Capítulo 18: El encargo

Sábado 18 de agosto de 2018

Tamara.

Me contactó un cliente.

¡Me contactó un cliente!

¡¡ME CONTACTÓ UN CLIENTE!!

Hace mucho que no tengo trabajo, ya estaba empezando a desesperarme y de repente:

¡ZAZ! Recibo este mensaje celestial.

Dios sí existe.

Estuve haciendo publicidad por redes sociales, también Meli me ayudó compartiendo en sus perfiles y repartiendo folletos con mis redes en plazas y comercios. Sin embargo, esos folletos se terminaron hace tiempo, no tuve dinero para reimprimir más y, en general, compartir mi arte en redes no alcanza a tanta gente.

Tengo una sonrisa de oreja a oreja y mis ojos no separan la visión de la pantalla del celular donde ese número de teléfono sin agendar me envió aquel maravilloso mensaje.

Me pidió un cuadro grande de sus dos hijas. Retrato. Es mi fuerte. Se lo presupuesté y enseguida accedió al precio sin poner peros, ni contras.

Me apuro a escribirle una rápida pregunta. Mordisqueo, ansiosa, mi labio inferior.

«Perdón si te molesta, pero ¿te puedo preguntar cómo encontraste mi trabajo?»

Si contesta que me encontró a través de algún folleto, tendré que invertir más en eso, otra vez. Debería hablar con Meli para que me ayude. Ella tiene buenos contactos en imprentas y podría ayudarme a buscar precios adecuados.

Podría utilizar el dinero de este trabajo para cubrir una parte de mis anteojos nuevos e invertir un poco en los folletos.

Suspiro y desvío, por primera vez, la vista de la pantalla...

No me va a alcanzar para todo.

Quizá debería, mejor, priorizar la publicidad de mi trabajo y lo que reste dárselo a mi mamá para ayudarla con el gasto de la reposición de los lentes.

Inflo los cachetes.

Me muerdo el interior de la mejilla.

Vuelvo la vista al teléfono. Acaba de leer el mensaje.

¿Se verá muy invasivo si nota que estoy esperando su respuesta? Quizá debería salir de su chat para que, cuando llegué el mensaje, no vea el «visto» tan rápido.

Me muerdo el labio.

Antes de poder salir de la conversación me llega la respuesta.

«Vi el cuadro que pintaste para el estudio de tatuajes al que fui el otro día. Era un perro. Estaba buenísimo. Ellos me pasaron tu contacto»

Damián.

Durante la semana continuamos en contacto. Después de que me ayudara a no morir por una gripe repentina, le debía, mínimo, preguntarle cómo le fue en el día a día.

Creo que ahora le debo más que eso.

Le agradezco al cliente y rebusco en mi escritorio hasta toparme con una libreta. La abro en una hoja en blanco al azar y garabateo, desprolija, una lista de los materiales que voy a necesitar para el trabajo.

Lo presupuesté en base a un trabajo anterior, y le aumenté un porcentaje, medio aleatorio, debido a la inflación. Espero que el presupuesto me sea favorable, nunca los hice de forma exacta, siempre los realicé un poco al azar.

Quizá debería ser un poco más profesional, pero en este momento debo pensar en conseguir más clientes.

Termino la lista y la releo varias veces.

Espero que no se me esté olvidando nada. Varias cosas ya las tengo, así que no necesito comprar más por esta vez.

Lo imprescindible para poder empezar a trabajar es el bastidor del tamaño que me está pidiendo el cliente. Necesitaría ir al centro de la ciudad a averiguar si puedo conseguir uno ya armado o, en su defecto, ir a comprar lienzo y armar uno yo misma.

Miro a mi alrededor, visualizo los lienzos en blanco que tengo contra una pared, cerca de la ventana de la habitación. Son demasiado pequeños para el trabajo que me está pidiendo. Lamentablemente no me sirven.

El cliente me depositó la mitad del presupuesto en mi cuenta, por adelantado. Con ese dinero voy a comprar el bastidor y me sobrará para algo más.

Me muerdo el labio inferior de vuelta, me hago doler.

Cuando me doy cuenta de que me duele, aflojo el gesto.

Dejé de comerme las uñas a los diecisiete años para romperme los labios a mordiscos.

Me reprendo, mentalmente, a mí misma por eso.

A veces me hago sangrar. Tengo que tratar de contener esas conductas.

«¿Qué tenía que hacer?

Ah, sí...»

Vuelvo a mirar la lista que tengo en las manos.

Necesito gestionar bien el dinero del que dispongo.

