La última morada-XXXIII-

Afuera era el fuerte vendaval el que sacudía las tiendas. El cielo estaba cerrado y los copos de nieve se acumulaban enterrando la empalizada bajo densas capas blancas. En lontananza el vigía siempre atento, pese a que la visibilidad era escasa y el frío congelaba hasta el aliento, advirtió en la proximidad de unas figuras que se acercaban hasta la avanzada.

—Son ellos —gritó el centinela, encaramado como estaba sobre la rustica torre—. El Khul y su tropa están aquí.

Enseguida otro bárbaro corrió hasta la enorme pira en el centro del fuerte, ubicada en lo más alto de una enorme roca, aun cuando gran parte de la madera estaba húmeda y llena de nieve, el aceite que roció enzima bastó para que cuando acercase la antorcha que con esmero mantuvo encendida, toda la pira se prendiera dando lugar a un magnífico fogón que seguro era visible a la distancia.

A la voz de alarma del vigía, todos los bárbaros que se guarecían en las tiendas, comenzaron a salir a la intemperie, esperando erguidos y ansiosos la llegada de su líder. No sólo los guerreros de entre ellos, también los ancianos, hembras y críos; todos aclamaron contemplando la enorme llama, y gritando el nombre del nuevo Khul.

Al cabo de varios minutos, los bárbaros que se acercaban a la avanzada consiguieron alcanzar la entrada adornada con cráneos de bestias, cuya puerta de acceso cercada por la empalizada, eran enormes costillas de dragón. Hasta allí se encaminó Agneth junto a la capitanía de aquel fuerte, al encuentro de las huestes del Khul.

—Bienvenido a la avanzada de Kuruk-Atssekk, la última morada —le dijo la hechicera a Dragh, al tiempo en que se incorporaba a sus filas—. Ellos ya te estaban esperando.

Dragh alzó el rostro en un gesto aprobatorio y acarició el rostro de Agneth antes de dirigirse a la capitanía de la avanzada:

—Abrigo y comida para las huestes del Khul —exigió el recién llegado—. Ha sido un largo camino hasta la última morada.

Gghr-oggh Khul —se oyó un grito general dentro del fuerte, el cual a viva voz también dijo el líder del fuerte—. Al servicio y bajo sus órdenes, Khul.

Las interminables filas que componían la hueste de Dragh, comenzaron a ingresar al fuerte. Donde hallaron algo de resguardo contra el enérgico viento y la intensa nevada. No tardó el interior de la empalizada en quedar atiborrado de guerreros, doce mil en total, que guardaron formación al centro de la misma rodeando la llamarada.

—Me temo que no tenemos comida suficiente para todos Khul —le dijo el anciano líder de la fortaleza, con una voz temerosa—. Diez mil raciones cuanto mucho...

—¿No avisó mi consorte de nuestra llegada? —inquirió fulminándolo con la mirada.

—Lo hizo, sí, lo hizo Khul —respondió entre tartamudeos—. Mas sólo han pasado tres días de ello. Envié a diez cazadoras en busca de carne apenas lo hizo, pero ellas ya no han regresado...

—¡Ravag! —llamó como el trueno.

De entre las huestes formadas, un imponente guerrero colmado de cicatrices, caminó a paso firme al encuentro de Dragh quien le esperaba impaciente.

Gghr-oggh Khul —dijo al pararse en frente.

—Escoge a cien de los menos fatigados y llévalos contigo en busca de caza —ordenó implacable—. Si encuentras a la traidora, regresa. No pierdas energías en capturarla por ahora.

El imponente bárbaro regresó a las filas y tal como había sido ordenado eligió de ellas a una centena de guerreros. De inmediato se hizo con ellos a las afueras y corriendo se perdieron entre el invernal paisaje.

En tanto, Dragh caminó recorriendo el fuerte con su roja mirada y volviéndose a las gentes que en él habitaban vociferó:

—Kuruk-Atssekk. —Su voz era potente y apenas oírlo la multitud saturó toda su atención hacia él—. Sois la última morada, el final del camino. Mas desde hoy sois el primer paso hacia la libertad, hacia la gloria que por servirme os corresponde.

