¡Ledthrin ha regresado! -XIV-

            Calentaba su nuca el sol de la mañana. Los pies más ansiosos que cansados, a pesar de que venía andando desde hacía altas horas de la madrugada. Había saludado al nuevo día en los deslindes imperiales cerca de las comarcas campesinas, al norte de Ismerlik. A lomos de caballo un par de horas de la urbe; de a pie, tenía esperanzas de arribar al medio día.

El camino era una fragosa cuesta que zigzagueaba los montes, hasta una meseta inmensa coronada por encinos y pinares de tonos sinople y marrón. Con la fatiga de los días de caminata y el hambre de un prolongado ayuno, cruzó la altiplanicie con paso cansino. Mas faltando un par de zancadas para acercarse al borde de la quebrada, el corazón palpitó ansioso.

El camino se torcía a su izquierda, un sinuoso descenso entre el follaje tupido de encinos. Pero Ledthrin no bajaría aun, venía ansiando desde hacía tanto la vista de su natal Ismerlik. Aquella había sido la última imagen que guardó en su retina, antes de perderse por siete largos años. Atravesó el follaje que lo separaba del risco, y miró hacia el sur. Entonces los vio, sus ojos se humedecieron de emoción, colmó sus pulmones del aire de su tierra, allí en lontananza podía ver los altos muros de la ciudad. Allá, orgullosas las torres grises, lo saludaron en la distancia; brillando al sol del medio día. Galopaba a lomos de la brisa, el aroma de los girasoles, de la cebada y del campo mojado. Cerró los ojos intensificando las sensaciones de su olfato, allí en el aire podía respirar otra vez todos sus anhelos, su retorno por fin, era una carrera de pie, de una hora.

Descendió con renovado brío, no habría merienda, no habría descanso que lo demora. Ya nada importaba más que cruzar aquellas puertas, atravesar el umbral que lo pondría de nuevo al cobijo de la ciudad que lo vio nacer. Las tierras antaño administradas por su padre, el abrigo cariñoso de su madre, las risas de hoy viejas amistades y..., tantos otros recuerdos.

Se abrieron como el camino, la explanada entre los árboles. Todo estaba allí, tal y como recordaba: las tierras cultivadas, el rio, las casas campesinas. Tenía ya de frente las murallas que protegían la ciudad mas septentrional del imperio: Ismerlik.

El sendero pedregoso tapiado por el verdor de la cebada, le daba bienvenida a las tierras agrestes a las afueras de la metrópoli. De frente y solo a unas doscientas varas se hallaba el gran portón. Era el segundo día de la semana, auguraba mucho ajetreo, por suerte todavía era temprano; los mercaderes no tardarían en atiborrar los accesos con sus carromatos llenos de especias traídas de todas partes del Sacro Imperio.



«!Ah Ismerlik!, al fin vuelvo a cobijarme tras tus murallas», se detuvo un momento antes de atravesar el portón, el lobo siempre a su vera avanzaba a paso lento, precedido por un aldeano que empujaba una carreta. Había cuatro guardias apostados a ambos lados del imponente umbral, ni siquiera miraron al hombre de la carreta, pero tan pronto Ledthrin se dispuso a cruzar, largas lanzas bloquearon su paso.

—¿Documentación? —la pregunta fue hecha en la lengua imperial. Una involuntaria sonrisa de alegría se bosquejó en los labios de Ledthrin, hacía demasiado tiempo que no oía a nadie hablar su lengua natal. —Está usted sordo, ¿qué si porta documentación?

—Este... —Hizo una pausa y se llevó la mano a la frente —. Lo cierto es que no, no la tengo. Verán, no van a creerme, soy yo..., Ledthrin I'lerion. Yo...

En primera instancia los soldados parecieron confundidos. Se miraron entre ellos sin intercambiar palabras.
—Disculpe, forastero. —insistió el mismo soldado que preguntó antes—: No he entendido bien, ¿dice usted, ser Ledthrin I'lerion?

