Capítulo 25: Mensajes
Viernes 7 de septiembre de 2018
Este fin de semana vamos a abrir el estudio. La semana que viene la mamá de Tomás se va a operar de algo en los ojos. Para juntar la plata para la cirugía, decidimos que este finde va a ser una excepción y el estudio va a permanecer abierto.
Termino de tatuar una media manga que me llevó tres horas y algo... Le doy las indicaciones al cliente y lo envío a la caja, donde está Angi despachando al cliente que acaba de tatuarse con Tomás.
Tiro los guantes descartables a la basura después de ponerle un capuchón a la aguja y de colocarla en el estuche en el que dejamos las agujas usadas. Posteriormente se va a cerrar y tirar, cuando termine el día.
Me paso una mano por la frente y suspiro.
—Nos vemos, genio —me saluda el cliente retirándose.
—Chau, capo.
Lo saludo levantando la mano, sin incorporarme del banco de trabajo. Me deslizo, con las ruedas de la silla hasta las estanterías y busco otros guantes.
Organizamos toda la estantería hace poco y ya está hecha un caos nuevamente. Miro hacia la entrada y le hago una seña a un joven que está esperando en la puerta. Ya tiene otros tatuajes visibles, se sienta en la camilla y me tiende un diseño impreso con el que vino.
No sacó turno previo, vino a averiguar y se quedó esperando. Como su tatuaje es chico, le pedí que esperara en la sala de espera; pero justo ahora, está llena de gente. Hay una adolescente con su mamá esperando para que Angi le perfore el ombligo. Está el acompañante del cliente de Tomás y hay una parejita que se quieren hacer un tatuaje en común, que también van a esperar su turno.
La máquina de Tomás vuelve a encenderse y comienza un tatuaje nuevo.
No tuvimos tiempo ni para comer. De hecho, me estoy meando encima. Pero prefiero terminar este trabajo antes de tomarme unos minutos.
Transfiero el diseño, es una flor fea, parece un dibujo infantil.
—Mirate en el espejo y fijate si te gusta dónde está, así lo empezamos —le digo.
El cliente se levanta de su lugar en la camilla y da la vuelta para mirarse en la pared espejada que tenemos al lado.
Tomomi celular del bolsillo y veo que tengo dos mensajes.
«Si cuelgo un poco es porque estoy con Meli, mañana va a haber una reunión más en lo de tu familia...» se excusa Tamara por estar medio ausente otra vez. Ya se convirtió en lo típico.
No le contesto y paso a ver un segundo mensaje, de un número que no tengo agendado.
«Hola, Damián, soy tu madre. Mañana voy a hacer una cena en casa y me gustaría que asistas. Sé que la última vez no salió bien, pero sería interesante que lo volviéramos a intentar. Espero tu respuesta»
—Sí, me gusta —El cliente vuelve a sentarse en la camilla y yo me apuro a guardar el celular.
—Dale, genial —Tomo la máquina y comienzo el trabajo.
El bar en el que estamos está lleno. Son pasadas las dos de la mañana y conduje hasta el centro de la Ciudad de Buenos Aires solo porque los chicos insistieron en que eso podría despejarme. Normalmente sería más de una hora de recorrido desde el estudio, pero como es de madrugada y no hay tránsito llegamos en un rato.
Estoy girando entre mis manos la pinta de cerveza que me pedí. Tengo también una gran porción de papas fritas. Estoy bebiendo de a poco porque más tarde tengo que volver conduciendo el auto otra vez. Tomi y Angi, en cambio, se pasaron bastante de copas y están riéndose de cualquier estupidez.
Nos pasamos las últimas horas hablando de nimiedades. Riéndonos de anécdotas y charlando de clientes, pero sé que me trajeron hasta acá para hablar de la cara de culo que manejé durante todo el día.
Y, justo cuando estoy pensando en eso, Angi se decide a preguntar:
—¿Y a vos qué te anda pasando Pitufito? Estuviste muy apagado toda la semana pero, hoy en particular, la cara de agrio que tenés es muy fuerte —Se ríe. Está borracha.
—Es por la despechugada que no le habla —afirma Tomás.
Aprieto la papa frita entre el índice y el pulgar y se rompe.
Me da bronca no poder negar eso.
—Patricia se volvió a comunicar conmigo —susurro enfurruñado.
El ruido de fondo hace que las personas a nuestro alrededor no puedan oír lo que digo, y tampoco tengo claro que los chicos escuchen.
—Esa vieja bruja —escupe Angi entonces.
—Quiere que vaya mañana a cenar con ellos —La voz me sale con un tono de desprecio que me sorprende hasta a mí—. Que nos demos otra oportunidad o no sé qué... Y encima la Piojita también va a ir... Si yo fuera la vería y capaz que podría exigirle una explicación lógica para su desaparición.
