Recuerdos -XVI-
Comenzaban a encenderse las luces de la gran ciudad. Una a una el farolero fue encendiendo las avenidas. Desde el balcón en el que conversaban Hiddigth y Ledt, podía observarse la maravillosa vista de la ciudad iluminada.
—No puedo creerme que esto esté pasando en verdad —decía Hiddigh—. Quiero decir, ¡guau!, mírate ¿seguro que eres real? ¿no estaré acaso soñando?, ¿verdad?
—Es real, soy real, eres... —Ledt, tragó saliva y se aclaró la garganta—. Parece un ensueño, verdad que sí. Pero aquí estamos...
—Aquí estamos, sí ... —La muchacha infló los labios y luego carraspeó. Se hizo un breve silencio—. Hay tanto que contarse, no sé. ¡Qué extraño que es esto!
Se armó y desarmó la trenza en la que jugaban sus manos y miró al horizonte las luces de la metrópolis. Parecían miles de luciérnagas sobre el manto gris de la urbe. Las calles estaban quietas, había un calmo silencio preñando la brisa otoñal que mecía sus cabellos.
—Ledt... —dijo por fin y no pretendió mirarlo a los ojos—. ¿mentiste sobre lo que ocurrió aquel día?
Ledthrin iba a contestar, aguardó en silencio buscando las palabras, mas la muchacha que todavía no volteaba a mirarlo suspiró un par de veces antes de continuar.
—Quiero decir —bajó considerablemente la voz, asegurándose de que solo él la oyera—. Me pareció que lo que contaste a todos mientras comíamos, no era del todo cierto ¿me equivoco?
—No te equivocas, Hidd —se apresuró en contestar—. Omití cierta información, es verdad.
—Entiendo... —acató ella, subiendo y bajando la cabeza con suavidad.
—No te mentiría a ti, me pesa haberlo hecho, la verdad —agregó entonces, Ledt—. Pero tienes razón, inventé casi todo lo que conté en el comedor. Pero hay una razón por la que lo hice y me parece justa.
—No podría cuestionarte, Ledt. Por favor —Se volteó a mirarlo y le devolvió una sonrisa conciliadora.
—Quiero contártelo, amiga mía, no quisiera que hubiese "secretos" entre los dos. Lo dijiste, ha pasado tanto tiempo y..., aquí estamos ¿cómo podría ocultarte algo? En siete años me hiciste tanta falta, sólo quería poder contártelo todo.
—¡Ay Ledthrin! —La muchacha de pronto lo abrazó—. No tienes idea lo mucho que te extrañé, la falta que me hiciste aquí.
—Solo me contenta saber que estuviste a salvo, que estás aquí..., aunque.
—¡Ay, no Ledt! —Lo soltó del abrazo y miró con el rostro compungido—. Nada de lo que estás pensando, yo estoy tan agradecida de los I'Lerión.
El guerrero suspiró contrariado. Sacudió la cabeza como quien se quita las malas ideas de ella y contempló también el horizonte. Poco a poco su expresión se atenuó, inspiró el aire fresco que se arremolinaba en las alturas y luego por fin sonrió. Volteó a su vera y miró a la muchacha quien lo seguía con la mirada.
—Te ves muy bonita, Hidd —le dijo, enseñándole su mejor sonrisa.
—Gra.., gracias. —Se sorprendió a sí misma sonrojarse con el comentario—. Tú también te ves muy guapo. Con el cabello corto y el rostro rasurado te ves muy elegante, pero insisto que con el pelo largo y descuidado como llegaste, te veías también muy bien. Parecías un salvaje de la montaña, grrr. —rio divertida al fin.
—¿Ah sí? —Sonrió el guerrero—. ¿Y tú qué sabes de esos salvajes, que tanto parecen gustarte?
—Pues..., muy poco, supongo. Tanto como cualquier parroquiano de la provincia . —Se llevó una mano a la barbilla y continuó—: Son criaturas interesantes, oí que adoran a falsos dioses y que sacrifican a sus crías: bueno creo que eso es horrible, a decir verdad. Lo único que envidio en ellos es que saben lo que hay más allá de las grandes cordilleras.
