La treta -XXXVII-

Recuperada de la momentánea ceguera, Lenansrha corrió hasta lo que quedaba del acceso al salón, comprobando con disgusto que estaba bloqueada y de momento imposible de atravesar. Los pesados ladrillos de piedra se apilaban en el hueco de la puerta, cerrándola por completo. Al parecer Agneth había derribado una pared completa del pasillo contiguo encima. La elfo miró en derredor y encontró a Verón intentando incorporarse, mientras era ayudado por Garamon y Tragoh. Sin molestarse en dar una explicación, desvió su mirada hacia el encielado y luego corrió hasta la pila de escombros, se impulsó con fuerza al llegar hasta lo más alto que pudo del dintel de la sitiada puerta y aprovechando la energía saltó más de dos varas y terminó asiéndose de una de las vigas.

—¿Dónde vas? —escuchó que le decía Tragoh.

—A terminar lo que comenzamos mal —respondió apurada—. Esa bruja debió ingresar por una de las ventanas.

—¿Qué hay de nosotros? —Alegó Garamon.

—Si no pueden usar sus dones para sacarnos de aquí, ¿de qué servirán contra dos hechiceros que no dudarán en asesinarlos? —apuntó Lenanshra—. Hará falta algo más que destellos y esferas de energía explosiva para retirar esos escombros.

Mientras hablaba, destensó su arco y clavó una imperceptible flecha en el suelo, enseguida gruesos tallos comenzaron a trepar por las paredes y subir hasta el abovedado techo.

—Si todavía quieren atrapar al lord, será mejor que se den prisa —auguró antes de saltar por una de las estrechas ventanas hacia el exterior.

—¡Espera! —gritó Tragoh, pero Lenansrha ya se había marchado.

—Déjala —habló Verón—. Ella ya no va a ayudarnos —zanjó mirando a ambos interventores.

—Pero ha dicho que irá tras Condrid —objetó Garamon, confundido.

—No fue lo que dijo —reveló el maestre poniéndose de pie sin poder evitar una exhalación de dolor—. Ella ha venido a buscar otra cosa a Theramar. Siente que ya fallamos en nuestro intento por detener a lord protector.

—¿De qué habla maestre? —preguntó Tragoh, ofreciendo su hombro para que Verón se apoyase.

—Me lo ha dicho antes de marcharse —confesó mirando a sus dos hombres a los ojos—. No somos rival para dos hechiceros oscuros. Vosotros podéis incluso ser más poderosos que esa hembra bárbaro, pero los años de instrucción para limitar vuestras capacidades en la burocracia de nuestra orden, les han jugado en contra. Lenanshra lo sabe y tiene razón: fracasamos y lord Condrid escapó.

Verón se aferró a uno de los tallos y se empeñó en escalarlos, lo mismo que hicieron los dos interventores al verlo.

—Con algo de suerte los paladines habrán convencido a la guardia de ayudarnos —sentenció el maestre—. Condrid no tendrá dónde esconderse.

Treparon los verdes y gruesos tallos de la planta que Lenansrha había hecho crecer dentro del salón, y por ella lograron alcanzar la ventana que daba hacia la luz. Una vez en el exterior, el estridente sonido de las campanadas se hizo más fuerte. El frío viento de afuera les dio en plena cara, ya no había rastro de Lenanshra, pero desde la altura en que se hallaban podían ver como turbas de hombres se formaban de cara al poniente, preparando sus arcos y ballestas alistándose para una eventual batalla.

—Mirad. —Apuntó Verón, a uno de los paladines que corría junto a un grupo de capas pardas—. Es Eneon. Seguro han logrado hablar con los capa parda, el fuerte ya está en manos amigas.

***

Luego de reducir y apresar a lord Condrid, Therenas, el paladín a cargo de su arresto, subió con él y un grupo de guardias del fuerte hasta una de las torres más altas. Allí les esperaban dos jinetes ya montados en los grifos que le llevarían a Reodem.