—No desapareció del todo, Pitufo; cabe la posibilidad de que te esté diciendo la verdad y solamente esté un poco ocupada —dice Ángeles robándome una papa.
Atropelladamente, las cosas que quiero decir se atoran en mi garganta. Me obligo a beber más cerveza para callarme la boca y no terminar gritando alguna incoherencia producto de la frustración.
—¿Qué posibilidad? —escucho cuestionar a Tomás en un tono de ebriedad elevado— ¡Esa mina es una turra! ¡Es lo único que el Pollo tiene que saber antes de...! —Se frena, eructa y continúa— ¡...antes de seguirle atrás a la mina esa!
—No lo sabés, Tomás. Es una chica que está presente en la vida de Damián desde hace un tiempito; le pintó un cuadro hermoso, lo invitó a cenar a su casa... —enumera Angi, levantando los dedos, como si estuviera contando—. Fue a la casa de Dami a llevarle facturas para la merienda después de que sintiera que él le consiguió un cliente; solamente estará teniendo unos días de mucho trabajo, o tendrá algún problema personal; pero no veo ningún sentido a que se aleje por «turra».
—Vos no sabés nada —Tomás le empuja torpemente el hombro—. Todas las minas son iguales. Te ilusionan y se van —Se le resbalan las palabras, costándole modular, debido al alto nivel de alcohol— ¡Te pisotean como si no valieras nada!
—Tomás no responsabilices a las mujeres de tus nulas capacidades para mantener una relación afectiva —protesta Ángeles. Su estado de ebriedad es mucho más bajo que el de mi amigo.
—No peleen por esto. Solamente no sé qué hacer. Si voy puedo ver a la Pioja y hablar con ella —expreso de una manera más sosegada para no desatar otra polémica—; pero ahí va a estar Patricia y no tengo ganas de verle la cara.
—Dami ¿No pensaste que esa es una parte de tu vida que en algún momento vas a tener que enfrentar?
—¡Que se vaya a la mierda esa forra! —Tomás se levanta y, en medio de su borrachera, tumba la silla en la que estaba sentado.
Angi parece debatirse entre lo que cree que es correcto para mí y los insultos que quiere soltar sobre mi madre. A pesar del malestar que refleja su cara, me interesa saber lo que tiene que decir.
—¿Vos qué decís que haga? ¿Que vaya? —pregunto inclinándome sobre la mesa para estar más cerca de ella— ¿Que enfrente a mi vieja y a la Pioja de una vez?
—No, Dami... —niega ella—, yo te diría que mejor te prepares mentalmente y lo hagas cuando vos te sientas cómodo y preparado. No te apures con nada. Hacé lo que sea mejor para vos cuando sea mejor para vos.
Extiende su mano y toma la mía, me aprieta en son de darme tranquilidad.
—Me siento un poco aturdido —suspiro.
Me deshago del agarre de Angi y me tiro hacia atrás, reclinándome en el respaldo de la silla. Llevo una mano a mi cabeza y me desarreglo el pelo, solo para tener algo que hacer.
Tomás está intentando poner su silla en su lugar.
—¿A vos qué te pasa, Chiruza? —pregunto para cambiar de tema— ¿Cómo están las cosas con Cris?
Ella desvía su mirada. Tamborilea sus uñas perfectas, pintadas de negro, en la tabla de la mesa.
—Confusas.
No parece tener intención de decir nada más, así que bebo otro trago de cerveza antes de incitarla un poco más.
—¿Por?
—No sé —suspira. Tomás logra volver a sentarse a su lado—. Con Juli se sigue comportando igual que siempre, pero conmigo no. Y no es claro con eso.
»Ya le pregunté muchas veces si tiene intención de terminar la relación y me dice que no está seguro. Le pregunté el porqué de sus dudas si todo estaba bien hasta hace poco tiempo. No pasó nada en nuestra vida para que cambiara de parecer sobre lo nuestro... —Levanta los hombros y los deja caer nuevamente, con fingida indiferencia— y no me contesta nada.
»Sigue generando conflictos por cualquier pavada. Está irascible. No lo reconozco... Le dije que quiero arreglar las cosas, pero no sé qué es lo que tengo que arreglar. Trato de ser minuciosa, de hacer las cosas de la forma que a él le gustan; y de todas formas encuentra detalles que criticar.
—¿Como qué? —pregunto confundido.
Repite el gesto de levantar los hombros.
—No sé. Trato de esperarlo con comidas que le gustan, pero siempre o tienen demasiada sal, o faltó comprar pan, o no hay vino para acompañar... Trato de ocuparme de todos los quehaceres de casa para que no esté cansado después del trabajo, pero siempre faltó planchar una camisa, o limpiar una ventana...
