Rumbo a Asherdion-


Los arrabales tras la gran muralla, quedaban casi a la periferia de la gran metrópolis. Un sector varios pies por debajo del palacete del gobernador. Allí estaba el hogar de Hiddigh, o lo que solía ser: una modesta construcción de argamasa y paja. La vivienda había sido saqueada, sin embargo, todavía estaba habitable.

—¿Estás segura del lugar? —preguntó Ledthrin.

—Si, ansió regresar, no sabes cuanto —respondió entre un suspiro.

Entraron al hogar, bajo la inquisitiva mirada de los vecinos. El callejón era estrecho, y había varios caseríos y tugurios circundantes. Pese a ello no era un lugar muy transitado y el ruido era escaso.

Al abrir la puerta la luz se coló en el interior de la vivienda, estaba vacía en su totalidad, las ventanas tapias y casi sin cal en las paredes.

—Hay trabajo que hacer aquí —comentó Ledt—. Por lo menos está limpio.

Hidd no contestó, avanzó unos pasos parándose en medio, donde debería ir el hogar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Miró rauda todo al su alrededor y su rostro se entristeció.

—No dejaron nada Ledt..., —sollozó y se dirigió a una habitación contigua que ya no tenía techo. —El taller de mi padre, la fragua, yunque, nada... Esto es tan triste.

—Vamos a recuperarlo todo, ya lo verás.

—No —zanjó—. Eso no, Ledt. Tranquilo, no es necesario.

—Lo es, son tus cosas.

—Objetos Ledt, los recuerdos reales viven conmigo, aquí —se apretó el pecho con su izquierda—. No hace falta recuperar esas cosas, no quiero que lo hagas, por favor.

—Necesitarás un lugar donde dormir, por lo menos. —Miró al lugar en donde debería ir una cama.

—Ya —sonrió y se tapó la cara con las manos para suspirar—. Que lamentable situación, ¿no?

Se abrazaron y rieron de buena gana. Enseguida identificaron las cosas que necesitarían para dejar habitable el sitio y salieron juntos a conseguir lo indispensable.

Las calles adoquinadas de la metrópolis se hallaban ajetreadas, algo que no era poco habitual en el sector. El mercadillo quedaba a pocas cuadras del hogar de Hiddigh, el punto central que separaba la baja Ismerlik, del sector más acomodado que quedaba colina arriba. Había patrullas de guardias cada dos esquinas y otros circulaban entre la ciudadanía custodiando el orden.

—No parece que el sector sea peligroso, eso es bueno —dijo Ledt.

—A tu tío le preocupa la seguridad de la ciudadanía, hace tres años implementó con éxito una campaña de tolerancia cero. Ahora hay muy pocos robos y el tráfico ilegal de especias y resina también se ha reducido, aunque la aprobación de esto último divide a la población.

—Parece un buen hombre, supongo que en su gobierno intenta hacer lo mejor para la mayoría.

—Sin embargo, el número de adictos parece haber aumentado —Hidd apuntó con la mirada a un hombre que pidiendo limosna a las afueras de un tendal.

—Oí que los adictos a la resina se vuelven violentos. ¿Estás segura de esto? —carraspeó—. Digo, hablé también con Isildon, me ofrece estadía en su finca a las afueras y siempre puedes venir conmigo Hidd.

—Ay, no, Ledt nada de eso —respondió devolviéndole una sonrisa de gratitud—. Eres amable, pero creo que Isildon tiene sus propios problemas, además no voy a dejar pasar la oportunidad de recuperar mi hogar, Ledt.

—Si, lo entiendo...

—Además..., —titubeó antes de continuar—. También eres bienvenido conmigo, digo..., si quisieras.

—Iba a pedírtelo —sonrió.

Ledthrin se adelantó y poniéndose por delante de ella la besó primero en los labios y luego sobre su frente.

—¿Te quedarías conmigo? —preguntó Hidd. Sonrojada.

—No te dejaría, aunque el cielo callera sobre nosotros.

Siguieron avanzando riendo y hablando, por la avenida como dos recién casados. Por la tarde habían conseguido un camastro, edredones, despensa, enceres, jarrones y algunas prendas: Por la noche el hogar de Hidd ya era totalmente habitable.

La pelirroja se negó a dejar la morada esa noche, así que Ledthrin se quedó con ella. No soportaba la idea de dejarla sola en aquel lugar.

Por la mañana, llegó hasta el despacho del gobernador para hacerle saber sus intenciones de mudarse con la pelirroja.