No tengo que perder el eje... Tengo que separar una pequeña parte para reponer los materiales que utilice para este trabajo; pero necesito, también, separar un poco para reimprimir folletos y hacer publicidad... Tampoco puedo quedarme de brazos cruzados mientras mi mamá sigue pagando por mi salud visual, tengo que ayudarla con una parte por los lentes nuevos que me están haciendo.

Pero, al final... Fue Damián quien me consiguió al cliente, y me ayudó con la fiebre... Y me tatuó gratis.

Debería hacer algo por él.

Sin darme cuenta, vuelvo a sentir un pinchazo en el labio. Otra vez me lo mordí.

Llevo bajo el brazo el bastidor grandote que pude comprar y una bolsa con varios pinceles que encontré de oferta en una artística. También pude conseguir cinta de papel, unas reglas y resaltadores y un lápiz nuevo. Llevo también la pequeña bolsa de caramelos de dulce de leche a la que no me pude resistir. En la otra mano reposa firmemente media docena de facturas.

No sé cuál le gustará a Damián así que compré variadas.

Freno mi marcha al llegar a las rejas distintivas de su casa. Diablo viene corriendo y meneando la cola hacia mí, ladra fuerte, como avisándole al dueño.

Dejo el bastidor apoyado contra la reja y la bolsa, en el suelo, acompañándolo. Meto la mano entre las rejas para acariciar al perrito, que está sonriente y no deja de ladrar y menear la cola.

Veo de soslayo que se abre la puerta y Damián se asoma para ver qué pasa. No levanto la vista, sé que va a dejarme entrar.

Percibo que se acerca hasta mí y escucho su voz, medio rasposa, mientras el tintineo de las llaves me alerta de que está abriendo la reja.

―Que sorpresa verte por acá, Pioja.

Hoy, Damián, huele a tabaco.

Lo miro desde abajo, todavía acariciando a Diablo entre las rejas. Aprecio su mandíbula que tiene sombra de barba, hoy no se afeitó. Tiene el pelo suelto sobre los hombros y las raíces ya no se ven tan azules, están oscuras.

Sus tatuajes, que me gustan tanto, están tapados por la ropa de abrigo que lleva puesta.

―Te traje algo ―Le sonrío.

Me levanto del suelo como si tuviera resortes y, con el mismo movimiento, vuelvo a juntar las bolsas del suelo.

―¿Qué es todo eso?

Amplío mi sonrisa.

―Conseguí un cliente, gracias a vos ―Se aparta para dejarme pasar y extiendo el bastidor frente a él para que pueda apreciarlo, al tiempo que voy ingresando a su diminuto patio delantero, de espaldas a la casa―; así que decidí traerte una merienda.

Me doy la vuelta sin desvanecer mi sonrisa, dispuesta a dirigirme dentro de la casa y todo mi ánimo desaparece de mi cuerpo al instante. Es reemplazado súbitamente por un nerviosismo feroz.

En la puerta de la casa, mirando hacia nosotros, hay un muchacho.

―Tincho, ella es Tamara ―escucho a Dami, a mis espaldas, mientras cierra nuevamente las rejas―; Pioja, él es mi hermano Martín.

Asiento con la cabeza y desvío la mirada del chico moreno que tengo frente a mí. Es más bajo que Damián y su pelo corto tiene rulitos. Es su hermano aunque no de sangre.

―¿Cómo que te conseguí un cliente? ―Siento que Damián ya está parado a mi lado y me saca, gentilmente, el bastidor y la bolsa de compras de las manos, dejándome solo sosteniendo las facturas y la bolsita de caramelos.

―Eeeh ―titubeo incómoda.

Estoy encerrada en la casa de Dami con su hermano...

Y no sé hablar con la gente.

―Es que me contactó una persona ―Miro a Dami a la cara. Él es mi punto seguro en este momento―, me dijo que vio el cuadro que pinté, que colgaste en tu estudio, y ahí le diste mi número de teléfono.

―Ah sí ―recuerda él sonriendo.

―Entonces te traje facturas en agradecimiento ―Le devuelvo la sonrisa, algo incómoda, sosteniendo en alto las facturas envueltas con el papel de la panadería.

Damián lanza una risita suave, entre dientes y su sonrisa se ensancha de una forma súper linda. Desvío la mirada hacia mis pies.

―Gracias; vení... Pasá.

Él avanza hacia su hermano, hacia la casa. Arrastro mis pies, con dificultad, siguiéndolo.

Sé que Martín sigue reposado en el marco de la puerta esperando a que yo lo salude.

Por algún motivo, eso me hace doler el estómago.

Retuerzo mis dedos.

Muerdo mi labio.

―H-hola ―Saludo a Martín. Él me da el típico beso en el cachete y entra a la casa, nuevamente.