—Son una cultura muy diferente, amiga mía. —Ledthrin se acercó y le enseñó bajo sus mangas, donde ceñidos al antebrazo tenía las esclavas metálicas—. No puedo quitármelas, por más que lo intente.
—¿Qué son? —Ella las tocó con desconfianza.
—Brazales engarzados. Están conjurados por un chamán de Escaniev —explicó con naturalidad—. Los salvajes tienen muchos secretos de los que no se puede hablar en solo una noche.
» Entre sus dioses, Adoran a Anshug, el dragón del hielo y su creador. Cuentan que Anshug protegía a los bárbaros de la devastación provocada por Wrym en la época de Oscuridad y Fuego. Por eso ellos no temían a los dragones y no les temen, pero los respetan más que cualquier raza habitante de Thyera.
—Es fascinante. —Hiddigh lo miraba embelesada, le encantaba oír historias, sobre todo las que incluían a los salvajes, como conocían vulgarmente al pueblo bárbaro—. Es una pena y me duele aquí, en el pecho que hayas tenido que pasar por tantas cosas horribles, para enterarte de ello.
—Ya no me importa Hidd, de verdad que ya no. Ahora estoy feliz, me contenta haber regresado. —Le sonrió.
—¿Por qué atacan las fronteras y son tan temerarios? —preguntó de pronto—. El gobernador y tu primo, se la pasan lidiando con problemas en los linderos. Siempre están presentando batalla en la frontera.
—Ellos habitaban estas tierras antes que nosotros, Hiddigh —explicó mientras jugaba con un rizo de ella que se había descolocado—. Son temerarios, porque no le temen a la muerte. Anhelan dos cosas: volver a estas tierras y ganarse el derecho de ir al Fegha-enkka; que es el lugar donde van después de la muerte y donde son llamados a una eterna batalla contra los dragones del fuego. Sus creencias pueden parecer extrañas. Sin embargo, los bárbaros son muy aferrados a ellas.
»El Khul, su gobernante, es el elegido por Anshug para guiarlos. Tengo entendido, que morir en servicio del Khul es una forma segura de ganarse la entrada al Fegha-enkka.
—Me suena peligroso ese Khul —dijo la muchacha con una mueca de espanto—. ¿Es cierto lo de los sacrificios?
—Solo sacrifican a sus esclavos y ellos no pertenecen a su propia raza.
—¿No? —Lo miró con incredulidad.
—Claro que no, no le harían eso a sus hermanos —Ledt sacudió la cabeza y agregó con tono disgustado—: a diferencia de aquí.
—¡Ay! Ledt ya olvídate de eso —Se apartó del balcón—. No sabes lo buenos que han sido conmigo tu tío y su familia, yo de verdad les estoy muy agradecida.
—¿Por qué terminaste aquí para empezar? —preguntó, como si hubiese estando reteniendo aquella pregunta desde el primer momento.
—¡Ay, amigo mío! No, hay tantas cosas que contarnos, tanto que quiero saber de ti y tu larga ausencia. De verdad, no quisiera fastidiar tu llegada con mis tan banales asuntos. Es en serio. —Miró a sus ojos como persuadiéndolo a cambiar el tema.
—Está bien. No quisiera importunarte, sabes que es lo último que quisiera. —acató Ledth y en tono airado agregó: —Y sí, puede ser que les estés agradecida y se hayan portado bien contigo. No es con ellos el problema, es con las leyes aquí en Sarbia, la conducta de su propia gente.
—¿Las leyes?, ¿qué vas a hacer con eso? ¿Encarar a la emperatriz? —bufó divertida y luego sonrió—. Vamos entremos, se está poniendo muy fresco aquí fuera.
—Tal vez lo haga —dijo con convicción.
—¿Qué? —Hiddigh se devolvió—. ¿No hablas en serio verdad?
—Alguien tiene que iniciar un cambio.
Se oyeron los pasos de alguien que se acercaba tras el cortinaje. Pronto la figura imponente del gobernador apareció quitando las cortinas y emergiendo hacia el balcón, donde estaban.
—Es una agradable noche. ¿No crees, sobrino? —El hombretón se paró frente a la pareja y saludó con gesto neutro.
—Buenas noches, señor. Creo que iré a dormir. —La muchacha hizo una reverencia e ingresó al palacete.
—Adelante chiquilla —se despidió el gobernador—. Contigo quería hablar, Ledthrin.