» Yo soy Dragh, hijo del dragón; el vencedor del Khul que les subyugaba. Soy Dragh al que muchos llamaron mestizo y al que hoy llaman su Khul. Soy la hoja en manos del asesino y la víctima es el Sur. No os quedéis un día más en estas tierras estériles a las que hace siglos fuimos desterrados. Cojan sus hachas, sus lanzas y escudos y marchen conmigo al otro lado de los montes, os prometo serán testigos del despertar. Porque yo, su Khul, traeré devuelta a los dioses que los hombres, elfos y los mismos guardianes temen.

Los vítores furiosos y las guturales voces de los reunidos, sellaron el fin de las palabras de Dragh quien se retiró hasta la tienda dispuesta para él y su consorte.

—Partiremos mañana al despuntar del alba, hasta las Puertas de Theramor —se dirigió al anciano líder, antes de abrir la portezuela de su tienda—. Las hordas venidas de todo el territorio ya están en camino para completar nuestra hueste.

Agneth se metió a la tienda siguiendo a su esposo, sin decir nada y con la mirada altiva. Una vez dentro caminó hasta pararse al lado del bárbaro a quien examinó con la mirada.

—Sé que estás molesto por lo de la comida, pero adelantaste tu llegada ¿Qué podía hacer en cuatro días? —se excusó la hechicera—. Además...

Una bofetada la tiró al piso, pero supo levantarse deprisa y volver a erguir la mirada. Tragó su saliva con restos de sangre y esperó en la posición en que estaba, lo que el semi-dragón tenía para decirle.

—Las cazadoras han de estar muertas —resolvió Dragh sin prestarle atención—. Esa perra está allí afuera y las habrá eliminado. Está aquí, rondando.

—¿Cómo sabes que ha sido ella? —se atrevió a preguntar, todavía bien erguida y orgullosa.

—Tres días es un tiempo suficiente como para que diez cazadoras regresen con un Nordren —explicó con la cólera a flor de piel—. Si vivieran habrían regresado.

—¿Y sugieres que Deroveth está detrás de eso? —Buscó los ojos del semi-dragon—. Está malherida y desarmada, es seguro que ya ha muerto con las últimas tormentas.

Dragh veloz cual flecha, sujetó a Agneth por el cuello y la levantó más de un pie sobre el suelo.

—Como vuelvas a mentirme te abriré en canal y daré a mis huestes comer tus tripas. —La dejó caer y esperó a que la hechicera se repusiera para continuar—. Ravag me contó que te hallaron mal herida en la cueva y Uradh muerto a tu lado.

»Sanaste sus heridas y la dejaste escapar, ¿vas a negarlo? Una traición así se paga con sangre Agneth. No estoy de humor como para oír estupideces, así que más vale que tengas una buena excusa para haber hecho lo que hiciste.

—Fue por lastima —contestó la aludida, todavía sobándose la garganta.

—Lastima. —Soltó una risotada—. ¿Lastima?

—¿No fue la lástima la que te motivó rescatar de la esclavitud a los miles de bárbaros en las Catacumbas? —profirió con inquina—. Fuiste tú el que me dijo una vez: "la misericordia hace al poderoso y los cobardes disfrazan su miedo detrás del poder".

—Lo dije —aseveró—. Pero la estupidez no cabe en aquella reflexión. Tú dejaste escapar a la única descendiente viva de Rashpagh, quien seguro no descansará hasta recuperar el honor que le fue arrebatado. Solo tenías que matarla, solo tenías que seguir mis órdenes.

—¿Es miedo lo que huelo, esposo? —sondeó Agneth, acercándose a Dragh con una sonrisa pícara en los labios— ¿Acaso crees que la Cazadora podrá interferir en nuestros planes? —Hurgó con sus uñas entre la capa de cuero que envolvía el torso del semi-dragón, y comenzó a recorrerle la piel desnuda bajo ella— ¿Crees que sea capaz de vencerte?

Dragh sujetó los brazos de la hechicera impidiéndole la tarea que comenzaba a consumar, cuando estaba a punto de rozarle su hombría con los dedos. Le dio un brusco empujón y antes de que tropezara la sujetó en andas y la apretó contra su cuerpo.

—Quien domina a Wrym no le teme a nada —espetó a la altura del oído de ella, mientras aquel violento abrazo despertaba la creciente lujuria bajo los pantalones del hercúleo bárbaro—. Cuando aprendas que una sola piedra fuera de lugar en el camino, puede hacer tropezar al más ducho peregrino, entonces comprenderás que tu error puede costar más caro de lo que ahora mismo logras dimensionar. —Dio un apretón hasta por fin soltarla.

