Maurice de E. M. Forster
¿Un final feliz?
Sobre E. M. Forster no conozco nada más allá de Maurice; lo había leído hace un par de años, en ese afán de siempre de encontrar y leer literatura LGTBQ+. Sin embargo, hace poco, leyendo «El amor en tiempos oscuros» de Colm Tóibín, encontré varias cosas que me hicieron querer volver a leerlo a él y a otros. En dicho texto, Maurice de E.M Forster aparece como ejemplo de esa trasgresión pretendida en un tiempo en el que parecía que la literatura gay sólo era pasable sí tenía un final trágico, una realidad no muy distante cuando nos ponemos a recordar las últimas películas y novelas gay que hemos visto y leído.
Maurice es una novela corta que cuenta la vida de un muchacho perteneciente a la burguesía quien progresivamente (a medida llega y atraviesa —con poca seguridad— todos esos estadios obligados desde la niñez a la adolescencia) se va dando cuenta de que hay algo diferente en él. Su interés es sobre personas de su mismo sexo. Como estudiante en Cambridge encuentra que no es el único. Ahí conoce a Clive Durham, de quien se enamora perdidamente. Ese primer amor que pretende poderlo todo lo guía, hace con Maurice lo que quiere, manteniéndose (por influencia del mismo Clive) siempre en terreno platónico. No sorprende la ruptura como sorprende a Maurice. Durante su relación con Clive creyó haberse conocido y entendido a sí mismo, pero la separación y la pronta noticia de su matrimonio, dejan a Maurice a la deriva. No se ve capaz de contraer matrimonio con una mujer así sea para mantener las apariencias. Comienza a buscar ayuda en personas de confianza, pero nadie quiere hablar del tema. Se decide por un hipnotista, que le da nombre a lo que él «padece», pero es durante este tiempo que conoce a Alec Scudder, y Maurice se pierde todavía más al cruzar el terreno platónico para tener una relación física con el joven. Momento angustioso pero también revelador. Con Clive había creído que todo estaba bien mientras el cuerpo no interviniera. Con Alec supo que podía dar y recibir las dos cosas y que las dos eran naturales y propias, que las dos yacían en su propio ser y no tenían que ser contrarias. La novela termina con un enfrentamiento entre Maurice y su antiguo amante y la búsqueda de la felicidad personal.
Primero hay que ponernos en contexto. Inglaterra a inicios del S. XX. La homosexualidad es ilegal. Maurice ni siquiera sabe que a lo que siente se le da un nombre, lo ve como una enfermedad, como un vicio, «el vicio de los griegos». Su confesión resulta algo graciosa de leer cuando se saca de contexto: «Soy un sujeto indigno, del tipo de Oscar Wilde», pero también nos sirve para ubicarnos cuando recordamos el daño físico y psicológico que sufrió el escritor esos dos años de prisión que le valió su sino amor, encaprichamiento, con su querido Bosie.
De pequeño, a Maurice se le menciona brevemente la sexualidad heterosexual, lo que se espera de los hombres una vez se casan. Su padre lleva tiempo muerto, vive con su madre y hermanas con quienes apenas puede sostener una conversación (con quienes es severo e injusto). Es clasista, idealista, no muy intelectual. Fácilmente influenciable. No persigue más porque su vida ya está dada. Se espera que como su padre trabaje en la bolsa, se case, tenga hijos. Su vida cambia en Cambrigde cuando conoce a Clive Durham. Entre ellos se da esta especie de enfrentamiento constante, una hostilidad que no es real, es coqueteo. Tratar de impresionar, pasar tiempo juntos y, al fin, la confesión. Clive toma la iniciativa. Maurice se siente confundido, se niega a responder, a aceptarlo, pero el sentimiento no deja de atormentarlo porque muy en el fondo al fin comprende eso que sabía que estaba ahí pero a lo que ni siquiera había alcanzado a darle forma.
«No volvería a mentirse así. No pretendería —y esta era la prueba— preocuparse por las mujeres, cuando el único sexo que le atraía era el suyo propio. Amaba a los hombres y siempre los había amado. Ansiaba abrazarlos, mezclar con el de ellos su ser. Ahora que había perdido al hombre que correspondía su amor, admitía aquello».
