La caída del Khul, segunda parte. -XVII-
Era pasada la hora del medio día y la estatua del dragón, refulgía al sol en lo alto de la pirámide que llamaban la Ruganae. La figura labrada en oro macizo, se proyectaba hacia adelante con las alas extendidas. Su sombra alcanzaba una tarima hecha también de oro, en donde reposaba una enorme antorcha sobre un pedestal.
Se decía que la llama de aquella antorcha que se mantenía siempre viva, enseñaba el camino a la Ruganae, a todos los habitantes del otro lado del Crisol.
La pirámide era una monumental construcción de granito y revestimiento en cal, se alzaba por sobre los doscientos cuarenta pies y tenía una longitud de más de trecientos en la base. Una gran escalera esculpida sobre la roca permitía alcanzar los pisos más altos del edifico. También había allí con un elevador, a un lado de la pirámide, se empotraba un riel, que soportaba un carro de madera atado a largas cuerdas enrolladas sobre poleas, con las que un grupo de esclavos nordrens jalaban de él, haciendo que subiera o bajara según la necesidad del Khul.
—Esta tarde habrá banquete para recibirte a ti y a tu gente. —sentenció el Khul, mirando a Dragh y la comitiva que lo acompañaba.
—Ha sido un largo camino hasta aquí, bien acogida es tu invitación, gran Khul. —acató Dragh.
Fue el propio Khul quien guió a sus invitados a través de la Ruganae. El interior era lóbrego, iluminado por la anaranjada luz de antorchas y un vivo fuego en el centro de la sala.
Rodeaban el hogar una serie de ídolos de obsidiana, bronce y oro, cuyas sombras tremolaban y danzaban en las paredes oscuras de granito y cal, pintadas de tonos mate y canela.
Khul desapareció entre las sombras de la estancia, dejando a los invitados sentarse a sus anchas alrededor del fuego del gran hogar. No tardaron en aparecer los siervos de la casa, preparando la mesa para el gran banquete ofrecido.
Fue dispuesta una mesa larga y pesada hecha de un solo tronco de roble. Sobre ella se sirvieron variados tipos de carne: desde jabalí, ciervo, oso, hasta la de nordrens. La bebida consistía en leche fermentada y un destilado de raíces, ankar.
La comida se sirvió entre una algarabía de risotadas, canticos y licenciosos chistes de entre los participantes y las bellas danzarinas, que rompían sus caderas al son del atabal.
No habían acabado el festín ni mucho menos. Sin embargo, de un momento a otro, el Khul que se había puesto de pie, se acercó a Dragh y a la orden de un chasquido de dedos, la bella esclava que le retozaba en el regazo los dejó.
—Has llegado a mi casa y te he recibido con los honores que merece el mejor de mis servidores —la voz del Khul resonaba más ronca que los tambores, entonces estos se detuvieron—. Aceptaste mi comida, la bebida y las hembras que te ofrecí.
La música se detuvo en ese instante y las siervas que danzaban desaparecieron entre la penumbra, abandonando la estancia y los invitados. El alegre ambiente que se gestaba, se tornó tenso de un momento a otro.
Dragh todavía sentado con las piernas cruzadas, miró al Khul con indiferencia. Con evidente desgana, tiró sobre la mesa la pierna que estaba por masticar y se puso de pie, para enfrentar al enorme bárbaro de piel oscura.
—¿Cuándo pensabas contarme que Rogh estaba muerto? —preguntó con los ojos de una fiera herida.
El semi-dragón estando ya frente a frente, abrió los brazos y miró a la multitud congregada.
—Ha sido un largo viaje hasta aquí —dijo en tono cabreado—. Quería llenarme la panza y descansar, antes de decirle al Khul que al endeble de su hijo le saqué las tripas hace diez días en el Crisol.
Se hizo un silencio absoluto en la sala, en derredor los guerreros, las esclavas, la servidumbre y las doce esposas del Khul clavaron sus miradas en Dragh. Enseguida la guardia del Khul lo rodeó y éste sin inmutarse levantó las manos, enseñando que no iba a defenderse.
—Pero ese no es todo mi crimen, oh gran Khul —agregó con voz sátira. Luego alzó la cabeza y apuntó con los dedos a la lechuza blanca que entraba desde el traga luz.
—Voy a desmembrarte maldito mestizo. Más te vale sea esta una broma, una de muy mal gusto, o por el contrario empezarás a sufrir desde éste preciso momento. —El Khul había desenvainado su espada y ahora con ella amenazaba el pecho del bárbaro.