—Si —dijo con una sonrisa emocionada—. Es lo que he dicho, soy Ledthrin I'Lerion.

Los soldados se miraron otra vez contrariados, hasta que uno de ellos echó a reír; entonces el otro meneó la cabeza, mientras que un tercero avanzó hasta Ledthrin y lo apuntó con la lanza.

—I'lerion... ¿De los I'lerion de Ismerlik? —El tono del soldado era irónico, sin embargo, esperaba una respuesta de parte del guerrero.

—Pues, lo cierto es que sí, de los de Ismerlik —Sonrió algo nervioso y luego agregó carraspeando un poco—: Soy Ledthrin I'lerion, hijo de Ehrim I'lerion, Mano de Hierro.

Una expresión de asombro precedió a las carcajadas de la guardia. No podía ser el hijo del fallecido Legado, ese no era Ledthrin; no, después de tantos años era improbable. Por lo demás estos soldados apenas contaban con unos veinte inviernos, sino incluso algo menores. Excepto el guardia más a la izquierda, el que no reía y se mantenía al margen, lo miraba de pies a cabeza con recelo.

—¡Ya basta! —les gritó el veterano. Luego avanzó hasta pararse frente a Ledthrin— ¿De dónde has venido forastero?

—Bueno, ya os dije que no soy ningún forastero. —Ledt se mostró más incómodo—. Pero la historia es bastante larga y en resumen vengo desde muy al norte, he cruzado Farthias para llegar aquí.

—Eso no responde a mi pregunta. —El soldado se plantó entre el guerrero y los demás guardias—. Volveré a repetirla: ¿De qué rincón de Thyera viniste?

—Estuve en Escaniev, soldado —respondió luego de tragar saliva y disimular una profunda inspiración—. Escapé de allí, hace dos meses que he vuelto a ser libre.

—¿Libre? —inquirió y miró de soslayo a los confundidos guardias—. ¿Acaso estabas cautivo allí, tras las montañas?

—Fui capturado aquel nefasto día, en la batalla de Arca-Blanca. Os prometo que soy quien digo ser— argumentó Ledt, que estaba comenzando a ponerse nervioso. «¿Es qué realmente no me reconocen? Por supuesto, estos muchachos apenas y habrán oído de mi padre, debían de ser unos mocosos cuando dejamos el Imperio»— . Deben creerme, traigan aquí al gobernador...

Ledthrin en ese momento se estremeció «¿Quién será el gobernador ahora?», era cierto, se había perdido por siete años y no tenía idea quien estaba al mando.

—...estoy seguro de que ha de reconocerme —dijo al fin.

—¿Estás seguro de que no nos tomas el pelo? —indagó el veterano. Mientras tanto se rascaba la barbilla—. Porque conocí al Legado y tuve la oportunidad de luchar en sus filas en variadas oportunidades. Sin embargo, no llegué a conocer a su hijo y no estoy del todo seguro de cuál era su nombre, pero tienes la misma mirada noble de aquel varón que llenó de orgullo al Imperio.

—Me honra oírlo, soldado —Ledt inclinó la cabeza y los largos cabellos se le vinieron al rostro.

En ese momento se oyó el trote de monturas. Tras el portal la silueta de cuatro varones sobre recios corceles se acercaba. Ledthrin miró sobre el lomo del precioso rocín bayo, que con mucha pompa se adelantaba por el camino.

—¿Qué tenemos aquí, Valdhen? —vociferó desde su montura antes de allegarse por completo al lugar—. ¿Otro revoltoso? ¿Algún brabucón borracho, de seguro?

Aquel hombre de cabellos castaños, rostro joven y contextura vigorosa; vestía una pechera plateada ornamentada y ajustada, musleras de brillante acero, lo mismo que las espinilleras. El tipo no era un soldado común, Ledthrin lo reconoció enseguida. «Es Isildon, estoy seguro»

—¡Tribuno Isildon! —reverenció el soldado—. Es un acierto que pase por aquí en este momento.