—Que se vaya a cagar —reniega Tomás, borracho.
—Chiruza, hacés demasiado —digo en voz baja, sosegada—; trabajás en el estudio de lunes a viernes, trabajás los fines de semana haciendo las uñas y la cosa esa de depilar... Te ocupás de tu casa, de tu hija. No tiene derecho a quejarse de nada. Si tiene problemas que ni él sabe qué son, que los resuelva antes de cargarte con tanto estrés.
—Lo que necesitás —dice Tomi señalando a Angi—, es sacarte a ese mamarracho de al lado y buscarte a alguien con plata.
Se levanta de la silla con dificultad y se va, tambaleando, entre la gente hacia la barra. Lo vigilo desde mi lugar, creyendo que va a volver con otra bebida, pero regresa sin nada en las manos tras haberle dirigido unas palabras a la persona detrás del mostrador del local.
Se deja caer en la silla y se extiende sobre la mesa para tomar el plato con papas fritas que tengo frente a mí, lo acerca hacia él y comienza a comer.
—¿Qué hiciste, Tomás? —pregunta Angi.
—Le pedí que pusiera un tema —Mastica una papa frita y vuelve a señalar a Angi—, para vos.
Termina la canción que está reproduciéndose y comienza otra, muy conocida y surte el efecto deseado en Angi que sonríe al instante.
—¡Esta noche saldré a emborracharme! —grita Tomás agitando su brazo como si estuviera en la cancha— ¡andaré por las calles de esta ciudad tan grande! —Se mete una papa a la boca pero sigue cantando— ¡Brindaré por tu amor, por lo que fuimos!
—¡Por calmar el dolor que marcó tu traición al dejarme! —Se une Angi riéndose.
—¡No pretendas que yo vuelva a buscarte! Porque es mi corazón el que rompiste y quiero curarme —cantan al unísono, a grito tendido—, esta herida mortal no para de sangrarme, y me voy a quedar en el bar solo para olvidarte.
Me río y ellos dos me señalan con ansias de que me una a sus ladridos. Así que cedo.
Lo hago.
—¡Cantinero sirva otro tequila que invita mi herida, ay, ay, ay, ay, amor, amor! ¿Por qué me dejaste? —canto a los gritos.
Tomás se levanta de la silla y, de pie, agita ambos brazos hacia el techo emocionándose de más, como suele pasar. Pero, como cosa rara, Angi se levanta también para hacerle la segunda. Agita un brazo mientras lo abraza con el otro y siguen la letra.
—¡Ay, ay, ay, ay, amor, amor! ¿Por qué me engañaste?
—Ya no podré volver a enamorarme —Me incorporo también—, sé que puedo mentir y fingir pero no enamorarme. Y aunque tengas otro amor nunca vas a olvidarme, porque tu boca mordió la pasión al besarme. No pretendas que yo vuelva a buscarte. Porque es mi corazón el que rompiste y quiero curarme —Agito los brazos como ellos y, ahora, los tres estamos cantando con el mismo nivel de demencia— y esta herida mortal no para de sangrarme, y me voy a quedar en el bar solo para olvidarte... ¡Cantinero sirva otro tequila que invita mi herida! Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿por qué me dejaste? Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿Por qué me engañaste?...
Tomi agarra la mano de Angi que está a su lado y la hace girar, bailando. Tomás baila bien desde que lo conozco, pero al estar tan ebrio, sus pasos son disparejos y toscos.
—Ya no quiero volver a equivocarme —Seguimos cantando, yo aprovecho que mis amigos empezaron a bailar para sentarme a la mesa nuevamente—, porque es mi corazón el que rompiste y quiero curarme...
Varias personas en el bar empezaron a aplaudir para incentivar a que mis compañeros sigan bailando y cantando.
—y esta herida mortal no para de sangrarme, y me voy a quedar en el bar solo para olvidarte; cantinero sirva otro tequila que invita mi herida, y me voy a quedar en el bar solo para olvidarte. Cantinero sirva otro tequila que invita mi herida... Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿por qué me dejaste? Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿Por qué me engañaste? Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿por qué me dejaste? Ay, ay, ay, ay, amor, amor ¿Por qué me engañaste?...
Aplaudo a Angi y a Tomi que empiezan a saludar como si hubieran dado un show de alto calibre.
Tomo mi pinta de cerveza y pego un largo trago. Ya está caliente y horrible.
—¿Sabés que podemos hacer? —dice Tomi como si se le hubiera ocurrido la idea más maravillosa de todas— Ir al planetario y tirarnos en el lago.
