Capítulo 19: Distraído

Domingo 19 de agosto de 2018
Damián.

Me despierto con dificultad. Tardo varios segundos largos en abrir los ojos.

Nos quedamos hasta tarde mirando una peli.

Tamara tenía que irse a su casa a empezar la pintura, pero, finalmente, decidió quedarse a pasar la noche. Cenamos fideos con manteca, no tenía mucho más para ofrecerle. Pero ella le puso buena onda.

Estiro mi brazo, medio dormido, para sentirla a mi lado. No palpo nada. No está en la cama.

Me levanto precipitado.

¿Por qué se habrá ido sin decirme nada? ¿Me habrá querido despertar y no pudo? ¿Estaría muy apurada para empezar la pintura?

Troto hacia el comedor sin siquiera calzarme y la veo por la ventana. Está jugando con Diablo en el patio delantero.

Ríe fuerte, sus ojos brillan con diversión. Corre y abraza a Diablo cuando éste la alcanza. Lo acaricia y vuelve a correr para que mi perro regrese a buscarla. Tiene el pelo suelto, su blusa fina, ondea un poco con su movimiento. El sol hace que su piel resplandezca.

Con una sonrisa inevitable, abro la puerta y me quedo parado mirándolos.

Ellos juegan varios segundos más sin percatarse de mi presencia. Cuando Tamara voltea en medio de un salto, me ve en la puerta. Está sonriendo y agitada por el juego, la veo respirar fuerte y su pequeño tórax sube y baja al compás.

―Hola ―dice jadeante. Su voz de esa manera suave suena sensual.

―Hola ―contesto.

Cuando Diablo me escucha hablar viene corriendo hacia mí y estampa sus patas delanteras contra mi abdomen. Le acaricio la cabeza a modo de saludo y él mueve la cola. Tamara se acerca.

―¿Desayunaste algo? ―pregunto mirándola.

―No.

―Vamos entonces.

Tomo el mate, cebo otro y se lo paso. Ella parlotea felizmente de cómo le encanta pasar tiempo con Diablo, de cómo estuvieron jugando y divirtiéndose y de lo mucho que le gustaría poder tener un perro.

―Ya vas a poder, Piojita ―la animo con una sonrisa―. Es cuestión de tiempo.

―No sé ―Ella también sonríe aunque no parece motivada. Es una sonrisa por compromiso―. Veo muy lejano poder mantenerme sola. Poder independizarme, tener posibilidades laborales sólidas...

Nunca hablamos seriamente de su situación. Que admita que su mamá maneja la economía familiar, que depende de ella para reponer sus lentes y que no consigue muchos clientes me deja claro que no tiene un trabajo estable. Solo que no sé por qué. A veces, me da la sensación de que no está buscando uno.

―¿No te gustaba dar clases de arte? ―pregunto― ¿No podés volver?

Encoje los hombros.

―El taller en el que trabajaba ya no está buscando gente. Me reemplazaron, es normal.

―¿Y en otro lado?

―No sabría dónde ―Sorbe el mate y vuelve a pasármelo― Por ahora me voy a centrar en terminar este cuadro y, de a poco, voy a ir llegando a más gente.

Sonríe. Esta vez sí es una sonrisa auténtica.

―Esa es la actitud positiva que hay que tener ―Tomo el siguiente mate y vuelvo a pasarle uno.

Extiendo mi mano para tomar una galletita del plato que tengo delante y, accidentalmente, golpeo el mate con el puño. Todo el contenido de éste, el agua caliente y la yerba mojada, van a parar a la camiseta de Tami en un segundo.

Ella se levanta veloz, sacudiéndose la remera, mientras repite «auch, auch, auch» con dolor.

―Uy, Piojita ―Me levanto de un salto acercándome a ella―, disculpame, ¿estás bien?

―Sí, sí ―Se apresura a quitarse la remera y la tira al suelo.

La zona en la que cayó el mate está enrojecida. Me acerco a ella y la guío, tomándola por las caderas para llevarla hasta la cocina y le aplico agua fría.

―Estoy bien ―dice más calmada―. No es para tanto.