—¿A sí? —El jinete ya se había parado junto a los guardias, escoltado como venía por otros tres jinetes de refulgentes armaduras, pero sin ribetes ni adornos. Los tres traían la cabeza protegida por una gálea dorada, adornada con penachos del mismo tono.

—Este hombre asegura ser Ledthrin, el hijo de Ehrim I'lerion. —El soldado inclinó la cabeza y se quitó de enfrente para enseñar al forastero.

—¿Cómo dices, soldado? —El tribuno frunció el ceño y clavó los ojos en Ledthrin.

El guerrero estaba andrajoso, con el rostro sucio, melena descuidada y enmarañada; sin embargo, conservaba la misma mirada: sus facciones estaban más marcadas y viriles, pero seguía guardando la esencia de aquel niño con que alguna vez compartió. Tenían cierto parecido, después de todo eran familia.

—¿Es cierto lo que dice Valdhen, forastero? —preguntó con más emoción que duda—-. ¿Eres tú Ledthrin I'lerion?

—¿Es que pudiste haberte olvidado de mí, primo? —respondió Ledt, luego de mirarlo a la cara.

El tribuno miró con el rabillo del ojo a su escolta, meditó un momento y luego desmontó con presteza. Estaba a una vara y media de distancia de Ledthrin, se volvió nuevamente a sus escoltas que comenzaban a rodear al guerrero. Se acercó despacio, mirando al imponente lobo junto a su primo, al notar que era manso avanzó con más ligereza hasta estar frente a frente y extendió el brazo para saludarlo. Ledt lo cogió del antebrazo y lo mismo hizo Isildon; luego lo jaló con energía hasta que ambos se abrazaron fraternalmente.

—No puedo creerlo, eres tú —indicó el tribuno— . Te creíamos muerto, hasta hicieron un funeral simbólico.

—Me alegro de volver, Isildon —Ledt estaba eufórico, ambos primos se miraban y reían de buena gana sin poder dejar de palmotearse la espalda cada vez que volvían a mirarse—. Han pasado tantas lunas desde que partí.

—Ledt, primo Ledt ¡Por Hukuno! Eres tú. —gritó Isildon—. Nadie va a creer esto. Mírate, estas hecho un salvaje.

—Ah, no tienes ni idea. —exhaló el guerrero.

—Seguro que sí, hay muchas cosas que contar ¿Verdad? —El tribuno se separó de su primo y lo invitó con la cabeza—. Vamos, bienvenido a casa.

Isildon regresó a su montura y ordenó a la guardia que le diera un caballo a su primo. Los asombrados hombres obedecieron sin preguntar más y uno de ellos le ofreció su corcel sin reclamación. Ledt, se montó agradeciendo el gesto con la cabeza y enseguida atravesó el portón junto al tribuno quien lo guiaba, Tolkan siguió la montura de su amo, pasando entre la desconfiada mirada de la guardia.

Las calles estaban tal como las recordaba, los adoquines de granito lustrados por el uso, las aceras y puentes de mampostería y las plazas siempre atiborradas de comerciantes. Había puestos de todo tipo de bienes: desde telas, hasta frutas de lo más extravagantes, carnes de res, ciervos y jabalí, hasta el creciente comercio de esclavos. Allí se vendía de todo, las riquezas del imperio dependían del comercio, todos esos cientos de puestos pagaban suculentos impuestos que iban a parar a las arcas del Sacro Imperio.

Ledthrin extasiado contemplaba cada rincón, se embriagaba con el ambiente de la metrópolis que lo rodeaba. La nostalgia inundaba su corazón, y sobre ella albergaba la esperanza de encontrar a una muchacha en particular. « Podría estar allí entre el gentío, tal vez en alguna de las calles, o paseando entre los puestos de especias».

—Isildon, ¿Sabes si aún existe la herrería de Thlen? —indagó Ledt, mientras continuaba perdiéndose con la visión de la multitud.