Dentro, sentada a la mesa, hay otra persona. A esta ya la conozco, y mi cara se pone totalmente roja. Es Miriam. La mamá de Damián.

Quien nos encontró en una escena «+18».

―¡Ay! ¡Querida! ―La señora, regordeta y bajita de pelo enrulado y negro, se levanta de un salto de la silla que ocupaba― ¿Cómo estás? ¡Vení, sentate con nosotros!

Veo de soslayo cómo Martín arquea una ceja ante las palabras de su mamá. Ella se termina de acercar a mí y me abraza como si nos conociéramos de toda la vida.

―Perdón ―digo volteándome a ver a Dami. Él está apoyando mi bastidor a un lado de su barra y mi bolsa de compras de la artística sobre la misma―. No quiero interrumpir lo que están haciendo. Tendría que haberte mandado un mensaje antes de pasar.

―No te preocupes ―Me contesta Dami, toma mis hombros y me guía torpemente hasta la silla que está al lado de la que él estaba ocupando―. Estábamos tomando unos mates y charlando nada más. Vienen bien las facturas.

―Che, Tami, decime ―escucho a Martín― ¿Pintás?

Su pregunta va acompañada con un movimiento de cabeza dirigido a mi bastidor.

―Sí, me dedico a eso ―Asiento y llevo mi vista hacia mis rodillas. Me sujeto con fuerza la tela del pantalón.

―¡Qué hermoso! Tener ese talento. Siempre quise aprender a dibujar ―suspira Miriam.

Sonrío, pero no sé qué decir.

―La Pioja daba clases de arte, capaz que le podés pedir consejos ―escucho decir a Damián mientras toma una factura de crema pastelera.

Sigo forzando la sonrisa.

―¿En serio? ―Miriam parece genuinamente impresionada―. Me gustaría ver algún trabajo que hayas hecho.

―Pasate un día por el estudio, hay un cuadro grande de Diablo que me pintó ella.

―¡Si nunca me invitás a ir! ―protesta la otra.

―¿Cómo te voy a invitar? Es mi trabajo, no una fiesta. Pero si querés podés pasar un día a saludar, cinco minutos y seguís tu camino.

―¡Ay bueno, pero sí me gustaría poder saber cómo es un día de trabajo en la vida de mi nene! ―sigue Miriam.

―¡Ah pero en mi día laboral, no! ―Se queja, en broma, Martín.

Miriam le pega un juguetón empujón y se ríen.

―¡Vos te la pasás estudiando! No voy a ir a molestarte en tu trabajo... Pero Damián es más vago.

―Ey... ―Se queja Dami.

Todos vuelven a reírse.

―¿Tami, estudiaste algo para ser artista? ―pregunta Miriam amablemente.

Levanto la vista y me animo a mirarla.

―Sí, más o menos ―Le sonrío. No sé cómo desarrollar la respuesta.

Mi psicólogo antes me enviaba ejercicios para mejorar mis habilidades sociales, pero hace tiempo que estoy perdida.

A veces me gustaría volver a terapia.

¿Por qué tiene que ser todo tan caro?

Escucho una risita proveniente de Miriam, que está sentada frente a mí. Es la típica risa suave y simpática que suelta uno cuando le da ternura el comportamiento de un niño o la dulzura de un cachorro.

―Que linda sos ―dice.

―Eh... Gracias ―Le sonrío.

Siento que mi cara está caliente.

―Sí, es muy linda ―escucho a Damián a mi lado.

Ahora mi cara hierve.

Seguro que me sale vapor.

Vuelvo mi vista hacia mis rodillas, no quiero que vean el color tomate que se apoderó de mis mejillas.

No presto atención porque mi cerebro está centrado en tirarme un montón de ideas vergonzosas (Damián acaba de decirle a su mamá que soy linda); pero sé que los demás cambiaron de conversación y están charlando muy divertidos, las risas los dejan en evidencia.

Levanto un poco la vista y veo de reojo a Damián que está riendo.

¿Por qué su sonrisa es tan linda?

¿Y por qué le brillan así los ojos?

Nunca pensé que los ojos tan oscuros podían ser tan atractivos y llenos de vida.

Creo que es la primera vez que conozco a alguien con ojos negros.

Tras varios minutos de risas y mates, en los que me quedo casi estática en la silla, asintiendo, negando y tirando algún monosílabo de vez en cuando; Miriam se levanta juntando el termo y las cosas de la merienda.

Notando que llevo mucho tiempo quieta, me levanto de un salto y la ayudo a levantar la mesa. Tomo el envoltorio de las facturas y lo hago un bollo para tirarlo a la basura.