―Perdón.

―No pasa nada. Fue un accidente. Pero me quedé en bolas ―susurra percatándose―, y ya me tengo que ir a casa.

―Ahora te presto algo, eso es lo de menos. Y te llevo en el auto.

―No hace falta, me voy caminando.

―No me molesta llevarte, saco el auto en un segundo...

―En serio, no hace falta ―insiste.

Prefiero no resultar intenso y dejar ahí la charla.

Me encamino a buscar algo de ropa para prestarle y acabo por encontrar una gruesa camiseta de mangas largas, de color gris que uso a veces para dormir. Cuando ella se la pone, le queda muy grande y tiene que darle un par de vueltas a las mangas.

Me sonríe.

―Te queda mejor a vos que a mí ―digo sonriendo. Y es cierto.

―No es verdad. Me queda súper grande, a vos la ropa te queda pintada ―piropea.

Se pone de puntitas y me da un beso rápido en los labios.

Aprovecho que Tamara va a volver a su casa para salir a hacer unas compras y, avanzamos juntos, durante un trecho del recorrido.

Tami me va comentando sobre una vez que Melisa la arrastró a una fiesta y, de alguna manera, las dos terminaron retando a un duelo de Just Dance! a unas personas que estaban ahí.

Recordando lo duras que bailaron el otro día, no entiendo cómo pudieron creer que eso era una buena idea.

—Perdimos —admite—, el perdedor tenía que invitarle una cena a quien ganara... Creo que ellos pretendían que saliéramos en una especie de cita doble —cavila—, pero nosotras solo les pagamos una cena completa a ellos dos.

Me río. Debió haber sido una decepción para esos muchachos.

—Sos diabólica —suelto con una risita.

—¡No! —Ella se defiende en el mismo tono que yo—. Ellos nunca especificaron la prenda. Y yo no quería salir con nadie.

Un viento fresco se levanta y me eriza los vellos del brazo a pesar de la ropa de abrigo.

—...Después de un tiempo me arrepentí. Siempre quise tener la experiencia de una cita en un restaurante —sigue—. Aunque quisiera que fuera con alguien especial... Pero, aun así, perdí la oportunidad de vivir una cena de película.

No soy nadie para juzgar a su ex porque jamás se me ocurriría sacar a cenar a una «novia» a un restaurante caro, solamente para aparentar lujos y destilar cursilerías; pero me sorprende que, siendo ella tan aguerrida, tan decidida y tan comunicativa, no hayan tenido una cita como la que describe. No creo que le hayan faltado oportunidades para proponerle, a su ex, una salida del estilo.

—¿Y vos? —Me está preguntando. Como no sé qué me dijo, me quedo en silencio hasta que reitera— ¿Tuviste alguna cena elegante?

—¡Ah! No... Lo más cercano fue una reunión con unos amigos, en un salón de fiestas. Era el cumpleaños de uno de ellos, habían alquilado un servicio de catering... Pero no terminó bien —Recuerdo avergonzado.

—¿Por qué?

Busco las palabras adecuadas en mi cabeza. No estoy seguro de cómo contarle esto...

Para mí, es solo una anécdota divertida pero, a ella que no pertenece al entorno en el que yo me movilizaba, puede espantarla.

—Porque... —Decido decirle la verdad— Había tomado pepa, imaginé que el padre de mi amigo llevaba haciéndome señas obscenas toda la noche. Fui al jardín que había en el lugar, llené mis medias de un abono que había en los invernaderos y se las tiré en la cara...

No creo que se ría porque fue más serio de lo que quisiera admitir; pero la cara de confusión que pone tampoco me la espero.

—¿Qué es pepa? —pregunta extrañada.

—Es LSD —explico— alucinógenos.

—Ah... —El entendimiento llega a su rostro—, creí que era una galletita con membrillo.

No puedo evitar reírme y ella se contagia.

Lunes 20 de agosto de 2018

Estiro el brazo sobre el mostrador del local para alcanzar la plata que el cliente me está alcanzando. Tomi acaba de tatuarle unas alas enormes en la espalda. Ya terminó su segunda y última sesión, quedaron geniales.