—¿Thlen? —El tribuno no parecía conocer el nombre—. Hay unas cuantas herrerías en la ciudad, pero no me suena esa de la que hablas.

—Bueno, ya me pasaré por allí, no creo que se hayan mudado.

—¿De quién hablas, Ledt? —preguntó con una sonrisa.

—Nada, quería ver a alguien que solía conocer. —Puso la vista en el camino—. Pero será mejor que antes tome un buen baño y consiga ropas más..., adecuadas.

—Ah, eso tenlo por seguro. No irás a ningún lado sin antes darte un buen remojo. —Isildon se volteó para encararlo—. No sabía de dónde venía ese feo olor hasta que te encontré allá afuera. Si pareces un mendigo. Un mendigo de temer ¿no? ¿Cómo hiciste crecer esos músculos?

—Ah, no tienes idea. Bueno será mejor que nos demos prisa entonces. —Sonrió—. Ya quiero ver la cara que pondrá mi madre cuando me vea.

—Ledt —apuntó el tribuno, quien perdió de pronto la sonrisa y lo miró a los ojos—. Siento tener que decírtelo, pero tu madre murió hace dos años.

El guerrero guardó silencio un momento hundiéndose en la montura. Luego sonrió y meneó la cabeza, hasta que se volvió hacia su primo y le dijo—: No hay cuidado, está bien. Estas cosas pasan, ingenuo de mí creer que hallaría todo tal y como lo recordaba antes de partir. — Tragó saliva y con ella su angustia.

—Ella enfermó, a los meses de enterarse de lo ocurrido —confesó el tribuno, con un dejo de pesar—. La pena le quitó las ganas de vivir, cuando supo de tu muerte y la de mi tío.

—¿Fue muy dolorosa? —preguntó sin poder evitar que una errática lagrima le humedeciera la mirada.

—¿Como?

—Que si sufrió antes de morir. —carraspeó y se enjuagó los ojos.

—No lo sé, Ledthrin. No estaba en estas tierras cuando pasó. —El tribuno apuró el paso, tan pronto sortearon al gentío que tenían enfrente y que les dificultaba el avance.

—Está bien, ya no hablemos más del tema. Hay tantas cosas de las que me he perdido. —Ledt también apuró el galope y pronto a la distancia pudo ver el palacete del gobernador.

—Ya estamos aquí —indicó Isildon, al tiempo que hundía los estribos y echaba galope—. Vamos, no te quedes atrás.

La residencia del gobernador, era una magnifica construcción hecha de puzolana, grava y cal. Tan firme y robusta, como hermosa y monumental. Un espléndido y verde jardín, era la antesala a la fachada principal del palacete. Había un par de guardias apostados en la puerta de entrada.

Cuando el tribuno ingresó, un siervo vestido con una toga muy simple le salió al encuentro.

—No lo esperábamos tan pronto, joven tribuno —dijo el sujeto delgado de cabellos canos.

—Ah, es que ni yo me esperaba la sorpresa que os traigo. —Subió los peldaños de la pequeña plataforma antes de ingresar al palacete y a viva voz llamó hacia adentro—: Preparad la mesa y también un baño. Traje buena compañía, que por la buenaventura y los designios de la diosa Hukuno, me encontré en las afueras del portal.

—¿Quién le acompaña? —El hombre de la toga, examinó con el ceño fruncido en la distancia y halló a Ledthrin que se apeaba, dejando al corcel en el jardín.

—¡Hukuno! —exclamó abriendo los ojos de par en par—. Quiten a ese animal del césped ¿Es aquel imprudente la visita que tanto exalta, señor?

—Bah, ya lo verás —Isildon entró pavoneándose por el pasillo, cogió una manzana de uno de los fruteros, sobre una mesa que con esmero una de las siervas de la casa recién estaba colocando—. Déjenlo pasar y trátenlo con más respeto, el lobo viene con él no a va hacer ningún daño, creo.