Ambas, con las manos llenas de cosas, nos vamos a la cocina.

Escucho a mi espalda como Damián se levanta para enseñarle algo a Martín, un poco más alejado.

―Aprovechando que nos quedamos solas ―susurra Miriam, mirando de reojo a sus hijos que se ríen fuerte―; ya se viene el cumple de Dami.

Ingresa a la cocina y comienza a tirar la yerba en el tacho. Atrás de eso, tiro la basura que tengo en las manos.

No tengo ni idea de cuándo es su cumple.

―Tengo ganas de hacerle algo... Él es muy terco ―Abre la canilla y empieza a lavar el mate―, no le gusta que lo celebremos porque siente que nos debe algo... ―Hace un gesto negativo con la cabeza―, así que le quiero hacer algo sorpresa para que no pueda replicar.

―Ah... Qué lindo ―contesto sin saber qué añadir.

―Voy a necesitar tu ayuda ―Me guiña un ojo.

¿¡QUÉ?! Ya siento mi corazón ir muy fuerte.

Me clavo las uñas en las palmas de las manos.

―Le voy a decir que voy a hacer una cena familiar tranquila ―sigue susurrando su maquiavélico plan―; pero no le gustan esas cosas y no va a querer ir solo... Entonces si le digo que te invité a vos, no va a tener opción.

Sonríe triunfal.

Siento que tengo exceso de saliva que me olvidé de tragar.

Trago.

―No sé si es una buena idea... ―susurro nerviosa―. Damián y yo no... No tenemos ese tipo de...

―Ay, no te preocupes ―me interrumpe antes de que yo termine de formular la idea―. Conozco a mi hijo. Sé que si se sintió cómodo presentándote es porque sos importante en su vida.

―N-no... Lo que pasa es que no le dejé mucha alternativa ―Me excuso.

Vine sin avisar y él estaba en reunión.

Fue mi culpa.

Hago girar mis anillos.

―Vos haceme caso ―Ella sigue sonriendo―. Una vez fue a buscarlo Ángeles a la casa donde vivía con nosotros ―chismea en voz baja―, y en esa época era su novia formal pero no la había presentado a la familia. Y no permitió que entrara, hablaron un rato en la vereda y la echó.

»Esa relación no duró mucho. No se querían. Acá noto algo distinto.

Su insistencia termina cuando Damián y Martín vuelven a acercarse a la mesa y, solamente, nos separa la barra-desayunador.

Miriam sigue haciendo cosas detrás de mí pero ya no la miro. Tengo la vista clavada en Damián, que se sentó a la mesa, se acercó un cenicero y está encendiendo un cigarrillo. Martín le está narrando un partido de fútbol, con señas y muecas.

Se ríen.

Una sonrisa se me filtra en la cara y, en ese momento, siento en mi mano que Miriam encaja un trozo de papel.

Lo miro mientras ella se va hacia la mesa con sus hijos. Es su número de teléfono.

Siento que me duele la panza.

Esto es un compromiso.

Me está comprometiendo a esta situación.

Vuelvo a morderme el labio.

Debería decirle gentilmente que no. Que no puedo. Que no debo.

Que no es lo que ella se imagina.

Entiendo que se haya confundido después de las circunstancias en las que nos conocimos, pero: «Por favor, señora, no es lo que usted piensa»

―¿Vamos, Tinchi? ―pregunta Miriam a su hijo.

Está parada al lado de la mesa. No se sienta.

―Sí, dale.

Martín se levanta de la mesa y Dami se levanta con él, sosteniendo su cigarro entre los dedos. Me acerco a ellos aferrada al trozo de papel que me dio la señora; Miriam me aprieta cariñosamente un brazo y me saluda con un beso sonoro en el cachete. En segundo lugar, me saluda Martín, y luego los tres miembros de esa ensamblada familia, caminan hacia la puerta de la casa y salen.

Los escucho caminar por el exterior. Sé, sin mirar, que Diablo los está siguiendo, meneando la cola y jadeando.

Están hablando de cosas y el murmullo de sus voces me llega distante.

Sigo parada en el medio del comedor, a un lado de la mesa, con la barra-desayunador detrás de la espalda, separando la cocina del resto del ambiente.

Me siento una intrusa.

Hay una hormiga caminando sobre la mesa.

¿De dónde vendrá?

«Centrate, Tamara»

Me muerdo el labio.

No tendría que haber venido. Miro, sobre mi hombro, las cosas que compré para el cuadro, que reposan sobre la barra y a un lado de esta.

Mis piernas están blandas. Sin fuerza.

