Capítulo 15: Hamburguesas
Guío a Tami hasta el baño, todavía está empapada y tiembla de frío. A cada paso, los charcos de agua embarrada van ensuciando todo el piso.
No es como que yo tenga la casa más aseada de Argentina pero estaba bastante limpia antes de esto. Me esforcé dejando todo lindo para cuando la Pioja viniera.
Abro la puerta del baño, dejo a Tami apoyada contra una pared, vigilándola. Tengo miedo de que se caiga, tiene pinta de no poder mantenerse en pie. Estiro un brazo y abro la canilla para que de la flor de la regadera empiece a salir agua. Regulo la temperatura lo suficiente para que no se queme, ni se muera de frío.
Volteo a verla.
―¿Podés sola o querés que te ayude?
Me mira con la vista perdida. Tiene los ojos enrojecidos por llorar y el pelo mojado, pegado a la cara.
Se saca el suéter empapado y pesado que lleva, y cae con un ruido sordo contra el piso. Se pone en cuclillas para desatarse los cordones y, mientras lo hace, me vuelve a mirar a la cara.
―Estoy bien... Gracias.
Lentamente, camino hacia la salida del baño y cierro la puerta para dejarle intimidad.
Todo lo que compré para la cena, lo dejé en la cocina del estudio. Voy a tener que improvisar. Agarro mi celular y busco en alguna App, una opción de comida rápida.
Unas hamburguesas van a venir bien.
Me agarro el pecho antes de gastar más de lo que tenía en mente.
La miseria que manejo...
Miro en derredor, el embarrado camino que dejamos al entrar; suspiro y me pongo a limpiar. Diablo me mira, acostado en el sofá, sin intención de moverse de ahí. Cómodo y caliente.
Tamara incrusta los dientes en la hamburguesa como si estuviera famélica.
―No era exactamente lo que tenía en mente para hoy, pero algo es algo ―Le sonrío.
―Hacía mucho que no comía una hamburguesa así de completa ―admite y me devuelve la sonrisa.
Verla sin los anteojos se me hace raro.
―Mi viejo preparaba unas hamburguesas re zarpadas ―digo con nostalgia.
Les ponía jamón, queso, huevo frito, lechuga, tomate, panceta, palta, pepino... Eran una bomba deliciosa.
―Se ve que tu viejo era re buena persona ―dice ella.
―Sí, re ¿y vos, con tu papá, tenés contacto? —pregunto para llenar el silencio.
—Casi nada —dice ella con la boca llena—. Mi papá es una persona difícil.
—¿Se llevan mal?
—No es que nos llevemos mal —Levanta los hombros con indiferencia—. Solamente casi no nos tratamos. Es de esas personas que piensan que para que algo tenga valor tenés que haber sufrido para conseguirlo.
Me rebotan las palabras en la cabeza mientras desmenuzo con las manos un pedazo del pan de hamburguesa.
—No entiendo —admito.
—Pasa mucho con la gente mayor... Si tenés un tiempo de ocio, para ellos, quiere decir que no te estás esforzando—aclara—. Yo trabajaba en un taller de arte —comenta—, daba clases a grupos chiquitos de nenes de entre ocho a trece años. Nunca aprobó mi trabajo —Hace un gesto negativo con la cabeza y sigue comiendo—; él creía que no era algo digno y que yo tenía que estar trabajando en otro lado.
—¿Por qué?
—Porque no era un trabajo lo suficientemente sacrificado para su gusto. Los grupos eran chicos, así que solía estar todo bajo control; el taller quedaba cerca de mi casa, así que no tenía que viajar ni levantarme temprano; la directora del taller era una persona amorosa que siempre nos esperaba, a mis compañeros y a mí, con meriendas o nos tenía regalitos para fechas especiales. El sueldo no era excelente, pero alcanzaba. Pero supongo que, para él, yo era demasiado feliz trabajando ahí como para que fuera algo correcto.
Vuelve a levantar los hombros y los deja caer antes de llevarse a la boca otro pedazo de hamburguesa.