—De todas maneras no podía matarla —declaró la hechicera, al tiempo que aflojaba las vestimentas del ahora Khul y gastaba con la mirada la albina piel cubierta de cicatrices y tatuajes—. Si una cosa he descubierto estos años que pasé entre los hombres, es que a diferencia de ellos soy incapaz de asesinar a mi propia sangre.

—A veces resulta necesario —aclaró Dragh.

—Pero no puedo, se supone que reinaré junto a ti a un pueblo libre, ¡mi pueblo Dragh! —Encaró en todo momento al semi-dragón con la mirada algo vidriosa, pero la voz firme y clara—. Mataste a mi padre y al padre de Deroveth.

—Aquello tenía que ocurrir —respondió con sequedad.

—Aunque no te lo perdono, aprenderé a vivir con ello. —Sus desafiantes ojos se clavaron en la mirada carmesí del semi-dragón—. Pero la vida de Deroveth dependía de mi juicio y de cualquier modo liberarla no haría la diferencia.

—Por tu propio bien espero no tener que recordarte esta falta. Cumplido el pacto con Condrid, me encargaré personalmente de darle caza a esa perra. —Dragh volvió a sujetar a la hechicera y acercó su desnudez hasta él—. ¿Qué te ha dicho el humano?

—Confía más en su "putita salvaje", de lo que haces tú de tu propia esposa. —Le dio una mirada licenciosa y continuó—: Estará en las Puertas de Theramar mañana, el hará lo que tú quieras. El apurar el plan también le resultó difícil, no creí que estuviera preparado.

—Apurar las cosas no fue algo planeado —pareció excusarse el bárbaro—. La carnada ha mordido el anzuelo en el Sur, mas la cantidad de guerreros que envié no resultarán suficientes para mantenerlos ocupados el tiempo necesario.

—Pero ya ves. Me encargué de todo y aceptó las condiciones sin mayor queja. —Se mordisqueó los labios.

—Sin mayor queja —refrendó y olfateó el cuerpo de Agneth desde su cuello—. Ese humano pagará caro haber puesto sus manos sobre lo que me pertenece. —Jaló los cabellos de la hechicera y la acarició con tosquedad a la altura de la nuca, justo donde sobresalía la marca de su engarce—. Confío en ti Agneth Eluveth, no me falles otra vez.

Se sentó en el piso y Agneth hizo lo mismo frente a él. Su fornida mano se abrió camino hasta los turgentes y blancos pechos de la bárbaro, pellizcó antes de levantarle la barbilla, clavar sus ojos en los de ella y besarla con rudeza, y pasión.

—Tendrás un heredero, Khul hijo del fuego —sentenció de pronto la hechicera, al tiempo que sus brillantes ojos se perdían en los del semi-dragón—. Hace once días que debí sangrar con la luna.

—¿Un primogénito? —La apartó y le tocó la barriga con cierto recelo— ¿Mío?

—Soy una Bárbaro, Dragh. Aun cuando mi apariencia se torne la de una hembra de hombre no puedo ser preñada por uno. —contestó al instante—. No sin un ritual de por medio.

—Entonces es mi semilla la que crecerá en tu vientre. —Esbozó una sonrisa y guardó silencio un momento—. Es una gran noticia Agneth Eluveth, la más grande enhorabuena que me has dado.

—Te haré el más grande gobernante que ha pisado la faz de este mundo Dragh. Y pronto también te haré padre. —Sonrió, gateó hasta él y rodeó con sus manos su rostro y cuello, hasta que por fin lo tumbó, y se montó a horcajas sobré él—. ¿Podrías esperar menos de mí?

El semi-dragón sonrió y se entregó al calor entre los muslos de su esposa, mientras que afuera el crudo invierno norteño se hacía presente con su peor cara. El cielo estaba tan cerrado, que la noche pareció adelantarse y el rugir furioso de la tormenta no tardó en devorar la montaña, que por momentos pareció ser tragada por el manto gris de los coléricos nubarrones.