—¿Qué fue lo que ocurrió en salón? —Preguntó Eneas tan pronto entró a la torre y se enfrentó a Condrid, maniatado y bien sujeto por Therenas.

—Entonces es cierto que han sido ustedes quienes ayudaron a escapar a los traidores —expuso Condrid con tono burlesco—-. Escuchad todos, aquí tenéis a dos miembros de la orden de paladines que ensuciando sus votos han ayudado a los asesinos de la única heredera de Theodem.

—A callar de una buena vez lord. —Eneon lo sujetó con fuerza desde el cuello y le fulminó con la mirada—. Basta ya de mentiras y gatuperios, ¿Qué hizo con Verón, sus hombres y... La elfo que iba con ellos?

—Han intentado matarme, ¿Qué más podía haber hecho? —masculló luego de que el paladín le soltara— ¿Dónde piensan llevarme?

—El rey y la reina esperan por enjuiciarlo —le dijo Eneon, dándole la espalda.

—¿El rey y la reina? —repitió intentando disimular su asombro.

—Su hijo y la dama Lidias —le enrostró con un mohín de victoria.

—¡Imposible! —alegó con la mirada enardecida—. Están muertos y aun si no lo estuvieran su unión es inadmisible.

—Ya basta —gritó el paladín—. Sáquenlo de aquí ahora mismo y pidan por refuerzos. El asalto parece inminente.

—Te equivocas —lanzó Condrid—. Soy el único que puede intentar detener a los salvajes. Te recuerdo que es por mí que están aquí.

—¿Y qué va a hacer lord? —interrumpió Therenas—. ¿Permitirles libre paso como pactó?

—Ya lo habéis echado todo a perder —respondió con negativa—. Su estrecho juicio no os permite ver en esa tropa de salvajes una herramienta. Un arma para dañar tan fuerte al Imperio, que por fin podríamos vencerle.

—Sus sueños de guerra y muerte ya han terminado, lord Condrid —sentenció Eneon—. Llévenselo ya.

—Moriremos todos si intentan defender este fuerte de semejante ejército enardecido —reveló el lord—. Lo sabes Eneon, hasta Verón de estar vivo me encontraría la razón.

El paladín pareció retraerse y guardó silencio antes de pronunciarse.

—¿Puedes detener esto? —infirió encarándolo.

—Puedo intentarlo —declaró sin bajar la mirada—. Hasta ahora soy su única salida.

—No los dejaremos ingresar —aclaró el paladín.

—Tantearé la manera de que se vayan sin luchar. —Condrid miró a los paladines y a la guardia a su alrededor—. Aunque es posible de que me maten.

—Muchos aquí quisiéramos hacer lo mismo ahora —reveló Eneon, con la mirada en llamas—. ¿Qué necesitas para lograrlo?

—Dejen que su líder hable conmigo —pidió, al tiempo que su mirada se ensombrecía.

—Lo hará tras estas murallas. —Eneon miró a los guardias y a Therenas, apuntando la torre más alta en medio del fuerte—. Hagan lo que pide, que dejen entrar a líder bárbaro.

Dos de los guardias se aprontaron a cumplir con la orden y salieron corriendo de la estancia. Pero una última palabra de Condrid les detuvo.

—Necesitaré un intérprete —les gritó, mojó sus labios resecos y agregó—: Pregunten por Agneth.

—¿Quién es esa? —alegó Eneon— ¿Otro de tus trucos?

—Una Bárbaro, capaz de hablar la lengua unificada. No hay ningún truco, so desconfiado —expuso con voz tranquila.

—Hagan lo que dice —acató el paladín—. De todos modos, no os confiéis demasiado.

El ruido en la intemperie era el de una enardecida turba. Sumado al rugir furioso de cuernos que con vigor resoplaban los bárbaros, y el ronco tronar de los tambores de guerra. No hacían otra cosa que enfebrecer, los ya de por sí acalorados ánimos de la descomunal legión que rodeaba los muros. Con este panorama, el postigo inscrito en el portón se abrió de pronto y de él emergieron dos soldados vestidos con una armadura parda y bastante opaca, mientras que más atrás otro hombre de igual porte, pero estampa más recia y vestimenta dorada les sucedió.