—Si quieres ver con vida una vez más a tu hija, bajarás esa hoja y me escucharás —amenazó Dragh agarrando el filoso acero con una mano. Los guardias del Khul se apuraron a detenerlo, no obstante, atentos a la señal de su señor se detuvieron de inmediato.
—¿De qué mierda me hablas?
Dragh se limitó a mirar hacia arriba, Khul le siguió la mirada y levantó la cabeza hacia al cielo, en dirección a lo que miraba el semi-dragón. Entonces se encontró con una lechuza que en ese momento dejaba caer una trenza, que fue a dar a los pies del gran bárbaro.
Khul cogió la madeja de cabello y la apretó entre sus gruesas manos. En ese momento la mirada se le oscureció, respiró hondo y sonoro, parecía un toro furioso que en cualquier momento iba a envestir, mas guio la mirada hasta una de sus esposas, que todavía consternadas los observaban desde un rincón de la estancia.
—¿Dónde está Deroveth? —gritó apretando aún más la trenza en sus manos—. ¿Qué hiciste a mi hija, gusano mal agradecido? Dime.
—No lo sé —aseguró el semi-dragón, con el aire que apenas le escapaba de la garganta, mientras Khul lo estrangulaba—. Y tú tampoco lo sabrás si me matas..., ella aún está con vida.
El poderoso bárbaro soltó a Dragh, quien, sin dar mayores muestras de abatimiento, se aclaró la garganta con un carraspeo, agregando—: Mis hombres la han capturado y tienen orden de mantenerla viva si aceptas mi propuesta.
—¿Quién carajos te crees? —sentenció—. No estás en posición de ofrecer nada, tus ordenes no están por sobre las mías.
—¿Te arriesgas a no oír lo que tenga para decirte?
—¿Habla, traidor? —indagó mirando una y otra vez el encielado, intentando volver a ver la lechuza, sin existo alguno—. ¡Dime, empiezo a perder la paciencia!
—Con esta audiencia de testigo— comenzó el semidragón—. Yo, Dragh hijo del Fuego: te reto a un Thaggara. Sometiéndome al juicio de nuestras más antiguas tradiciones.
La sala entera hizo un ruido de asombro, era la primera vez en incontables años, que alguien retaba al Khul a un Thaggara o duelo singular. Aquel bárbaro era una bestia, jamás había sido vencido, se contaban innumerables leyendas sobre sus hazañas, pero la que más se recordaba y que también era la más importante, Khul había vencido el solo a un dragón. Eso le había valido el título que ostentaba y le confería tanto poder: él era el gran Khul.
La risa al final se convirtió en una carcajada en la garganta del gran bárbaro. Miraba a Dragh parado frente a él y no podía evitar burlarse en su cara de aquella proposición. Sin embargo, el semi-dragón hablaba en serio.
—Voy a marte ahora mismo, gusano —gritó el Khul y levantó su acero, al tiempo que los guardias se aprestaban a sujetar a Dragh—. ¡Ay de aquellos que se atrevan a negarme dónde está Deroveth!
»Hiciste una jugada muy arriesgada Dragh, pero inútil. No olvides que tus tropas te son fieles, porque primero que cualquier cosa me sirven a mí.
—¡Detente Rashpagh! —un grito irrumpió en el recinto y atrajo las miradas —. El general te ha retado un Thaggara ¿Vas a reusarte a un duelo con toda esta audiencia como testigo?
Agneth avanzó parsimoniosa y en medio de la sala se detuvo, bebió el resto de ankar de un cuerno y continuó—: La ley es clara. Cuando un miembro del clan reta a un Thaggara, quien se reúsa pierde irremisiblemente el duelo. La pregunta es: ¿estás dispuesto a declararte vencido y dejar de llamarte "el Khul"?
—¿Quién dejó entrar a esta ramera? —Se dirigió a su guardia con gesto furioso y luego encarándola le dijo—: Tu hedor a pija de humano me repugna desde aquí.
—Si porque tuve el valor de estar del otro lado de las montañas, para servir a un líder que no se atreve a poner pie en las tierras que un día le quitaron. Por mi pueden seguir llamándome ramera, que no un temeroso Khul —La hechicera avanzó hasta el bárbaro y con una concupiscente sonrisa le reverenció—. Negar a tus servidores es tan cobarde como negarte a enfrentar a mi esposo. Acaba con él en Thaggara y recupera a tu hija, o mátalo ahora y olvídate de ella, y del respeto de tu gente.