Capaz que, queriendo irme, me caigo y hago el ridículo.

Siento que pasa una eternidad hasta que Damián vuelve a entrar.

Ni bien sus ojos negros se encuentran con mi miope mirada, me entrego a un gesto de preocupación que venía soportando desde hace un rato.

―¡Perdoname! ―lanzo.

―¿Por qué? ―Pone cara de incredulidad.

Se acerca a mí, despacio.

El papelito que me dio Miriam con su número telefónico se va a hacer añicos en mi agarre húmedo por la transpiración. Lo guardo en mi bolsillo al percatarme de que voy a romperlo por accidente.

―Porque vine así no más, e interrumpí tu momento con tu familia. No sé por qué lo hice. No suelo lanzarme a las casas de los demás así porque sí, sin avisar. Tendría que haberte mandado un mensaje y...

Su risa me resulta ajena y extraña ante la situación de ansiedad que estoy atravesando.

―¡¿Qué?! ―Frunzo el ceño― ¡¿Qué es tan gracioso?!

―Te hacés lío sola. No pasó nada.

Se acerca a mí. Su cigarrillo está casi intacto, pero él lo deja reposar sobre el cenicero, en su avance.

―Mi intención era agradecerte ―Mi vista, ya de por sí mala, se nubla más por unas lágrimas estúpidas que decidieron instalarse en mis ojos.

¡¿POR QUÉ QUERÉS LLORAR, TAMARA?!

Porque me siento tonta.

Hago todo mal.

Ahora estoy atrapada en una situación extraña, en la que la madre adoptiva, de un chico que no es nada mío, me invitó a una reunión familiar sorpresa.

Ni siquiera voy a las reuniones familiares de mi familia.

―...por eso te traje algo para merendar ―sigo.

Él continúa acercándose a mí. Acorta la distancia de una manera rápida.

―Te juro que la próxima vez te mando un WhatsApp antes de pasarme, fue muy intrusivo y sé que... ―Mis disculpas quedan ahogadas cuando él termina de acercarse y me besa en la boca.

Con rapidez, el beso se vuelve más apasionado. Abre mi boca con la suya y mete la lengua. Me aferra con fuerza por las caderas apretándome contra su cuerpo. Permito que me bese, cierro los ojos, lo abrazo por el cuello.

Él me aúpa y me estampa contra la pared más cercana, de al lado de la barra. En medio segundo me empieza a recorrer un calor agradable por todo el cuerpo y la blusa fina que llevo puesta comienza a molestarme. La llevo hacia arriba para quitármela y él deja de besarme el tiempo justo para permitir sacarme la ropa. Vuelve a besarme en la boca, pero, buscando aire, se aparta.

―Así que esta es la forma de que te calles la boca ―Me sonríe con sorna. Le golpeo un hombro de forma amistosa y él amplía su sonrisa.

Cuando sonríe se ve muy lindo. Tiene una sonrisa preciosa, si no oliera tanto a tabaco sería perfecta.

Comienza a besarme el cuello. Su contacto contra mi piel me genera electricidad. Lo aprieto para que esté más cerca de mí.

Bajo la mano por su pecho hasta llegar a su bragueta y tiro del cierre. Aprieto el bulto que hay en su entrepierna y él jadea contra mi cuello, su aliento caliente se humedece en mi piel.

Sostiene mi peso con mucha facilidad, pero tiene que ponerme en el suelo para facilitar la salida de la ropa. Me va desnudando entre besos cortos y yo también aprovecho para quitarle sus prendas.

Al cabo de un rato, estamos desnudos en el sofá, yo sentada sobre él, él recostado bajo mi peso con sus manos en mis glúteos. Me mira desde abajo, acalorado, con los ojos brillosos, la boca entreabierta, la respiración jadeante...

Me mira todo el cuerpo con detenimiento. Pasa su mano por mi cintura y baja un poco más hasta el punto en mi vientre en el que realizó el pequeño tatuaje del ciervito. Me acaricia el dibujo con la yema de los dedos.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo y se hace mucho más intenso cuando estampa sus labios contra los míos.

N/A: Muchas gracias por todos los votos, comentarios y los seguidores nuevos. Me sorprende gratamente cada vez que recibo notificaciones de gente nueva que está leyendo y disfrutando la historia. 

Muchísimas gracias por el apoyo a esta historia. Espero que sigan disfrutándola. Casi llegamos a la mitad :3 

(De hecho, el capítulo siguiente es justo el capítulo de la mitad de la historia) 

De nuevo, no tengo palabras para expresar mi emoción por el apoyo que está teniendo. Muchas gracias, otra vez, y nos leemos el siguiente jueves. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top