Al encuentro de Ledthrin, salió un criado, un chiquillo de unos trece años. Lo guio hasta la entrada donde comenzaba el pasillo y le pidió que lo siguiera. Al final del pasadizo izquierdo, le enseño la puerta que llevaba a la sala de baño. Con notorio temor llamó a Tolkan y le explicó que debía mantenerlo fuera de la sala, Ledt no tuvo problemas para aceptar la regla y no puso objeción en que lo llevaran al patio central.

La sala de baño era espaciosa, tendría al menos diez varas de ancho por otras diez de largo, el cielo era abovedado y formado por arcos de ladrillo y puzolana. El interior decorado con magnificas pinturas al fresco que evocaban heroicas batallas, otras con imágenes del campo, con hombres y mujeres desnudos en la labor cotidiana, pero la más representativa era la figura de la diosa Hukuno con una esfera azul en sus manos: la esfera representaba el mundo y la pintura se titulaba "La creación". Ledthrin recordaba bien aquella imagen, siempre le llamó la atención.

Mientras recorría la sala, su mente divagaba en los recuerdos de su madre. Se vio así mismos años atrás cuando todavía era un chiquillo y en aquel salón su madre lo bañaba y relataba las historias de cada una de las pinturas de la habitación. «Ya estoy devuelta, madre. Desde la tierra de Vril'ehn has de verme ahora y debes estar tranquila. Lo sé». Se quitó las vestiduras y caminó descalzo sobre las baldosas frías, hasta meterse en la espaciosa pileta que había en el centro. El agua estaba tibia, se sentó e intentó relajarse y disfrutar de aquel momento de ensueño, además estaba cansado y muy fatigado por el largo viaje.

Afuera en la sala del vestíbulo, Isildon no paraba de dar luces y pompa sobre aquella extraña y sorpresiva visita. Caminó hasta el comedor y volvió a ordenar que preparasen una buena mesa. De inmediato varias siervas de la casa se dispusieron a atender la solicitud.

—¿Dónde está padre? —preguntó al criado que había guiado a Ledt y que aun lidiaba con mantener al lobo fuera de las dependencias.

—Partió temprano a tratar unos asuntos con el cuestor —respondió el chiquillo, mientras seguía llamando al animal para que saliera del pasillo.

—Seguro llegará al anochecer. —infirió Isildon y luego vociferó—: No sabéis a quien tenemos de vuelta en Ismerlik. —Continuó y luego ordenó a otro criado—: Llevadle algo de ropa al baño, lo que sea. Seguro el talle de padre le quede.

La madre de Isildon: Jesvea, apareció por el pasillo en ese momento. Era una mujer madura, delgada y de porte elegante. Cubría uno de sus hombros huesudos con una fina túnica de seda, que resbalaba con garbo hasta sus tobillos, llevaba los calzados en elegantes sandalias doradas.

—¿Qué es todo el escándalo en este hogar? —preguntó, al tiempo que se acercaba hasta su hijo y una vez frente a él, lo besó en la frente—. Parece que traes más ruido que el de costumbre, Isildon.

—Y habrá aún más, estoy seguro madre —respondió emocionado.

—¡Ay! No, no me digas que tú metiste a ese animal en la casa. —La mujer señaló al lobo en el patio y se crispó con gesto aterrado.

—Tranquila madre, es una mascota, o eso creo —dijo, mientras la apartaba y cerraba la puerta del patio interior—. Pero no es mío, sino de la visita que traje.

—¿A quién has traído?

Ledthrin salía del baño en aquel momento y avanzaba por el pasillo. Se topó a las espaldas de Isildon, que conversaba con su madre, el tribuno volteó con rapidez al percibirlo.

—Allí está —apuntó con una sonrisa y luego vociferó con alegría—: Madre. Ledthrin ha regresado.

En el comedor, dos siervas preparaban la mesa llevando platillos, jarras, fuentes y todo tipo de loza. Pero de pronto, una de ellas al escuchar lo dicho por el tribuno, soltó de improviso una jarra llena de vino que sostenía con ambas manos.