Khul se quedó mirando a Agneth un momento y descargó su ira contenida en uno de los mesones, partiéndolo en dos de un brutal puñetazo. Se volvió otra vez al semi-dragón, bajó la espada y encarando a la multitud gritó—: Que se sepa que este traidor morirá esta noche bajo el filo de mi acero. Que se sepa que no habrá piedad con él ni con sus seguidores, tomaré a esta perra su esposa y clavaré en una pica sus miembros. ¡Ay de aquellos que me traicionaron, sufrirán la peor de las muertes!
Envainó el acero y acercándose a Agneth la abofeteó tan fuerte, que ella trastabilló para no caer. Miró a Dragh todavía maniatado por los guardias y ordenó apuntando a la hechicera—: Que le den veinte azotes por cada hora hasta el anochecer. Y que ni se le ocurra a la perra usar su brujería.
—Hazle daño y luego de tu muerte cada una de tus esposas y el resto de tus hijos lamentaran haber nacido — amenazó Dragh, clavando sus rojizos ojos en el Khul.
—Ni diez mil azotes que se descarguen sobre su lomo, serán suficientes para compensar la pérdida de Rogh. Te maldigo Dragh. No puedo esperar para cobrar mi venganza esta noche, haré que tu dolor sea insufrible—. Escupió a los pies del semi-dragón—. Este castigo debería dártelo a ti, pero no permitiré que esta noche se ensucie mi victoria. Eres quizá el más digno rival que tendré en años ¡Sáquenlo de aquí!
Dragh guiado por los guardias del Khul, fue sacado de la sala. El semi-dragón no presentó ningún tipo de oposición, sabía que cualquier desacato podía romper el pacto del Thaggara, así pues no pudo evitar que se llevaran a Agneth y se cumpliera la orden del implacable gobernante.
Cincuenta azotes, recibió en total la hechicera, que con llagas a carne viva abrazando su espalda, fue llevada hasta la azotea principal, encadenada a dos firmes vigas de acero. Desde allí podía ver la ya preparada arena, en donde una multitud se agolpaba para presenciar el gran combate que se aprontaba. «No me decepciones Dragh, esta noche nuestra será la victoria»
La arena era un círculo delimitado por varias antorchas encendidas, tenía un diámetro de seis varas y un canal lleno de aceite rodeándola.
El sol ya se había puesto, el primero en entrar al círculo fue Dragh. El torso y las piernas desnudas, ninguno de los dos participantes del Thaggara podía usar defensa alguna, excepto su arma. Al poco rato entró el Khul, su morena piel brillaba con la luz del fuego haciéndolo parecer aún más opulento. Parecía hecho de obsidiana. Levantó el recio acero que empuñaba y Dragh hizo lo mismo, ambos metieron la punta de las espadas en la llama candente de una de las antorchas, hasta que el metal se puso al rojo.
—Nadie entra, ni sale —empezó a recitar el Khul—. Hasta que las llamas se hayan apagado, solo uno de los marcados dejará la arena en pie. —«!Que así sea!», dijeron ambos. «!Que así sea!» gritó también la multitud.
El semi-dragón y el Khul retiraron los rojos aceros del fuego y con la punta caliente uno marcó al otro a la altura del pecho, imprimiéndose así sobre la piel, una marca eterna de aquel combate.
—Un solo marcado —replicó Dragh, al instante en que uno de los jueces designados cogía una de las antorchas y acercaba la llama al aceite que rodeaba la arena. La flama se extendió alrededor del círculo, impidiendo que alguien pudiera cruzarlo para entrar o salir.
Dragh mirando a su adversario sin perderle detalle, esperó por un primer ataque. Khul, por su parte con toda la ansiedad acumulada, no repasó un momento antes de lanzarse contra el general.
Los brazos del bárbaro de piel oscura, eran precisos, rápidos y fuertes. Aun cuando éste era con toda seguridad un verdadero gigante, poseía gran agilidad. Pero Dragh tampoco estaba tan por debajo del imponente bárbaro, el semi-dragón no era tanto más bajo que su oponente, ni tanto menos corpulento, ambos parecían dos toros furiosos enfrentándose: un toro bayo y un toro azabache.
La hoja del Khul, pasó rozando la barbilla del general, quien con destreza había esquivado el mortal ataque. Rodó en el suelo y dando un salto volvió a ponerse en pie para contraatacarlo. Khul también lo esquivó. Sin embargo, Dragh logró asestarle un terrible golpe con el mango de la espada.