El ilustre personaje, cerró la puerta a su espalda y luego se acercó a la baranda mirando hacia la metrópolis, tal como hacía Hiddigh hacía un rato. Se tomó algo de tiempo, antes de volver a emitir alguna palabra, miraba a Ledthrin debes en cuando y luego se volvía hacia el balcón.
—No has sido del todo sincero conmigo esta noche —aseveró con una voz ronca y calma—. No quiero saber por qué. He venido a brindarte una oportunidad más para que puedas contarme la verdad.
—No va a ponérmelo fácil, ¿verdad? —suspiró Ledt—. Sabe que no es sencillo para mí tener que mentir.
Es algo valorable en ti. La mayoría de las personas no lo dudan un solo segundo. —Fijó la mirada en el guerrero—. Mentir es natural, nos salva el pellejo. Yo mismo miento con tanta frecuencia que podría sorprenderme de ser honesto algunas veces.
—¿Usted lo hace?
—Por supuesto, soy un político, sobrino. —argumentó el gobernador—. Mi vida depende de ello.
—¿Y si vidas ajenas son las que penden de una mentira? —preguntó sin quitar la mirada de su tío.
—Corrijo, las vidas de estas personas —apuntó las luces en el horizonte—. Dependen muchas veces de mis mentiras.
—Claro... —acató Ledt—. Y la estabilidad de la familia, supongo...
—Tú dirás —se limitó a decir y esperó a que Ledt continuara.
—Antes quisiera que me prometiera algo, tío —pidió, acercándose a la baranda.
—Veremos si está a mí alcance, sobrino —expuso cruzándose de brazos, luego inclinó la cabeza y agregó—: Vamos, cuéntame.
—No deben tomarse represalias con la nación involucrada. —Ledt miró al gobernador a los ojos y esperó hasta que este bosquejara un gesto de afirmación, luego continuó—: Aquel día en Arca Blanca, fuimos víctima de traición por el ejército de Farthias. La batalla de Arca-Blanca se perdió porque fuimos guiados a una emboscada y las tropas aliadas jamás fueron en nuestra ayuda. Por el contrario, existió confabulación con los bárbaros.
—Quieres decir que el regente de aquel entonces, ¿pactó una traición con los salvajes? —El gesto en la cara del gobernador continuaba siendo neutro. Sin embargo, Ledt pudo adivinar la ira, creciendo detrás de su semblante.
—No estoy seguro de que haya sido el rey, pero la caballería de Farthias nos abandonó y oí mientras era trasladado como cautivo, que se había forjado un pacto entre ellos. Algo que no puedo demostrar, claro está. —Ledt clavó los ojos en el gobernador y añadió—: Esa es la verdad.
—Ledthrin, sabes que la envergadura de tus palabras va más allá de mi propio criterio. Es una acusación demasiado grave. —El gobernador se acercó al guerrero y se permitió palmotearle el hombro—. La muerte de mi hermano no va quedar impune y lo sabes.
—Tío, no fue lo que acordamos—. Ledt se apartó y lo miró algo desafiante.
—Ledt, Ledt por Semptus y todas sus putas. ¿Por quién me tomas? —carraspeó—. No soy un demente, ¿podrías creer que marcharía contra Farthias, después de siete años? El rey Theodem ya está muerto y ojalá se esté pudriendo ahora mismo en su tumba.
—¿Entonces no vas a cobrar venganza? —Lo miró algo confundido.
—O sí, claro que sí —respondió sin prisa—. Haré que se inicie una exhaustiva investigación. Necesito saber que pacto fue ese que se forjó aquel día y que ganó Farthias con ello. Esos fanáticos norteños, no toman decisiones solos, estoy seguro que dentro de su consejo hay más implicados que deben pagar.
Ledthrin tragó saliva, desvió la mirada de la de su tío y le extendió la mano, el gobernador le dio un apretón y sonrió.
—¿No va a decirle nada al imperio? —indagó todavía dubitativo.
—Ni una palabra —asintió—. Pero mi decisión puede cambiar, dependiendo de lo que descubra. Ten claro eso.
—Lo entiendo.
—¿Por qué quieres proteger a esa gente? —preguntó antes de marcharse.