Angi le pidió permiso para sacar unas fotos que van a servir tanto para el Instagram del estudio como para su amiga, la del artículo.

La semana pasada se pasó Laura, la amiga de Ángeles, una chica menudita de pelo de casquito como Lord Farquad y dientona, con una cámara de fotos y una libreta anillada. Sacó varias fotos del lugar, tanto de la fachada como del interior. Se detuvo especialmente en los expositores con insumos, piercings, tintas, guantes... Y nos pidió fotos de tatuajes recientes, que fueran vistosos y que ella pudiera publicar. Angi se lo tomó muy en serio y se pasó los últimos días tomando fotografías de casi todo lo que hacemos.

El cliente se retira y el local vuelve a quedar solo con nosotros tres.

―¿Tenemos tiempo para unos mates? ―pregunta Tomi.

―A esta hora tienen que llegar dos clientes, uno para cada uno ―dice Angi señalándonos repetidas veces, a ambos con el índice.

―Hoy nos están matando. No tuvimos tiempo ni para comer ―rezonga Tomás.

―Mejor que sobre el trabajo y no que falte, en esta época del año en general decae... Acordate el año pasado, no teníamos muchos clientes en los días fríos ―le digo.

―El Pitufito tiene razón ―dice Angi ―, se necesita trabajar. Me sirve ¿te olvidás que tengo una hija?

―Eso es problema tuyo, Chiruza. Y de tu marido ―Tomás se cruza de brazos.

―¡Que forro que sos! ―Le pega en el hombro.

―¡Es tema tuyo!

―Sí, pero podrías tener más empatía.

―¿Tu macho volvió definitivamente a tu casa, al final?

―Tomás ―Abro los ojos, echándole una mirada de advertencia.

―Dejalo, Pitufo ―Angi niega con la cabeza ―, no tiene tacto, es un bestia.

―¿Pero está o no?

―Sí. Volvió a casa hace mucho ―Angi levanta los hombros y vuelve a dejarlos caer con indiferencia. Una indiferencia falsa.

No nos contó mucho más desde el día en que me comentó que iban a hablar para resolver las cosas. Volvió a tener su ánimo habitual pero por momentos decae. Se queda pensativa, mirando un punto fijo.

Tomás y yo conversamos al respecto; creemos que no arreglaron las cosas del todo. Y esperamos que no explote la situación en cualquier instante.

Un hombre abre la puerta y la brisa helada de la vereda ingresa al local junto con él. Es petizo, no llegará al metro sesenta; tiene un bigote blanco espeso y le queda pelo únicamente sobre las orejas.

Como siempre, es Angi quien se acerca.

El hombre pregunta el precio de unos piercings, le interesa la compra y colocación de uno de ombligo para su nieta que cumple dieciséis años. Angi le muestra varios diseños diferentes, con pedrería y brillos, adornados, simples; le explica cómo es la colocación, el cuidado posterior y que, cuando la menor venga a colocárselo, es necesaria la autorización de un mayor de edad. El hombre queda satisfecho con toda la información y se retira después de darnos las buenas tardes.

Intercambio una mirada rápida con Tomás y ambos sonreímos como si nos leyéramos la mente.

―¿Viste lo bajito que era ese señor? ―ríe Tomi.

Me río a carcajadas.

―Era tan bajito que se tenía que subir a una silla para ir al sótano ―suelto.

―Boludo, ese señor usa flotadores en la pelopincho ―suelta Tomás junto con una risotada.

―¡No sean inmaduros! ―advierte Ángeles.

―Ese señor es tan bajo que se enferma para que el médico le dé el "alta"

Tomás escupe cuando se ríe.

―Ese señor era tan bajito que en vez de viajar en metro, viaja en centímetro.

―Era tan bajito que jugaba al fútbol con una bolita ―Otra carcajada.

―¡No sean pendejos, un día un cliente los va a escuchar! ―reprocha Angi.

―Sí, sí ―dice Tomi―, pero igual, es tan bajito que el olor a pata lo tiene en la cabeza...