—¡Ay! Que desastre has hecho aquí —chilló la otra sierva—. ¿Tienes idea de cuánto costaba ese jarrón?

—Lo siento, lo siento Nive. —La muchacha, se dispuso a recoger los trozos de cerámica del piso—. Fue un accidente, no sé cómo resbaló de mis manos.

—Ve a buscar algo con que limpiar —refunfuño la compañera. Era una mujer de mediana edad, con cabellos rizados e igual de rojizos que el de la muchacha que se aprestó a conseguir un paño con que secar el vino—. Y no es a mí a quien debes explicaciones, seguro van a castigarte después de esto. Suerte tendrás que no te azoten.

«A dicho Ledthrin, lo oí bien estoy segura». La muchacha salió corriendo a la cocina, cogió un trapo y se devolvió al comedor. Había roto una jarra muy cara y derramado un muy buen vino. Sin embargo, su corazón palpitaba inquieto por una razón ajena al problema que estaba por venir, que no le importaba en lo absoluto. Lo había oído todo, Isildon había dicho que Ledthrin estaba de regreso. «Es él, no puede ser otro más que él.» La pelirroja titubeó un instante antes de asomarse al pasillo «¿Está aquí?».

—¿Hablas de Ledthrin el hijo de Er...? —Jesvea al darse vuelta se encontró con la estampa del guerrero que acababa de salir del baño—. ¡Hukuno y todas las bendiciones! Sí..., ¡¿eres tú?!

—Es él madre. —Isildon se apresuró a ponerse al lado de Ledt y enseñarle con la mano el porte que había ganado—. Míranos, es cierto que está más alto y..., robusto. Pero son sus ojos. Es él madre, es él.

Se oyó de pronto un ahogado grito de impresión proveniente de la habitación contigua. Isildon se volteó a mirar advirtiendo a la muchacha pelirroja que asomaba la cabeza por el marco de la puerta.

—Que hacen allí —increpó uno de los criados al ver a la muchacha— Tu, vuelve a trabajar, ¿acaso espías al señor de la casa?

—Lo siento, yo. —La muchacha tragó saliva y en lugar de cumplir la orden, avanzó un paso hacia el pasillo y levantó la cabeza—. Creí haber oído que me llamaban.

Ledthrin se volteó para mirar a la muchacha reprendida y enseguida sintió como si su pecho fuera a estallar, el estómago se le encogiera y manos, y piernas se le volvieran tensas. «Benditos dioses, sí eres tú», creyó que las palabras habían salido de su boca. Sin embargo, solo se quedaron su pensamiento, flotando en el limbo del tiempo. Intentó decir algo, pero no pudo, se limitó a dejar a Isildon y su madre, para avanzar al encuentro de aquella pelirroja.

—¡Por todos los dioses que me han traído hasta aquí! —consiguió decir el guerrero— Hiddigh, eres tú.

—Si..., eres..., si, soy, quiero decir, soy yo. —La muchacha trastabilló, y corrió al encuentro del guerrero, ignorando las miradas confundidas de los allí presentes—. ¡Eres tú, eres tú, Ledthrin I'lerion estás vivo! Estás vivo, yo lo sabía..., en el fondo de mi pecho lo sabía.

—¡Hidd, oh Hidd! —El guerrero la amarró en un abrazo, que bien pudo asfixiarla—. Regresé, tal como te lo prometí ¿Te recuerdas?

—Lo recuerdo. Lo recuerdo, tan claro como aquel fatídico día en que partiste. No hubo una sola noche todos estos años en que no rezara en tu nombre a los dioses. Pero tardaste tanto tiempo. —La muchacha estaba empando de lágrimas la túnica del guerrero—. Llegué a creer que no regresarías, creí que...