Los dos soldados de Theramar y el paladín Eneon, se acercaron a raudos pasos enfrentando a la multitud bárbara que posaba su mirada en ellos. De inmediato la presión de ser observados por una muchedumbre extranjera oprimió de nerviosismo el pecho de los hombres, quienes sin darse cuenta menguaron su en primera instancia: seguro y firme avance.

—No tienen mucha pinta de amigos —cuchichearon los soldados de capa parda Y Eneon los oyó.

—Silencio muchachos —les ordenó de inmediato, percatándose del instantáneo avance de uno de los bárbaros hasta su posición.

La vista de tamaño ejercito les impedía ahora desde su altura poder ver más allá de ellos. Pronto se sintieron intimidados, el ruido seguía siendo ensordecedor. Ellos no entendían lo que clamaban, mas aquella lengua gutural, aunque intentaban no demostrarlo les atemorizaba.

—¡Agneth! —gritó Eneon forzando lo más que pudo su garganta, para hacerse oír por sobre el ensordecedor barullo—. ¿Alguien de entre ustedes puede entender lo que digo?

Quizá haya sido solo impresión del paladín, pero el ruido pareció menguar por un momento, sin embargo, no obtenía respuesta a su pregunta. Lo intentó una vez más exigiendo su garganta hasta que le oyera el último bárbaro de las incontables filas frente a él. En ese momento mientras miraba hacia el horizonte intentando dar con el objeto de su llamada, notó como una lechuza blanca que descendía hasta desaparecer entre la multitud de salvajes, así como lo hacían los pequeños copos de nieve que habían comenzado a caer.

Mirara donde mirara, sólo veía las imponentes figuras de aquellos guerreros que apenas ataviados con ligeras prendas de cuero, pretendían un aire de fiereza y brutalidad que intimidaba de solo verlos. No pasó un instante desde que vio desaparecer al ave blanca, cuando de entre aquella densa masa de tatuados y musculados cuerpos, apareció una mujer que de inmediato cobró toda su atención. Aquella figura desnuda, de piel alba y generosas proporciones femeninas, se aproximó con total descuido y carencia de pudor hasta su posición.

La hembra Bárbaro, de cabellera azabache y ojos almendrados, clavó su mirada en Eneon, quien de inmediato sintió intranquilidad y zozobra.

—Puedo entender lo que dices, fuerte y claro, hombre —le habló Agneth, antes siquiera de llegar hasta donde estaban—. Yo soy Eluveth Agneth. —Le entregó una disoluta sonrisa.

La provocativa hembra caminaba sin pudor de su tentadora desnudez, mientras mantenía una pícara sonrisa. Los dos soldados de capa parda, tragaron y sintieron los colores subirles al rostro mientras observaban a Agneth acercase a ellos y devolverles sugerentes miradas desde sus risueños ojos rasgados.

—Agneth —replicó Eneon, intentando que su voz no temblara mientras le sostenía la mirada—. Quiero que llames al líder de este grupo. Hablaremos con él dentro del torreón.

—¿Quién hablará con él? ¿Tú? —interpeló ella, insidiosa y despectiva.

—¿Puedes entregar mí mensaje? —se impuso Eneon, aguantándole la mirada—. Y no, no soy yo quien quiere hablar con él. Lord Condrid, intuyo que le conoces, es quien lo hará.

—Bien, en tal caso. —La bárbaro se giró con parquedad enseñando y contorneando su espalda, luego gritó— !Nggero knghe Khul!

El bárbaro que hacía un momento se había acercado, clavó sus ojos en el grupo de hombres y vociferó:
—Eknngo kghh ithia Condrid naddagg. —Avanzó hasta quedar frente a Agneth.