—Dudo que te hayas enterado, sobrino —le dijo el señor I'lerion.

—¿Enterado de qué? —preguntó intrigado.

—La Torre Blanca, cayó hace dos días. Murieron todos los que estaban allí —explicó mientras cruzaba sus dedos, sentado sobre el escritorio.

—¿La torre de Thirminlgon, en Farthias? —La sonrisa del rostro de Ledt, se desdibujó de inmediato.

—Pensé que querrías saberlo, ya que tienes tan buenas amistades con los norteños. —Se levantó del escritorio—. Mi infórmate mencionó algo más acerca de esa nación.

—¿Qué cosa? —se apuró en preguntar.

—¿Dijiste que conocías a la princesa? Pues está desaparecida y la buscan por asesinar al rey Theodem —su voz era áspera. —¿Lo sabías? Ayer el excanciller lord Condrid, mandó cerrar las fronteras para nosotros.

—Tío, sé que Lidias es inocente. No, no hay duda de eso —Tragó saliva «Dioses, la última vez que los vi los dejé en la torre.» —¿Dices que murieron los que estaban allí, en la Torre?

—Así me lo informaron. —Se acercó a Ledt y continuó—: Creí que habíamos quedado sin secretos entre nosotros. ¿Te das cuenta que cerrar las fronteras significa algo?

—Ignoro sus intenciones al igual que tú —afirmó Ledt—. Lo que me preocupa ahora es saber que ocurrió allí, en Thirminlgon.

—Todo lo que sé es que la torre fue incinerada, tal parece que los fanáticos religiosos se volvieron en contra del reino. —Hizo un gesto despectivo.

—¿Sabes si Nawey Dríhada todavía prestaba servicio en la torre? —El semblante de Ledthrin era de profunda preocupación. «Espero que Fausto y Lidias, no hayan estado. Pero qué hay de Nawey, no la vi cuando estuve allí..., bien pudo zafar».

—¿Dríhada Nawey, la hija de lord Thereon Dríhada? —Lo pensó un momento —Oh, es cierto olvidé que te educaste entre los elfos del este. Pues no tengo remota idea, ¿qué hacía ella allí?

—Enseñaba su arte al discipulado de la torre —explicó rápidamente el guerrero «Nawey una vez me dijo que allí en la torre, se guardaba un objeto de mucha importancia para toda Thyera. ¿Tendrá algo que ver esto con el atentado?»—. ¿Me das dos caballos?

—¿Qué vas a hacer, Ledthrin? —indagó arrugando los ojos.

—Iré a Asherdion, debo asegurarme de que todo esté bien. Además, así conseguiré noticias sobre el paradero de Lidias y Fausto —explicó con diligencia—-. No hay más secretos, no creí que fuera importante que supieras que era prófuga.

—¿Hablas de la princesa perdida y quien más? —El gobernador lo miró acucioso.

—Pregunta demasiado, tío. ¿Me dará las monturas? —su voz denotaba prisa.

—Son tuyas. Procura tener cuidado, el camino de aquí a Asherdion es corto, pero está demasiado al límite de nuestros dominios. —Volvió a sentarse—. Hemos tenidos informes de escaramuzas con los salvajes hace muy poco.

—No se preocupe por mí, gobernador. —Ledt abrió la puerta del despacho y repicó con ironía—. Conozco a los salvajes, como si hubiese vivido con ellos una vida.

Llegó cabalgando con Tolkan a su vera y una montura extra atada al rocín. Hiddigh le salió al encuentro, con el rostro delatando confusión.
—¿Qué ocurre Ledt? ¿Por qué traes dos caballos? —indagó acercándose a él, al notar que no pensaba apearse.

—¿Todavía quieres conocer lo que hay más allá de los montes? —preguntó bosquejando una sonrisa.

—¿Hablas en serio? —la pelirroja abrió los ojos de par en par—. ¿Dónde vas?

—Vamos a ver a los Elfos del Este —respondió con premura—. Toma lo que necesites, tardaremos un día cabalgando.

—¿Estás seguro? No quiero retrasarte —dijo titubeante, sin moverse de su lugar—. ¿Qué ha ocurrido?

—Te lo explico de camino. Vamos, como ya te lo dije no pienso dejarte nunca más.

Hiddigh sonrió, regresó a la casa y volvió con algunas mantas y un morral lleno de manzanas. Ayudada por Ledt, se montó al rocín que el guerrero traía atado y cuando se hubo acomodado, ambos partieron con el sol a sus espaldas. 

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