Tres años dura su relación con Clive, tres años que increíblemente se mantiene de forma platónica por influencia de este. Maurice está tan enamorado y cree a Clive tan inteligente que no le es difícil aceptar la condición de su relación. Pero a medida progresa la novela la realidad cae sobre Maurice en la forma de su propio amante, cuando este termina la relación. Una vez alejado de la seguridad y el convencimiento de Clive, duda de todo. Intenta llevar una vida normal. Si se enfoca, quizá la incomodidad desaparezca y con el tiempo la «normalidad» llegue a él así como llegó a Clive. Por supuesto no lo consigue. Y no lo entiende. Maurice intenta comprender. Por qué nadie quiere hablar sobre ello por más desdichado y necesitado de ayuda se encuentre. El que todos se escandalicen siendo real. No hay guía. No hay camino. Pero si el conocimiento no está en las personas Maurice lo encuentra en otras cosas. Antes de la ruptura en el Sympusium que Clive le recomendó leer y que los puso a tono sobre sus intenciones; y ya después, en las experiencias de vida de otros parecidos, en cierta medida, a él,
«...E informó a su joven amigo que Chaikovski se había enamorado de su propio sobrino, y que le había dedicado su obra maestra. [...] Resultaba curioso que cuando hallaba un confidente, no lo deseaba. Pero se procuró enseguida una biografía de Chaikovski en la biblioteca. El episodio del matrimonio del compositor significa poco para un lector normal, que asume vagamente la incompatibilidad, pero conmovió a Maurice. Se dio cuenta de lo que significaba el desastre, y lo cerca que el doctor Barry le había colocado de él. Al continuar leyendo, trabó conocimiento con «Bob», el maravilloso sobrino al que Chaikovski se volvió después del desastre, y gracias al cual se produjo su resurrección espiritual y artística. El libro aventó el polvo amontonado, y Maurice lo respetó como la única obra literaria que le había ayudado. Pero sólo lo ayudó a retroceder».
A retroceder porque lo volvía al punto de partida: ¿qué hacer? En su condición, ¿no tiene cabida la felicidad? Más que mantener las apariencias necesita tranquilidad, quiere ser feliz pero no piensa en poder conseguir la felicidad, puede amar pero no ser amado.
«Él quería una mujer que le asegurase socialmente y le aplacase su lujuria y le diese hijos. No pensaba en ningún momento que aquella mujer pudiese ser una verdadera alegría [...] pues durante la larga lucha había olvidado lo que era el Amor, y no buscaba la felicidad, sino el reposo».
Por recomendación termina visitando a un hipnotista. «Homosexualidad congénita» le diagnostica. Le menciona un porcentaje de éxito y de fracaso. Maurice lo cree al inicio un charlatán pero después de esto, ¿qué más le queda? La primera sesión de hipnosis parece funcionar. La segunda ya no. Entre esta primera y la segunda Maurice conoce a Alec Scudder, guardabosque de Penge, propiedad de Clive. El muchacho se le hace rudo, entrometido, se ofende con él al no querer aceptarle su propina. El clasismo de Maurice lo cierra. Pero el muchacho lo busca y Maurice entiende sin entender. Esto supone una nueva duda. Se enfrentan las ideas alimentadas por Clive («La única excusa en una relación entre hombres es que se mantenga puramente platónica»), con las nuevas experiencias de Maurice. Trata de imponerse,
«Pero durante toda la noche su cuerpo deseó al de Alec, a pesar suyo. Llamó a aquello lujuria, una palabra fácil de pronunciar, y opuso a aquel impulso su trabajo, sus amigos, su familia, su posición en la sociedad. En aquella coalición sin duda debe incluirse la voluntad. Pues si la voluntad pudiera saltar por encima de la clase, la civilización, tal como la hemos edificado, saltaría en pedazos, pero no convencería con eso a su cuerpo»
y decide concertar una nueva cita con el hipnotista. Antes de partir a ella, sin embargo, una carta llega.
Es la segunda carta de Alec, recriminándole a Maurice, sintiéndose usado y no permitiéndolo. En este momento de la novela en Maurice confluye todo: primero sus prejuicios de clase, la también desfasada noción de posición, el que el amor no le resulte ya posible, lo cree un chantaje, ignora al muchacho, una consecuencia de sus acciones porque «el amor físico significa reacción y es esencialmente miedo, y Maurice vio entonces lo natural que era que su primitivo abandono en Penge le hubiese llevado al peligro».
No es un chantaje ni mucho menos, sólo un muchacho igual de confundido que él que no sabe cómo amar como un todo unificado que pueda llegar a algo. Es la búsqueda de la felicidad momentánea al no creer la eterna posible. Pero Maurice ya ha escuchado algo de eso, tiempo atrás, en la recomendación del hipnotista, al ver que el tratamiento no funcionaría en Maurice:
«—Me temo que lo único que puedo aconsejarle es que se vaya a vivir a un país que haya adoptado el Código napoleónico.
—No comprendo.
—Francia o Italia, por ejemplo. Allí la homosexualidad ya no es delito».