—No me equivoqué contigo, eres muy hábil, gusano —señaló el Khul, limpiándose con el hombro la sangre que escurrió de sus labios.
—Yo en cambio te subestimé. Eso me alegra, será un combate más entretenido de lo que esperaba —aseguró Dragh, lanzándose otra vez al ataque.
Ambas espadas chocaron, haciendo crujir el acero. Khul, dando una tremenda patada al semi-dragón, logró zafárselo y lanzarlo contra el fuego de las antorchas. Con rapidez, Dragh evitó las llamas y valiéndose de la espada arrojó una de las varas encendidas directo al cuerpo del Khul, luego volvió a cargar.
El tiempo transcurría y los dos bárbaros se propinaban terribles estocadas, pero con habilidad sorteaban cada uno de los envistes de su adversario. Hasta que el bárbaro de piel oscura le asentó un corte al dorso del semi-dragón, a quien luego golpeó y pateó, empujándolo contra los límites ardientes del círculo. Dragh se puso en pie con premura, mostrando entereza y todavía mucha fuerza, blandió directo hacia el gobernante. El Khul se movió para bloquear el embiste del bárbaro, pero Dragh había maquinado un truco, justo a un paso antes de tocarlo, éste se agachó con una agilidad inverosímil y levantando la afilada hoja, le hizo un corte transversal en el muslo.
El enorme bárbaro de piel oscura, cayó hincando una rodilla: Dragh, le había lisiado la pierna. En ese estado, continuó dando pelea y evitó con renovado brío, ser asestado nuevamente por los terribles ataques que el semidragón le estaba propinando. Usando su espada, bloqueó todos y cada uno de los cortes que caían una y otra vez con fuerza bestial, hasta que Dragh riendo se apartó y le dio la espalda.
El semi-dragón comenzó a reír de forma sonora, esperó a que el herido Khul volviera a intentar levantarse. No pasó mucho y aquella imponente montaña de músculos, se levantó ayudado de su espada e intentó avanzar contra Dragh.
Dragh le dio la espalda al Khul, se llevó una mano a la sangrante herida que tenía en el costado y empapó sus dedos en ella. Entonces se dio la vuelta con rapidez y agitó bruscamente la mano llena de sangre lanzando varias gotas directo a la cara del Khul que se acercaba. Acertó justo en los inyectados ojos de aquella bestia y valiéndose de su momentánea ceguera, el semi-dragón dio un gran salto y antes de cruzar por el aire a su adversario, metió de lleno la hoja bajo la axila derecha de él, aprovechando que el Khul alzaba los brazos en un intento por defenderse y limpiarse los ojos.
Cuando Dragh cayó de pie al otro lado, el Khul comenzó a expectorar sangre y tambalearse en su lugar.
—Maldito seas, Dragh... —Khul respiraba ruidosamente, sus pulmones estaban colapsando—. ¿Por qué hiciste esto?
—Era necesario —fue la seca respuesta del bárbaro.
—¿Necesario? —tosió—. Te amé como a uno de mis hijos. Y así es como me pagaste... ¿Por qué mataste a Rogh? ¿Por qué deshonraste a Deroveth?
—Estás muriendo Rashpagh, de nada te valen mis explicaciones. —Se acercó hasta el bárbaro mortalmente herido, que se apoyaba con la espada y ambas rodillas en el suelo. —Rashpagh, es tu nombre ¿no?, así te conocerán al otro lado del portal, porque desde este momento, soy yo el Khul.
—Te maldigo, bastardo —Escupió y tuvo que esforzarse para conseguir decir—: Vas a pagar por esto, vas a pagar lo juro, te esperaré al otro lado para atormentarte.
—Vas a esperarme un largo tiempo entonces Rashpagh, no pienso morir tan pronto —Levantó la espada y lo miró a los ojos—. Te enviré a tus doce viudas y a tu prole, no te preocupes.
Dejó caer con fuerza la hoja, decapitando al imponente bárbaro. Luego se volvió a la multitud que contemplaba boquiabierta. Miró en la distancia la terraza desde la cual se apreciaba la silueta de Agneth encadenada, tan pronto la vio, esta se iluminó y en su lugar apareció la lechuza blanca. Dragh no esperó hasta que las llamas menguaran y atravesó el fuego del círculo, sin dificultad.