—De regreso aquí, conocí a la princesa —respondió sin prisa—. Es la heredera y seguramente quien habrá de gobernar ahora.
—¡Vaya, esto podría cambiar las cosas! —exclamó, parecía contento de un momento a otro. —¿Te embrollaste con la princesa, Lidias?
—Oh, no, no es lo que está pensando, tío —replicó, sonrojado—. La conocí, en términos de buenas relaciones, hablo de amistad.
—P... ja,ja,ja. Me aspe Semptus y sus jodidas putas, sobrino —rio de buena gana—. Por supuesto, buenas relaciones. Oye, escucha.
El gobernador se acercó más, casi para que solo Ledt pudiera oírlo.
—Una boda entre tu y la heredera, pondría a esa nación en nuestra familia. El Sacro Imperio por fin se haría con Farthias sin desenfundar una sola espada, excepto tal vez la tuya, sobrino. Ja,ja,ja. Si sabes a que me refiero —Le golpeó el hombro con complicidad.
—No —negó Ledt, con ahínco—. Está entendiendo todo mal, tío. Conocí a Lidias de regreso, ella tenía sus propios problemas y coincidimos en el camino. Está prometida y seguramente habrá de contraer nupcias dentro de pronto. ¿Sí?. La razón por la que no quería que os enterarais de la traición, es porque ella parece ser una persona honorable y justa, no debería su pueblo sufrir por las malas decisiones del consejo de su padre.
—Querías evitarle problemas, lo entiendo. —El gobernador volvió a alejarse.
—Más que eso, quiero evitar muertes injustas. Que todo un pueblo tenga que cargar con la culpa de las malas decisiones de quienes les gobiernan —explicó con tranquilidad.
—Tienes unas ideas bastante particulares, Ledthrin. —Se metió al palacete—. Espero no hayas olvidado quién eres y de dónde vienes. Buenas noches sobrino.
El gobernador no esperó una respuesta y desapareció tras la habitación iluminada de manera tenue por las velas. El guerrero se quedó un momento contemplando el paisaje urbano cubierto por la negrura de la noche. Luego contemplando más allá de la urbe, sus ojos se posaron en un descampado a esas horas oscuro y lleno de sombras, pero que pese a la negrura de la noche podía distinguirse el brillo de las estrellas reflejarse en las aguas de una rivera.
Los días siguientes Ledthrin los dedicó a recorrer la ciudad, en compañía de su entrañable amiga. Hiddigh, se quedó en el hogar del gobernador mientras tramitaba recuperar sus bienes.
—Ledt, no sé cómo agradecer lo que has hecho por mí —le dijo la pelirroja, mientras paseaban por las adoquinadas calles de Ismerlik—. Me siento avergonzada por esto, te prometo, te prometo que voy a devolverte cada una de esas monedas.
—No tienes nada que agradecer y no voy a aceptar ninguna devolución. —Ledt la miró con seriedad—. Solo me importa que recuperes tus cosas.
—¡Ay Ledt! De solo imaginar que arriesgaste una y otra vez tu vida para conseguir ese dinero, me angustio de solo pensarlo, voy a devolverte y no podrás evitar que lo haga. —La muchacha lo miró con expresión compungida.
—Nada de eso, somos amigos, Hidd —argumentó Ledt—. Y es lo que hacen los amigos, se ayudan mutuamente.
—¿Lo somos, Ledt? Después de tanto tiempo —inquirió la pelirroja.
—Jamás dejé de recordarte. —respondió él, con seguridad. —Por supuesto, que lo somos. A menos que no lo creas tu así ¿verdad?
—Pasé meses, qué meses: años. Alimentando la esperanza de algún día verte regresar por aquel sendero. No quería, me negaba a ver la realidad y lo muy probable que era que habías dejado este mundo. —declaró la muchacha—. Y así llegaron invierno tras invierno, primavera tras primavera, sin que jamás aparecieras y hasta que ocurrió lo de mi padre..., y todo...
—¿Qué le pasó a tu padre, Hidd? —preguntó Ledt, interrumpiéndola.