El bárbaro era una figura imponente, su sola presencia puso nervioso incluso a Eneon, quien aparentaba en todo momento tener controlada la situación. Era mucho más alto que el resto de los guerreros, Agneth cuyas proporciones menudas y frágiles disentían del estereotipo de hembra bárbaro común, parecía aún más pequeña frente al guerrero que se anunció a los hombres como: "El Khul". Traía el torso desnudo y una gruesa capa de piel, pendía desde dos hombreras de cuero que bien protegían sus hombros, tenía el cuerpo cubierto por tatuajes oscuros y también un sinfín de cicatrices. Lo más particular, era una suerte de piel escamosa y pétrea que le poblaba casi por completo el pecho.

—Él dice que hablará con lord Condrid —les dijo Agneth.

—Vamos —señaló Eneon, ofreciendo con su brazo la entrada a la puerta que no se hallaba a más de diez varas—. Dile que nos siga.

—Así lo haremos paladín. —Agneth sonrió otra vez con picardía.

El hercúleo bárbaro guiado por los dos hombres y Agneth, entraron a las dependencias del fuerte. Eneon que ingresó tras ellos, se aseguró de que cerraran nuevamente el postigo y varios soldados procurasen cuidar la entrada.

—Abrid el paso al bárbaro y su intérprete —anunció, una vez dentro de la oscuridad de la barbacana—. Y traigan algo con que cubrirla !Por Himea! —agregó al ver como los hombres se volteaban a mirarla.

Enseguida llegó a manos de Agneth, una tabardo y una capa. Con el cual luego de dudarlo un momento se vistió en presencia de todos.

—¿Dónde está lord Condrid? —preguntó antes seguir avanzando detrás de los guardas.

—Solo limítate a seguirles, les guiarán a él —respondió Eneon, muy reticente y sin dejar de sujetar con firmeza la cacha de su arma enfundada.

—Es muy arisco el paladín —comentó Agneth en voz alta, mientras retomaba el avance—. ¿Quién lo puso al mando?

Aún cuando no obtenía respuestas, la hechicera se esmeraba por lanzar comentarios y realizar agudas preguntas. Así lo hizo hasta que por fin se detuvieron frente al portal de una torre.

—Ya llegamos —anunció Eneon, cortando cualquier comentario—. Condrid está en esta torre, es nuestro prisionero así que en todo momento estará custodiado.

—Ergg anagk negsure Condrid, anagk ghogg mugha —oyó que le decía Agneth al Khul.

—anagk-sh Enrrha —respondió el musculado bárbaro—. Iha ghura.

—Que solo nos acompañen cuatro de tus hombres —explicó Agneth—-. Pueden esperar afuera cuantos quieran. Así debe ser o el Khul se negará al dialogo.

—Therenas —llamó Eneon—. Acompáñalos dentro, atento y no pierdas de vista a esta mujer —le advirtió en voz más baja.

—Te oí, bonito —acotó Agneth volteándose a mirar a Eneon—. ¿Por qué tanta desconfianza de mí? ¿Te parezco peligrosa? —Extendió los brazos a ambos lados, y se contoneó sugerente y sediciosa.

El paladín sintió la sangre hervir y enrojecer su rostro. Las tentadoras redondeces de aquella hembra, se contorneaban bajo el tabardo y a Eneon le fue imposible no evocar la lujuria descarnada de aquel cuerpo momentos antes desnudo frente a él. Evitó responder y envió a otros tres guardas a acompañar a la comitiva. En ese momento, justo cuando el grupo de escoltas se perdía en el interior de la torre, llegaron junto al paladín, Verón y los dos interventores.

—¡Eneon! —gritó Verón, quien se notaba agitado—. ¿Dónde está lord Condrid? He visto que le habéis apresado.

—Arriba —contestó de buena gana, ver al grupo en buenas condiciones le contentaba—. Creí lo peor, la buena noticia es que los hombres de Theramar lograron apresarlo.

—¿Y qué hay de todo este alboroto? —preguntó el maestre, todavía con aire preocupado—. Me dijeron que habían dejado ingresar a dos bárbaros.