Los dos volvemos a desternillarnos de risa. Me duelen las costillas y me lloran los ojos.

Es increíble reírse con tan poco...

Es como tener catorce años de nuevo.

Siento que me vibra el celular en el bolsillo y lo saco para leer el mensaje que acaba de llegarme.

«Hola principito de pelo azul ¿cómo va tu día?»

Sonrío. Estoy seguro de que Tamara acaba de despertarse. Son las dos y cuarto de la tarde. Pero siempre que hablamos por mensaje me deja en claro que sus días comienzan después del mediodía.

«¿Recién te despertás?» pregunto «Acá todo bien. Trabajando. Un día lleno de laburo hoy»

«Me levanté hace una hora. Ya estoy pintando, después te paso foto» contesta.

«¡Muy bien Pioja! Metele pilas que quiero ver cómo queda eso»

―Ya estás sexteando con la despechugada.

Levanto la mirada para ver a Tomás que me está mirando con un gesto de burla.

―¿Eh?

―Tenés sonrisa de tarado cuando hablás con ella. Cerrá la boca, pescado.

Me guardo el celular en el bolsillo.

―¿Qué pasa, estás celoso? ―jodo.

―Más vale, mi rey ―contesta él.

―Ya dejen de joder con boludeces ―sigue Angi.

Está revolviendo entre las cosas de las estanterías, acomodando y sacando cajas casi vacías de suministros.

Vuelve a entrarme un mensaje y veo el celular. Es una foto del cuadro que está pintando, apenas tiene varias líneas y manchones poco definidas. Tras esa foto me envía otra, es de su pecho; la remera que tiene puesta está toda salpicada de pintura. Una tercera foto ingresa junto a las otras dos, es un tarro de pintura tirado en el suelo con parte de su contenido salpicado en el suelo.

«Ya me volqué todo encima jeje» dice abajo «Pero resguardé bien tu remera. Está limpia y guardada para devolvértela.»

«Puedo pasar a buscarla cuando quieras» escribo «y después de eso una buena cena»

―¿Otra vez sonriendo como tarado? Esa mina te tiene hasta las manos, Pollo ―Levanto la mirada para ver a Tomi.

―Dejalo en paz ―Salta Angi a defenderme. Lleva en las manos una bolsita con la basura que sacó de la góndola.

―No lo dejo en paz nada. Desde que se ve con esta mina no sale más conmigo. Mal amigo ―Esquivo el manotazo que Tomás me lanza―. Hagamos algo, Pollo.

―¿Algo como qué?

―No sé, Pollo, algo. Hace banda que no nos vamos de joda.

―Ya me siento viejo para eso ―admito.

―¿Qué viejo, boludo? ¿Qué me queda a mí entonces? Vayamos a algún recital de los que hay en diciembre.

―Sí, puede ser ―Asiento. Parece un buen plan.

―Te aviso con tiempo, porque los últimos fines de semana si te mando un mensaje para juntarnos no podés porque estás con la despechugada.

―No le digas así ―Le echo una mirada asesina.

―Y bueno Pollo... Podrías conseguirte una con más delantera.

Le bajo la cabeza de un golpe.

―No «me conseguí» nada. La Pioja y yo no... estamos de esa manera.

―Bueno apurate entonces, pelotudo.

―¿Apurarme a qué?

―A decirle que querés dar otro paso.

―No quiero ―afirmo.

Porque no quiero... ¿no?

N/A: Hooolaaaaa, muchísimas gracias a todos los que están llegando nuevitos a esta historia. Últimamente casi no hice promociones, estuve muy ocupada con otras cosas; así que me alivia mucho ver que igualmente hay personas que se encuentran con Dami y disfrutan leer su vida. 

El capítulo siguiente es el capítulo de la mitad de la historia, y me gusta bastante porque le da pie a un capítulo bastante intenso que viene después. Espero que estén disfrutando todo este proceso de conocer a los personajes. 

Yo, cada vez que releo para corregir pequeñas cositas, vuelvo a disfrutar como la primera vez. 

¡Muchas gracias a todxs!

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