—Él enfermó un día y nunca más se levantó. Entonces fue cuando la realidad me golpeó con su lado más amargo. —La mirada de Hidd se oscureció—. Aprendí que la muerte era una posibilidad..., que estaba viva y dependía de mí seguir estándolo, aprendí que ya no era una niña y que la vida es más cruel de lo que nunca creí que fuera, sobre todo cuando no has tenido la gracia de nacer con lo básico resuelto..., yo..., no la pasé nada bien entonces. Hubo momentos en los que la muerte parecía una fácil y tentadora opción.
La muchacha guardó silencio de pronto, no parecía que tuviera intenciones de seguir hablando y en cambio puso su mirada abstraída en el camino.
—Viví en carne propia eso, Hiddigh. Vi morir cada día a decenas de compañeros mientras estuve cautivo, presencié como decapitaban a mi padre, aquel nefasto día en Arca-Blanca. —El guerrero cobró un semblante grave—. Pero lo más importante, es que, aferrándome a la esperanza de volver, ahora estoy aquí..., contigo. —agregó lo último casi para sí.
Una vez más la pelirroja mantuvo el silencio, sintió en su vientre un extraño cosquilleo que le estremeció de grata manera. Sintiendo el rubor emerger hasta a sus mejillas, se percató del avance que llevaban y en cómo embebida en la charla, no se había percatado del momento en que habían dejado atrás las murallas de la ciudad.
—Ledt —interrumpió de pronto el silencio que había formado. Preguntó curiosa y divertida—. ¿Hacia dónde vamos?
—Ah, no creí que lo preguntarías tan pronto. —Él sonrió, mas no respondió a la pregunta.
—¿Ledt?
—Solo espero que todo siga igual a como lo recuerdo —expresó en un calmado suspiro.
Una suave brisa le acarició su rizada cabellera y cosquilló su pecoso rostro. Miró en rededor, tenía una respuesta, o más bien la intuía: Ledt la llevaba hasta un lugar por ambos muy conocido.
—¿Nuestro lugar secreto? —indagó, arrugando sus cobrizas cejas.
—¡Me atrapaste! —alegó encogiendo los hombros—. Bueno, ahora que ya lo sabes... ¿serías la guía?
En aquel instante Hiddigh iba a responder que sí. Sin embargo, se abstuvo; de pronto la invadió un extraño dejo de cortedad. Luego, juguetona sacudió la cabeza y se devolvió con rapidez hacia su amigo.
—¡La llevas! —Le tocó el brazo y arrancó riendo y abandonando el sendero. Entonces su semblante era de felicidad.
Ledt comprendió enseguida lo que hacía, Hidd. Aquel era el juego en que solían gastar horas jugando de niños. Así pasaban tardes enteras juntos, corriendo en absoluta libertad a través del campo y la hierba. El recuerdo de una tierna infancia voló en sus mentes, remembranzas de una genuina felicidad, que hoy después de tanto estaba siendo evocada como en un buen sueño.
Así avanzaron abandonado el sendero pedregoso, e internándose entre los altos tallos de girasoles que danzaban al hálito de la brisa cálida. La muchacha corrió divertida entre las flores, las que la ocultaban casi completa de la vista de Ledt, quien la perseguía de cerca. El campo floreado de amarillo, se extendía todo lo que sus ojos les permitían abarcar, mas sabían que al acabar el largo trecho entre las flores se encontraba un arroyo.
El sonido alegre de la rivera, les invitó a acelerar su paso esquivando las ásperas caricias de las hojas de girasol. Las mismas que juguetonas arremetían de vez en cuando bañándoles la ropa y el rostro con el rocío de la recién despedida mañana, el que todavía erraba entre sus estomas. Al abandonar aquel bosque de amillo, se encontraron de frentón con la sombra de verdes aromos y sauces llorones.
Ledthrin sonrió con melancolía al apreciar lo que tenía a la vista. Advirtió en el corroído columpio de madera, que guindaba de la rama de un aromo, se mecía con ritmo quedo al compás un viento errático salido de la rivera. El entramado de las copas se sacudió, y el sonido de un pájaro carpintero, lo sacó de su estado catatónico.
—¡Te tengo! —dijo de pronto. Hiddigh se había devuelto, presenciando el ensimismamiento del muchacho. Sin embargo, apenas estuvo a un palmo de distancia de él, éste la aferró y volvió a repetir—: ¡Ya te atrapé!