—Está bien, todo está bien ya estoy aquí —la interrumpió y en cuanto el abrazo menguó y por fin se separaron preguntó—: ¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Ay! Ledt. —Los verdes ojos de la muchacha se volvieron a empapar—. No, no tenía donde ir.

—¿Pero? —Acarició su rostro y secó las lágrimas con los dedos—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

—No, déjalo. No quiero arruinar este momento —Empujó con su glotis la angustia de su garganta y el llanto menguó—. Ha sido un viaje muy largo ¿verdad?, debes estar cansado y hambriento. Tal parece que tu primo quiere darte una muy buena bienvenida. Esta noche habrá banquete. —Sonrió— No sabes lo feliz que estoy de verte, amigo. No sé, pellízcame por favor, creo que estoy soñando, jaja.

—Sigues igual a como te recuerdo, Hidd. —Ledthrin la miró con ternura.

De frente a Ledt, había una pelirroja de rostro pálido, poblado de innumerables pecas, sonrosados labios y pómulos altos. Sonreía con la mirada, aunque sus sinoples ojos lucían tristes, como aquellos que cargan con una perene pena. Tenía la belleza de la juventud en su silueta, aunque no podría decirse que resaltara por ella. Sin embargo, a los ojos de quien fuera, aquella mujer de aparentes veinte años, tenía un innegable atractivo. Sus proporciones eran menudas, aunque la blancura de sus senos, resaltara desde el escote del quitón de lino. No pasaron indiferentes a la mirada rauda del guerrero.

—Estas hecho todo un hombre. Ah, pero si te vieras, ahora sí tienes poblado el rostro. —Sonrió algo coqueta, para el gusto de Ledt, quien se ruborizó— .Partiste como un chiquillo y vuelves como todo un fornido guerrero —hizo una pausa y frunció el ceño— ¿Qué le pasó a tu ceja?

—Ah, la cicatriz. —Ledt se llevó la mano a la cara—. Un regalo de los Bárbaros.

La chica sonrió con nerviosismo y se separó un palmo de su amigo. En ese momento se acercaba Isildon.

—Ledt ¿Conoces a esta muchacha? —inquirió Isildon, cogiendo a Hiddigh por el brazo y apartándola con sutileza.

—Sí, ella es Hiddigh la hija de Thlen, el herrero. Tú la conoces Isildon, jugábamos juntos cuando niños —Ledthrin miró a su primo, esperando que le correspondiera un saludo a la muchacha.

—Esta mujer trabaja para la familia, primo —carraspeó, y acercándosele a al oído susurró—: No es bien visto tanta cercanía con la servidumbre. Esta muchacha llegó aquí para trabajar puertas adentro, debería agradecer que por sus deudas con el imperio no fuera ya una esclava.

El rostro de Ledt enrojeció de furia y se volvió a su primo encarándolo. No obstante, Hiddigh con un gesto suplicante a su espalda, impidió que el guerrero cometiera alguna locura. Entonces Ledthrin, solo se limitó a mirarlo con el rostro enfadado y se volvió para darle la espalda.

—¿Cuánto debe esta mujer al recaudador? —preguntó al tribuno.

—Bueno, unos cuantos lenurios. ¿Cuánto puede gastar una muchacha sola y huérfana? —Se volvió hacia Hiddigh y preguntó—: ¿Cuál es tu deuda mujer?

—Ledt, deja esto y ya. No es asunto tuyo —pidió ella.

—Bueno, no me importa cuanto sea. Desde hoy está cancelada ¿Entendido? —Ledt apuntó a su primo—. Que Hiddigh deje de trabajar ahora mismo y vuelva a casa.

—Espera Ledthrin, parece que no estas entendiendo como son las cosas —se apuró a explicar Isildon—. Esta mujer, en primer lugar no tiene hogar y de segundo tiene un contrato, que no es conmigo sino con padre y además tengo entendido que si no paga la deuda que tiene, la tomará un esclavista y la llevará. Y no puedes detener eso, porque el hombre con que tiene esa deuda es un cuestor del Imperio y está en todo su derecho de hacerse pagar como sea.