Entre tanto el inclemente frío, no parecía mermar la voluntad de la tropa de los cien bárbaros que dispuestos a cumplir la orden de su Khul, se aventuraba en los dominios de la Dama Fría en busca de caza. Las tribus Nordrens, tenían costumbre de asentarse en los faldeos montañosos y sabían que no muy lejos hallarían las presas que colmaban con su característico olor el aire de aquellos linderos. La saliente les ofrecía resguardo contra el vendaval, así que avanzaron en fila bordeándola.

—Maldita nuestra suerte —bufó uno de los bárbaros que iba en medio—. Me rugen las tripas y con esta tormenta dudo que logremos encontrar siquiera un puto gigante.

—Cállate Gröng, haces que recuerde lo cabreado que estoy —alegó otro de más atrás—. Además con tu pesimismo espantas a los espíritus de la fortuna.

—Espíritus de la fortuna ¿Y qué soserías son esas? —se mofó Ragna—. ¿Vienes del Este eh garañón?

—Por lo visto los Rah-Dah del Oeste se han olvidado de los viejos espíritus. —Escupió—. Importa una mierda, ahora tengo más hambre y hablar me está poniendo de malas.

—¿Y qué carajos quieres? —se quejó Gröng—. Nos prometieron un recibimiento con comida, hembras y un lecho sin pulgas. ¿Y qué nos esperaba? Buscarnos nuestra propia comida..., ¡Bua!

—Tampoco te quejes tanto —gritó para que le oyera, otro de los guerreros que venía más atrás—. Para mañana estaremos a las Puertas de Theramor y Khul prometió sangre y carne sureñas. Hambre hemos pasado más, por mí podría esperarme hasta mañana, me da igual. Una vez has hallas probado la carne humana, te aseguro hermano que no querrás tragar otra cosa.

—Eres un asco Rinosh. —Rió y miró hacia atrás Ragna—. Me importa una mierda tus exóticos gustos, desde aquí puedo oler a esos Nordrens, quizá no volvamos con las manos vacías después de todo.

—No es lo único que huelo —acotó Gröng—. Puedo diferenciar el olor dulzón del sudor de una hembra en celo, así esté al otro lado de Thyera.

—Quizá no tengas tan agudo olfato entonces, Gröng —sentenció Ravag, quien encabezaba al grupo y les hizo detener—. Allí en el despeñadero. —Apuntó alzando su hacha—. Nos observa.

—¿Una de las cazadoras perdidas? —dijo Gröng y se acercó al lado del líder.

—No —apuró Ravag—. Esa es Deroveth.

—¿Deroveth? —evaluó Ragna—. ¿La hija del vencido Khul?

—La puta que escapó de la Garganta de Reghogg —decretó el líder del grupo—. Voy a matar a esa perra.

Ravag se adelantó por el descampado con la tormenta de nieve a sus espaldas, dejando atrás al grupo y cruzando la cerca de pinos nevados que ocultaba en gran medida la saliente.

—¿Qué demonios le pasa? —preguntó Ragna a todos en el grupo—. ¿Qué se supone que haremos nosotros?

—Cubrirle el culo —dictó Gröng—. Ravag quiere vengar a su hermano Uradh, a quien la cazadora mató en la caverna de Reghogg donde la apresaban.

—Escuché de eso —dijo el bárbaro y levantó su lanza— ¿Le damos caza?

Ravag corrió hundiéndose hasta las rodillas en nieve, hasta que la voz de sus compañeros se escuchó como murmullos lejanos que traía el arremolinado viento. Sin embargo, al escuchar lo que le pareció un gimoteo, se volteó frenando su carrera hasta que por fin se detuvo al completo y dio media vuelta sorprendido de lo que veía. Maniatadas de pies y manos, las diez cazadoras desaparecidas del fuerte de Kuruk-Atssekk, guindaban desde sus largas trenzas cada una amarrada al tronco de un pino.

«Cabrona de mierda» —pensó y meneó la cabeza al voltearse para verla en la lejanía, quizá ella estuviera devolviéndole una burlona sonrisa—. ¡Voy a arrancarte la piel malnacida puerca! —gritó con furia para que ésta le oyera sobre el risco.

Los guerreros confundidos se acercaron al encuentro de Ravag, pero éste les hizo seña para que se detuvieran. «Puede que esta sea una maldita trampa», meditó antes de acercarse a las malogradas.