Hiddigh sonrió, había caído igual como siempre, hacía más de diez años. El recuerdo también la emborrachó de melancolía y por un instante se encontró a sí misma perdida en los ojos de su entrañable amigo.
Sus miradas se cruzaron cómplices, divertidas; había cierta ternura en el recuerdo de ambos y un derroche de pura nostalgia. Querían decirse algo, mas sus labios se negaban a pronunciar palabras, de alguna forma estas estorbaban: aquello que querían decirse solo podía explicarse a través de su mirada. Entonces fue ella, quien de un momento a otro, esquivó al muchacho y llevó sus vista a un punto cualquiera, para interrumpir con sus palabras lo que sus miradas anhelaban.
—Ledt, ha pasado tanto tiempo..., —la voz de ella tremoló— Y ahora ..., ahora siento como si haya sido apenas un pestañeo. —Sonrió.
—Es bueno volver a verte Hidd. Y para serte en verdad honesto, quiero que sepas que eres la razón por la que estoy de vuelta. —Fijó sus ojos en los de ella. Pero Hidd bajó la mirada con pudor—. Quería cumplir la promesa que te hice de regresar, quería volver..., quería ver tus ojos risueños una vez más. Esa..., sonrisa tan tuya, que me invita también a sonreír y olvidar cualquier otra cosa, todo lo parezca importe...
—¡Que cosas dices!
Hiddigh guardó silencio y escondió la vista enajenándose en el paisaje. La luz del sol atravesaba cual virotes las copas de los aromos, encandilando la mirada pudorosa de la joven. Mientras tanto, Ledthrin se adelantó hasta ponerse frente a ella, cogió una de sus manos, obligándola a encararlo.
—¿Qué pasa Hiddigh? —preguntó despacio, casi susurrando.
Un suave soplo del viento sacudió las ondas de rojizo cabello que escapaban a ambos lados de la cabeza de Hiddigh, de la única porción que no se hallaba enmarañada en su trenza. Los risos le cosquillaron las mejillas y usó su mano para acomodarlos, miró entonces a su amigo frente a ella y le entregó una sonrisa taimada, —se sentía de pronto muy nerviosa junto a él—. Bajó una vez más la mirada y jugueteó con la hojarasca bajo sus pies, apisonándola con su sandalia. Se miró el pie entre el follaje y otra vez un arrebato de pudor se apoderó de ella, sintiéndose de la nada avergonzada. De pronto le parecieron sus pies rudos y toscos, desvió la vista y volvió a ver los ojos de Ledthrin, que la buscaban. Otra vez lo esquivó.
—Me dices esas cosas, Ledt. Y no sé qué responderte, en serio —confesó levantando la mirada y encontrando los ojos del guerrero—. Ahora mismo estoy hecha un mar de confusión. Si pudieras sentirlo ahora, como late mi pecho y apenas comprendo la razón..., o quizá en verdad si la conozca, y es lo que más me apena. Y abruma. No sé, no sé qué decirte.
—¿Por qué? —Acarició los delgados brazos de la muchacha, desnudos y refrescados por la briza.
—Deja eso Ledt, por favor. —Se zafó de la caricia con delicadeza—. No sé qué estás intentado, pero..., por favor déjalo ya.
—Hidd yo....
—No, escúchame —Interrumpió ella y volvió a esconder la mirada—. Para mí ha sido como un sueño volver a encontrarte. No, no sabes cómo, ni cuanto lloré, Ledt. Había comenzado a abandonar toda esperanza de verte otra vez con vida. Para mí, para una parte de mí, por mucho tiempo estuviste muerto. Yo...
—Es igual para mi..., ha sido como dices...
—No, no lo es, no lo fue. —volvió a interrumpirlo—. No puedes, no hablemos de paralelismos, no aquí, no ahora. Todo es muy distinto hoy, Ledt. Somos dos adultos, ya no esos dos chiquillos jugando a tener aventuras allá donde nace el sol. Tú... tú ya estuviste ahí y bien sabes lo que encontraste. Y yo, por otra parte..., yo en cambio me quedé aquí y tuve que crecer..., tuve que..., arrepentirme de hacer, yo.