Claro que cuando este consejo llega, Maurice está convencido de que nadie lo amará. Y aquí hay que hacer la aclaración. A lo largo de toda la novela, Maurice reconoce que sólo puede sentir algo por los de su mismo sexo, pero las relaciones del mismo sexo en su entorno, cuando se mencionan, nunca muestran plenitud. Por un lado está su relación platónica con Clive, por el otro, esa visión unificada de que es una perversidad, lujuria, un vicio de la carne y nada más. Sin embargo, Maurice lo quiere todo, lo que incluye la convivencia, una pareja, la monogamia, la entrega total en el tiempo y el espacio, en cuerpo y alma. Y nadie nunca considera esta posibilidad y de ahí que él se muestre tan pesimista e incrédulo.
Incluso al recibir este consejo, el concepto de «vivir con un amigo» de Maurice, no es recibido con el mismo significado.
«—¿Quiere decir que un francés puede vivir con un amigo y no le meten en la cárcel?
—¿Vivir? ¿Quiere decir tener relaciones?»
Por un momento el mismo Alec tampoco parece comprenderlo. Pero Maurice ya ha visto lo que pasa cuando se da la espalda a lo que siente y no piensa permitir que su felicidad se escape. Alec es más pragmático, ha trabajado toda su vida, piensa más allá del idealismo: de qué vivirán, dónde, cómo harán si es ilegal. Maurice parece tener la respuesta: él tiene dinero que les ajustará por un tiempo, se pueden exiliar, vivir en una cabaña en el bosque. Pero Alec ha conseguido trabajo y tiene que partir a Argentina. La felicidad vuelve a ser momentánea.
Entonces aquí se da la ruptura, después del vaivén de emociones que vaticinaba cierta tragedia, Maurice se resigna, aceptando la decisión de Alec, esperando algo de él sin decirlo, con miedo después de su experiencia con Clive pero sin querer soltarse de Alec. Decide ir a despedirlo. Alec nunca aparece, pierde el barco, y Maurice corre al único lugar que puede encontrarlo, la cabaña del embarcadero a la que Alec lo había citado con anterioridad y que Maurice, por miedo, nunca había visitado. Y ahí está él. «Y ahora todo aquello acabó, y no nos separaremos más».
El último capítulo, sin embargo, no es este, sino el enfrentamiento (sermón) que Maurice al fin siente posible entre él y Clive y que marca su aceptación y su lucha.
«Tú no harás nada por mí, salvo verme. Es lo único que has hecho en todo este año infernal. Me dejas libremente en tu casa, y procuras por todos los medios casarme, porque eso te libera de mí. Te preocupas un poco por mí, ya lo sé, pero nada tenemos que hablar, y tú no me amas. Yo fui tuyo una vez hasta la muerte, y lo sería si te hubieras preocupado de conservarme, pero ahora soy de otro... No puedo apoyarme en el dolor para siempre... y él es mío de una forma que te sorprende, pero ¿por qué no dejas de sorprenderte y atiendes a tu propia felicidad?
Como final feliz tal vez para algunos se sienta un poco comedido. No hay una orquesta sonando en el fondo, no hay una pequeña muestra de la vida de Maurice y Alec en pareja, felices y plenos con su relación. El final es una promesa de lealtad en un mundo en el que estas relaciones eran consideradas un vicio del cuerpo y nada más. «Una promesa a tiempos mejores». El escritor cree haber logrado su cometido, como aclara en las notas finales:
«Se imponía un final feliz. Si no, no me hubiese molestado en escribirlo. Estaba decidido a que, aunque tan sólo fuera en la ficción, dos hombres se enamoraran y mantuviesen su amor en ese «para siempre» que permite la ficción, y en este sentido Maurice y Alec siguen rondando el bosque.»
Pero también esto hay que ponerlo en contexto. Maurice fue concebida en 1913 y concluida en 1914 (no olvidemos que la homosexualidad era ilegal, así como la exaltación a cualquier cosa que se considerara un vicio). Se publicó póstumamente en 1971 después de un par de arreglos e intentos por convencer a Forster que la publicara. Había comenzado a escribirla para él luego de una experiencia personal, dudó que tuviera valor editorial y comercial así que publicarla nunca fue su primera intención, más, considerando que se había atrevido a escribir un final feliz.
« La dediqué a «Tiempos Mejores», y no totalmente en vano. La felicidad es su clave, lo que ha tenido un resultado inesperado: ha hecho el libro más difícil de publicar. A menos que el Wolfenden Report se convierta en ley, probablemente tenga que quedarse en manuscrito. Si terminase trágicamente con un muchacho colgado de un lazo corredizo o con un pacto de suicidio, todo iría bien, pues no habría pornografía ni corrupción de menores. Pero los amantes salen impunes, y en consecuencias impulsan al delito. [...] la única penalidad que la sociedad les impone es un exilio que alegremente abrazan.
