el siguiente jueves (19/12) Muchas gracias por todo el apoyo hasta ahora. Espero que me dejen sus comentarios con impresiones, opiniones, quejas o lo que sea.
¡Muchas gracias por haberles agarrado tanto cariño a mis personajes y por seguir acá comentando y votando y haciendo crecer esta historia!
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