La muchacha titubeó y balbuceó algo ininteligible, levantó la mirada una vez más y miró por un segundo a Ledt a los ojos, luego volvió a evadirlo, tragó saliva deshaciendo un nudo en su garganta. Tenía los ojos lagrimosos y las mejillas encendidas, tartamudeó un par de veces algo que no se entendió y luego continuó:
—Fue duro darme cuenta de mi miseria y verme envuelta en situaciones que ya no..., no va al caso..., no vale la pena volver a recordar, pero que ocurrieron ¿sí? Y no puedo borrar ese pasado por más que quiera ¿entiendes?.
—No entiendo, ¿dónde quieres llegar con esto? —acompañó la pregunta rosándole la barbilla con los dedos y levantándole la cara con suavidad.
—Tus caricias e insinuaciones me están lastimando, Ledt. —Tragó saliva, lo miró a los ojos un instante para luego volver ocultarse mirándose los dedos de la mano—. Atizan sensaciones que ya creía resultas y que ahora se intensificaron con tu regreso...
El la observó esperando a que continuara. La muchacha sacudió la cabeza con vehemencia, como si quisiera evitar ciertos pensamientos. Se apartó, dándole la espalda y mordiéndose los labios, apretó su puño contra el pecho y se giró para enfrentarlo con nuevo brío.
—...no puedo permitirme volver a enamorarme de ti, Ledt..., no puedo. —concluyó, cerrando los ojos y suspirando afrentada.
En ese momento, las palpitaciones de Ledthrin se hicieron audibles, le emergieron colores al rostro y la garganta le hizo un amasijo de nudos. El tiempo se detuvo en ellos aquel instante y los árboles, y las flores que los rodeaban desaparecieron. Se sintió flotar en un ensueño y supo que era tiempo de actuar. Entonces se sumergió en la escena que solo él e Hiddigh compartían.
—¿Por qué? —Le agarró ambas manos y la acercó—. No he dejado un solo día de pensar en ti. No quería morirme sin antes decírtelo al menos. Hiddigh, yo te quiero, siempre, siempre lo he hecho. Te quiero tanto.
—Ledt, por favor termina con eso. Olvidemos esta conversación, vamos mira, allí está el arroyo donde solíamos bañarnos cuando niños... —La pelirroja jaló para liberar sus manos.
—Hiddigh mírame —pidió al tiempo que soltaba una de sus manos, para rápidamente atrapar su cintura—. No entiendo tu actitud, pero hay algo que tengo que hacer ahora y no podrás detenerme.
Cuando la muchacha alzó la mirada, un beso abrigó sus labios antes que pudiera emitir palabra, entonces y sólo entonces se rindió. Recorrió con sus dedos, el rostro del guerrero, que le apresaba los labios con la ternura de un primer beso aplazado por años. Ambos sintieron sus latidos desaparecer y hacerse uno con el campo, con la brisa y la rivera.
—Esto es cada vez más irreal —dijo Hiddigh con las mejillas enrojecidas y la voz tremolando.
—No es un sueño, Hidd. —Sonrió Ledt—. Pero es igual de hermoso, igual de hermoso.
—Voy a arrepentirme de esto y no quiero—. La pelirroja clavó sus humedecidos ojos en los de Ledt—. Seamos honestos con la vida, Ledt, soy una plebeya y tu familia el gobernador de la provincia.
—Y eso es ninguna razón para nada —contestó Ledthrin, sin poder contener una risa—. ¿Desde cuándo me ha importado tu procedencia?
—No tienes que ser grosero, Ledt. —Se desprendió de él y cruzó de brazos.
—No, para nada, lo siento. Lo que quiero decir, es que, si no nos separaron siete años, la esclavitud y la muerte, no va a hacerlo una nimiedad como la que propones. —Volvió a reír.
—¡Ay Ledt!, me alegra saber que eres el mismo que conocí una vez. —Esta vez fue ella quien lo atacó con un nuevo beso. Un beso torpe, tímido y sincero, al que Ledt respondió con apasionada gana.
—Dichoso es mi alma, que vuelve a encontrarte Hidd. No hubo día..., en que no gastara tu nombre en mi mente..., y fueras el motivo por el que mi corazón me mantuviese vivo —logró confesarle, entre besos y caricias que cada vez acrecentaban el deseo en el interior de ambos.