Tras un silencio corto en el que traga y piensa qué decir a continuación, vuelve a hablar:
—Nunca lo dijo en voz alta pero es como si él pensara que era un trabajo demasiado ideal para ser el primero... Fue mi primer y único trabajo formal —aclara—; para él, había que empezar con algo más humillante, besándole los pies a alguien o en lugares donde te hagan limpiar sobre lo limpio con tal de no verte descansando ni un minuto. Así, con el tiempo, podrías conseguir un trabajo lindo, donde te sientas cómodo, pero estaría ganado, porque antes fuiste maltratado y humillado, entonces sería válido. Como una recompensa.
Como no tengo nada que añadir a eso, solo puedo seguir preguntando.
—¿Por qué dejaste ese trabajo, si tanto te gustaba? ¿Fue por él?
—No —Niega con la cabeza enfáticamente—. Tuve algunos problemas personales y tuve que dejar el trabajo. Y de ahí fue como un dominó... Al dejar mi trabajo no pude seguir pagando la terapia, así que dejé el psicólogo, y después fue cuestión de tiempo para que tuviera que abandonar también mi carrera terciaria.
—¿Ibas al psicólogo? —pregunto interesado. Es la segunda vez que lo menciona.
Ella evita mi mirada y se mete más hamburguesa a la boca. Hace una expresión de bochorno, inflando los cachetes y masticando de forma exagerada. Me doy cuenta de que habló más de lo que pretendía y ya no quiere contestar.
Le estoy por explicar que yo también fui a terapia cuando un mensaje en mi celular me distrae.
Es Angi.
«Espero que la estén pasando bien, Pitufo. Comprale 400mil rosas si hace falta, pero compensala»
Cuando levanto la cabeza, de la pantalla de mi móvil, hacia su rostro, ella cambia de tema.
—Me está doliendo un poco la cabeza, ¿no tendrás una aspirina?
El agua caliente me reconforta maravillosamente después de un día tan raro. Todo salió de cualquier manera menos como tenía que salir. Mientras Tami está en mi sofá, con Diablo, buscando qué ver en la tele; termino de ducharme, cierro la llave del agua y me envuelvo en el toallón.
Paso una mano por el espejo empañado para poder ver mi reflejo.
Me paso la toalla por el pelo, me seco la cara. Mis ojos oscuros devuelven una mirada cansada desde el espejo. Bajo la vista para secarme el pecho y tiro la toalla mojada al suelo. La pila de ropa que me dejé sobre la tapa del inodoro está colocada de forma desprolija. Agarro los pantalones pero, a simple vista, no encuentro los calzoncillos.
Estiro los dedos para rebuscar entre la ropa.
No creo haberlos dejado en la pieza.
Un grito agudo llega hasta mí desde el living. Apurado, me pongo los pantalones y salgo corriendo, abriendo la puerta del baño de un portazo.
En tres zancadas grandes estoy en la sala, miro a Tamara que está hecha bolita en el sofá, abrazando a Diablo. Tiene puesta ropa que le presté, tanto los pantalones como el buzo le quedan gigantes y, eso, la hace parecer más chiquita de lo que es. Me mira trotar hasta ella con preocupación.
La observo esperando una respuesta a la pregunta que no formulé.
«¿Por qué gritó?»
—¿Por qué venís así? —pregunta ella, desconcertándome.
—¿Así cómo?
—Así, con el ganso rebotando.
No puedo contenerme. Siento cómo el aire sale de mis pulmones en forma de carcajada. Me doblo a la mitad y escucho cómo ella se ríe conmigo.
—Me... Me puse los pantalones apurado —explico, descostillándome—, porque pensé que te había pasado algo, pero ahora me siento observado.
Logro contener, un poco, mi risa, y la vuelvo a mirar a la cara. Ella se tapa la boca con las dos manos y los hombros le tiemblan con las risitas que larga.
—No me pasa nada —dice sonriente.
—¿Por qué gritaste? —La miro desde arriba. Sigue, en el sofá abrazada a Diablo, que reposa la cabeza sobre su regazo y me mira como si me estuviera reprochando interrumpir su momento de felicidad.
—Porque me asustó la peli —Señala a la televisión.
Es El Exorcista.
—¿Te asustó? ¿Es la primera vez que la ves?