—Son testigos todos —anunció a viva voz —. Aquí tenéis a su nuevo Khul. Aquí me tenéis, para guiarles en la batalla.
Levantó ambos brazos donde en una mano portaba la espada y en la otra la enorme cabeza de Rashpagh. La familia del antiguo Khul derrotado, contemplaba la escena con pavor. Entonces fueron los primeros en arrodillarse, les siguió la tropa que le acompañaba y así uno a uno los siervos, los guerreros y cada miembro de la tribu que allí se había reunido. Quinientas almas bárbaras reverenciaron y mostraron su respeto al nuevo gran Khul, guía de los Rah-Dah y guardián terrenal del Fegha-enkka: Dragh.
—Levantaos y mirad el cielo con renovado orgullo, porque desde esta noche comenzó una nueva era —Dragh se paró sobre una improvisada tarima, mientras sus nuevos capataces se acercaban para llevarle el turbante y las anillas de oro que le distinguirían como el Khul.
Agneth convertida aún en ave, dio un par de vueltas en círculo sobre el hercúleo bárbaro y descendió con lentitud. Se posó un momento sobre la tarima y con un destello recuperó su forma, reapareciendo sentada junto al semi-dragón.
—Levántate tú también Agneth Eluveth, esposa mía. Y abraza la gloria junto a tu pueblo. —Le extendió la mano y la ayudó a ponerse en pie—. El día de las tribus ha llegado, la media noche de los pueblos del sur. Es tiempo de regresar hermanos míos, es tiempo de recuperar lo que hemos perdido.
—Enohg Nianchog nengret Igratëh Rugëh —gritó Agneth—. Se oyen los gritos del norte al sur, del este al oeste. ¡Gghr-oggh Khull!
—!Gghr-oggh Khul!— fue el grito general de respuesta—!Honor y gloria al Khul!
Dragh alzó la mirada y la hundió en los ojos de Gretha, una de las esposas más jóvenes del caído Khul. Tenía un niño en los brazos y una pequeña se le aferraba al regazo. El semi-dragón hizo un gesto y enseguida la guardia rodeó a la hembra y a sus hijos, lo mismo que al resto de los integrantes de la familia de Rashpagh.
—Ustedes fueron testigo de las amenazas de su esposo —les dijo Dragh cuando se acercó a ellas—. Toda mancha, toda huella de Rashpagh ha de ser borrada de mi nueva orden. Es por eso, que su destino acaba aquí.
—Gghr-oggh Khul. —Gretha inclinó la cabeza—. Me someto a su voluntad.
La hembra dio un grito y el semi-dragón le encajó la hoja en la garganta. El resto de las viudas cayó del mismo modo a manos de los guardias que impidieron su escape. Excepto Lenari, quien no se dejó apresar y a los gritos retó a Dragh.
—¡Soy Cazädora, Dragh Catacumbas! —gritaba Lenari—. Moriré siendo una cazädora, ven por mi o me cargaré a tu nueva guardia entera así no me quede aliento.
Dragh escuchó las amenazas de Lenari, la madre de Rogh y de Deroveth. La conocía bien y sabía que sus amenazas eran fundadas. Había sido cäzadora como la que más y aun habiendo sido relegada a consorte del Khul por tantos años, conservaba su orgullo y espíritu.
—Dejadla que venga por mi —sentenció.
Lenari no tardó en plantarse ante Dragh. Tenía la mirada húmeda e inyectada de rabia, su lanza de cäzadora en ambas manos en posición de combate. Era una bárbaro de hombros amplios, torso firme y de piernas gruesas y musculadas. Era una guerrera de tomo y lomo, aunque su experiencia la debía a sus años de juventud, hoy de guerrera solo conservaba el recuerdo.
—Debería como es mi derecho hacerme contigo y las otras viudas. Someterte no me costaría y tener que matarte no ha sido un capricho mío, sino una deuda que adquirí con Rashpagh. —le dijo el nuevo Khul— ¿Qué debo hacer entonces, Lenari?
Lenari atacó primero. Intentó un movimiento con su lanza, pero Dragh esquivó, se acercó con rapidez y de una tajada la abrió en canal desde el vientre hasta la garganta. Lenari tambaleó, pero no cayó enseguida, en cambio sus viseras escaparon por la herida, derramándose desde su vientre antes de que ella misma se tumbara sobre ellas.
—Desháganse de los críos— ordenó Dragh y se abrió camino hasta la gran pirámide, recibiendo reverencias de una multitud que le abría el paso a su andar.
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