Beso a beso fueron retrocediendo en sincronía. Separarse era un imposible que ni querían, ni podían intentar. Él sujetando su cintura tierna y ella aferrándose a su cuello, y sus anchos hombros. Y todo eran besos, caricias y mordiscos, y aromas, y roces y labios, y más besos. Danzaron así, bajo la cortina dorada que ofrecía el sol colándose entre las hojas, hasta chocar con la pared de girasoles que había a su espalada. Y todo eran besos y caricias, y mordiscos y el rose de la ropa sobre la piel.
Los "te quiero", se oían como susurros o ronroneos al oído del uno y del otro. Mientras la fricción de sus manos les abrasaba la piel. La que fueron descubriendo al tiempo que sus bocas fusionadas parecían ser lo único real, lo único cierto y duradero. Encontraron entre los verdes tallos refugio para su pasión y de ese modo, envueltos por la frescura de las flores, comenzaron a explorarse con desenfreno. Sus manos navegaron bajo sus ropajes sin dejar de besarse, como si ya más nada importara.
El corazón de Ledthrin rebosaba de efusión, la cercanía de la muchacha lo provocaba sobremanera. Podía oler su fragancia herbácea y lozana, olía a primavera. Avivaba su pasión, oler la fragancia de su piel mezclarse con el aroma oleoso de las flores de maravilla. Y comenzó a besarla con desenfreno y abrigar con las manos la frescura de su piel. La sensualidad de su cuello delicado que incitaba a su boca recorrerlo y colmarlo de sus besos. Mientras que sus manos le recorrían la piel desnuda bajo la falda, no tardó en aventurarse al terciopelo cálido entre sus piernas y a desatar sin problemas, el nudo con que ataba su vestido. La prenda resbaló sugerente y ligera, revelando los jóvenes encantos de su preciosa amada.
Una vez desnuda hasta la cintura, dónde la faja de lana ceñía el vestido, sus tiernos pechos fueron botín del húmedo calor de una lengua de fuego. Las mejillas encendidas de Hidd, manifestaban el escandaloso deseo en el interior de ambos. La tela rodó desde sus muslos al suelo, cuando el ceñidor ya no hizo falta y en su lugar las manos de quien la amaba poseyeron su cintura, sus pechos, sus piernas y al fin todo su cuerpo.
La mente voló entre sus recuerdos, desde los más tristes, hasta los más felices. Y al fin a aquel preciso instante. Si estaba soñando, ya no quería despertar ¿Cómo podría negar que aquello no lo deseaba más que a nada? ¿cómo podría engañarse a sí misma, arrepintiéndose por ser feliz? Lo cierto es que se perdía en los labios varoniles de Ledt, sintiendo como aquella embriagante sensación de éxtasis crecía en su interior, al tiempo que en su vientre amenazaban mariposas con escapar volando a través su garganta.
Los ropajes del uno y del otro descansaron sobre la hierba, invitándoles también a ellos tumbarse. Ambos cuerpos amantes se hicieron uno, convirtiendo los girasoles en su lecho y su refugio, y al despejado cielo su único testigo.
Una vez recuperados de aquella idílica batalla de amor, Hidd atenta a no darle la espalda a Ledt, se vistió sin aparentar mayor prisa. Sin embargo, ligera y presta. Entrelazaron sus manos y contemplaron así tumbados, el amplio cielo.
Apenas había una nube en el firmamento, pareció saludarles desde lo alto, vaporosa y tan blanca y suave como un copo de nieve recién caído. Allí desde lo alto cubría a ratos el sol de un medio día alegre. Una mañana de nuevas oportunidades, de esperanzas y de amor.
Se miraban a ratos sin decir palabra, tan solo sonriendo con complicidad. Con una alegría honda habitando allí en lo más profundo de sus corazones. Ella esta vez sonrió y como recordando el largo tiempo que habían permanecido en las afueras habló.
—Vamos, quiero recuperar mi casa antes de que anochezca. No soportaría tener que quedarme otra noche en casa de tu tío. No es nada en su contra, todo lo contrario, pero mis antiguas compañeras allí, me están haciendo la vida imposible.
—Lo entiendo Hidd, pongámonos en marcha entonces.
Ledt se enderezó con agilidad, se acercó a ella y besó su hombro con ternura. Buscó una vez más su boca y ambos se besaron largo rato más.
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