Su respuesta es un asentimiento de cabeza. Abro mis ojos.
—¡¿Es la primera vez que la ves?! —repito.
—¡Sí! No me gustan las de miedo.
—Pero es un clásico —protesto y avanzo para sentarme a su lado.
—También La novicia rebelde y seguro que no la viste —asegura con aires de superioridad.
Ni siquiera sé qué es eso.
Me acomodo en el sofá para ver la película, pero ella cambia de canal.
—¡Eh! ¡¿Qué hacés?! —Me estiro sobre Diablo para arrebatarle el control remoto; se lo desprendo de los dedos, apunto al aparato y vuelvo al canal anterior.
—¡No! —exclama y es su turno de estirarse sobre Diablo para intentar sacarme el control.
Lástima por ella. Yo soy más alto y Diablo le impide levantarse. No tiene oportunidad. Sonrío de lado y la miro de reojo, con sorna.
—¡Encima está lloviendo! —Se abraza las piernas— ¡No me gustan las pelis de miedo!
—Si me acompañás viendo esta película, después vemos una que elijas vos —propongo.
Se tapa la cara con las dos manos, mirando entre los dedos. Se queda en silencio largos segundos mientras la película avanza.
Al final contesta.
—Está bien. Después vemos Barbie: La princesa y la plebeya.
Después de muchos gritos de terror por su parte, aferrada a mi brazo, logra terminar de ver la película. No se mueve, ni dice nada, y sospecho que se quedó dormida. Bajo la cabeza para corroborar mi teoría.
Tami está pálida, con los ojos fijos en la pantalla. No deja de agarrarse a mi brazo.
—¿Estás bien? —En un principio me pareció divertido torturarla un poco, ahora me preocupa.
—Sí —Su voz está súper aguda.
—Ahora ponemos la que elegiste vos —digo tratando de calmarla. Ella apoya su cabeza en mi hombro, buscando refugio.
El viento frío aúlla en la noche como un lobo. El clima sí que acompaña a la película de terror y, por ende, refuerza su miedo. Sonrío de lado y paso un brazo por sobre su hombro para cobijarla.
—¿Cuántas películas de terror viste? —pregunto.
—Vi El extraño mundo de Jack —dice.
—Esa no es de terror...
—¡Sí! ¡Hay esqueletos! También vi El cadáver de la novia y Coraline.
—Esas no son de terror —insisto.
Me cuesta encontrar en dónde ver la película que ella eligió y, ni bien empieza, mi impresión es que es una pedorrada. Lo más interesante del film es que hay un gato que se cree perro. Tamara se sabe todas las canciones y, poco a poco, deja de estar tan tensa y de tener miedo. Después de fumarme una hora y veinticinco minutos de una película de mierda infantil y para nenas, apago la tele y nos vamos a la habitación.
Diablo se queda descansando en el sofá, como es su costumbre durante los días de tormenta.
Afuera ya no llueve, pero el viento se percibe frío, aun sin sentirlo sobre la piel. Si bien mi casa no tiene una buena calefacción, agradezco estar bajo un techo. Afuera parece hacer mucho frío.
Cuando entramos a la cama, la hermosa satisfacción de estar entre sábanas limpias me hace tener la fugaz idea de cambiarlas más a menudo. Pero, en lo profundo, sé que no va a pasar. Tamara se acurruca en mi pecho y la abrazo reposando mi brazo en su cintura. Está muy callada. Se mantuvo así gran parte de la película.
—¿Estás bien? —le pregunto— ¿Te sentís incómoda?
—No —niega—. Es que me duele un poco la cabeza.
De forma inconsciente, como atraído por algún magnetismo, por un imán, le beso la frente y cierro los ojos para dormir.
N/A: Me gustan estos capítulos porque Damián y Tamara comienzan a conocerse un poco más en profundidad, dejando de lado su relación tan superficial. Espero que les gusten y que dejen comentarios con sus impresiones.
Muchas gracias por seguir apoyando la historia <3
Por los votos, los comentarios y por agregarla a sus listas de lectura.
Espero que sigan dándole una oportunidad, todavía falta bastante por ver y conocer.
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