—Sí, así es. —Eneon miró con disimulo por sobre el hombro de Verón, Garamon y Tragoh; al parecer buscando a Lenansrha—. Lord Condrid se ofreció, o se vio obligado a colaborar. Así que hablará con el líder bárbaro e intentará diplomar por el retiro de sus tropas ¿La elfo no está con ustedes?

—¿Qué hicieron con la hechicera bárbaro? —indagó Verón, inquieto.

—¿Hechicera? ¿Cuál hechicera? —Eneon no tardó en caer en la cuenta de que se referían a Agneth.

—Entiendo, es a quien acaban de dejar subir —resopló Verón—. ¿Quién tiene el libro?

Eneon tragó saliva y comenzó a sentirse nervioso. Miró al maestre y los dos interventores y explicó:

—Bueno, lord Condrid dijo que necesitaría tenerlo cerca para persuadir al bárbaro. —Antes de dejar intervenir a Verón, agregó—. Pero aún está cerrado, no lo ha abierto y tengo a Therenas custodiándolo allí arriba.

—¿No va a detenerlos? —preguntó Garamon a Verón—. Esa bruja está con él otra vez.

—No, no es prudente ahora. —Miró a Eneon—-. Cualquier movimiento en falso podría desencadenar una represalia por parte del líder bárbaro. Tenemos que ser pacientes y esperar que no haya tretas detrás de esto. —suspiró.

—¿Qué ha ocurrido con la elfo? —insistió Eneon, con notoria preocupación.

—Ah bueno, ella se ha adelantado. Lo cierto es que no sé dónde está ahora mismo —dijo Veron.

—Entiendo. —En verdad, Eneon se sentía confundido.

***

Al terminar la tediosa tarea de subir las empinadas escaleras de caracol que permitían llegar a lo alto de la torre, el grupo de soldados que precedía a Dragh y a Agneth, se detuvo frente a una puerta de grueso roble y quitando la tranca que estaba por fuera, la abrieron e ingresaron.

—Hemos llegado —sentenció Therenas—. Aquí está el lord.

El primero en entrar fue Dragh, seguido de Agneth quien de inmediato hizo contacto visual con Condrid, sentado en una rustica silla mientras dos guardias no le perdían vista.

—Debo recordarles mis queridos, que el Khul pidió cierta privacidad. —Agneth apuntó al grupo de guardias que esperaban dentro de la sala.

—Ellos esperarán aquí afuera, por si hace falta cualquier cosa —expuso Therenas, y ordenó a los hombres quedarse fuera, mientras ingresaba a la estancia acompañando así a la pareja y solo tres guardias—. No le incomodará también nuestra presencia, ¿verdad?

—No. —Sonrió Agneth y avanzó al centro de la sala con seguridad.

La mirada licenciosa y coqueta de la bárbaro, tenía a Therenas tanto o más incómodo que los otros tres guardias en la sala. Y es que la presencia de aquella hembra, derrochaba sensualidad a manos llenas, no dejaba de ser extraño ya que tampoco es que fuera la personificación de la hermosura. Era dueña de una belleza más bien normal, sus rasgos eran afilados, su cuerpo delgado y de curvas incitantes, que no despampanantes y aun así algo en ella llamaba la atención de manera especial. Quizá fuera su manera de moverse, su acento, algo en su mirada, o sus maneras exóticas. Lo que fuera tenía al paladín y a los guardias sumidos en el nerviosismo.

Condrid se puso en pie y sin dejar de quitarle la mirada de encima al imponente bárbaro, sentenció con voz temblorosa:

—Mis saludos Dragh, señor de las tribus —saludó dando una pequeña reverencia.

Agneth enseguida tradujo el saludo del lord, al tiempo que volviendo su mirada hacia la firme puerta de acceso, movió las manos de manera brusca y enseguida la tranca se cerró. El acto provocó el inmediato sobresalto de los dos guardias apostados a ambos lados de ella y que junto a Therenas avanzaron con actitud ofensiva, poniendo manos sobre las armas.

—Quédense donde están —anunció Agneth, con un tono indiferente y a la vez amenazador—. Ni se les ocurra desenvainar, porque estarán muertos.