—Llevamos dos días aquí —dijo una de ellas con un hilillo de voz—. Puedo asegurarte de que no es una trampa... Aunque ignoro lo que trama Igratëh-Rugëh.

—¡A callar! —sentenció Ravag—. Esa malnacida ya no es nadie, solo una fugitiva escapando de la muerte. Ya no es más Igratëh-Rugëh.

—Entiendo —acató la primera de las cazadoras, justo después que el azote del hacha liberara su cabello de la soga que lo unía al tronco.

La guerrera cayó al níveo suelo, todavía maniatada como estaba e intentó ponerse de pie, dejó que Ravag le desatara las extremidades. Luego ella misma se ocupó de liberar al resto de sus compañeras.

—¿Cómo pasó esto? —preguntó el bárbaro y llamó al resto de su tropa, sin despegar la mirada de la orilla del risco, desde donde Deroveth observaba la escena.

—Seguíamos al grupo de Nordrens que habitan por este sector. —comenzó a relatar una de las cazadoras—. Ella esperó a que estuviésemos separadas para caernos como la lanza. Nos avergüenza, pero no tuvimos oportunidad.

«¿Qué pretende?» Ravag comenzó a andar seguido de cerca por la hueste que comandaba, decidido a encarar a la cazadora que inmutable permanecía de pie observándolos acercarse. No estaba a más de dos estadios, y el risco debía tener una altura de solo diez pies, mas ahora que se acercaban notaron que el final del camino era un despeñadero. Llegar a Deroveth iba a ser imposible en el corto plazo, más siguieron avanzado. Las sensibles narices de los bárbaros detectaron el aroma de la sangre y la carne fresca, recién abandonada por la vida.

—Huele a Nordrens —comentó Gröng.

Cuando estuvieron a media vara de llegar la orilla del risco, Deroveth quien estaba en al borde contrario del cañón y se hallaba en una posición más elevada, cogió su lanza y la arrojó. Ninguno de los bárbaros se movió un ápice y esperaron terminara la trayectoria del proyectil, que se ensartó en la nieve a los pies de Ravag.

Ya con solo un par de varas y el precipicio que los separaba de ella, pudieron ver a Deroveth con más detalle. Vestía el mismo atuendo de cazadora que había usado cuando fue capturada, un conjunto ligero pensado en proteger solo los puntos vitales. Consistía en una saya de piel parda, ajustada a su cuerpo con una combinación de cinchas y pretinas ceñidas a la altura de sus busto, cintura y muslos. La cicatriz en sus rodillas desnudas, daba testimonio de que una vez habían sido partidas

—Así que el Khul pretende batir los muros de Theramor —vociferó la cazadora acercándose todavía más a su orilla—. Necesitará de un ejército por lo menos bien alimentado. —alzó la cabeza.

Ravag dio un paso más y miró hacia abajo. El cañón no era tan profundo, podían con facilidad descender y volver a escalarlo sin problemas, pero no era esto lo que advirtió al echar un vistazo. Abajo más de una veintena de cadáveres de gigantes nordrens, yacía semi-sepultados en la nieve.

—¿Tú? —bufó

—Yo —reconoció Deroveth con sequedad y luego agregó—: Díganle al Khul, que hay una cazadora que quiere su cabeza. Tomen esto como un regalo, quiero ver que mi pueblo arrase las tierras del Oeste y devore el Sur. Quiero ver a Dragh gobernar más allá del poniente y las tierras doradas. Quiero que ascienda al cielo, para hacerlo caer.

—Voy a despellejarte...

—No —gritó la cazadora—. No guardo rencores con mi pueblo. Sé que quieres cobrarme la muerte de tu hermano, pero no tenía remedio. Mi objetivo es Dragh de las catacumbas, Ravag. Y tarde lo que tenga que tardarme voy a hacerlo pagar.

Ravag cogió la lanza que tenía a sus pies, y la aventó certera contra Deroveth, quien inmutable la esquivó estando a un par de palmos de ser atravesada, y con el mismo movimiento la agarró en el aire.

—No estás entendiendo capataz. —Negó con la cabeza—. Gracias por devolverme mi arma —dijo esto y dio media vuelta—-. Nos volveremos a ver, es seguro. Espero que cuando ello ocurra estés dispuesto a servirme, porque voy a arrancarle la cabeza a ese que hoy llamas Gghr-oggh Khul.

            

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