El texto de Tóibín hace mención de esto:
"...La literatura producida por hombres gays en los años setenta, escribe Woods, daba a los lectores gays, en muchos casos, «roles para la búsqueda de aquellos tipos de felicidad en que se suponía que consistía la vida gay posterior a la liberación». También Foucault se dio cuenta de que la felicidad para los homosexuales era una grave transgresión y remachó: «La gente puede tolerar a dos homosexuales a los que ven irse juntos, pero si al día siguiente están sonrientes, cogidos de la mano y abrazándose tiernamente, entonces no tienen perdón. No es la salida por placer la que es intolerable, sino el despertarse felices».
«La idea de que la escritura gay tiene una tendencia a tratar lo trágico y lo frustrado, una tendencia que Forster y los escritores después de Stonewall buscaron contrarrestar [...] Hay algo heroico en la negativa de Forster en Maurice al insistir en que Scudder no sea arrestado, o que no se cuelgue, o que no se vaya a Buenos Aires. En vez de ello, se reúne de nuevo con Maurice y dice: «Y ahora todo aquello acabó, y no nos separaremos más. Y aun así, de alguna forma, esto no nos satisface, igual que si Leopold Bloom hubiese estado felizmente casado y estuviese paseando por Dublín con su hijo de la mano. Sería alentador y esperanzador y políticamente correcto, pero no cumpliría con otra verdad que no tiene nada que ver con la esperanza ni con la política. Esta verdad puede cambiar, claro, a medida que cambien las vidas gays y que cambie Irlanda; y entonces podrá parecer que los finales infelices, los niños muertos y los padres locos y viejos han sido añadidos por razones que nada tienen que ver con la verdad que requiere el arte.»
En relación a esto, a Forster se le pidió también un epilogo. Las personas que habían leído su novela antes de que fuera publicada querían saber más, así como uno quiere saber más, sobre Alec y Maurice, si habían logrado permanecer juntos y felices. Al respecto Forster dijo:
«El capítulo siguiente a su unión definitiva, en el que Maurice sermonea a Clive, es el único final posible del libro. No siempre lo creí así, ni tampoco otros, y hubo quien me animó a escribir un epílogo. En este aparecía Kitty encontrándose con dos leñadores algunos años más tarde, y causó universal repulsa. Los epílogos son para Tolstói. El mío fallaba, en parte porque la fecha en que se desarrolla la acción de la novela es aproximadamente 1912, y «algunos años después» la zambullirían en la transformada Inglaterra de la primera Guerra Mundial.»
La verdad a la que el final responde es distinta a la verdad actual en partes de occidente, y sin embargo, la verdad actual sigue siendo motivo de incomodidad, en un sentido de plenitud ausente en los finales felices, que ya escasean, esa incomodidad sin nombre que sentimos al notar que las novelas y películas gay que leemos y vemos se apilan más del lado de la tragedia o del supuesto realismo, cuando nos ponemos a pensar si es esta tragedia o supuesto realismo más que los valores artísticos/narrativos e incluso utilitarios si quieren, lo que le dan su espacio entre la crítica y el público. Noción que ya está haciendo su propio ruido en obras más pop y comerciales y menos interesantes para la crítica o como arte, pero que se van abriendo espacio entre finales menos variados, entre demandas de representación y realismos más esperanzadores. Si el arte debe cumplirse a la verdad no es una discusión que planeo iniciar en este momento. En todo caso, la variedad es necesaria. De todas formas, no todos los escritos termina siendo arte, y siempre podemos recurrir a la libertad creativa.
Para finalizar hay que hacer la aclaración, no se le está pidiendo finales felices a todo, porque esto antes que todo tienen que sujetarse de la narrativa, el género, la intencionalidad y demás cuestiones que le dan vida a una obra artística (o no) más allá de no sólo cuestiones políticas, estéticas o utilitaristas, sino que se vaya deshaciendo esa tendencia hacia lo obligadamente trágico que en la literatura gay parece ser una tradición bastante arraigada. Porque, al final del día, cuando las comparativas llegan y se ponen lado a lado realidades, verdades, tradiciones y formas en sus distintos matices, se tiene que darle espacio a los avances y a las nuevas realidades que poco a poco se van construyendo. Incluso a esas que todavía no lo son del todo.
Notas finales
No quería que esta reseña, con su añadida opinión, quedara tan extensa por eso no incluí otras cosas que se mencionan en la novela. Me enfoqué en el final y el contexto en que se daporque 1) ya he venido pensando que todo lo gay es insufriblemente trágico en pos del supuesto realismo (de ahí que yo misma me haya empecinado en escribir finales no siempre trágicos, felices y no siempre felices pero acorde a la historia) y, 2) por lo leído en Amor en tiempos oscuros de Colm Tóibín. No es la gran cosa y en los dos días que trabajé en esto me hice un lío con el orden por las interrupciones constantes porque aquí pocos entienden que se le dedique tanto esfuerzo a algo que no me da dinero, pero igual espero les haya gustado. Ya me dirán ustedes si han pensado algo similar.
Saludos.
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