—De cualquier modo están rodeados, no saldrían vivos de aquí aunque acabaran con nosotros. —Therenas desenfundó y desafió con la mirada a Agneth—. Lord Condrid, detrás de mí —llamó intentando proteger al lord.

Condrid poniendo cara de espanto, corrió retrocediendo hasta quedar a las espaldas del paladín. Los otros tres guardias rodearon a la pareja de bárbaros.

—¿Qué intentas hacer? —interpeló Therenas a Agneth—. Si no van a cooperar, haré que los saquen de aquí enseguida y si se resisten no dudaré en matarlos.

—¿En serio crees que podrás hacer eso paladín? —Agneth extendió la palma de su mano y miró en derredor.

El grupo de soldados incluido Therenas, se abalanzaron contra Dragh y Agneth, mas la hechicera inmutable les repelió paralizando a los tres. El paladín, preparado para el eventual hechizo de la Bárbaro, se cubrió con el escudo e intentó concentrar su mente para hacerse inmune ante sus artimañas: cosa que logró. Persistió en su ofensiva y levantó su arma contra la Bárbaro, siempre pendiente de las acciones de Dragh, quien se mantenía de pie e inmóvil a escasas varas más allá.

—Tus trucos mentales y hechizos baratos no me afectan bruja —señaló Therenas, lanzando una estocada al cuerpo de Agneth.

La precisa hoja de Therenas, fue bloqueada en el último momento por la firme y resulta intervención de Dragh. Quien interpuso su negra espada en el curso de la del paladín, protegiendo a su consorte. En tanto la Bárbaro esquivó el ataque y cerrando sus manos en puño, lanzó con fuerza a los tres solados que padecían bajo su poder, azotándolos contra el suelo. Giró sobre sí y poniéndose a la vera de Dragh, se llevó un dedo a los labios y le devolvió una libertina sonrisa al incauto Therenas.

El paladín esquivó con agilidad el audaz corte, que el musculado Bárbaro frente a él le había propinado con rapidez. Therenas experimentado y bien entrenado en la orden de paladines, contraatacó sin dificultad, blandiendo con destreza aquella hoja que de pronto se convertía en sus manos en una veloz y mortal ráfaga.

Dragh sorteó todos y cada uno de los feroces, agiles y letales embistes, que sin tregua Therenas intentaba atizarle. La espada del paladín pasó rosándole el costado, mas Dragh volteándose aparte de esquivarla, metió con fiereza la negra hoja que portaba y al estrellarse contra el acero de Therenas, lo partió enseguida en dos.

Therenas no soltó el trozo de espada que aún sostenía con fuerza, de todos modos cedió terreno, sabía que aquel Bárbaro le superaba en técnica, en complexión y rapidez. Era solo cuestión de tiempo para que éste le acabase. Desarmado y con la adrenalina a flor de piel, intentó propinarle una patada a quien le superaba por más de ocho palmos en tamaño. Y fue en aquel momento, en que el bárbaro con un certero movimiento le cercenó la pierna.

Therenas cayó a un lado del Bárbaro, lanzando un grito de dolor. Rodó sobre sí en el suelo y recogió la espada de uno de los guardias, cuyo cráneo machucado, derramaba sangre en el piso de piedra. Con la hoja en la mano se arrastró hasta los pies de Condrid y se volteó enfrentando una vez más a Dragh, quien había vuelto a enfundar su arma y esperaba otra vez en el centro de la sala, con gesto despectivo.

—¡Corra lord! —alcanzó a decir, antes de que el propio Condrid, le diera un brutal puntapié en la cara.

Miró el cuerpo inconsciente del paladín, poniendo un gesto de lastima. Meneó la cabeza y avanzó hacia ambos bárbaros.

—No tendremos mucho tiempo antes que intenten derribar la puerta —el lord señaló a los dos bárbaros frente a él—. De todos modos no pretendo extenderme demasiado, señor de las tribus. Vamos a sellar nuestro pacto, como ya había señalado hace tanto tiempo.

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