»Primo, sé que vienes llegando de una travesía muy seguramente increíble y quizá dolorosa de seguro, pero no puedes pretender hacer lo que te viene en gana. Estamos en una nación civilizada. Además ¿de dónde vas a sacar dinero? No te ofendas, pero basta con deducirlo. Y no te preocupes, somos familia y no vamos a desampararte, ya lo ves, por eso te traje aquí. Padre tiene que acogerte ya veremos que puesto podría darte que te dignifique.

—Isildon. Ya basta —se quejó y cogió la mano de Hiddigh que empezaba a recular tras sus pasos. Descolgó desde la tira de cuero donde colgaba la pesada arma a su espalda, una bolsita de hilo—. Aquí, hay dinero suficiente como para comprar la libertad de cualquier infortunado, que por cualquier absurda razón caiga en las garras de la esclavitud.

—¿Pero? —Isildon miró como Hiddigh cogía la bolsa sin atreverse a abrirla, ni saber si aceptarla— ¿De dónde sacaste todo esto?

—Fui esclavo en Escaniev. Hasta en la barbarie es posible recuperar la libertad por méritos. Por suerte tuve otra oportunidad de escape y no fue necesario usar estas monedas. —Miró inquisidor a su primo— .Vamos, tómala Hidd. Hay trecientas monedas de oro norteñas, estoy seguro que para un cuestor, el cambio no será problema.

—Eso ha sido duro, primo —dijo Isildon, con notable arrepentimiento—. Lo siento, mi juicio a veces no es el que me quisiera.

—Ya está bien, olvídalo Isildon. Pero que quede claro: Hiddigh ya no trabaja aquí y no vuelvas a sugerir que ella no es un igual entre nosotros. Todos somos ciudadanos de Sarbia, no importan los títulos, ni el cargo. Tú eres tribuno al servicio del imperio: no olvides por quien y para que sirves. No es la emperatriz, son los ciudadanos.

—Y ahora resulta que eres todo un político. —Meneó la cabeza y sonrió—. Pero tienes razón, primo. Créeme, nuestro ideal de Sarbia es muy similar. Ahora, por favor sírvete acompañarnos en la mesa, debes estar hambriento. Por favor, toma lo que quieras, madre estará encantada de que nos acompañes ¿no es verdad?

—Ledthrin, que dicha es tenerte devuelta. Por supuesto que estoy encantada de que nos acompañes en la mesa, mi esposo debe estar por regresar, va a estar muy emocionado de saber que estas aquí, vivo, con nosotros. Oh, muchacho, esto es realmente irreal.

—Yo lo agradezco, me da mucho gusto poder estar aquí, en serio —le dijo a Jesvea y luego se volvió a Hidd—: Será maravilloso que también nos acompañes.

—Oh no, no hace falta, Ledt en serio. Será mejor que compartas con los tuyos, seguro tienen mucho de qué hablar. Nos podemos ver después ¿está bien? —La muchacha con el rostro ruborizado dio media vuelta, no sin antes reverenciar a ambos señores Isildon y Jesvea: luego se retiró.

—Niña, espera —gritó la mujer—. Acompáñanos tú también. Si Ledthrin quiere que estés, no voy a negarme. Pediré que te den alguno de mis vestidos para esta noche.

—Señora, no hace falta. —Hidd no levantaba la cabeza—. Lamento todo este altercado, será mejor que vuelva a la cocina con Nive.

—Hiddigh, escuché bien que Ledt ha pagado tu deuda. Ya no soy tu señora y no tienes que regresar a los quehaceres. Te regalaré uno de mis vestidos y te pondrás hermosa para la tertulia de esta noche, hay tanto que celebrar y a mí me parece que para mi sobrino es importante que estés presente.

—Yo..., no sé qué decir doña Jesvea.

—Por favor Hidd, quédate esta noche. —pidió Ledh.

—Cómo negarme —Lo miró y sonrió.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top