—¡No seas pelotudo! —Le pega Angi en la nuca.
—Qué ideas más tontas que tenés cuando estás borracho —Muerdo mi labio inferior mientras niego con la cabeza.
—Ya estamos grandes para esto —Me abrazo a mí mismo mirando hacia los lados.
No hay nadie. Mi remera está tirada en el suelo, a mis pies. Unos patos están nadando en la lejanía y, en medio de la noche, solo puedo distinguir sus graciosas siluetas. A mi izquierda Angi se está sacando la remera por la cabeza, en frente de mí, veo a Tomás bajarse los pantalones.
—Relajá —Angi me sonríe desde mi costado mientras se desabrocha el short que lleva puesto.
Pateo el talón de mi zapatilla para sacármela y procedo a hacer lo mismo con la otra.
Tomás, dándonos la espalda, mirando hacia el lago; se está sacando los calzoncillos.
—¡Ey, no seas loco! —escucho gritar a Ángeles— ¡No hace falta que te desnudes, desubicado!
—Nos van a meter en cana —susurro mientras me saco los pantalones y avanzo hasta donde están mis amigos.
Tomás completamente desnudo, sin ningún pudor, mirando el agua que tenemos delante. Ángeles en ropa interior, tomando aire, preparada para la huevada que estamos por hacer.
—¿Listos? —pregunta Tomi y me mira a mí, que estoy a su lado, con una sonrisa antes de pasar su mirada a Ángeles que está a su otro costado.
—Listo —asiento.
—Lista —dice Angi.
Tomás es el primero en empezar a caminar hacia el lago y, más que ver, escucho cómo empieza a sumergir los pies en el agua.
Lo veo moverse en pequeños espasmos de frío mientras avanza más adentro del agua. Angi se apura a seguirlo. Putea cuando el fresco le moja el cuerpo.
Respiro hondo y los sigo.
El sonido del agua al movernos en el lago empieza a espantar a los patos que están cerca, se alejan asustados.
—¿Creen que hay cadáveres en el fondo? —pregunta Angi con asco.
Apenas la veo en la oscuridad de la noche, las luces artificiales del lugar alumbran poco; tiene gesto de asco y está encogida en un lugar con el agua hasta las pantorrillas.
—¡ESTO ES ARGENTINA, MÁS VALE QUE HAY CADÁVERES! —responde Tomi haciendo mucho espamento. Salta y el agua salpica alrededor mientras él se tiende para sumergir todo su cuerpo.
Como si fuéramos niños, nos tiramos agua y nos reímos a los gritos de estupideces. La tensión se me pasa, la preocupación y los problemas se van a segundo plano.
Los patos de la zona se fueron al otro extremo del lago, huyendo de nosotros.
Estando ya completamente empapado, con el pelo chorreando agua y tiritando de frío, escucho que alguien grita desde la orilla.
—Vámonos, vámonos —escucho decir a Tomi que empieza a nadar hacia el extremo opuesto por el cual nos metimos.
—¡Pero mi ropa! —Se inquieta Angi. Sin embargo no espera y lo sigue.
Puedo adivinar todo aunque esté de espaldas al hombre que grita.
Es un guardia. Seguramente algún vigilador del parque, o un policía. Y, como bien dije antes, ya no somos niños. Ya no van a llamar a nuestros padres y a darnos una reprimenda. Vamos a terminar detenidos en una comisaría por meternos a nadar semi desnudos en un lugar público.
Persigo a los chicos hasta la otra orilla y salgo del estanque empapando todo a mi paso.
—¡Corran, boludos! —grita Tomás mientras sale corriendo despavorido por el extenso parque, alejándose del guardia que está bordeando el lago. Ángeles corre atrás de él y lo único que distingo en la noche es su pelo fucsia. Me apuro a perseguirlos.
Muevo las piernas a toda velocidad, intentando esquivar, en la oscuridad, las piedras del camino para no clavármelas en los pies.
Salimos del parque corriendo a más no poder.
Y así, en pelotas, nos aventuramos en la ciudad.
De alguna manera llegamos al auto sin cruzarnos a ningún policía. Nos metemos adentro. Pero perdimos nuestra ropa y calzados. No podemos volver a recuperarlos.
Suerte que los celulares y las llaves las dejamos en el coche.
N/A: Perdóon por no poder actualizar ayer. Dormí hasta tarde para acomodar mis horarios de sueño y después tuve trabajo.
Pero acá está el capítulo 25 de De tinta y caramelos, que es uno de mis favoritos porque me parece muy divertido más allá de los dramas a los que se enfrentan los personajes.
Espero que lo disfruten tanto como yo y que me dejen sus comentarios e impresiones como siempre. Muchas gracias por pasarse.
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